Friedrich Nietzsche, el adalid de la
violencia, ha sido capaz de escribir, en 1880, este párrafo no tan citado:
Ningún
gobierno reconoce hoy que mantiene su ejército para satisfacer sus ansias de
conquista, cuando se presente la ocasión. Por el contrario, el ejército debe
estar al servicio de la defensa nacional, y para justificarlo, se apela a una
moral que permite la legítima defensa. Del mismo modo, cada Estado se apropia
la moral y juzga inmoral al Estado vecino, dando por supuesto que este está
dispuesto al ataque y a la conquista, lo que justifica que el primero haya de
procurarse medios de defensa. Además se acusa al otro Estado —que al igual que
el nuestro niega la intención de atacar y señala que sólo mantiene su ejército
por razones de defensa— de ser un criminal hipócrita y taimado, pues querría
lanzarse, sin lucha alguna, sobre una víctima inofensiva y sin entrenar. En
estas condiciones se encuentran hoy todos los Estados entre sí; atribuyen al
vecino malas intenciones y se reservan las buenas para sí. Pero esto es algo
inhumano e incluso en un sentido tan nefasto y peor aún que la guerra;
constituye ya una provocación y un motivo de guerra, pues, al considerar
inmoral al vecino, se justifican y fomentan sentimientos bélicos. Hemos de
rechazar la doctrina del ejército como medio de defensa de un modo tan
categórico como la doctrina de las ansias de conquista. Y llegará un día
solemne en que un pueblo distinguido en la guerra y en la victoria por el más
alto desarrollo de la disciplina y de la estrategia militar, habituado a los
mayores sacrificios en este terreno, exclamará libremente: «¡Nosotros rompemos
la espada!» y destruirá entonces toda su organización militar hasta en sus
cimientos. Hacerse inofensivo, siendo temible, a impulsos de sentimientos
elevados, constituye el medio de llegar a la verdadera paz, la cual debe
basarse siempre en una disposición de ánimo apacible, mientras que lo que
llamamos paz armada, tal como se practica hoy en todos los países, responde a
un sentimiento de discordia, a una falta de confianza mutua e impide deponer
las anuas por odio o por miedo. ¡Antes morir que odiar y temer, y antes morir
dos veces que hacerse odiado y temido!, deberá ser un día la máxima principal
de toda sociedad establecida. Sabemos que a los representantes liberales del
pueblo les falta tiempo para reflexionar sobre la naturaleza del hombre; de lo
contrario, sabrían que actúan inútilmente al predicar «una disminución gradual
de los gastos militares». Al contrario, solo cuando esa especie de miseria
llegue a su punto máximo, estará cerca el remedio capaz de conseguir lo que he
dicho. El árbol de la gloria militar no podrá ser destruido más que de una vez
por un solo rayo, y el rayo, como sabemos, viene de las alturas (El viajero y su sombra, § 279).
Muchos
se sorprenderán, y yo con ellos, de que Nietzsche rechace aquí “la doctrina de
las ansias de conquista” y de que considere a la guerra como algo inhumano y
nefasto. Busca el desarme internacional, el anhelo del pacifismo en su más pura
expresión. ¿Debemos suponer entonces que era Nietzsche un pacifista? No lo sé.
Lo único que sé es que Nietzsche, en ciertas ocasiones, se contradecía[1].
[1] Para quien abrigue alguna duda respecto del
carácter sádico—belicista de la filosofía de Nietzsche, ahí están todas las
citas que transcribí en el 2009, en las varias entradas que relacionan la
filosofía de Nietzsche con el nazismo. Y si estas se consideran escasas, agrego
ahora otras tantas, tomadas de dos de sus más emblemáticos libros. Léanse, de La ciencia jovial, los parágrafos 13,
26, 32, 338 y 377, y de Humano, demasiado
humano, los parágrafos 103, 241, 246 y 476. Se podría suponer que Nietzsche
tuvo una etapa pacifista y que luego se volvió belicista, o a la inversa, pero
esta hipótesis queda bastante deteriorada cuando consultamos las fechas en que
fueron escritos todos estos parágrafos. Las acotaciones belicosas de La ciencia jovial datan de 1882, las pacifistas de El viajero y su sombra datan de 1880 y las belicistas de Humano, demasiado humano datan de 1878.
O sea que Nietzsche pasaba del belicismo al pacifismo intermitentemente, en
períodos bienales. No es imposible que una persona incurra en estos vaivenes
ideológicos, pero si esa persona es un intelectual reconocido la cosa se torna
curiosa. El mote de intelectual ya parece no encajar, y el reconocimiento
parece inmerecido.
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