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domingo, 11 de septiembre de 2016

Michel Foucault y el lenguaje críptico

Y si hablamos de excrecencias filosóficas que es preciso erradicar, no podemos dejar de lado a la filosofía francesa del siglo XX. El oraculismo propio de los alemanes aterrizó en Francia y se hizo fuerte en pensadores como Roland Barthes, Jacques Lacan, Michel Foucault y Jacques Derrida. ¡Justo en Francia, tierra en donde el pensamiento elevado, Ilustración mediante, venía necesariamente de la mano de una claridad conceptual a todo trance!

Ce qui n’est pas clair n’est pas français.

"Lo que no está claro no es francés", se decía en el ambiente literario y filosófico de la Francia de principios del siglo XX. Por qué razón se modificó esta manera de hacer filosofía es cosa que no se sabe a ciencia cierta. Algunos textos --nos comenta John Weightman refiriéndose a la prosa literaria y académica francesa—

podían requerir muchísima atención, pero era raro que un pensador francés se permitiera faltas de lógica o penumbras en la presentación de sus ideas; el lector no acostumbraba a tener que preguntarse qué eran esas ideas, tan solo si, después de haberlas entendido, podía estar o no de acuerdo ("No entender a Michel Foucault", ensayo incluido en los Diarios de Arcadi Espada. Disponible en Internet).

La transición se operó a través de Sartre y Camus, "quienes pueden a veces resultar difíciles, pero que nunca fueron deliberadamente arcanos". Dos o tres décadas después llegaron los auténticos ocultistas. Estos diz que pensadores

generaron un cambio en el ambiente que rápidamente alcanzó a sus numerosos discípulos. En algunos campos especulativos, la tradicional claridad francesa desapareció para ser reemplazada, en diversos grados, por la oblicuidad, el preciosismo y el hermetismo, como si estos fueran, por definición, modos de operar más válidos que lo lúcida y racionalmente establecido.

"No es mi propósito --continúa Weightman-- averiguar aquí las posibles razones de este brote de distinguida y secular glosolalia". Sin embargo nos entrega algunas pistas:

Las modas, de la ropa o de las actitudes intelectuales, son notoriamente difíciles de explicar, y [...] esta muestra obvios vestigios de una combinación de influencias del pensamiento alemán (en particular de la retórica filosófica de Nietzsche), de las doctrinas poéticas de Mallarmé, del culto del surrealismo a lo ilógico y de la promoción freudiana del inconsciente.

Estos ingredientes, aunados, generaron una ensalada mal combinada y peor aderezada que terminó rompiendo los cráneos de al menos dos generaciones de estudiantes de filosofía, muchos de los cuales tomaron a estos escritores como la quintaesencia del pensamiento elevado. Recuerdo que yo mismo, por recomendación de uno de estos adoradores de lo inefable, intenté leer Las palabras y las cosas de Michel Foucault, pero su lenguaje críptico me impidió avanzar más allá de la página 20 o 25. "Esto es mucho para mí", habré pensado en aquel entonces; hoy digo, no sin un dejo de soberbia, "no tengo tiempo para nimiedades".
Y es justamente el ensayo que acabo de citar, Las palabras y las cosas, el que queda desenmascarado, desnudo y desamparado gracias al análisis pormenorizado que de él nos ofrece John Weightman en este artículo. Se mete con este trabajo de Foucault porque generalmente se lo considera como su obra maestra. "He leído otros libros de Foucault, en la medida en que he sido capaz de hacerlo, pero prefiero concentrarme en este, ya que sigue siendo un texto esencial y aún sigue de moda". Algún día, cuando disponga de algún tiempo y mi estómago literario se haya acostumbrado a deglutir alimentos viscosos, intentaré yo también leer a Foucault o a cualesquiera de sus coterráneos anteriormente mencionados para luego criticarlos, aunque no lo prometo, porque no sé si me dará el cuero para ello y porque, como dice Weightman ya sobre el final de su artículo, "la línea divisoria entre la carga de significado y la vacuidad pseudoprofética del significado es algo difícil con lo que lidiar".

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