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sábado, 29 de septiembre de 2018

Pessoa y el estilo periodístico


Sé un periodista o sé un artista. Busca el éxito inmediato o la vida eterna.
Fernando Pessoa, Aforismos y afines

A pesar de admirar la literatura de Bernard Shaw y de Gilbert Chesterton[1], Pessoa encontraba en estos autores algo fatal para el aspirante a genio: el oportunismo del aquí y el ahora. En ambos, dice, el estilo de escritura es el mismo:

Consiste en anotar lo que uno piensa sin pensarlo. Esto mismo es el periodismo —en el periodismo porque no hay tiempo; aquí porque hay periodismo—. El deseo fatal de impresionar al público esta tarde, como si no hubiera humanidad, está en la base de esta falta de excelencia (EBI, § 44).

Es un desperdicio de creatividad el tener talento de escritor y escribir como periodista, porque “hay una escisión casi completa, si no completa, entre el periodismo y la superioridad intelectual” (AP 3616). Cuando estos autores no escriben para impresionar a los vecinos, cobran altura. Son escritores a los que el periodismo tienta con su frescosidad. Desbrozados sus artículos de este defecto pueden leerse con fruición, y hasta con asombro y admiración, por quienes no compartimos con ellos ni su época ni su lugar y por tanto ninguno de sus provincianos intereses.

3:34 a.m.
“Entre esos tipos y yo hay algo personal”, dice Pessoa refiriéndose a los periodistas. Tienen una misión muy importante, tan importante, en el siglo XX, como la que tiene la religión. “La religión y el periodismo son las únicas fuerzas verdaderas”. Pero esas fuerzas verdaderas, en el caso específico del periodismo, están mal direccionadas:

Cuando se dice que el periodismo es un sacerdocio, se dice bien, pero el sentido no es el que se atribuye a la frase. El periodismo es un sacerdocio porque tiene la influencia religiosa de un sacerdote; no es un sacerdocio en el sentido moral, pues no existe, ni puede haber moral en el periodismo, que sirve al momento que pasa, en el cual no cabe, ni puede caber, moralidad (“Argumento del periodista”, AP 4075).

Existen, por lo general, en toda sociedad personas cultas y personas medio cultas. Las personas cultas son las que leen libros de alto vuelo; las medio cultas son las que leen principalmente periódicos. Sin embargo, cuando los periódicos que predominan en una sociedad son de muy baja estofa, las personas que los leen ya dejan de ser medio cultas y pasan a engrosar las filas de los ignorantes. Es el caso, según Pessoa, de su país en aquel tiempo:

Hay notables temperamentos críticos [en Portugal], pero nunca escriben en periódicos y a veces sería más justo decir que no escriben en absoluto. Hay mucha gente culta en Portugal, pero no hay medio cultos. La cultura en Portugal es de individuos, no de grupos, y esos individuos viven casi separados, a veces incluso separados de sí mismos (Carta a Rogelio Buendìa del 15/9/1923, AP 3616).


¿Serán estos los desahogos de un resentido que siempre quiso publicar artículos en los periódicos lisboetas y que las veces en que pudo hacerlo por lo general no salió bien parado? Es probable. Schopenhauer habló pestes del profesorado universitario, pero antes de hablar había intentado ser profesor. Pessoa siempre quiso ser la voz de su tiempo y de su país, al menos en lo relacionado a la cultura poética, y para lograr esto le era necesario escribir en periódicos y revistas. Lo logró a medias, y sus colaboraciones para la prensa le dejaron un sabor agridulce. Con todo, sus palabras, eso de que la cultura en Portugal es de individuos y no de grupos, siguen siendo correctas trasladadas a otras geografías y a la época presente.


[1] Muy pronto se olvida de esta admiración: “Dejé de interesarme por personas que son apenas inteligentes —Wells, Chesterton, Shaw” (AP 2809).

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