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sábado, 28 de julio de 2018

Pessoa médium


Fernando Pessoa —y ahí radica el sentido de lo perenne de su obra— no cultivaba por casualidad una filosofía religiosa de esencia ocultista; la cultivaba porque había nacido predestinado para eso: había nacido iniciado.
João Gaspar Simões, Vida y obra de Fernando Pessoa [p. 500]

Era Pessoa un individuo esotérico. Se definía como “cristiano gnóstico”. En un artículo escrito alrededor de 1917 relató la Tradición en la que se inscribía y la situó en la historia de las religiones occidentales:

A la par del cristianismo oficial y de sus numerosos misticismos y ascetismos, notamos una corriente que emerge episódicamente y que data de la Gnosis (es decir, de la reunión de la Cábala judía con el neoplatonismo), corriente que tan pronto se manifiesta a través de los caballeros de la Orden de Malta, y después de los templarios[1], como desaparece de la vista, reaparece con los rosacruces para acabar emergiendo plenamente en el seno de la masonería (AP 3932).

Era astrólogo, teósofo, se interesaba por la alquimia y hasta era capaz, o al menos así lo creía él, de comunicarse con los muertos. Y no con cualquier muerto, sino con muertos de valía, algunos también, como él, inclinados al esoterismo. Es el caso de Henry More, metafísico inglés perteneciente a la escuela de los platónicos de Cambridge y a quien mencioné hace poco cuando enumeré a los pensadores que simpatizaban con la teoría pampsiquista. Pues bien, parece que More se le aparecía con bastante frecuencia al Pessoa espiritista (1916 a 1918), no encarnado, sino como una voz o intelecto que le dictaba frases y consejos. Pessoa, una vez constatada la presencia del difunto, tomaba su lápiz y escribía lo que dentro de su cabeza oía, y esto es lo que en el ambiente mediúmnico se llama escritura automática. El que escribe es un simple medio, las frases vienen del otro mundo. Hay que creer o reventar. Pessoa eligió creer; yo estoy un poco entre medio de la creencia y el reviente[2].
Alejandro Dolina dudaba bastante de la posibilidad de que los muertos pudiesen comunicarse con los vivos y su argumento era contundente. Habiendo leído o escuchado los mensajes que, según los médiums, dictaban las personas fallecidas, y teniendo la convicción de que las conciencias, si sobreviven al deceso del cuerpo, tienen por fuerza que aumentar su grado de sabiduría o, como mínimo, no disminuirlo respecto de cuando se paseaban por la tierra, concluía que estas comunicaciones eran falsas, porque las pavadas, las frivolidades y todo lo que no le interesa escuchar a un hombre ávido de verdades metafísicas era lo que justamente decían los supuestos espíritus encarnados. El argumento de Dolina tiene sus fisuras (tal vez los espíritus conozcan verdades metafísicas que nosotros ignoramos y no desean comunicárnoslas, o nos las comunican en un lenguaje codificado), pero si lo aplicamos a las revelaciones que recibía Pessoa de los muertos y particularmente de More, cuadra perfectamente[3]. Una tal Margaret Mansel, por ejemplo, en lugar de revelarle la realidad o irrealidad del libre albedrío humano, o aunque más no sea de la existencia de San Pedro, se empecina en insultar a Pessoa y se mofa de su falta de hombría y de su supuesta inclinación hacia el vicio solitario:

¡Masturbador! ¡Masoquista! ¡Hombre sin virilidad! [...] ¡Hombre sin pene de hombre! ¡Hombre con clítoris en vez de pene! Hombre con moralidad de mujer en relación al casamiento. Gusano. ¡Cuadrúpedo! Gusano brillante.

Y como si hiciera falta, viene en ayuda de Margaret José Ferreira Marnoco e Souza, jurisconsulto, profesor de derecho comercial y alcalde de Coimbra, fallecido en marzo de 1916, el mismo mes en que Pessoa comienza su escritura automática:

¡Tú me enojas! ¡Me enloqueces! En breve verás mi odio. Eres un hombre que se casa consigo mismo. Hombre que se masturba mucho. ¡Jura que me haces un hijo!

Henry More, notable pensador, uno de los más grandes de Inglaterra, de quien se podría esperar algo más nutritivo que los antecitados improperios, va sin embargo por el mismo sendero, aunque su tono es mucho más amigable:

Un hombre que se masturba no es un hombre fuerte, y ningún hombre es hombre si no es un amante. Muchos hombres hacen muchos apareamientos. Es una criatura moral muchas y muchas veces. Es un hombre que se masturba y que sueña con las mujeres a la manera de los masturbadores [...] Decídete a cumplir con tu deber de acuerdo con la Naturaleza, no de una manera tan insana como ahora. Decídete a ir a la cama con la muchacha que va a entrar en tu vida. Decídete a hacerla feliz de un modo sexual [...]. Adios, mi muchacho.

Le profetizaba que conocería en breve a

una muchacha muy sensual, aunque no de temperamento disoluto. La Señora Medeiros es tu mujer. [...] Olga Maria Tavares de Medeiros. Nacida en Sao Miguel el 10 de octubre de 1898 [...]. Nómada de alma y destinada a ser tu amante. No te cases con ella. Hazla feliz sensualmente[4].

