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martes, 25 de febrero de 2020

Dios, el campo y la soledad


Hoy todo está fuera de sektor,
tal vez no estuvo nunca mejor.
Nadie regula mi decisión,
nadie transforma mi satisfacción.
Los violadores, Fuera del sektor

Leo a Rousseau: “Comprendo que los habitantes de las ciudades, que no ven sino paredes, calles y crímenes, tengan poca fe; mas no puedo comprender cómo pueden carecer de ella los campesinos y, sobre todo, los solitarios” (Confesiones, cap. 12). Yo me venía distanciando sistemáticamente de Dios desde hace un tiempo, pero resultó que me tocó pasar aquí, en mi campo privado, estos últimos cuatro días, prácticamente sin abandonarlo, prácticamente sin cruzarme con nadie, en completa soledad, y mi acercamiento a Dios y mi fe renováronse y cobraron nuevamente altura.

domingo, 23 de febrero de 2020

Una incursión de Albert Einstein en la teoría ética


La postura determinista es pesada, en el sentido de que quien la defiende tiene que defender con ella ideas no muy simpáticas al grueso de la gente. Por eso muchos comienzan enarbolando decididamente esta bandera y luego reculan cuando caen en la cuenta de que no pueden justificar con ella el castigo a los criminales. Hemos visto ayer el caso de Schopenhauer, veamos ahora lo que dijo Alberto Einstein a este respecto:

No creo en absoluto en la libertad del hombre en un sentido filosófico. Actuamos bajo presiones externas y por necesidades internas. (Mi visión del mundo, p. 15).

El determinismo genético se une al congénito y al cultural y se fabrica una telaraña causal que no tiene fisuras. Este punto de vista determina también su postura frente a la religión:

Un Dios que premia y castiga es inconcebible [...] por la simple razón de que las acciones de los hombres están determinadas por la necesidad, externa o interna, de tal modo que a los ojos de Dios no puede ser responsable, al igual que un objeto inanimado no puede ser responsable por el movimiento que lleva a cabo (Mis ideas y opiniones, p. 50).

También es indispensable el determinismo para la ciencia: “El científico está imbuido del sentimiento de la causalidad universal. Para él, el futuro es algo tan inevitable y determinado como el pasado” (ibíd., p. 51). Y cuando se puso de moda la hipótesis del indeterminismo cuántico, Einstein destacó que si tuviese que abandonar su convicción acerca de la estricta causalidad que rige todos los sucesos, "preferiría ser zapatero, incluso ser empleado en un garito, antes que ser físico" (carta de Einstein al matrimonio Born, 29 abril de 1924, citado en Albert Einstein, Max y Hedwig Born, Correspondencia, p. 108). En un mundo así, los elogios y los vituperios carecen de sentido: “Es una ironía del destino el que yo mismo haya sido objeto de excesiva admiración y reverencia por parte de mis semejantes, sin culpa ni mérito míos” (Mis ideas y opiniones, p. 21). Pero llegó el turno de enjuiciar a los nazis por los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial, lo que los presuponía responsables de aquellos crímenes, y aquí la cosa se le puso difícil al estricto determinista: “La presión externa puede, en cierta medida, reducir la responsabilidad del individuo, pero eliminarla, nunca. En los Juicios de Núremberg se dio por supuesto este principio” (ibíd., p. 36). ¿Cómo? “Actuamos bajo presiones externas y por necesidades internas”, había dicho, pero ahora resulta que la presión externa no puede eliminar totalmente la responsabilidad. Una torpe retirada. Nadie es responsable a los ojos de Dios, había dicho, pero resulta que a los ojos de los hombres, responsables somos todos. Si pretendía coherencia, Einstein debería haber dicho que los jerarcas nazis no son responsables de sus acciones y no merecen ningún castigo, aunque tal vez convendría mantenerlos aislados por una mera cuestión de seguridad, para que no provoquen otros holocaustos. Pero no: los consideró responsables, y todo su determinismo, el científico y el no científico, se le fue a la lona.
Y hay más. Luego de esta inconsecuencia, el gran físico alemán intenta establecer una metaética y levanta unas extrañas banderas que preanuncian los principios de Apel y Habermas: “Todo lo moralmente importante de nuestras instituciones, leyes y costumbres, puede deducirse de la interpretación del sentido de la justicia de innumerables individuos” (ibíd., p. 37). Según Einstein, las leyes y costumbres morales lo son por un acuerdo de la mayoría, y como las instituciones que vigilan el cumplimiento del acuerdo no pueden funcionar si los miembros de la sociedad no se hacen responsables de cumplirlo, entonces somos responsables en cuanto nos comprometemos a obrar de acuerdo con lo acordado por la mayoría. De este modo, si los que creían en la ideología nazi hubiesen sido la mayoría, no habría ninguna base para considerar inético su comportamiento. “Sé que es empresa inútil discutir sobre juicios de valor fundamentales. Si alguien aprueba, por ejemplo, como objetivo, la erradicación del género humano de la Tierra, nadie puede refutar tal punto de vista sobre bases racionales” (ibíd., p. 41). Abandona ya completamente el tema de la responsabilidad moral e ingresa en otro terreno, más peligroso aún, y asegura que la razón no tiene voz ni voto en la ética. Dejo la crítica de este punto de vista a quien me abrió los ojos al respecto:

