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lunes, 12 de marzo de 2012

Nada más ni nada menos que prejuicios

Nuestro pensar, nuestro pensamiento científico y también nuestro pensamiento filosófico, es por fuerza prejuicioso. Ya lo dijo Marcelino Cereijido:






¿Hasta dónde podemos ir hacia atrás, y explicar los conocimientos en que se apoya lo que deseamos analizar? ¿Hay algún punto sobre el que nos podamos afianzar, para comenzar a construir con toda seguridad nuestro edificio científico? Antes de responder, veamos una analogía: estás en compañía de dos personas: el aspecto del primero te lleva suponer que es una persona digna; la traza del otro, te lleva a sospechar que es un malandrín. De pronto te desaparece la billetera. Les preguntas si no la tomaron, y ambos afirman que no. La dignidad del primero te lleva a creer que dice la verdad, de modo que no lo sometes a una verificación.
De regreso a la pregunta de hasta dónde podrías ir hacia atrás mostrando, demostrando y fundamentando cada ladrillo, cada estamento del edificio de la ciencia, la respuesta es: hasta los axiomas. Justamente, en griego axioma significa "dignidad", y se refiere a "lo que es digno de ser estimado, querido y valorado" (sin que le registres los bolsillos). De manera que, en último término, toda la estructura de la ciencia descansa sobre axiomas; la seguridad/inseguridad de éstos es similar a la que emanaría del hecho de que el "digno caballero" no fuera en realidad un taimado ladrón, y que el "malandrín" sea en cambio un pobre diablo mal entrazado... y tú un prejuicioso. Precisamente: todos los científicos somos prejuiciosos, y nuestros prejuicios se llaman axiomas (Marcelino Cereijido,
Ciencia sin seso, pp. 35-6).

Y yo no soy la excepción: tengo mis prejuicios. Un prejuicio mío es el que afirma que las mujeres no son aptas, en general, para escribir o para pensar la filosofía, y tengo otro, también muy arraigado, que dice lo mismo respecto de los estadounidenses. ¿Y qué fue lo que sucedió? Sucedió que cayó en mis manos el libro Filosofía: ¿quién la necesita?, una compilación de algunos de los ensayos filosóficos de Ayn Rand, y se me confirmaron mis prejuicios.

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