El goce de dañar, ¿es diabólico, como dice Schopenhauer? [...] Todo
placer en sí mismo no es ni bueno ni malo; ¿de dónde vendría entonces la
distinción de que para complacerse a sí mismo no tiene uno derecho de disgustar
al otro?
Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano, § 103
Lo tóxico enferma, y es lógico que
algo que es capaz de enfermar el espíritu sea el producto de un espíritu
enfermo. Esa es la teoría de Luisa Landerreche. Según esta socióloga, Nietzsche
habría comenzado a manifestar síntomas de esquizofrenia ni bien comenzada su
adolescencia, y si bien la etapa terminal de su enfermedad comenzó en 1899 con
aquel supuesto abrazo al caballo, la totalidad de su obra filosófica habría
sido concebida dentro del período prodrómico a la manifestación explícita de la
locura, que en el caso de la esquizofrenia es una etapa en la cual el paciente
manifiesta, por decirlo así, una locura diluida.
El discurso de Nietzsche, para
Landerreche, “connota y denota aspectos profundos de su enfermedad” (La evolución del pensamiento esquizofrénico
en Federico Nietzsche, 9º Congreso Virtual
de Psiquiatría. Interpsiquis, Febrero del 2008, disponible en internet). Cuatro
son los síntomas básicos que delatan el comienzo de la esquizofrenia:
La pérdida de la capacidad asociativa por la cual los procesos del
pensamiento devienen desordenados y desconectados.
El embrutecimiento afectivo o la afectividad plana, en la que la
respuesta emocional a los estímulos externos desaparece o es inapropiada.
El autismo progresivo y a partir del cual se desarrolla un pensamiento
peculiar y paulatinamente empobrecido con aislamiento del medio social.
La ambivalencia que implica tener pensamientos o sentimientos
contradictorios y simultáneos.
A estos indicios hay que agregar otros dos más lejanos: las
alucinaciones y las delusiones. Según Landerreche, todos estos síntomas
concurren tanto en la vida como en la obra de Nietzsche desde mucho antes del
colapso esquizofrénico, incluso desde su adolescencia.
La pérdida asociativa, se expresa en la escritura en forma de
aforismos, "desordenados y desconectados" [...]. Analizando la
secuencia de los aforismos, se comprueba lo que Lev Vigotzky estudió en el
pensamiento por complejos de los esquizofrénicos. El embrutecimiento afectivo
también es claro y manifiesto a través de sus biógrafos. El autismo también
está presente en su búsqueda de soledad y está claramente reconocido por todos
los biógrafos y exégetas. La ambivalencia, esto es tener pensamientos o
sentimientos contradictorios y simultáneos está aceptado por los que analizan
su obra[1]. Las
alucinaciones auditivas y visuales fueron descritas por sus biógrafos[2]
y las delusiones, que son creencias fijas en conflicto con la realidad y que el
paciente se obstina en justificar a través de interpretaciones de hechos y
palabras en forma persistente y obsesionada, están a lo largo de su
correspondencia y también en su obra y el caso emblemático es su obsesivo y
absurdo ataque contra Sócrates y Eurípides.
Todas sus ideas directrices están
teñidas de locura, pero por sobre todo la más asertiva:
El período en que escribe Así
hablaba Zarathustra expresa una identificación con un personaje, Zarathustra, con el que Nietzsche se reidentifica, pero expresando un
posible brote psicótico. [...] Esta nueva idea [la del
superhombre] debe localizarse, pues, en el invierno 1882-1883, el invierno en
el cual Nietzsche es presa de graves sufrimientos psíquicos, en quiebra con la
familia, atormentado por el resentimiento contra Lou y Rée y más aún en contra
de sí mismo: un invierno "en los umbrales del suicidio". Es en este
invierno cuando nace el superhombre.
Este coqueteo con la idea del suicidio
y su superación queda explícito en uno de sus fragmentos póstumos:
No quiero la vida de nuevo. ¿Cómo la soporté? Creando. ¿Qué es lo que
me hace soportar esta perspectiva? La visión del superhombre, que afirma la
vida. Yo mismo he intentado afirmarla – ¡Ay de mí! (La hora del gran desprecio:
fragmentos póstumos (Otoño, 1882-Verano, 1883), noviembre de 1882 – febrero de 1883, 4 (81)).
