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sábado, 11 de febrero de 2017

La crítica de Vaz Ferreira al pragmatismo de James

Me parece que algunos de mis críticos sufren mucho debido a su incapacidad casi patética para comprender las tesis que intentan refutar.
William James, El significado de la verdad, prefacio

De todos los críticos del pragmatismo de James, el que ha resultado más demoledor, claro e inteligente ha sido el uruguayo Carlos Vaz Ferreira. Y como por ser latinoamericano su crítica no ha trascendido demasiado, la transcribiré aquí con algún detalle:

Mientras los pragmatistas se han limitado a mantenerse en el terreno especulativo, y a dar una teoría de la verdad, no han hecho [...] más que explicar la verdad. Pero, de esta explicación de la verdad, han pretendido sacar consecuencias prácticas, y, en este punto, llamo la atención de ustedes de la manera más especial sobre el gravísimo error cometido.
La confusión fundamental de James y de los otros pragmatistas, ha consistido en pretender sacar consecuencias prácticas de lo que no hubiera debido ser más que una definición o explicación de la verdad. Han cometido el mismo sofisma que hubiera cometido Berkeley si hubiera pretendido sacar consecuencias prácticas de su idealismo.
Supongamos que los argumentos de Berkeley nos han convencido: que nos hemos hecho idealistas: lo cual quiere decir que hemos admitido que la materia no es otra cosa que estados de conciencia. Una vez que hemos admitido esta doctrina, ¿hay algo cambiado en la práctica? ¿Significará, la admisión del idealismo, que, desde ese momento, lo que era, por ejemplo, duro, pesado, suave, blando, sólido, líquido o gaseoso, deje de ser lo que era antes? ¿Implicará, por ejemplo, que desde ese momento no deberemos ya tener miedo de que nos atropelle un vehículo o de que nos caiga un andamio en la cabeza? [...] Porque seamos idealistas ¿ya no deberemos, como antes, evitar el golpe de un arma filosa o el de un objeto pesado? No, en manera alguna. Hemos explicado la materia por estados de conciencia; pero los estados de conciencia siguen siendo lo mismo que antes. [...]
Pues bien: a mí me parece evidente que los pragmatistas, al pretender deducir consecuencias prácticas de sus teorías de la verdad, han caído exactamente en ese mismo sofisma.
¿La verdad se reduce a las consecuencias próximas y remotas, reales y posibles, de una proposición o doctrina?
Perfectamente. Aun suponiendo que admitamos nosotros esa explicación de una manera plena y sin reserva alguna, aun en ese caso, lo que era verdad antes de admitirla, sigue siendo verdad después: lo que era error antes, sigue siendo error ahora: lo que era verdadero o falso, dudoso o probable, legítimo o ilegítimo desde el punto de vista lógico, sigue siendo exactamente lo que era antes. Debemos seguir temiendo al error, después de ser pragmatistas teóricos, como debemos seguir temiendo a los trenes o a los golpes, después de ser idealistas teóricos. No hay nada modificado.
El sofisma consiste, pues, en haber procurado sacar, de una definición de la verdad, consecuencias prácticas, relativas a nuestras relaciones con la verdad. Exactamente como el sofisma de un berkeleyano que no hubiera comprendido el sistema, hubiera podido consistir en sacar de una definición de la materia, consecuencias prácticas, mecánicas, referentes a nuestras relaciones con la materia.
Voy a presentar otro aspecto del mismo sofisma.
Admitamos siempre la teoría pragmatista de la verdad. La verdad se reduce a consecuencias: la verdad es consecuencias.
¿De qué consecuencias se trata? ¿De todas las consecuencias, actuales y futuras, reales y posibles, conocidas y desconocidas, previsibles e imprevisibles (como a veces, en ciertos momentos, lo sostienen los pragmatistas)? ¿O bien se trata de algunas consecuencias; por ejemplo: de las consecuencias que pueden percibirse, que pueden preverse: de las consecuencias que ocurren en un momento dado o en una época dada; de las que afectan a un individuo determinado o a una sociedad determinada?
