“Las intuiciones
irracionales —dice Carnap— no pueden ser llamadas «conocimiento»”, a menos que
tengan “la forma de proposiciones cuya verdad o falsedad se pueda decidir” (La construcción lógica del mundo, parág.
181). Las intuiciones intelectuales que yo postulo, y que son irracionales en
el sentido de que no es mi razón la que me las indica, tienen forma de
proposiciones y su verdad o falsedad se puede decidir. No por medio de la
experiencia, pero yo puedo decidir si tal proposición metafísica es verdadera o
falsa de acuerdo a otros considerandos. No estoy libre del yerro, puedo suponer
que tal proposición metafísica es verdadera cuando en realidad es falsa y
viceversa, pero eso no me inhabilita para considerar esta búsqueda como un
intento de conocimiento. Errar es humano, y los científicos, intentando conocer
(en el sentido ortodoxo del término), también yerran, a pesar de que sus
proposiciones son empíricamente contrastables.
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lunes, 29 de agosto de 2016
lunes, 22 de agosto de 2016
Carnap y los cuentos de hadas
Para ser un lógico,
Rodolfito Carnap ha resultado bastante contradictorio. Hemos dicho ayer que,
según él, los cuentos de hadas, aunque sean falsos, tienen pleno sentido; pero
hete aquí que ahora, y tan solo un párrafo más abajo, sostiene que todo lo que
se nos dice y que no podemos verificar, “nosotros tampoco lo podremos
comprender”. Equipara lo comprobable con lo comprensible, y esto es
incomprensible. Porque si se consiente, como todos hemos consentido, que las
proposiciones metafísicas son incontrastables, entonces tendríamos que aceptar
junto con Carnap que “no puede haber proposiciones metafísicas plenas de
sentido”. Los cuentos de hadas “tienen pleno sentido” y la proposición que
indica que Dios existe no. Los cuentos de hadas son falsos; la proposición de
la existencia de Dios no llega ni siquiera a eso. Pero uno se pregunta, ¿a
cuento de qué viene esa discriminación en favor de los cuentos de hadas siendo
que las hadas, lo mismo que los dioses, no pueden verificarse? “El sentido de
una proposición —sostiene— descansa en el método de su verificación. Una
proposición afirma solamente todo lo que resulta verificable con respecto a
ella”. Pero ¿cómo verificamos las proposiciones que aparecen dentro de un
cuento de hadas? Imposible hacerlo; ¿y entonces por qué insiste en que los cuentos
de hadas tienen pleno sentido? Si lo tienen, entonces también lo tienen las
proposiciones metafísicas, que son tan incomprobables como la existencia de las
hadas.
Se me dirá que los
cuentos de hadas no tiene la pretensión de ser verdaderos mientras que los
juicios metafísicos sí, y en ello radica la diferencia. Pero ¿quién dice que
todos dan por sentado que los cuentos de hadas constituyen una mentira? Muchos
niños los escuchan y los toman por completamente verídicos. Y ¿no estamos
nosotros, los adultos escuchadores de cuentos metafísicos, en la misma
situación gnoseológica que los niños que esperan la llegada de los reyes magos?
Los reyes magos, supuestamente, no existen, pero no constituye un sinsentido el
hecho de aguardar su llegada. Tal vez Dios tampoco exista, pero mientras no
estemos seguros de ello no hay sinsentido alguno en esperarlo, en desearlo y en
establecer hipótesis de trabajo que lo incluyan. Sed como los niños, decía
Jesús. En la inocencia está la salvación. La salvación de las almas, pero
también la salvación de nuestro aparato cognitivo. Gente como Carnap pretende,
so pretextos de limpieza, cercenarlo, circuncidarlo. Nosotros preferimos
conservarlo entero, por más que a veces no huela tan bien como el aparato de
los positivistas.
