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lunes, 22 de julio de 2019

Wittgenstein apolítico


Cuando una vez Postl le comentó que deseaba mejorar el mundo, Wittgenstein le replicó: «Pues mejórese a usted mismo; eso es lo único que puede hacer para mejorar el mundo».
Ray Monk, Ludwig Wittgenstein

La amistad entre Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein comenzó en 1912, con la llegada de este a Cambridge, y se enfrió notablemente en 1921, después de un reencuentro pactado, de una sola noche, en un hotel de Innsbruck. Sobrevivió su amistad a la demasiado sincera introducción al Tractatus de Russell, pero no pudo sobrevivir a sus profundas discrepancias éticas. Sí, dos pensadores que suponían que de la ética convenía no hablar, se distanciaron por hablar de ella[1]. Y es que Wittgenstein fue siempre, toda su vida, un individualista de la ética, mientras que Russell fue un activista. Russell intentaba mejorar el mundo, Wittgenstein intentaba mejorarse a sí mismo[2], y entre dos pensadores que se interesan por la ética (no me queda claro si este era o no el caso), no puede haber dos posiciones más antagónicas[3].

No era solo que Wittgenstein se hubiera vuelto más introspectivo e individualista, sino que Russell lo era mucho menos. La guerra le había convertido en socialista, y le había convencido de la urgente necesidad de cambiar la manera de gobernar el mundo; subordinaba las cuestiones de moralidad personal a la preocupación primordial de hacer del mundo un lugar más seguro (RM, p. 205).

Una anécdota, relatada por Engelmann y citada por Ray Monk, pinta perfectamente esta inconciliable discrepancia:

Cuando en los años veinte Russell quiso fundar o unirse a una Organización Mundial para la Paz y la Libertad o algo similar, Wittgenstein le censuró tan severamente que Russell le dijo: «Bueno, supongo que preferirías fundar una Asociación Mundial para la Guerra y la Esclavitud», a lo cual Wittgenstein asintió apasionadamente: «¡Sí, eso es lo que preferiría!» (RM, p. 205).

Lo que Wittgenstein quería dar a entender con ese sarcasmo era que lo que importa en la ética no es lo exterior sino lo interno, y que mal podría el mundo evitar las guerras y la esclavitud mediante organizaciones mundiales y tratados de paz si no se les inculcaba previamente a los hombres, en sus propios corazones, las virtudes del pacifismo y la tolerancia. Esto era lo que pensaba Wittgenstein sobre la ética, y lo pensaba muy acertadamente me parece a mí, si lo comparo con lo que pensaba Russell. Si después estos pensamientos o estos sentimientos éticos los ponía Wittgenstein por escrito o los hablaba mano a mano en sus clases o con sus amigos, es cosa incompatible con el nudo central de su propuesta filosófica, pero lo que a mí me interesa en este momento es destacar su defensa del espiritualismo contra el avance del ideologismo ético, o de la ética tomada en un sentido político. Wittgenstein, en este asunto, demostró mucha mayor sagacidad que su amigo.


[1] En realidad, se distanciaron, más que por sus discrepancias éticas, por sus discrepancias religiosas. En 1914, influenciado por Wittgenstein, Russell había escrito: “La Metafísica [...] se ha desarrollado desde el principio gracias a la unión y el conflicto entre dos impulsos humanos muy diferentes; uno que llevaba a los hombres hacia el misticismo, otro que los llevaba hacia la ciencia. Algunos hombres alcanzaron la grandeza mediante uno solo de estos impulsos; otros, mediante el otro nada más [...]. Pero los hombres más eminentes que han sido filósofos han sentido la necesidad tanto de la ciencia como del misticismo: el intento de armonizar los dos fue lo que constituyó y siempre deberá constituir su vida” (Misticismo y lógica, p. 25). Con el correr de los años, esta simpatía por el misticismo y por el sentimiento religioso fue desapareciendo del pensamiento de Russell hasta casi extinguirse, y eso era lo que Wittgenstein no le perdonaba.
[2] “Solo renunciando a influir sobre los acontecimientos del mundo, podré independizarme de él —y, en cierto sentido, dominarlo—“ (Diario filosófico: 1914-1916, entrada del 11/6/1916).
[3] Estas mismas diferencias de enfoque tenía yo con mi querido profesor Ricardo Maliandi, aunque nosotros nos guardábamos muy bien de disgustarnos personalmente por esta cuestión.

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