En el primer caso, como he procurado explicarlo, el pragmatismo teórico no afecta absolutamente en nada las reglas de creencia; en el segundo caso sí las afecta. Es entonces cuando el pragmatismo podría tener consecuencias prácticas: pero es entonces cuando el pragmatismo se vuelve una doctrina funesta.
La verdad de una doctrina, nos dicen loe pragmatistas, se reconoce en su "éxito"... Palabra elástica, vaga y de mal uso. ¿De qué éxito se trata? ¿De un éxito concreto, temporal, que ocurre en un momento dado para una persona, para varias personas, para una sociedad? ¿Reconocemos (como dice Schiller) la verdad de una idea en que podemos cabalgar sobre ella? Muy bien: en ese caso, si yo sostengo que Dios es Dios y Mahoma su profeta, y si lo sostengo en Turquía, cabalgo sobre esa idea; si lo sostengo en la República del Uruguay, no cabalgo. ¿Eso quiere decir que la idea, en el primer caso, sea verdadera, y en el segundo caso sea falsa? Inmediatamente responderían los pragmatistas: "¡No! Hay que tomar ampliamente las consecuencias: no se trata del éxito de una persona, ni siquiera, tal vez, del éxito de una sociedad; se trata, no solamente de consecuencias próximas, sino de consecuencias remotas, y aun de consecuencias posibles"; pero en ese caso, volvemos otra vez a la primera doctrina; y entonces el pragmatismo —fíjense bien en esto-- queda encerrado en un dilema: o bien su definición de la verdad se refiere a todas las consecuencias tomadas con la mayor amplitud, y entonces no modifica la práctica; o bien modifica la práctica, pero es prescindiendo de algunas consecuencias posibles, por lo menos, de las creencias; y, en este caso, modifica la práctica en mal sentido, y el pragmatismo se vuelve un sistema funesto, porque nos conduce a tomar en muchísimos casos el error por verdad, buscando el criterio del éxito. Error y verdad, aun en el sentido amplio de los mismos pragmatistas.
[...]
William James, como procuraré dentro de un momento mostrarlo con citas de sus obras, piensa y escribe en un estado de oscilación continua [...]. A veces toma el pragmatismo en un sentido; a veces, en otro; justifica, por ejemplo, el pragmatismo teórico, y después pasa a justificar el pragmatismo práctico como si fuera una consecuencia de él. Cuando encuentra alguna dificultad y sin darse cuenta de ello, vuelve al primer sentido; y esto explica, entre otras cosas, la buena fe evidente con que se queja de haber sido mal comprendido.
Procuraremos ver claro esto con algunas citas. Sigan ustedes este párrafo:
Al frente de esta corriente de lógica científica se hallan Schiller y Dewey con la explicación pragmática de lo que significa la verdad en todos los sitios (William James, El pragmatismo[1]).
Significa: noten que aquí se trata de lo que yo he llamado el pragmatismo teórico, esto es, de una explicación de la verdad.
Estos profesores dicen que en todas partes verdad —en nuestras ideas y creencias— significa lo mismo que en la ciencia. No quiere decir, explican, sino que las ideas (que no son sino partes de nuestra experiencia) llegan a ser ciertas en cuanto nos ayudan a entrar en relación satisfactoria con otras partes de nuestra experiencia.
De modo que continúa el autor tomando el pragmatismo en el sentido teórico: se trata de la significación de la verdad. Y, después de unas pocas líneas, continúa así:
Cualquier idea sobre la que podamos cabalgar, por así decirlo, cualquier idea que nos conduzca prósperamente de una parte de nuestra experiencia a otra, enlazando las cosas satisfactoriamente, laborando con seguridad, simplificándolas, ahorrando trabajo es verdadera; esto es, verdadera instrumentalmente.
