En aquellos tiempos [fines del siglo XIX], lo único que
alimentaba eran las substancias albuminosas: la carne, los huevos, la leche; la
verdura no alimentaba. Bien: los médicos tenían el perfecto derecho de
equivocarse en ese caso y en miles de otros casos, como se equivocan los
físicos, los químicos y todos los hombres de ciencia; hasta los astrónomos y
los matemáticos. Por consiguiente, lo que nos llama la atención no es el error;
pero sí el estado de espíritu en que se profesaba el error; la falta de base
científica de la creencia, la falta de observación, y, sin embargo, el grado de
convicción que existía con respecto a ella. Y recuerdo este caso, que cito como
típico entre centenares que tengo recogidos: se le pregunta a un médico si el
arroz alimenta; respuesta: “Ponérselo en el estómago es lo mismo que ponérselo
en el bolsillo” (Moral para intelectuales,
pp. 53-4).
Dice Vaz
Ferreira que occidente se tomó en serio al arroz como alimento después de la
guerra ruso-japonesa. Yo no necesito una guerra para convencerme de las
bondades nutritivas del arroz (integral). Y hasta tanto no esté preparado sicológicamente
para ingresar a un crudivorismo exclusivo, el arroz seguirá siendo una parte
esencial de mi dieta, y uno de mis cereales favoritos.
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