Para Einstein no hay base racional para sostener que es malo exterminar, no ya a una comunidad como la judía de los países dominados por los nazis, sino incluso toda la raza humana del planeta. Todo es un acuerdo y, una vez hecho, la razón muestra cuáles son los mejores medios para realizarlo. Para los nazis, el acuerdo era exterminar a los judíos. Y no hay base racional para discutirlo, según Einstein. La racionalidad entra a continuación y permite saber cuál es la manera más efectiva de hacerlo. Los juicios de Núremberg, según esa lógica, solo se justifican porque la mayoría no está de acuerdo con la ideología nazi (Jairo Roldán, “Einstein: Determinismo o libre albedrío”, artículo disponible en Internet).

No debe intervenir, en las normativas morales que dicta cada sociedad, la razón, la prudencia, el sopesamiento de los pro y los contra de las consecuencias de las acciones, sino la democracia, el voto de las mayorías. Así les fue a los alemanes, dejando de lado la racionalidad y apostando todo a la demagogia y al aluvión de las masas cautivadas por un psicópata que sabía manejarlas. No quiero que las normas morales de mi sociedad sean dictadas por una muchedumbre así.
Zapatero a tus zapatos: Einstein, ¡a tu física!, o como mucho a tu epistemología o a tu cosmología, pero a la ética no te le acerques.

sábado, 22 de febrero de 2020

El ambivalente determinismo de Schopenhauer


Afirma Schopenhauer que

desear que un acontecimiento cualquiera no hubiera sucedido significa desear algo imposible del todo; resulta tan necio como si se desease que el sol saliera por el oeste. Pues todo lo que acontece lo hace de una forma rigurosamente necesaria. Resulta, pues, inútil que reflexionemos sobre qué insignificantes y accidentales fueron las causas que ocasionaron dicho acontecimiento y qué fácilmente pudo haber ocurrido todo de otra forma: esto es ilusorio, ya que todas las causas acaecen con tal rígida necesidad y producen su efecto con tal fuerza, que determinan que, por ejemplo, el sol deba ocultarse por el oeste (El arte de envejecer, § 220).

Esto lo escribió en 1857, pero la idea lo acompañaba desde mucho antes. Uno puede tomar una de las obras fundamentales de Schopenhauer, Los dos problemas fundamentales de la ética, cuyo tomo primero data de 1840, y encontrar frases como estas:

Es verdad que puedes hacer lo que quieras: pero en cada momento dado de tu vida, no puedes querer más que una cosa precisa, y una sola, con exclusión de todo lo demás (tomo I, p. 106).

Puedo hacer lo que quiero: puedo, si quiero, dar a los pobres todo lo que tengo y convertirme así en uno de ellos, ¡si quiero! Pero soy incapaz de quererlo, porque los motivos opuestos tienen demasiado poder sobre mí. Por el contrario, si tuviera otro carácter y, a decir verdad, hasta el extremo de que fuese un santo, entonces podría quererlo. Pero entonces tampoco podría dejar de quererlo y lo tendría que hacer necesariamente (ibíd., pp. 132-3).

