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martes, 24 de julio de 2018

Pessoa, el insociable


¡Váyanse al diablo sin mí,
o déjenme irme solitario al diablo!
¿Por qué tenemos que ir juntos?
¡No me tomen del brazo!
No me gusta que me tomen del brazo. Quiero estar solo.
¡Ya dije que estoy solo!
¡Ah, qué aburrido que quieran que sirva de compañía!
Álvaro de Campos, “Lisbon revisited”

 Pessoa escapaba de todo lo que tuviera olor a frivolidad y socialización.

No hago visitas, ni ando en sociedad alguna —ni de salones, ni de cafés. Hacerlo sería sacrificar mi unidad interior, entregarme a conversaciones inútiles, robar tiempo si no a mis razonamientos y a mis proyectos, por lo menos a mis sueños, que siempre son más bellos que la conversación ajena.

Consideraba casi toda vinculación con el prójimo como una nadería.

Me debo a la humanidad futura. En cuanto a desperdiciarme desperdicio del divino patrimonio posible de los hombres de mañana; les disminuyo la posibilidad que les puedo dar y me disminuyo a mí mismo, no solo a mis ojos reales, sino a los ojos posibles de Dios. Esto puede no ser así, pero siento que es mi deber creerlo (EEAA, p. 76).

Bernardo Soares llega incluso a suponer que el ideal del hombre sano es el ermitañismo perpetuo: “El hecho divino de existir no debe verse reducido al hecho satánico de coexistir” (LDD, § 209). Su misión en la tierra le aconsejaba evitar los roces, porque este contacto, a lo mucho, era satánico, y a lo poco le hacía perder el tiempo. Pero ¿no fue acaso su soledad, su aislamiento, lo que lo llevó al alcoholismo y a la muerte prematura? Si no hubiese vivido tan solo y desconectado de su entorno seguramente sus excesos habríanse mitigado y su vida alargado. Más tiempo de vida es más tiempo para seguir creando. Transigiendo de vez en cuando con la frivolidad social, ese sentimiento de soledad —que es espantoso, lo sé porque yo también lo experimento— habría desaparecido, y con él el desbande alcohólico, y tal vez Pessoa habría vivido así, digamos, hasta los ochenta. Treinta y tres años más para desarrollar su arte a cambio de algunas horas semanales de frivolidad y estupidez social, ¿no es negocio?
El ideal eremítico está muy bien para quien ya tiene vocación y temperamento de eremita. Pessoa no los tenía, porque un ermitaño satisfecho de su condición no se autodestruye bebiendo aguardiente todas las noches. Su deceso fue el precio a pagar por el error de tomar la parte por el todo. La parte era su labor de creador; el todo, su escritura, su misión, pero también la vida, los amigos, la familia, la frivolidad y, sobre todo, el amor[1].


[1] Pessoa se defiende argumentando que su alcoholismo no tenía un propósito autodestructivo sino utilitario: era una herramienta para invocar a las musas: “En el genio, los estímulos sociales pocas veces tienen un efecto; mucho mayores son los estímulos ocasionales, que pueden provenir de un amor no correspondido o, incluso, del simple hecho de estar borracho” (EGL, p. 41). “La borrachera —dice— a veces da una asombrosa lucidez” (AP 4314), y Bernardo Soares lo confirma: “Todos mis gestos más seguros, mis ideas más claras y mis propósitos más lógicos, no han sido, al final, más que borrachera nata”. “Si un hombre escribe bien solo cuando está borracho, le diré: emborráchate. Y si me dice que su hígado sufre con eso, le respondo: ¿qué es tu hígado? Es una cosa muerta que vive mientras tú vives, y los poemas que escribes viven sin plazo” (LDD, § 188 y 466). Como dice Cavalcanti Filho, “la poesía y el alcohol, en él, anduvieron siempre juntos” (CF, p. 693).

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