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jueves, 29 de noviembre de 2012

Jesús y la Iglesia cristiana bajo la lupa de Voltaire


Sobre Jesús y la Iglesia cristiana tenía Voltaire opiniones muy formadas. Gritaba a los cuatro vientos que la historia de Jesús debía estudiarse de manera sistemática y científica, sin partir de ningún dogma establecido:

Sólo un fanático o un bribón [...] podría sostener que no se debe investigar la historia de Cristo a la luz de la razón. ¿Cómo y con qué, entonces, puede enjuiciarse un libro, sea el que fuere? ¿A la luz de la sinrazón, tal vez? (citado por David Strauss en Voltaire, p. 198).

Y estos estudios racionales que sobre la figura de Jesús han de hacerse concluirán, suponía Voltaire, que Jesús ha sido un hombre y sólo un hombre, aunque un hombre de gran carisma y virtud, comparable, bajo muchos aspectos, con Sócrates:

Por lo que se refiere a Jesús, hasta sus enemigos tienen que reconocer [...] que poseía el raro talento de conquistar discípulos. Este dominio sobre los espíritus [...] no se adquiere nunca sin talento y sin buenas costumbres, sin una conducta intachable, libre de abominables vicios. Para convertirse en guía de otros hay que empezar por ganar su respeto; nadie puede inspirar a otros fe si no se le tiene en elevado concepto. No cabe duda, pues, de que Jesús debió de ser un hombre fuerte y activo, que poseía el don de agradar y cuya vida, sobre todo, estaba a salvo de todo reproche. Me atrevería a llamarlo [...] un Sócrates rural. Ambos predicaban la moral, sin poseer una determinada profesión; ambos tenían discípulos que los adoraban y enemigos que querían perderlos; ambos pronunciaron palabras duras contra los sacerdotes de su pueblo; ambos fueron condenados a muerte y ejecutados (citado por Strauss en ibíd., p. 199).

Tanto Jesús como Sócrates se especializaron en predicar la moral, y no caben dudas de que dicha moral era la misma, y que era buena:

Un hombre que se hace pasar por profeta puede decir o hacer locuras y necedades, y no importa que se las echen en cara; en nada perjudica esto a su carrera, como demuestra hasta la saciedad el ejemplo de cuáqueros y metodistas. Lo que no puede predicar es el vicio y el crimen. Para impresionar a las gentes, tiene que exhortarlas necesariamente a la virtud. Por eso Sócrates, como Jesús, sólo podía predicar una moral buena, y la buena moral es siempre y dondequiera la misma (ibíd., pp. 199-200).

"La buena moral es siempre y dondequiera la misma"; no puedo menos que saludar este universalismo ético de Voltaire, imprescindible de señalar en estos tiempos de dudosos relativismos. Y también coincido en la comparación Sócrates-Jesús, y en negar la divinidad de cualesquiera de estos personajes.
Pasando ahora al tema de la Iglesia cristiana, entiende Voltaire que no fue una invención de Jesús, que Jesús no había planeado esa consecuencia de sus predicaciones:

Me atrevo a afirmar, y creo que los hombres más sabios y más razonables estarán de acuerdo conmigo, que Cristo jamás pensó en fundar una nueva religión. El cristianismo, tal como existe desde los tiempos de Constantino, es una religión tan extraña a Jesús como pueda serlo a Zoroastro o a Brahma. Jesús se ha convertido en un pretexto de nuestras fantásticas doctrinas y de nuestras persecuciones religiosas, pero no es su autor. Me jacto [...] de poder demostrar que Cristo no era cristiano, que, lejos de ello, habría rechazado con asco nuestro cristianismo, esta religión que hemos recibido en herencia de Roma (citado por Strauss en ibíd., p. 202).