domingo, 21 de agosto de 2016
Carnap y la impostura de algunos diz que metafísicos
En 1932, cuatro años
después de su ensayo sobre La
construcción lógica del mundo, escribió Carnap un artículo titulado
"La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del
lenguaje" (incluido en El positivismo
lógico, de Alfred Ayer). En dicho artículo se puede leer lo siguiente:
"En el campo de la metafísica
(incluyendo la filosofía de los valores y la ciencia normativa), el análisis
lógico ha conducido al resultado negativo de que las pretendidas proposiciones de dicho campo son totalmente carentes de
sentido". La crítica de Carnap apunta sus cañones directamente hacia
la metafísica de Heidegger (su obra cumbre, El
ser y el tiempo, había sido publicada en 1927) y también al sistema de
Hegel. Cita, para ilustrar su tesis, un párrafo de Heidegger:
La nada es la negación de la totalidad
de lo ente, lo absolutamente no-ente. Pero de este modo, ponemos a la nada bajo
la determinación superior de lo negativo, esto es de lo que tiene carácter de
no y, con ello, según parece, de lo negado. Ahora bien, según la doctrina
dominante y nunca cuestionada de la «lógica», la negación es una acción
específica del entendimiento. Entonces, al plantearnos la pregunta por la nada
e incluso la pregunta por su cuestionabilidad, ¿cómo podemos pretender despedir
al entendimiento? ¿Pero es tan seguro lo que estamos presuponiendo? ¿Representa
el no, la negatividad, y con ella la negación, la superior determinación bajo
la cual cae la nada como un modo particular de lo negado? ¿Sólo hay la nada
porque hay el no, es decir, la negación? ¿O es más bien al contrario? ¿Sólo hay
la negación y el no porque hay la nada? Todo esto no está decidido, ni siquiera
ha alcanzado todavía la dignidad de pregunta expresa. Pero nosotros afirmamos que
la nada es más originaria que el no y la negación (¿Qué es la metafísica?, 1929, pp. 4-5).
Vale
también incluir aquí un aserto de Hegel: "El puro ser y la pura nada son
lo mismo" (Ciencia de la lógica,
libro I), que el mismo Heidegger encomia:
Esta frase de Hegel tiene toda
legitimidad. Ser y nada se pertenecen mutuamente, pero no porque desde el punto
de vista del concepto hegeliano del pensar coincidan los dos en su
indeterminación e inmediatez, sino porque el propio ser es finito en su esencia
y sólo se manifiesta en la trascendencia de ese Dasein que se mantiene fuera,
que se arroja a la nada (ibíd., p. 12).
Ante
semejantes dislates es lógico, es súperlogico, que Carnap rebaje a la
metafísica y la considere inferior incluso a los cuentos de hadas y a los mitos:
Las proposiciones de los cuentos de
hadas no entran en conflicto con la lógica sino solo con la experiencia; tienen
pleno sentido aunque sean falsas. La metafísica no es tampoco una
"superstición"; es perfectamente posible creer tanto en proposiciones
verdaderas como en proposiciones falsas, pero no es posible creer en secuencias
de palabras carentes de sentido.
¡Completamente
de acuerdo! En lo que no estoy de acuerdo es en considerar a Hegel y a Heidegger
como grandes metafísicos cuando no fueron sino grandes embaucadores. Todas esas
frases pomposas, oscuras, abstractas, todas esas flatus vocis a que nos acostumbraron estos "pensadores" y
sus acólitos han desprestigiado a la metafísica ante los ojos de quienes de
metafísica nada conocen, como los positivistas lógicos por ejemplo, pero la han
dejado incólume ante quienes han descubierto a tiempo la impostura.
Por
un lado, los falsos metafísicos como Heidegger y Hegel; por el otro, los que
reniegan de la metafísica como Carnap. Y en el medio los auténticos
metafísicos, que dicen cosas claras, sin rodeos, con carne y con sustancia y a
quienes las balas de los positivistas y los flatos de los charlatanes les pasan
por arriba.
domingo, 14 de agosto de 2016
El problema cuerpo-mente según Carnap
Otra cuestión
metafísica, sin duda muy controvertida, es la de la relación cuerpo-mente. Este
no es, según Carnap, "solamente uno de los problemas tradicionales de la
filosofía [...], sino que ha llegado a ser el problema principal de la
metafísica actual" (La construcción
lógica del mundo, cap. 22). Sin desmerecer la cuestión, yo creo que los
principales problemas metafísicos actuales son los de siempre: la existencia de
Dios, la existencia del libre albedrío y la inmortalidad de las conciencias
individuales. El "problema psicofísico", como lo llama Carnap, es de
gran relevancia metafísica, pero queda muy relegado en importancia en
comparación con los otros tres.