Alguien se preguntará si puede un
esquizofrénico en ciernes, que fantasea con el suicidio y que ataja una y otra
vez sus brotes psicóticos, razonar como razonaba Nietzsche cuando se lo
proponía. Sí, contesta Landerreche; no hay incompatibilidad entre la
esquizofrenia y el pensamiento acendrado. La mayoría de los textos que
Nietzsche nos ofrece
son perfectamente racionales [...]. La lógica occidental se reproduce en
ellos aun en el período avanzado de su enfermedad. Y acá nos marca la necesidad
de reflexionar si la enfermedad mental que identificamos con el nombre genérico
de “locura” necesita estar acompañada de falta de lógica. Habíamos dicho al
principio que la esquizofrenia es la enfermedad de la razón. Sin embargo,
podríamos afirmar que la lógica se mantiene en la esquizofrenia, aunque se
disminuye la capacidad de abstracción y la formación de conceptos. [...] Lo
último que pierde el esquizofrénico es la racionalidad.
Pero el esquizofrénico, en tanto que tal, no
es una persona cruel. La crueldad manifiesta de la filosofía nietzscheana no
debemos, pues, derivarla de su enfermedad:
Si bien la destrucción del yo y el aislamiento es característico de
cualquier esquizofrénico, y el suicidio y la violencia sobre otro se presentan
en muchos, no lo es la apología de la guerra como forma social, del suicidio ni
la destrucción del otro más débil, menos dotado, enfermo, o diferente. La
filosofía social de Nietzsche tiene dos anclajes: su esquizofrenia, por un
lado, y su historia personal, por el otro. Esta nos revela su crianza en una
cultura altamente represiva y autoritaria.
El gran problema fue que la crueldad hacia el
diferente ya estaba instalada dentro del ambiente cultural que Nietzsche mamó.
Después mamó también esto Hitler, que sufría, igual que Nietzsche, de
esquizofrenia y paranoia:
Los esquizofrénicos, al tener destruido su yo, exhiben plenamente ese yo
profundo, y expresan por lo tanto el instinto de conservación de la especie.
Carl Jung y Spielrein estudiaron a Nietzsche y sabían de su enfermedad. Jung
proclamó en los inicios del régimen nazi la superioridad aria, y siguiendo esta
línea de pensamiento, él y el régimen nazi habrán entendido que los textos de
Nietzsche eran la expresión del instinto de conservación de la especie aria y a
la vez la expresión de su superioridad. Si continuamos con esta reflexión,
podríamos aseverar que hay una fuerte relación entre la esquizofrenia y la
paranoia de Hitler, y a la vez la réplica de las patologías psíquicas en la
cultura, la filosofía, la ideología y el comportamiento [...] de una sociedad.
No eran solo Nietzsche y Hitler los
esquizofrénicos: gran parte de la población alemana, por no decir la mayoría,
padecían de esquizofrenia colectiva. De no haber sido así, la filosofía
nietzscheana que Hitler llevó la práctica no habría prendido, la semilla no
habría germinado. Pero germinó, porque el suelo era propicio.
La racionalidad extrema del régimen que Hitler construyó, ese desarrollo
técnico para los asesinatos masivos, esa planificación de la muerte en forma
técnicamente pautada, racional, nos encubre una forma de locura. La expresión
en términos políticos de un discurso esquizofrénico que replica la misma
cultura sobre la que se aplica la construcción política, muestra que hay
relación entre esa política y esa esquizofrenia y la cultura.
Un pueblo esquizofrénico y sádico engendró,
primero, a un pensador con estas mismas características, y al poco tiempo a un
político que llevó a la práctica las morbosas teorías que el pensador había
proyectado. Muchas personas tienen algo de sadismo y otras muchas algo de
esquizofrenia, pero cuidémonos de que no se produzca el maldito cóctel otra
vez, estemos en guardia para evitar que un pueblo sádico se torne
esquizofrénico, o que un pueblo esquizofrénico se torne sádico. Será esa la
mejor forma de impedir que nazca otro Nietzsche entre nosotros y después otro
Hitler que le cumpla sus profecías.
[2] “… A este período –comienzos
de 1869– remonta [...] la anotación de una alucinación, la única que conocemos
en forma inequívoca y directa. En uno de sus cuadernos, Nietzsche escribe: «Lo
que temo, no es la espantosa figura detrás de mi silla, sino su voz: y aun, no
las palabras, sino el tono horriblemente desarticulado e inhumano de esa
figura. ¡Si por lo menos hablara, como hablan los hombres!»” (Mazzino Montinari, Nietzsche, “La figura detrás de la
silla”).
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Me parece una premisa hipócrita e intelectualmente lisada, desde la perspectiva que desarrolla Luisa Landerreche.
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