Y es que Voltaire asociaba la religión cristiana principalmente con el tema de las guerras y las persecuciones, y como era él un hombre de paz y de tolerancia, no podía menos que indignarse ante el sanguinario prontuario que venía exhibiendo el cristianismo desde sus comienzos. "Me atrevo a asegurar --dice Voltaire por boca de Fréret en uno de sus más picantes diálogos-- que desde el Concilio de Nicea hasta la sedición de las Cévennes, no ha pasado un solo año en que el cristianismo no haya vertido sangre", y enumera:

Releed la historia de la Iglesia; ved cómo los donatistas y sus adversarios pelean y se matan; cómo los atanasianos y los arrios [arrianos] llenan de sangre el Imperio por un diptongo[1]; cómo los cristianos bárbaros se quejan amargamente de que el prudente emperador Juliano no les dejó degollarse y aniquilarse. Ved todo ese desfile de espantosas matanzas, a legiones de ciudadanos muriendo en los suplicios, a cientos de príncipes asesinados; ved las hogueras que iluminan con su resplandor vuestros concilios, a doce millones de inocentes, sin más pecado que ser los habitantes de un nuevo hemisferio, abatidos como las bestias de un coto de caza, so pretexto de que se resistían a ser cristianos, y, en nuestro viejo hemisferio, a los cristianos mismos inmolados sin cesar los unos por los otros: ancianos, niños, madres, mujeres, muchachas, sacrificados en masa en la cruzada de los albigenses, en las guerras de los husitas, en las de los luteranos, los calvinistas, los anabaptistas, en la noche de San Bartolomé, en las matanzas de Irlanda, en las del Piamonte, en las de las Cévennes..., en tanto que el obispo de Roma, muellemente reclinado en su trono, se deja besar los pies y cincuenta castrados elevan a los espacios sus trinos, para que no se aburra. Pongo a Dios por testigo de que este retrato es fiel, y no osaréis contradecirme (La comida del conde de Boulainvilliers, citado por Strauss en ibíd., pp. 278-9).

Y como un abate presente en la discusión le reprochara al autor de este alegato que no debe culparse a la religión cristiana de los abusos que se cometen a la sombra de ella, el propio conde de Boulainvilliers lo retruca:

Bien estaría eso si los abusos fuesen pocos. Pero si los sacerdotes han tratado de vivir a costa nuestra desde que Pablo o quien tomara su nombre escribió «Qué, ¿no tenemos potestad de comer y beber, y de traer con nosotros a una hermana o a la mujer, como los otros apóstoles?»; si la Iglesia ha pugnado siempre por invadirlo todo; si ha empleado siempre todas las armas posibles para arrebatarnos nuestros bienes y nuestras vidas [...]; si nos encontramos con que la historia de la Iglesia es una cadena ininterrumpida de querellas, imposturas, vejaciones, engaños, rapiñas y asesinatos, ¿cómo no llegar a la conclusión de que el abuso está en la cosa misma, y no en quienes la manejan, por lo mismo que el lobo es por naturaleza una bestia carnicera, y a nadie se le ocurriría decir que es por un abuso por lo que chupa la sangre de los corderos? (Ibíd., p. 279).

Magistral. Magistral y valiente, por mucho que el autor se haya escondido en las sombras del anonimato al publicar estas palabras.

[1] El diptongo al que hace referencia Voltaire es el siguiente: En el concilio de Nicea se discutía si Cristo era, con respecto al Padre, "HOMOOUSIS" u "HOMOIOUSIS", o sea, "IGUAL" O "PARECIDO". Los arrianos, al igual que hoy los islámicos, consideraban a Cristo un gran profeta, pero agregándole esa "I", le quitaban su divinidad. El caso es que los partidarios de HOMOOUSIS, armados y enfurecidos, sacaron a los arrianos y donatistas del concilio y mandaron a la otra supuesta vida a los que pudieron.

martes, 27 de noviembre de 2012

Voltaire y las cuestiones últimas de la metafísica


Dos buenas y una mala dentro del sistema de pensamientos metafísicos de Voltaire. Empecemos por la mala.
Negaba Voltaire --aunque no dogmáticamente, es menester aclararlo-- la inmortalidad de las conciencias individuales, y la negaba valiéndose de los argumentos más pedestres utilizados comúnmente por los cientificistas:

No viendo, como no veo, que el pensamiento y la sensación del hombre sean cosas inmateriales, ¿quién puede demostrarme que sean eternas? ¿Cómo ignorando, como ignoro, lo que es el pensamiento he de afirmar que hay en él una parte eterna por su naturaleza? Y negando la inmortalidad a lo que anima a este perro, a este papagayo, a este tordo, ¿voy a concedérsela al hombre, por la única y sencilla razón de que éste la apetece? Sería muy agradable, en realidad, sobrevivirse a uno mismo, conservar la mejor parte de uno mismo al destruirse el resto, vivir para siempre en unión de sus amigos, etc. No cabe duda de que esta quimera sería un consuelo en medio de los reveses de la realidad. Tampoco puedo decir que posea pruebas contra la inmortalidad del alma; digo únicamente que todas las probabilidades están en contra de ella (citado por David Strauss en Voltaire, pp. 184-5).

