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lunes, 9 de septiembre de 2019

Haz lo que digo pero no lo que hago


Wittgenstein deseaba disuadirme de mi plan de llegar a ser profesor de filosofía. Se preguntaba si no podría cambiarlo por algún oficio manual, tal como trabajar en un rancho o en una granja. Aborrecía la vida académica en general y la vida del filósofo profesional, en particular. Creía que un ser humano normal no podía ser a la vez profesor de universidad y persona seria y honesta.
Norman Malcolm, Recuerdo de Ludwig Wittgenstein

Cada día pienso en retirarme de mi trabajo y dedicarme a alguna otra cosa que pueda llevarme a un contacto más humano con mis semejantes. ¡Pero Dios sabe lo que haré!
 Ludwig Wittgenstein, carta a Gilbert Pattisson, 21/10/1946


No tenía Wittgenstein una buena opinión de los profesores de filosofía[1], o en todo caso, no les recomendaba esta carrera a sus alumnos. Los instaba a trabajar en empleos regulares, pese a que insistían una y otra vez en que lo que les interesaba era la enseñanza. A Francis Skinner, un alumno que se convirtió en su amante, lo obligó a abandonar su prometedora carrera como matemático y lo envió a una fábrica en donde sufría desesperadamente niquelando tornillos y ensamblando manómetros[2], y a Rowland Hutt, otro alumno destacado, le reservó una estadía en una granja en pleno invierno. Todos estos consejos, sin embargo, parecían no tener efecto en su propia persona, porque luego de su etapa de arquitecto de finales de la década del 20 y hasta su renuncia al cargo de catedrático en 1947, se ganó Wittgenstein su salario como profesor en Cambridge[3].

Sus intentos por encontrar una posición en la vida fuera del mundo académico habían sido, […] como mucho, poco convincentes. Aunque a veces hablaba de encontrar un empleo entre gente «normal», […] parece que él mismo no se esforzó mucho en ese sentido. Sus planes de trabajar en Rusia y/o estudiar para médico, aunque seguidos con gran determinación, jamás llegaron a cristalizar en una intención firme e inequívoca (RM, p. 369).

Terminó, a comienzos de 1939, solicitando el puesto que había quedado vacante tras la dimisión del experimentado Moore, y tras conseguirlo, escribió a un amigo estas palabras:

Haber obtenido la cátedra es muy halagador y todo eso, pero muchísimo mejor habría sido conseguir un empleo de abrir y cerrar un paso a nivel. No es que mi nuevo puesto me entusiasme (aunque a veces alimenta mi vanidad y mi estupidez) (citado en RM, p. 380).

“Lo mejor que puedes hacer por la filosofía es alejarte de ella”, les aconsejaba a sus alumnos. Pero él nunca se alejó. O mejor dicho, nunca se alejó de su cátedra, porque a la filosofía, a la verdadera filosofía, siempre la observó desde muy lejos.


[1] “Dicen que la primera vez que entró en la sala de profesores del Trinity, a su vuelta en 1929, hubo de salir inmediatamente a vomitar” (Isidoro Reguera, Ludwig Wittgenstein, p. 39). Otro pensador especula sobre los motivos subyacentes a este descrédito: “Como todos sabemos, a Wittgenstein nunca le cayeron bien los filósofos. Y ello a pesar de que el desprecio en absoluto era recíproco, pues Wittgenstein, si bien solo meramente soportado en las distancias cortas, fue ampliamente elogiado, aclamado y hasta venerado en vida. En buena medida, las raíces de esta aversión habría que buscarlas en la personalidad sui generis del austriaco, demasiado enfadado con el mundo y consigo mismo como para tender lazos perdurables de admiración o tan siquiera mutuo respeto” (Javier Vilanova Arias, “«¿A qué juegan estos?». El enojo de Wittgenstein con la tradición filosófica”, ensayo incluido en el libro Tradición e innovación en Wittgenstein. Actas del Seminario Internacional Complutense (10 y 11 de Abril 2008), p. 110), disponible en internet.
[2] Unos años después, en octubre de 1941, Skinner moriría de polio y su madre culparía a Wittgenstein de su muerte, porque según ella, el trabajo de su hijo en la fábrica de Cambridge contribuyó a que se enfermara.
[3] Excepto durante un tramo de la Segunda Guerra Mundial en que trabajó como ayudante de dispensario en el Guy's Hospital de Londres y más tarde en el Clinical Research Laboratory de la Royal Victoria Infirmary de Newcastle upon Tyne.

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