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domingo, 30 de septiembre de 2018

No mates ni destroces nada


Afirmaba Pessoa pertenecer a la Orden Templaria de Portugal, que parece que ya se había disuelto en los tiempos en que él vivió, pero eso poco le interesaba[1]. Enumeró incluso algunos mandamientos que la Orden les solicitaba sus discípulos, entre los que destaco el siguiente: “No mates ni destroces nada, porque como no sabes lo que es la vida, excepto que es un misterio, no sabes lo que haces matando o destrozando, ni qué fuerzas desencadenas sobre ti mismo si matas o destrozas” (AP 189). Yo trato de no matar ni destrozar ni siquiera a los insectos no porque tema que alguna fuerza terrible se desencadene sobre mí como consecuencia de estas matanzas, sino porque siento, previamente a cualquier razonamiento sobre conveniencias, que matar insectos inofensivos es una iniquidad; porque me repugna la acción de asesinarlos. Claro que mi posición en este sentido es ambigua, ahora que vivo rodeado de naturaleza y que muchas veces debo elegir entre matar a las hormigas o permitir que se devoren mis plantas. Y a veces las mato, no voy a negarlo.
Existe la ética perfecta, pero es infinita; para practicarla al pie de la letra deberíamos ser también nosotros infinitos.

11:56 a.m.
Tres modos de sentir la vida y la grandeza que la vida contiene, tres temperamentos sublimados y una característica que los une:

El héroe, el santo y el genio tienen una cosa en común, aparte de muchos otros aspectos que comparten: que no son importantes para sí mismos, porque cada uno, en cuanto héroe, santo o genio, se encuentra por encima de sí mismo en cuanto hombre. Cuanto más grande es el héroe, mayor es el desdén por la vida o el placer de lo que siente que no es sino el ser casual que le fue impuesto al nacer. Cuanto más noble es el santo, mayor es el desprecio por la sustancia sombría de ese doloroso ser carnal que recibe desde el nacimiento. Cuanto más alto el genio, mayor la indiferencia hacia los accidentes de expresión, el aplauso, etcétera, esto es, hacia todo lo que, siendo visible, no es sino una enfermedad o una debilidad del alma (Fernando Pessoa, EGL, pp. 69-70).


[1] Se consideraba un “iniciado, por comunicación directa de Maestro a Discípulo, en los tres grados menores de la (aparentemente extinta) Orden Templaria de Portugal” (“Nota biográfica”, 30 de marzo de 1935, incluida en EEAA, p. 113). Sin embargo en otro artículo, muy cercano en tiempo al anterior, parece contradecirse: “No soy masón, ni pertenezco a ninguna otra Orden semejante o diferente” (“La masonería”, publicado originalmente el 4 de febrero de 1935 en el Diario de Lisboa, citado en Escritos sobre ocultismo y masonería, p. 26). Lo mismo en una carta a Casais Monteiro del 13/1/35: “No pertenezco a ninguna Orden Iniciática” (AP 3007).


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