Nadie
amó la verdad con más ardiente amor. Nadie la buscó con más pasión. Una inmensa
inquietud le animaba y, de ciencia en ciencia, de la anatomía y la fisiología a
la psicología, de la psicología a la filosofía, marchaba, tenso sobre los
grandes problemas, despreocupado de lo demás, olvidado de sí mismo (El pensamiento y lo moviente, cap. VIII,
p. 202).
Si esto es
verdad, si esto es verdad en el sentido ortodoxo de la palabra y no en el
sentido pragmatista, cabe aquí aplicar enteramente aquel adagio tan popular y
tan triste: Porque te quiero, te aporreo…
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