Dicho esto,
establezcamos las proposiciones en disputa en este terreno, que según Carnap
son tres:
1) El interaccionismo.
2) El paralelismo.
3) La filosofía de la
identidad.
El interaccionismo afirma que existe una
relación de causa-efecto en ambas direcciones: los procesos cerebrales pueden
causar procesos psíquicos y viceversa. El paralelismo niega esta relación de
causa-efecto y admite solo una correspondencia funcional (en paralelo, sin
interferencias) entre lo físico y lo psíquico. Finalmente, la filosofía de la
identidad "no acepta absolutamente que haya una dualidad en el género de
objetos, sino que concibe lo físico y lo psíquico como los dos «lados» de un
mismo algo que es «su fondo»". A mí me parece que la tercera proposición
sale sobrando y que la disputa se centra en conocer si la esencia de la
relación cuerpo-mente tiene visos interaccionistas o paralelistas. Y es esta
"esencia" del problema lo que fastidia a Carnap, porque no existe,
según él, ningún indicio empírico que nos ayude a resolver la cuestión hacia un
lado o hacia otro. "No se puede imaginar --concluye-- una situación más
desalentadora". Desalentadora, concluyo yo, para quien forma sus juicios
más íntimos en base a verificaciones detectivescas, pero no para quien admite
la existencia de las intuiciones intelectuales puras. Y que no me venga a decir
Carnap que las intuiciones intelectuales puras, es decir, los juicios que nos
sugieren un estado de cosas y que no se apoyan ni en la lógica ni en la
experiencia, no existen, porque ¿cómo sabe que no existen? Carnap solo afirma
lo que puede ser, potencialmente, verificado o refutado por la experiencia, y
este juicio que niega la existencia de los problemas metafísicos no tiene nada
de experimental y por ende no es carnapiano. Carnap puede muy bien manejarse
por la vida sin echar mano de estos juicios, pero no puede afirmar que no
existen (ni que existen), sin que todo su edificio lógico-empírico se desmorone[1].
Por lo demás, yo creo
que es perfectamente lógico, lógico en un sentido metafísico, plantearse la
existencia del "problema psicofísico" y decantarse por una de las
posibles opciones. Y mi opinión a este respecto no ha variado: afirmo la
existencia del paralelismo psicofísico, no creo que las vivencias tengan
relación con los procesos neurales y viceversa (véase la entrada del 16/5/3).
¿Y en qué me baso, me preguntará Carnap, para decidirme por esta solución y no
por la otra? Pues me baso en mi sistema metafísico, que consta de muchas ruedas
y engranajes, uno de los cuales, fundamental como pocos, es el hilozoísmo, y el
hilozoísmo pide, para ser lógico (¡sí, metafísicamente lógico, la metafísica
también necesita de la lógica!), la compañía y el auxilio de la hipótesis del
paralelismo psicofísico. Y que no se me indague ahora sobre los orígenes y los
fundamentos de mi adhesión al hilozoísmo, porque no podría precisarlos. Cuando
uno decide creer en la metafísica y adoptar una metafísica en particular, las
proposiciones metafísicas le van surgiendo una tras otra, van cayendo como
fichas de dominó en nuestra mesa espiritual, y nos ponemos en la tarea de armar
el dominó de tal manera que las fichas todas queden encadenadas y que el
círculo se cierre. La ciencia, en el sentido verificacionista, falsacionista o
predictivo del término, no tiene nada que hacer en este juego, y eso es lo que
les molesta a quienes tienen a la ciencia en un pedestal, cual si fuera la piedra
de toque para la solución de todos los problemas. La metafísica de cada quien
se arma con proposiciones que deben presentar una relación lógica entre sí. Una
relación lógica, no una relación empírica. Justamente por eso, por no tener una
relación directa con la empiria y sí con la lógica, tienen los sistemas
metafísicos mucho mayor interés que los paradigmas de la ciencia. Demostrar, lo
que se dice demostrar, no pueden demostrarse los sistemas metafísicos; lo que
sí se puede hacer es investigar su consistencia, y la consistencia de mi
sistema metafísico me pide aceptar como cierta la hipótesis del paralelismo
psicofísico. Pruebas no tengo, pero tengo razones para hacerlo, y las razones
siempre me han parecido mucho más interesantes que las demostraciones.