Su aversión hacia las mujeres, según More, terminaría por perjudicar su obra artística:

No debes continuar manteniendo la castidad. Eres tan misógino que te encontrarás moralmente impotente, y de esa forma no producirás ninguna obra completa en la literatura. Debes abandonar tu vida monástica y ya. No eres hombre para hacer gran cosa en el mundo si te mantuvieras casto. Ningún temperamento como el tuyo consigue mantener la castidad y la sanidad emocional. Mantener la castidad es para hombres más fuertes y hombres que deben mantenerla debido a defectos físicos. Esto no se aplica a ti.

More estaba obsesionado con que Pessoa dejase descendencia. No solo le achaca su calidad de pajero, sino que intenta alejarlo de la homosexualidad:

Nunca experimentes sexo en hombre. Un hombre es apenas un hombre.

Lo consideraba

un hombre ya monádicamente casado. Casado con Margaret Mansel —no con Margaret Mansel en estado somático, sino con ella en el super-estado monádico (Fernando Pessoa, EEAA, pp. 127, 139, 142, 160 y 163).

¿Qué conclusión podemos extraer de tan excéntricos testimonios?[5]  En principio, que Pessoa no era como Bernardo Soares. Ya he citado a Soares afirmando que no había en él sensualidad, ni carnal ni mental. Pessoa, en cambio, vivía el sexo de muy diferente manera, y si no se acostaba con mujeres —o con hombres— no era porque le faltaran ganas, sino en todo caso confianza. Y finalmente, el dato que a mí más me interesa: su manía masturbatoria. Nunca lo dijo en su diario, ni tampoco ninguno de sus heterónimos habló de prácticas de ese tipo[6], pero su subconsciente, me parece, lo delató a través de estas escrituras automáticas que seguramente no pensaba publicar. Declarar hoy en día que uno es un masturbador inveterado no es gran cosa, porque la gente ya se desacartonó y quedan pocos que puedan escandalizarse con una confesión así; pero a principios del siglo XX admitir esto era exponerse a la burla o a la indignación generalizada, si no es que al encierro, y Pessoa no era un santo que, como Francisco, buscara exprofeso el ridículo para mejor humillarse ante Dios. Le habría dolido que se corriera la voz. La voz se corrió, pero como se corrió después de su muerte no se sintió ridículo delante de su familia o de sus amigos lisboetas. Solo se sintió ridículo ante tres o cuatro muertos, y como los muertos tienen la virtud de la discreción…[7]
Me alegró mucho el hecho de saber o sospechar que Pessoa se masturbaba con bastante frecuencia. Rousseau se masturbaba y fue un escritor genial. Pessoa se masturbaba y fue un escritor genial. Yo también me masturbo, y creo que me masturbo el doble de lo que se masturbaban Pessoa y Rousseau juntos. Si hay una relación de causa-efecto entre la práctica masturbatoria y la belleza o la profundidad literarias, estoy salvado[8].


[1] Los templarios eran su debilidad, en especial el último Gran Maestre de la Orden del Temple: "El suplicio físico de Jacques de Molay —escribe— desencadenó sobre la Iglesia fuerzas mágicas [...]. Toda la civilización moderna, desde la Reforma hasta nuestros días, en su oposición a la Iglesia y en su empeño por mancillarla, es la venganza de Jacques de Molay. La hoguera en la que fue quemado el gran maestre de los templarios fue el fuego que avivó el incendio en el que ardemos actualmente" (AP 486).
[2] Véase mi libro quinto, ritma 21, "Crookes", en donde fijo posición en este sentido.
[3] Es significativo el hecho de que en buena parte de estos textos psicografiados aparezcan tachaduras. Si el texto lo dicta un muerto y no Pessoa, ¿por qué tachar? ¿El muerto se arrepiente de lo que dice y le pide a Pessoa que lo tache? La única explicación verosímil, si continuamos creyendo en los poderes mediúmnicos de Pessoa, sería la de que este consideró demasiado escandalosas algunas de las revelaciones y las tachó por temor a la humillación.
[4] El dato curioso es que esta mujer existió realmente, solo que nació cuatro antes de lo que decía el espíritu de More, el 25 de septiembre de 1894, en esa misma Sao Miguel. Y no se cruzó nunca en el camino de Pessoa (cf. CF, p. 152, nota 106).
[5] Cavalcanti Filho no puede creer que tales oraciones hayan sido dictadas por los muertos: "Los textos de los espíritus, que por su mano escribían, de ningún modo sugieren preocupaciones propias de verdaderos espíritus. Es irrazonable imaginar que viniesen del asiento etéreo al cual habían subido para decir frases como esas" (José Paulo Cavalcanti Filho, O Perfeito não se Manifesta”, artículo disponible en internet).
[6] Bernardo Soares se muestra inflexible: “El onanista es abyecto” (LDD, § 130).
[7] Otro que sospechaba en Pessoa cierta frecuencia masturbatoria fue su biógrafo francés: “En toda su obra no se encuentra la menor mención a un deseo compartido, a una auténtica unión de los cuerpos. El amor físico solo puede ser vivido como fantasma, y el único camino posible al acto es la masturbación” (RB, p. 128).
[8] Respecto de los poderes mediúmnicos de Pessoa, después de 1916 comenzaron a declinar rápidamente hasta desaparecer por completo. Por algún motivo había llegado a la conclusión de que la mediumnidad disminuye las capacidades intelectuales, idea que lo incitó a olvidar estas prácticas (cf. CF, p. 568).

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