No es metáfora ni hipérbole, sino una verdad seca y literal, que, lo mismo que una bola de billar no puede entrar en movimiento antes de recibir un impulso, tampoco un hombre puede levantarse de la silla antes de que lo determine a ello un motivo: pero, entonces, se levanta de una manera tan necesaria e inevitable como la bola se mueve después de haber recibido el impulso. Y esperar que alguien haga algo sin que lo mueva a ello ningún interés, es como esperar que un trozo de madera se acerque a mí sin que tire de él ninguna cuerda (pp. 133-4).

Todo lo que sucede, desde lo más grande hasta lo más pequeño, sucede necesariamente (p. 155).

¿Cómo puede uno figurarse que un ser, cuya total existencia y esencia son obra de otro, pueda, sin embargo, determinarse a sí mismo desde el origen y principio y, por tanto, ser responsable de sus actos? (p. 171).

Y entonces uno tiende a deducir que Schopenhauer era determinista. Craso error, porque después de haber escrito tan contundentes fragmentos, se despacha con un galimatías poco convincente que vuelve a situar al libre albedrío en el lugar central de la reflexión ética y lo considera existente y necesario (cf. pp. 200 ss. del tomo I o pp. 101 ss. del tomo II de ibíd). Ahorro al lector la cita de estos pasajes, que pueden encontrarse fácilmente en internet, y voy directo a la conclusión, que aparece en El mundo como voluntad y representación, tomo II, cap. 47:

Mi filosofía es la única que otorga a la moral su pleno derecho: pues únicamente si la esencia del hombre es su propia voluntad, y, por tanto, en el más estricto sentido, él es su propia obra, son sus hechos realmente suyos e imputables a él. En cambio, si tiene otro origen o es la obra de un ser diferente a él, toda su culpa se remonta a su origen o su creador.

La imputabilidad queda así salvada (no la moral ni la ética, que no necesitan de este subterfugio para tener validez[1]), y el castigo legitimado. No digo que Schopenhauer no tenga derecho a adoptar esta postura en favor del libre albedrío, pero entonces ¿para qué escribió todo lo anterior? ¿Por qué encara para un lado y, como un wing habilidoso, zigzaguea y se va para el otro? No me gusta que me gambeteen, a no ser que la gambeta sea ensayada con arte y categoría, pero no es este el caso[2].


[1] Véase la entrada del 6/5/11.
[2] El Nietzsche "positivista" (1879) coincide conmigo en desestimar el subterfugio Schopenhauer por donde se cuela la libertad: “Será preciso que se reconozcan aún como inútiles muchas puertas de salida que se habían preparado a sí mismos “cerebros filosóficos”, como Schopenhauer: ninguna de esas puertas conduce al aire libre, a la atmósfera del libre arbitrio; cada una de las que se han abierto hasta hoy da a un espacio cerrado: el muro impenetrable de la fatalidad; estamos en una cárcel, solo podemos soñarnos libres, pero no volvernos libres (Humano, demasiado humano, tomo II, "Miscelánea de opiniones y sentencias, § 33).

jueves, 20 de febrero de 2020

Escribir mucho o escribir poco


Schopenhauer se consideraba un oligógrafo: en 72 años de vida escribió el equivalente a cinco volúmenes. Compárese con Charles Peirce por ejemplo, que escribió el equivalente a 24 volúmenes 500 páginas en 74 años de vida, o peor, con mi admirado Fernando Pessoa, que si se juntase todo lo que escribió, necesitaríamos 60 volúmenes de 500 páginas para soportarlo, habiendo vivido tan solo 47 años. El alemán explica su escasa producción del siguiente modo: “Yo quería estar seguro de la continua atención de mis lectores sin excepción y me he puesto a escribir, por tanto, solo cuando tenía algo que decir” (El arte de envejecer, § 316). Yo no escribí tanto como Pessoa ni tan poco como Schopenhauer, me sitúo en el justo medio entre ambos. Y yo también escribo solo cuando tengo algo que decir, lo mismo que seguramente le ocurría a Pessoa, con la diferencia de que Pessoa tenía más cosas para decir que yo, y yo tengo más cosas para decir que Schopenhauer.


miércoles, 19 de febrero de 2020

La frescura de una obra genial


Continúo con el geronte Schopenhauer:

Puesto que las obras de los genios son reconocidas frecuentemente de una forma tardía, rara vez son gozadas por sus contemporáneos con la frescura del colorido que le presta la actualidad y el presente, sino que, al igual que los higos y los dátiles, lo son más bien en condiciones secas que frescas (El arte de envejecer, § 127).