[1] Ya Julián Marías había realizado una crítica
similar de la impostura intelectual del Círculo de Viena: “La tesis de que no
tiene sentido más que lo empíricamente controlable, ¿es empíricamente
controlable? Porque al filósofo que suscribe esa tesis se me ocurre
preguntarle: ¿cómo lo sabe usted? Ah, lo sabe por fuentes que en rigor para él
no son válidas. Hay un paso o salto a otro género. El filósofo que niega
sentido a todo enunciado no empíricamente controlable, está haciendo un
enunciado no empíricamente controlable. Si un filósofo se limitara a enunciar
sólo tesis empíricamente controlables, estaríamos encantados con él y no habría
nada que objetar. Pero si se atreve a dar un paso más y decir que sólo tienen
sentido esas tesis, me pregunto cómo lo sabe. Y entonces resultaría que podemos
tener respeto por la práctica del que elimina de su filosofía toda referencia
al problema de Dios, pero no me sentiría igualmente respetuoso frente al que en
nombre de la controlabilidad empírica me lo prohíbe. Si es en nombre de otras
cosas, y con buenas razones, está bien; pero si es en nombre de ese criterio,
no lo acepto, porque su principio no es empíricamente controlable” (Julián
Marías, Sobre el cristianismo, ensayo
titulado “La filosofía actual y el ateísmo”).
lunes, 8 de agosto de 2016
La cruzada antimetafísica de Carnap
Las grandes ruedas metafísicas y las
más pequeñas epistemológicas tal vez giren mucho más lentamente que las
pequeñas ruedas científicas, pero todas ellas son partes orgánicas de nuestro
enorme sistema de conocimiento.
Imre Lakatos, Matemáticas, ciencia y epistemología
[pp. 169-70]
Según Carnap,
cualquier proposición tiene sentido si y solo si tiene contenido fáctico. Y si
hablamos de proposiciones científicas, además de contenido fáctico tienen que
ser comprobables. La proposición "hay un color rojo que despierta horror
al verlo" no es comprobable, ya que, en palabras de Carnap, "no
sabemos de qué manera se podría tener una vivencia en que se fundamente dicha
proposición" (Pseudoproblemas en la
filosofía, p. 27), pero tiene contenido fáctico, pues "podemos
imaginar una vivencia semejante y describir sus características". La
proposición "en el cuarto contiguo hay una mesa de tres patas",
además de tener contenido fáctico, es comprobable, "dado que se puede indicar
en qué condiciones [...] ocurrirá una vivencia perceptiva de cierta clase en
que se fundamente dicha proposición". Es entonces una proposición de
índole científica, más allá de si resulta, luego de la constatación, verdadera
o falsa. Por último están las proposiciones del tipo "esta piedra está
triste", que ni son comprobables ni tienen contenido fáctico, y por lo
tanto carecen de sentido. Pues bien: Carnap afirma que la totalidad de las
proposiciones metafísicas pertenecen a este último grupo. Toma como ejemplos
las tesis del realismo y del idealismo: A) los objetos que percibo existen en
sí mismos (realismo), y B) los objetos que percibo solo existen en mi
conciencia (idealismo). Según Carnap, no interesa saber cuál de estas
proposiciones es verdadera y cuál falsa; no son ni lo uno ni lo otro, porque
"no podemos reconocer que tengan sentido para la ciencia" (ibíd., p.
34). Concuerdo con Carnap en que dichas proposiciones no tienen contenido
fáctico y que por lo tanto no tienen sentido para la ciencia, pero eso no significa que no tengan sentido y que
no puedan ser o verdaderas o falsas. No puedo demostrar estas tesis ni
describir, al modo científico, sus características, pero esos impedimentos no
son suficientes, en un sentido lógico, para negar la posibilidad de que una de
estas dos proposiciones se verifique en la realidad. Carencia de sentido e
indemostrabilidad fáctica no tienen por qué ir de la mano. Incluso el mismo
ejemplo que da Carnap, "esta piedra está triste", para mí es claro
que constituye un aserto con pleno sentido y que será o bien verdadero, o bien
falso, dependiendo de la posibilidad de que las piedras puedan o no
entristecerse e independientemente de los medios empíricos con que contemos
para determinar la existencia o inexistencia de estos pétreos sentimientos.
