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lunes, 9 de octubre de 2017

Darwinismo social

La práctica de lo que es éticamente mejor —lo que llamamos bondad o virtud— consiste en una línea de conducta que, en todos los aspectos, se opone a lo que conduce al éxito en la lucha cósmica por la existencia.
Thomas Huxley, Evolución y ética

Muchas sociedades animales, al caer enfermo alguno de sus integrantes, lo abandonan a su suerte. No se ocupan de sus necesidades y lo marginan para que no estorbe al resto. A esto algunos llaman evolución, porque descartando a los débiles, la especie, la raza o lo que sea se purifica y fortalece. Es esta la idea central de lo que se ha llamado darwinismo social, a la cabeza del cual se encontraba el pensador inglés Herbert Spencer, quien en 1884 escribía cosas como esta:

El mandamiento: comerás el pan con el sudor de tu frente es sencillamente una enunciación cristiana de una ley universal de la Naturaleza, y a la que debe la vida su progreso. Por esta ley, una criatura incapaz de bastarse a sí misma debe perecer (El hombre contra el Estado, capítulo intitulado “La esclavitud futura”).

Thomas Huxley --apodado el bulldog de Darwin-- decía que esta táctica puede funcionar en el reino puramente animal, pero en el reino humano es contraproducente. Nuestra ética no solo no se rige por este patrón, sino que debe funcionar exactamente al revés: darwinismo social invertido. Y para quienes descrean de la conveniencia de adoptar esta estrategia evolutiva, tenemos el ejemplo de los hermanos James, William y Henry. Henry quedó prematuramente incapacitado por una lesión en la espalda, y debido a esa incapacidad no se alistó como combatiente en la guerra civil norteamericana. William tampoco se alistó, pero su incapacidad era de orden psicológico: padecía recurrentes crisis nerviosas. El uno, semiinválido; el otro, semiloco. En una sociedad en donde imperara el darwinismo social, estos dos hermanos habrían sido descartados o suprimidos. No ocurrió eso, sin embargo. Fueron aceptados entre los suyos con amor y solidaridad, y sus dolencias fueron en parte reparadas. Si Norteamérica los hubiese desechado como enfermos e inservibles, se habría privado ese país de uno de sus mejores novelistas y de su más insigne pensador. Adelantaron Henry y William la evolución de su sociedad de manera notable. Thomas Huxley tenía razón: no conviene desechar a los enfermos y a los tullidos.
Como corolario agrego el dato de que los otros dos hermanos James, Garth Wilkinson y Robertson, que sí se alistaron del lado de la Unión en la guerra civil norteamericana, “volvieron gravemente afectados” de su experiencia bélica, y “el resto de sus días fueron hombres tristes e incapaces” (Jacques Barzun, Un paseo con William James, p. 18), con lo que podemos colegir que si Henry y William no hubiesen padecido estos trastornos y hubiesen combatido, habrían regresado —si es que regresaban— posiblemente en un estado tal que les habría impedido concretar sus potencialidades literarias tal como en efecto lo hicieron. Las moralejas, pues, son dos: por el bien de nuestra cultura debemos ser compasivos con los enfermos y los lisiados, y también debemos evitar que los jóvenes potencialmente valiosos tomen la iniciativa de alistarse en el ejército[1].



[1] Otro de los pensadores que, junto con Thomas Huxley, se percató rápidamente de la inconveniencia de propagar el darwinismo social como norma para el progreso de la especie humana, fue el ruso Kropotkin. Su hipótesis, avalada con innumerables ejemplos tomados de la zoología, es la siguiente:  “Aun reconociendo enteramente que la fuerza, la velocidad, la coloración protectora, la astucia y la resistencia al frío y hambre, mencionadas por Darwin y Wallace, realmente constituyen cualidades que hacen al individuo o a las especies más aptos en algunas circunstancias, nosotros, junto con esto, afirmamos que la sociabilidad es la ventaja más grande en la lucha por la existencia en todas las circunstancias naturales, sean cuales fueran. […] Aquellas comunidades que encierran la mayor cantidad de miembros que simpatizan entre sí, florecerán mejor y dejarán mayor cantidad de descendientes” (El apoyo mutuo, cap. II).

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