Creo que, después de la explicación precedente, ustedes han podido notar con facilidad cómo el autor se pasa, se corre, del primer sentido al segundo. En las primeras líneas del pasaje, habla de lo que la verdad significa: hace lo que haría Berkeley al decirnos que la materia se compone de estados de conciencia —lo cual no debe modificar en nada nuestras relaciones mecánicas con la materia —; pero, en la parte final del pasaje, nos dice que una idea en la cual podemos cabalgar, es una idea verdadera. ¿Qué quiere decir cabalgar? Es evidente que aquí se refiere a un éxito personal; en todo caso, limitado; que aquí piensa únicamente en algunas de las consecuencias prácticas de la idea. Un mahometano, por ejemplo, cabalga sobre su mahometismo, a condición de estar en Turquía. ¿Quiere decir eso que su mahometismo sea verdadero? No, aun dentro de la teoría de James, aun dentro de la teoría que admitía al principio de su pasaje, porque allí no se trataba únicamente de algunas consecuencias, sino de todas, incluso todas las posibles; pero en la segunda mitad del pasaje, se refiere únicamente al éxito práctico, a ese éxito concreto que traduce únicamente algunas de las consecuencias de la doctrina. [...]
Véase en la siguiente frase un ejemplo típico de la aplicación viciosa del pragmatismo:
Si las ideas teológicas prueban poseer valor para la vida concreta, serán verdaderas para el pragmatismo en la medida en que lo consigan. Su verdad dependerá enteramente de sus relaciones con las otras verdades que también han de ser conocidas.
Una consecuencia de este orden no se deduce, en manera alguna, del pragmatismo teórico. El pragmatismo teórico consistía en sostener que la verdad, analizada, se reduce a las consecuencias de las doctrinas; pero a condición de que entren todas las consecuencias, no sólo reales sino posibles. Mas aquí no se trata de eso: el autor habla de “la vida concreta”. Una persona determinada, o una sociedad determinada, encuentra, en un momento dado, "éxito": éxito de cualquier orden, sea material, sea espiritual, en ciertas ideas teológicas. Aun dentro del pragmatismo teórico, eso no quiere decir que sea aplicable a dichas ideas teológicas la definición de la verdad: se ha prescindido de consecuencias remotas, de consecuencias posibles, y la prueba de que es así, es que, este criterio de verdad, podríamos nosotros aplicarlo a otras ideas teológicas, que el mismo James reconocerá, como otro cualquiera, que son falsas (por ejemplo, el fetichismo, o la adoración de los animales), y que, sin embargo, en su tiempo, han tenido, como diría James, un valor para la vida concreta…
Es, pues, siempre, el mismo error. Un berkeleyano que comprendiera inteligente y consecuentemente su sistema, nos diría: "La materia se reduce a estados de conciencia. Pero todas nuestras reglas de conducta con relación a la materia, sean racionales, sean instintivas, lo mismo que nuestros sentimientos hacia la materia; todo eso, debe quedar". [...] Pues bien: exactamente del mismo modo, aun cuando se admita el pragmatismo teórico de James, ha de quedar subsistente, por una parte, toda la lógica, a condición, naturalmente, de que sea lógica buena: como queda subsistente el arte de edificar, dentro del idealismo de Berkeley, así ha de quedar subsistente, dentro del pragmatismo teórico, el arte de pensar. E igualmente, por otra parte, como quedan subsistentes, dentro del idealismo de Berkeley, nuestros instintos relativos a la materia, así también han de quedar subsistentes nuestros instintos y nuestros sentimientos relativos a la verdad, aun dentro del pragmatismo teórico de James. Por ejemplo: ese sentimiento que hace que nosotros distingamos lo verdadero de lo que tiene éxito, ese sentimiento que nos conduce a reprobar la conducta de los que adoptan creencias teniendo en cuenta su éxito, todos estos sentimientos, son legítimos, y deben quedar, dentro de la teoría de James, y siempre que ella sea debidamente comprendida.