Porque si no podemos afirmar o negar que tal o cual piedra esté triste, tampoco
podemos hacerlo respecto de tal o cual señor que tenemos enfrente y que llora a
moco suelto, pues esas lágrimas y esos mocos que percibo no son más que signos
de la tristeza que yo, positivamente, no percibo, ni percibe nadie que no sea
el señor en cuestión, y entonces su tristeza es incomprobable por medios
empíricos. Es incomprobable, dirá Carnap, pero es una proposición con contenido
fáctico esta que le atribuye tristeza a este hombre. Ciertamente, y en esto
admito que se distingue de la proposición referente a la piedra, porque el
hombre manifiesta signos que nos hacen suponer que se emociona, mientras que la
piedra no nos los ofrece. Pero estos signos, o la inexistencia de los mismos,
no nos inhabilitan para calificar de verdadera o de falsa la proposición, es
decir, para afirmar que tiene sentido. La proposición "aquel hombre está
triste" puede ser verdadera o falsa. Puede simular que llora y estar de lo
más contento. Y la piedra podrá no manifestar signo ninguno de su tristeza y
sin embargo estar triste, en cuyo caso la proposición es verdadera, o estar
impedida, de acuerdo al concurso de las leyes naturales, de manifestar emoción
alguna, por lo que la proposición resultaría falsa. Se puede decir que estas
proposiciones no son científicas, que no tienen injerencia en el ámbito de la
ciencia, pero no se puede decir que no tengan sentido alguno ni que no merezcan
relevancia dentro del vivenciar humano.
"Los objetos que
percibo existen en sí mismos" es una proposición metafísica que puede ser
verdadera o falsa. Las proposiciones metafísicas son sintéticas y a priori.
Sintéticas, porque el predicado no se deduce conceptualmente del sujeto de la
oración (en este caso, la existencia en sí de los objetos no se deduce del
hecho de que pueda percibirlos), y a priori, porque nada me dice la experiencia
que pueda justificar esta sentencia. Pero, a diferencia de lo que opinaba Kant,
yo creo que los juicios sintéticos a priori pueden ser falsos, de modo que no
estoy cierto de que los objetos existan en sí mismos o no. Todo lo que se puede
hacer respecto de las proposiciones metafísicas, puesto que no podemos
apoyarlas o refutarlas de manera contundente a través de la experiencia, es considerarlas,
arbitrariamente, o bien verdaderas o
bien falsas. También puede uno desinteresarse de ellas como se desinteresaba
Carnap, pero no puede uno considerarlas como carentes de sentido. Y subrayo arbitrariamente porque nuestra
inclinación hacia una u otra proposición metafísica parece una inclinación arbitraria puesto que no podemos
fundamentarla con argumentos científicos, pero en muchos casos no lo es. Es
arbitraria cuando nuestra inclinación obedece a un deseo mundano, pero en otras
ocasiones la que nos sugiere la certeza de una proposición de este tipo es
nuestra intuición intelectual. En estos casos, la arbitrariedad desaparece.
Habiendo quedado
claro, me parece, que las proposiciones metafísicas tienen sentido, digo ahora
también que tienen mucho mayor importancia que las proposiciones científicas,
porque es a través de las proposiciones metafísicas que se desenvuelven la
cultura y la ética de los pueblos y no a través de las proposiciones
científicas, que tan solo circulan por sus periferias. Tomemos el ejemplo de la
siguiente proposición metafísica: "Los animales han sido creados para
usufructo del hombre". Esta tesis la tomó por verdadera el mundo
occidental desde el comienzo del judaísmo hasta nuestros días (aunque en los
últimos años ha comenzado a cuestionarse) y ha causado mucho más daño (en el
ámbito de la ecología, de la nutrición, de la empatía, del ejercicio físico,
etc.) que la invención de la bomba atómica, del gas mostaza, de la picana
eléctrica y del glifosato. ¡Mire usted, estimado Rodolfo, si no tienen sentido
e injerencia dentro de nuestra cultura las proposiciones metafísicas! Claro
está que prefiero, ante esta metafísica perversa, la posición carnapiana de
desligarse del problema y mirar para otro lado; pero si se pudiera, en lugar de
eliminar la metafísica, purificarla, impidiendo que la gente avale
proposiciones falsas para dar paso solo a las verdaderas, las relaciones
humanas mejorarían a pasos agigantados. Les guste o no a Carnap y a la mayoría
de los actuales epistemólogos, que van queriendo limpiar la teoría del
conocimiento de todo vestigio metafísico, les guste o no, las proposiciones
metafísicas continúan conformando, para bien o para mal, el corazón y el
cerebro de los pueblos, mientras que las proposiciones científicas y sus
derivados tecnológicos constituyen, a lo sumo, sus brazos y sus piernas. Los
pueblos caminan y operan gracias a la ciencia, pero viven, piensan y sienten a
través de la metafísica.
