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sábado, 16 de abril de 2016

Julio Camba, creyente y descreído

Este hombre completamente descreído que fue julio Camba, hombre que, a decir de César González-Ruano, "no admiraba a nadie ni tampoco quería, seriamente, a nadie" (Diario ABC de Madrid del 2/3/1962, p. 35), fue, cuando joven, un fervoroso creyente. No creyente en sentido religioso pero creyente al fin. Porque para ser anarquista, anarquista de los que apologizan la violencia, no anarquista tolstoiano, se necesita ser muy creyente, o mejor dicho, muy crédulo. Fue Camba un crédulo que supuso que la sociedad ideal podría surgir a fuerza de bombazos y asesinatos, aunque existen voces maliciosas que no lo tienen como un auténtico anarquista de corazón sino como un simple muchacho menesteroso en busca de aventuras que, en cuanto dejó de ser muchacho y dejó de ser menesteroso, se quitó de encima su anarquismo como quien se quita un abrigo luego de ingresar a sus aposentos. Un personaje de uno de sus artículos comenta: "Yo necesitaba una revolución; pero ahora he puesto en mi casa calefacción central, y ya no la necesito. Llévesela usted a alguno de esos rebeldes principiantes que todavía no se han instalado..." (Sobre casi nada, p. 62). Es claramente una referencia autobiográfica, y no le interesa que el lector lo pille. En el primer tomo de La novela de un literato, Rafael Cansinos Assens lo pinta de la siguiente manera: "Julio Camba era un feroz anarquista, odiaba a los burgueses, pero amaba la buena vida burguesa, los bistecs gordos y las mujeres finas, y como los burgueses son los que disponen de eso, los adulaba unas veces y otras los intimidaba para tener su parte en el festín". En 1907, año que oficia de bisagra entre el Camba anarquista y el Camba descreído, un compañero suyo, Cristóbal de Castro, lo define como "anarko-aristócrata", y él, lejos de ofenderse, se divierte con la ocurrencia (cf. Julio Camba, "¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!", p. 41). Sea como sea, sea que haya creído realmente en el anarquismo, sea que haya utilizado los ideales anarquistas solo como divertimento y aventura juveniles, o como pista de lanzamiento hacia los placeres burgueses, debemos agradecer que haya arrumbado estos ideales en algún momento para dedicarse a otro tipo de periodismo, y esto no tanto porque me disgusten los anarquistas tirabombas, sino más bien porque me gusta el Camba descreído, cuyos artículos son mucho más sustanciosos, elegantes y divertidos que los de aquel joven más serio, menos garboso y más alborotado. Si Camba hubiese seguido siendo anarquista toda su vida, la literatura española habría perdido a uno de sus magnos expositores.

Y también, con la conversión, mejoró como persona. Porque murió, como dicen los que lo conocieron en su época madura, sin amar y sin odiar nada ni a nadie, mientras que durante sus juveniles años de anarquista odió mucho, y no amó nada ni a nadie. Y siempre es conveniente que el que no sabe ni quiere amar se mantenga libre de pasiones extremas como saludablemente se mantuvo el escéptico don Julio Camba, que es el Camba que interesa.

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