Diré solamente que la verdad es una especie de lo bueno y no como se supone corrientemente una categoría distinta de aquello coordinada con ello. La verdad es el nombre de cuanto en sí mismo demuestra ser bueno como creencia.
Esta es una confusión de términos, que puede llevar a una confusión de ideas.
Supongamos que un hombre es mahometano en Turquía, y otro es mahometano en el Uruguay. En estos dos casos, hay un elemento común y un elemento distinto. El elemento común, es el que nosotros estamos acostumbrados a llamar verdad o falsedad de la doctrina, idéntico en un caso o en otro; y el elemento distinto, es un elemento de éxito, o, si ustedes quieren, de bien.
William James, como cualquiera, es muy libre de designar esos dos elementos con el mismo nombre; pero en ello no encontramos ningún beneficio, y sí, al contrario, graves inconvenientes.
Sin duda, la cuestión de designación será una cuestión de palabras. Pero es indudable que, en el hecho, hay en esos dos casos un elemento común que no es de la misma clase que el otro elemento; y, por consiguiente, es razonable y práctico seguir llamando al uno "verdad" y al otro "éxito", como estamos acostumbrados a hacerlo.
Naturalmente que un pensador como James tenía que tropezar en esta dificultad, y había de procurar resolverla.
Véase este párrafo, que es característico:
Acabo de decir que lo que nos conviene es verdadero, a menos que la creencia no entre en conflicto incidentalmente con otra ventaja vital. Ahora bien: en la vida real, ¿con qué beneficios vitales se halla más expuesta a chocar cualquier creencia particular nuestra? ¿Con cuáles sino con los beneficios vitales aportados por otras creencias, cuando éstas prueban ser incompatibles con aquéllas? En otras palabras, el enemigo mayor de cualquiera de nuestras verdades puede serlo el resto de nuestras verdades.
Si se comprende bien este párrafo, se ve la prueba más acabada de aquella oscilación de William James. En sus ejemplos concretos anteriores (como, por ejemplo, en el de las ideas teológicas, que cité hace un momento), él se refiere a algunas consecuencias de las doctrinas; tropieza con la dificultad, y entonces se refugia, como ahora, en el pragmatismo amplio, puramente teórico, que abarcaría todas las consecuencias de las doctrinas, sin darse cuenta de que, una vez que sea ese el pragmatismo que él admita, no tiene derecho a sacar de él ninguna consecuencia práctica.
[...]
Un párrafo muy interesante para la crítica:
Nuestra obligación de buscar la verdad es parte de nuestra obligación general de hacer lo que paga.
(Pagar, en el sentido de dar resultados)
El pago que dan las ideas verdaderas es la única razón de nuestro deber de adoptarlas. Idéntica razón existe en el caso de la riqueza o de la salud. La verdad no nos reclama otra cosa, ni nos impone otra clase de deber que lo que hacen la salud o la riqueza. Todas estas imposiciones (claims) son condicionales; los beneficios concretos que ganamos son lo que queremos significar cuando llamamos un deber a la persecución de la verdad. En el caso de la verdad, las creencias falsas trabajan tan perniciosamente, a la larga, como las creencias verdaderas trabajan beneficiosamente.
Esta imagen puede perfectamente servirnos para acabar de comprender, si aún fuera preciso, el sofisma capital del pragmatismo. Voy a servirme de la misma comparación: Lo que James no ha sabido ver, aunque sus expresiones literales indiquen otra cosa, es que, la verdad, paga, es cierto; pero paga a crédito. El sofisma del pragmatismo práctico ha sido no ver más que el pago al contado, o, cuando más, en materia de crédito, no ver muy lejos. De manera que, si bien teóricamente los pragmatistas tienen en cuenta el crédito en toda su extensión […], cuando pretenden sacar consecuencias prácticas de la doctrina, o no ven el crédito, o lo ven con una vista muy estrecha o muy corta. (Naturalmente, hay una diferencia; la imagen es imperfecta desde un punto de vista, y es éste: que, el crédito de la verdad, es infinito: quiero decir con esto que nunca puede limitarse de antemano el beneficio o la cantidad de beneficio que una verdad pueda rendir. Salvo esta diferencia, la misma metáfora de James es adecuada para suministrarnos un ejemplo de su paralogismo).