martes, 2 de agosto de 2016
Causalidad y necesidad de según Carnap
Paso ahora al
capítulo 20 de la Fundamentación lógica de la física de Carnap. Aquí el autor
niega, siguiendo a Hume, que el concepto de causalidad lleve implícito el
concepto de necesidad. Que un efecto se produzca a partir de una causa y que
esta causa se explicite a través de una o más leyes científicas descubiertas
por el hombre no implica que ese efecto deba producirse necesariamente, pues
las leyes científicas, dice Carnap, pueden fallar en sus predicciones. Y es
claro que las leyes científicas pueden errar en sus predicciones, pero yerran
porque son falsas, no porque la causalidad deje de operar en tal o cual
momento. Cuando un meteorólogo anuncia lluvias y estas no se producen, no es
que la ley de causa y efecto haya quedado en suspenso, sino que los datos
empíricos (las condiciones iniciales) y las leyes de la meteorología con que
contaba eran falsos o insuficientes. Ya lo he dicho: todas las leyes
científicas son falsas y por lo tanto no se puede predecir nada con total
seguridad, pero esto no rompe el vínculo indisoluble existente entre los
conceptos de causalidad y necesidad. Son falsas las leyes científicas porque
siempre admiten excepciones, y admiten excepciones porque sus enunciados, ya
sean gramaticales o matemáticos, son finitos. Lo que hay que considerar a la
hora de hablar, en sentido filosófico, de la causalidad, no son las leyes
científicas que el hombre ha descubierto, sino las leyes naturales, que son las
que rigen el mundo, hayan sido o no descubiertas. Estas leyes no admiten
excepciones y sus predicciones son totalmente confiables, pero existe un
problema: los enunciados que las describen tienen una longitud infinita. Nunca
podremos conocer las leyes naturales en su total completitud, no porque no
existan, sino porque sus enunciados jamás podrán entrar ni dentro de nuestras
cabezas ni dentro de nuestros pizarrones. Son esos enunciados los que implican
necesidad, y necesidad lógica, necesidad pura y cristalina. Los enunciados de
nuestras imperfectas leyes de la ciencia podrán provocar algún fallido
pronóstico e incentivar así la posición humeana según la cual lo único que
relaciona las causas con los efectos es la costumbre de observarlos
regularmente unidos; manejémonos mejor con leyes naturales cuando hablemos de
filosofía y dejemos las leyes de la ciencia a los científicos, que mucho mejor
provecho les sacan que el que pueden extraerle los epistemólogos. La ciencia
aplicada es imperfecta en su finitud, es barrosa, cenagosa, y la necesidad no
se sigue de sus principios con la regularidad que sería de desear; pero esto no
invalida la relación causalidad-necesidad, la cual impera sin fisuras no en el
ámbito de la ciencia experimental sino en la ciencia a secas, en la Ciencia.
Todo es falsedad en los postulados científicos que conocemos; solo hay verdad
en la Ciencia. Verdad, causalidad y necesidad. Pero como esta Ciencia es
infinita, jamás la conoceremos, a menos que nosotros mismos seamos infinitos.
lunes, 1 de agosto de 2016
El empirismo según Carnap
"El empirismo --dice Carnap-- puede ser definido
como el punto de vista según el cual lo sintético a priori no existe" (Fundamentación lógica de la física, cap.
18). Entonces yo paso a engrosar las filas de los empiristas dentro del ámbito
de la epistemología, de la fundamentación del conocimiento científico, pero me
aparto del empirismo en cuanto ingreso al ámbito de la gnoseología, de la
teoría del conocimiento en general, científico y no científico, porque yo creo,
a diferencia de Carnap, que la metafísica no es una ilusión y que utiliza en
sus aserciones juicios sintéticos a priori.