Una obra genial está por salir a la calle: mi Pessoa y yo. Tendrán los argentinos la oportunidad de gozarla fresca, no sé si la aprovecharán.

martes, 18 de febrero de 2020

La paja en el ojo ajeno y la viga en el propio


Jesús, en el Evangelio de Lucas (6:41), recomienda no criticar a los demás, porque uno suele ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Arthur Schopenhauer entiende que aquella crítica puede ser productiva, quizá no tanto para el criticado como para el propio criticón:

Aquellos que tienen la inclinación y la costumbre de someter con calma, con recogimiento, a una crítica mordaz y atenta el comportamiento exterior, el modo de vida en general de los otros, trabajan con ello en su propia mejora y perfeccionamiento [...]. El Evangelio moraliza de forma ejemplar sobre la astilla en el ojo ajeno y la viga en el propio: pero la naturaleza del ojo lleva consigo el hecho de que el ojo mira hacia fuera y no hacia adentro; de ahí que observar y censurar los errores en los otros resulte un método muy apropiado para interiorizar nuestros propios errores. Para contribuir a nuestra enmienda precisamos un espejo (El arte de envejecer, § 15).

Muy acertada reflexión, a la que agrego el consejo de que la crítica sea directa y no a modo de chisme que se esparce con el viento. No siempre, por desajustes de tiempo o espacio, podemos criticar a una persona frente a frente, pero cuando la posibilidad existe no hay que desaprovecharla.

domingo, 16 de febrero de 2020

Siempre escribir


Nulla dies sine linea (“ningún día sin una línea”), recomendaba Plinio el Viejo (Naturalis historia, XXXV, 84). Sabio consejo para nosotros los escribidores, consejo al que me agarro con uñas y dientes desde siempre pero al que solamente ahora, que dispongo de mayores tiempos libres, puedo rendirle verdadero tributo.

viernes, 14 de febrero de 2020

Determinismo biológico y determinismo cultural


El hecho de que yo acepte algunas de las tesis postuladas por Frans de Waal relacionadas con la semejanza entre las normas morales que acatan los bonobos y las de los humanos no me convierte en un determinista biológico. Nuestra conducta está determinada por nuestra biología, pero no está determinada enteramente por ella. Nuestra cultura influye en nuestras decisiones tanto como nuestra biología, y sería tan incorrecto afirmar —como a veces parece hacerlo Richard Dawkins y algún que otro sociobiólogo “duro”— que nuestros genes determinan nuestra conducta de modo exclusivo como afirmar que nuestras acciones dependen pura y exclusivamente de lo que aprendimos en nuestra vida y de nuestro ambiente. Ambos reduccionismos, el genético y el cultural, tienen que contrapesarse para comenzar a entender los rudimentos del comportamiento humano[1].


[1] Una mirada sociobiológica muy interesante y que no incurre en el error de darle a esta ciencia la exclusividad del comportamiento humano, podemos encontrarla en el artículo de Adolfo Cordero titulado "El triunfo de la sociobiología", disponible en Internet.

martes, 4 de febrero de 2020

Ética natural y ética metafísica


La investigación de Frans de Waal relacionada con los primates en general y con el bonobo en particular lo lleva a emitir la siguiente conclusión:

El código moral no viene impuesto desde arriba ni se deriva de principios bien razonados, sino que surge de valores implantados que han estado ahí desde la noche de los tiempos. El más fundamental tiene que ver con el valor de supervivencia de la vida en grupo. El deseo de pertenencia, de buena convivencia, de amar y ser amado, nos lleva a hacer todo lo que está en nuestra mano para llevarnos bien con aquellos de los que dependemos (El bonobo y los diez mandamientos, p. 238).

