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miércoles, 17 de octubre de 2018

El hombre de genio no es de su tiempo


Decía Pessoa, parafraseando a Goethe, que el hombre de genio solo es de su tiempo por sus defectos, esto es, por las limitaciones de su genio. O lo que es lo mismo: el hombre de genio solo es de su tiempo en la medida en que no es un hombre de genio.
Supongamos, como a veces supongo, que yo soy un genio. ¿Por qué asunto seré admirado inmediatamente después de publicado este diario? Primeramente, por mis narraciones disolutas, por mis desbordes alcohólicos y sexuales. Es decir, por lo más alejado a la genialidad que tiene mi literatura. Luego las generaciones venideras terminarán admirando mi teoría ética. Se cumplirá así en mí la regla de Goethe-Pessoa.

9:28 a.m.
Pessoa –ya lo he dicho-- se sospechaba genial. “Se me puede imputar la creencia de que soy un genio. ¡Me resigno a ello sin objeciones!” (EGL, p. 48). Y Bernardo Soares lo confirma:

Proyectos, los he tenido todos. La Ilíada que compuse tuvo una lógica de estructura, una concatenación orgánica de epodos que Homero no podía conseguir. La perfección estudiada de mis versos por completar en palabras deja pobre la precisión de Virgilio y floja la fuerza de Milton. Las sátiras alegóricas que hice sobrepasaron todas a Swift en la precisión simbólica de los particulares exactamente ligados. ¡Cuántos Verlaines he sido! (LDD, § 329).

 Mi propia genialidad está más en duda que la de Pessoa[1], pero tal vez sea lo que explica mis proverbiales impericias para casi todo lo que no sea escribir:

El hombre de genio, en la medida en que es competente dentro de su oficio, es incompetente en otros. Y lo es en un grado superior a otros hombres, porque es esclavo de su oficio hasta un punto al que ningún trabajador llega. Asombra más y causa mayor pesar descubrir a un poeta capaz de dibujar, que encontrar un carpintero que sepa cuidar flores. En este último caso, la especialización solo abarca las facultades que cualquier obligación profesional exige; en el primero, abarca cualidades de sentimiento, de emoción, de meditación, que no solo no intervienen en otras actividades profesionales, sino que no deben participar, a fin de que no peligre la ejecución perfecta. [...] El hombre de genio, en la medida en que nace competente para su oficio creador, es inepto para un gran número de cosas de la vida social (EGL, pp. 52-3).

¿Y pretenden que además deje los vidrios de la casa inmaculados y conduzca como un as del volante? El hombre de genio apuesta todo a su obra y no se ocupa que nada que no se relacione, directa o indirectamente, con ella. Cita Pessoa el ejemplo de Oscar Wilde, quien era un literato a medias, pues “se dedicaba a la cultura de la conversación y de todas las complejas futilidades que la mera convivencia implica” (p. 53). Tenía pasta de genio, pero no llegó a serlo por haber permanecido largo tiempo imbuido en esas fruslerías de salón. Pero es que en realidad la materia prima de la genialidad no estaba presente en alto grado en este artista; de ser así habría sentido repulsión y no atracción por ese mundillo de tertulias y banquetes. El propio Wilde lo dijo: Puse todo mi genio en mi vida, y solo mi talento en mis obras”. Fue una lástima que así haya sido. Una lástima para la posteridad, una alegría para quienes lo trataron.
La marca del genio —al menos del genio filosófico o artístico— es la incomodidad ante lo social excesivo. Si después socializa, por obligación o por lo que fuere, es otro tema, el hecho esencial es que sienta desagrado ante esta socialización. Hay excepciones a esta regla: Sócrates es la más concluyente.

12:39 P.M.
Un joven Pessoa escribe, entusiasmado, esta declaración el día 21 de noviembre de 1914:

Hoy, al tomar la decisión de ser Yo, de vivir a la altura de mi tarea y por consecuencia despreciar la idea de atraer la atención y mi sociabilidad plebeya, he entrado en plena posesión de mi Genio y tengo la divina conciencia de mi Misión (AP 2003).

Tenía a la sazón veintiséis años.
¿Cuándo tomé conciencia de mi misión divina y comencé a sospechar una posible genialidad en mi escritura o en mis pensamientos? En 1995 (véanse las entradas del 25/7/95 y 17/10/95). Tenía a la sazón veintiséis años.
Creo que Pessoa, previo paso por algún otro cuerpo, reencarnó en mí.


[1] También Pessoa, en ciertos momentos de duro pesimismo, descreía de su genialidad: “¿Genio? En este momento / cien mil cerebros se consideran en sueños genios como yo, / y la historia no marcará, ¿quién sabe?, ni a uno de ellos, / ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras. / No, no creo en mí” (Álvaro de Campos, “Tabacaria”, AP 163).

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