Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y
amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a
Dios y a Mammón.
De los tres votos que
exige la Iglesia Católica para ingresar a sus filas como sacerdote, el que más
me simpatiza, sin dudas, es el de la pobreza. El de la castidad, como dije
ayer, me resulta muy difícil de implementar, y el de la obediencia me parece
contrario a las exigencias del librepensamiento, pero el voto de pobreza es
poesía tanto para el laico como para el consagrado. También me resulta muy
difícil de implementar; pero a diferencia del de castidad, me siento indigno,
inmundo y rastrero por no poder llevarlo a la práctica. Y para mi sorpresa, el
propio William James, hombre de no poca fortuna, era partidario de este voto, o
al menos pretendía que el pueblo norteamericano calibrase su mira hacia otros
objetivos no tan emparentados con el lucro:
Entre los pueblos de habla inglesa,
especialmente, vuelve a ser necesario que se entonen con valentía alabanzas de
la pobreza. Hemos crecido literalmente temiendo ser pobres. Menospreciamos a
cualquiera que elige la pobreza para simplificar y preservar su vida interior.
Si una persona no se une a la lucha y al anhelo general por hacer dinero, la
consideramos sin espíritu y sin ambición. Incluso hemos perdido el poder de
imaginar lo que la antigua idealización de la pobreza podía haber significado:
la liberación de las ataduras materiales, el alma insobornable, la indiferencia
viril hacia el mundo; resolver las propias necesidades por lo que se es o se
hace y no por lo que se posee, el derecho a desaprovechar la vida irresponsablemente
en cualquier momento, una disposición más deportiva, en resumen, la forma moral
de lucha. Cuando los que pertenecemos a las llamadas clases superiores quedamos
horrorizados, como ningún hombre en la historia lo ha estado, de la dureza y
fealdad material, cuando aplazamos el matrimonio hasta que la casa pueda estar
bien decorada y temblamos con el solo pensamiento de tener un hijo sin poseer
una cuenta saludable en el banco, es el momento para que los pensadores
protesten contra un estado de opinión tan poco humano e irreligioso. [...] Recomiendo que mediten seriamente sobre este tema, ya que es
seguro que el temor a la pobreza que prevalece en las clases cultas es la
enfermedad moral más grave que padece nuestra civilización (Las variedades de la experiencia religiosa,
tomo II, capXIV, pp 407-8).
Es lástima que los intelectuales norteamericanos hayan
adoptado el nudo central del pensamiento de James —el pragmatismo— y hayan
dejado de lado estas refrescantes reflexiones periféricas.
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