De manera que la conducta práctica (teniendo en cuenta ese crédito ilimitado de la verdad), la conducta práctica verdaderamente razonable y útil, aun pragmáticamente, consiste en no pensar en el pago. Justamente porque nadie puede determinarlo de antemano; justamente porque nadie puede saber la cantidad de beneficio que una verdad puede darnos; justamente porque podemos considerar ese beneficio como prácticamente ilimitado, nuestra conducta práctica más razonable, aún desde el punto de vista pragmatista, es la de buscar la verdad incondicionalmente y prescindiendo en absoluto de esos beneficios: dándolos por seguros.
[…]
Dentro de los principios pragmáticos, no podemos rechazar una hipótesis si se siguen de ella consecuencias utilizables para la vida. Las concepciones universales, como cosas que hay que tener en cuenta, pueden ser tan reales para el pragmatismo como lo son las sensaciones particulares. No tienen en verdad ningún significado y ninguna realidad, si no tienen ningún uso. Pero si tienen algún uso, tienen, en esa misma proporción, significado.
Ustedes mismos notan ya que en algunos casos, como en éste, las aplicaciones de la doctrina se vuelven demasiado groseras; y precisamente ello ocurre a consecuencia siempre de la misma falacia: después de haber sentado una doctrina que se referiría a todas las consecuencias reales y posibles, presentes y futuras, las cuales nunca pueden preverse de antemano, James, en ciertos momentos, piensa sólo en las consecuencias inmediatas o visibles, concretamente, en un momento dado, en una época dada, y nos dice, por ejemplo, que "no podemos rechazar una hipótesis si se siguen de ella consecuencias utilizables". ¿En qué está pensando James en este momento?... Consecuencias "utilizables": ¿cuándo? ¿Para quiénes?... Al hablar así, evidentemente, James está pensando sólo en consecuencias utilizables en un momento dado, para un individuo, para una sociedad. Oscila, pues, se corre de una a otra concepción; y de una doctrina sin duda seria y profunda, como el pragmatismo teórico, puede llegar, en virtud de esa oscilación, a consecuencias tan groseras como las que se exponen en el pasaje leído.
El criterio de James hubiera podido aplicarse a cualquier doctrina falsa, en la época en que dominaba; y si esa doctrina falsa ha sido sobrepasada por la humanidad, ha sido gracias a la acción de los que rechazaban las hipótesis no obstante sus consecuencias utilizables, y a pesar de la acción de los que se atenían inconscientemente a la estrecha y grosera regla pragmatista.

(Carlos Vaz Ferreira, “El pragmatismo” (1909), ensayo incluido en el libro Tres filósofos de la vida, pp. 148 a 161.)[2]




[1] El resto de las citas que trae a colación Vaz Ferreira también pertenecen a este libro de James.
[2] Henri Bergson no coincide con Vaz Ferreira: "Se ha dicho que el pragmatismo de James no era más que una forma del escepticismo, que rebajaba la verdad, que la subordinaba a la utilidad material, que desaconsejaba, que desalentaba la búsqueda científica desinteresada. Una tal interpretación jamás vendrá al espíritu de quienes lean atentamente la obra" (El pensamiento y lo moviente, cap. VIII, p. 202). Deberemos, pues, Vaz Ferreira y yo, leer nuevamente el libro de James, y esta vez con mayor atención…

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