Todos los valores de que constan los determinados códigos morales han sido implantados en el espíritu de cada uno de los integrantes de una determinada comunidad, y esos implantes pueden ser instintivos, como es el caso del que menciona de Waal, pero también existen reglas morales implantadas culturalmente, y finalmente otras, las mejores, que se nos implantan intuitivamente, metafísicamente. Este investigador quiere desmitificar la idea de que Dios ha bajado a la tierra para entregarnos la tabla de los diez mandamientos, y que nuestra obediencia a ellos depende de ese Dios descendido. En esto lo apoyo, pero no apoyo la idea de que la ética es total y absolutamente instintiva, ni tampoco instintivo-cultural. Lo mejor del comportamiento humano, las más altas y santas aventuras de aquellos que han venido al mundo para favorecer al prójimo, no pueden explicarse echando mano simplemente de los resortes instintivos o culturales. El bonobo tiene su ética, la cual me cae muy en gracia, pero jamás uno de estos primates realizaría una labor altruista de aquellas que cada tanto se dan en la historia de la humanidad, y no lo haría ciertamente porque no tendría los instrumentos que solo la razón y la cultura humanas son capaces de suministrar, pero aunque de algún modo los adquiriese, igualmente le faltaría la intuición del bien, el impulso bondadoso que no surge del instinto ni de la cultura sino de Dios, o si De Waal se asusta con esta palabra, del Universo, del Cosmos, de algún agujero que no existe ni en el espacio ni en el tiempo; una fuerza no mensurable, porque no es física, que nos impele a favorecer a nuestros amigos y a nuestros enemigos, aun a costa de nuestro propio bienestar. El instinto animalesco también es capaz de realizar proezas de este tipo, pero siempre a una escala menor, rudimentaria. Si habremos de depender solo del instinto y de los valores que nuestro entorno, culturalmente, nos impone, llegaremos, a lo más, a esa ética familiar descrita en la otra entrada, que es el ideal al que apunta De Waal, pero nunca podremos aspirar, con esas únicas herramientas, a crear un mundo en el que el amor supere al conflicto por goleada. Por muy colaboradores y compasivos que resulten estos monos, si nuestra ética es un reflejo potenciado de su ética y nada más que eso, el amor seguirá, como hasta el presente, siendo derrotado por el conflicto, o como mucho arañando un empate.

lunes, 3 de febrero de 2020

¿La moralidad es anterior a la religión o viceversa?


La religión no es el punto de partida de la moral, sino que, por el contrario, las leyes morales están orientadas al conocimiento de Dios. Situando la religión antes que la moralidad, esta habría de guardar alguna relación con Dios y ello daría lugar a tomar a Dios como un poderoso señor al que se ha de halagar.
Immanuel Kant, Lecciones de ética

La religión, se dice, es la salvaguarda de la ética, de suerte que si la religiosidad mermase, proliferarían como nunca los canallas y los aprovechadores. Pero no es seguro, dice De Waal, que el buen comportamiento vaya a eclipsarse si desaparecen las religiones, puesto que a la ética no la puso en nuestro espíritu la religión sino la biología:

Cualquiera que sea el papel de la religión en la moralidad, es algo que ha venido después. La moralidad surgió antes, y la religión moderna se la apropió. En vez de darnos la ley moral, las grandes religiones se inventaron para reforzarla (El bonobo y los diez mandamientos, p. 248).

Coincido con que la moralidad es anterior a la religión si tomamos por “religión” todo lo exterior, lo institucional y lo gregario, que esta palabra representa. Pero si entendemos por religión lo que entendía William James, el misticismo pietista, la interioridad, el diálogo con lo divino o el anhelo de lo divino, y tomamos lo que la mayoría de la gente entiende por religión, que es la carcasa de la misma, como algo secundario y hasta indeseable en algunas ocasiones, llegaremos a la conclusión de que esta religión no surgió antes ni después de la moralidad, sino al mismo tiempo, porque la religión, en su sentido estricto, no es otra cosa que la bondad en su máxima expresión.