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viernes, 28 de septiembre de 2018

El amante visual


Platón pretendía que el filósofo fuese un amante de almas y no de cuerpos; Bernardo Soares va más allá: ni almas ni cuerpos, simplemente imágenes:

Tengo del amor profundo y de su uso provechoso un concepto superficial y decorativo. Estoy sujeto a pasiones visuales. [...]
No me acuerdo de haber amado sino el «cuadro» de alguien, lo puro exterior —en que el alma no entra más que para hacer ese exterior animado y vivo y, así, diferente de los cuadros que hacen los pintores—.
Amo así: fijo, por bella, atrayente o, de otro modo cualquiera, amable, una figura de mujer o de hombre —donde no hay deseo no hay preferencia de sexo— y esa figura me obceca, me cautiva, se apodera de mí. Sin embargo, no quiero más que verla [...].
Amo con la mirada, y no con la fantasía. Porque nada fantaseo de esa figura que me cautiva. No me imagino unido a ella de otra manera [...]. No me interesa saber qué es, qué hace, qué piensa la criatura que me da, para que lo vea, su aspecto exterior.
La inmensa serie de personas y de cosas que forma el mundo es para mí una galería interminable de cuadros, cuyo interior no me interesa. No me interesa porque el alma es monótona y siempre la misma en todo el mundo; diferentes apenas sus manifestaciones personales, y lo mejor de ella es lo que transborda hacia el sueño, hacia las maneras, hacia los gestos, y así entra en el cuadro que me cautiva [...].
Así vivo, en visión pura, el exterior animado de las cosas y de los seres, indiferente, como un dios de otro mundo, al contenido: espíritu de ellos. Profundizo el ser propio en su extensión, y cuando anhelo la profundidad, es en mí y en mi concepto de las cosas donde la busco (LDD, § 245, “El amante visual”).

Don Quijote amaba en Dulcinea no lo que Dulcinea era, sino lo que él soñaba que era. Por eso no necesitaba verla y sentirla para amarla, antes al contrario, hacía (inconscientemente) todo lo posible para no acercársele, porque el real espíritu de Dulcinea, si se le acercaba, le opacaría ese espíritu ideal que él le imaginaba. Tal vez esta manera de amar de los Quijotes y los Soares sea todavía más sublime que el amor platónico.

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