El ídolo
de Vaz Ferreira en este combate contra la religión es el francés Guyau. Sin
embargo, Guyau escribe que “solo es religioso, en el sentido filosófico de la
palabra, el que busca, piensa y ama la verdad” (La irreligión del porvenir, p. 15). Pero entiende que el porvenir
será irreligioso; luego, de aquí se deduce que la gente del mañana no buscará
ni pensará ni amará la verdad, lo cual a mí no me hace ninguna gracia, y creo
que a Guyau tampoco. La confusión se da porque cuando Guyau afirma que el
porvenir será irreligioso, lo dice en la esperanza de que las que desaparecerán
serán las religiones establecidas a nivel corporativo y no la religiosidad como
fenómeno individual:
El día en que hayan desaparecido las
religiones positivas, el espíritu de autoridad cosmológica y metafísica que se
había fijado y adormecido en fórmulas pretendidas inmutables, será más vivaz
que nunca. Habrá menos fe, pero más especulación libre; menos contemplación,
pero más razonamiento, inducciones atrevidas, vuelos activos del pensamiento:
el dogma religioso se habría extinguido, pero lo mejor de la vida religiosa se
habrá propagado, habrá aumentado en intensidad y en extensión (ibíd., p. 15).
Lo que anhela
Guyau no es entonces el fin de la religiosidad, sino el fin de las religiones
“positivas”. Pero lo mejor de la vida religiosa, que es la religiosidad
interior, eso quiere propagarlo. ¿Hay tanta diferencia entonces entre Guyau y
James, puesto que este último, como ya lo hicimos notar, ignora “por entero la
vertiente institucional” y se limita, cuando alude a la experiencia religiosa,
a la “pura y simple religión personal”? No, no la hay. Evidentemente,
Jean-Marie Guyau eligió un mal título para su ensayo[1].
[1] El propio Vaz Ferreira,
que recomienda vivamente la lectura de ambos libros, reconoce que "en la
práctica los dos autores suelen estar mucho más cerca de lo que cree uno de
ellos" (Tres filósofos de la vida,
p. 143).
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