Este discurrimiento volteriano pierde gran parte de su fuerza simplemente concediéndole a ese perro, a ese papagayo y a ese tordo la misma inmortalidad que le concedemos a la gente, sin siquiera sospechar que haya tordos o papagayos que la imploren o la deseen. De todas formas, sigue siendo el suyo un argumento válido para negarla. Strauss indica una inconsecuencia lógica en el pensamiento metafísico de Voltaire relacionado con este asunto, porque entiende que Voltaire creía en la justicia divina, "y puesto que ni él mismo afirmaba que la justicia divina se realizase plenamente en esta vida, ¿cuándo va a cumplirse si no cree en la otra?" (Ibíd., p. 185). Pero lo cierto, me parece, es que Voltaire no creía, en su fuero interno, en la justicia divina, simplemente la propagandeaba por considerarla una idea útil para la masa del pueblo, un remedio disuasorio:

Cuando los hombres no tienen nociones claras de la Divinidad, las ideas falsas la suplen, como en los malos tiempos se trafica con moneda devaluada cuando no se tiene moneda buena. El pagano no osaba cometer un crimen ante el  temor de ser castigado por los falsos dioses [...]. En todos los sitios en que  hay establecida una sociedad es necesaria una religión; las leyes velan sobre los crímenes conocidos y la religión sobre los crímenes secretos (Voltaire, Tratado sobre la tolerancia, capítulo XX).

Se nota claramente que en este pasaje Voltaire entiende por "religión" la creencia en la justicia divina. Es decir, la considera como una idea falsa. Al igual que yo; con la diferencia de que yo la considero, además de falsa, nociva[1].
Siempre dentro de sus postulados metafísicos defendía Voltaire dos ideas muy caras a mi propio sistema: el finalismo y el determinismo. Respecto del finalismo, Strauss sostiene que Voltaire construye toda su concepción de la naturaleza en base a él:

Nuestro poeta reacciona de un modo resuelto y hasta pasional siempre que alguien intenta explicar la naturaleza prescindiendo de todo fin asignado exteriormente a ésta, pretendiendo demostrar la existencia dentro de ella de fuerzas propias de vida y de desarrollo (Strauss, ibíd., pp. 178-9).

Reacciona, pues, en este caso, del mismo modo que reaccionaría yo. Y en el caso del libre albedrío, experimenta un vuelco similar al mío: empieza siendo indeterminista y acaba siendo un determinista rotundo. He aquí la posición del Voltaire maduro en este tema capital de la metafísica y la ética:

Ser libre --tal es ahora el criterio fundamental de Voltaire, expuesto reiteradas veces-- es poder hacer lo que se quiere, no es poder querer lo que se desea. Soy libre cuando puedo hacer lo que quiero, pero lo que quiero lo quiero necesariamente, pues de otro modo mi voluntad carecería de fundamento, de causa, lo que es imposible. Mi libertad consiste en poder andar si quiero y no padecer de gota. Consiste en no cometer ninguna acción mala si mi espíritu se la representa como mala; en reprimir una pasión que mi pensamiento me advierte que es peligrosa. Pero sólo nuestros actos son libres; nuestra voluntad no lo es nunca, pues se halla determinada por nuestras ideas, que no podemos darnos a nosotros mismos. Y es curioso que el hombre no se dé por satisfecho con este margen de libertad, es decir, con la capacidad de hacer, por lo menos en ciertos casos, lo que su voluntad le indica; los astros no poseen esta libertad que nosotros tenemos, y nuestro orgullo nos lleva a creer, a veces, que poseemos todavía más que eso" (Strauss, ibíd., pp. 190-1).

La noción de causalidad como fundamento de todo fenómeno físico y por qué no metafísico: coincidencia total y absoluta con mi propia concepción de lo que significa ser un hombre libre y actuar en consecuencia. Y no me vengan con que Voltaire (y yo, que lo apoyo en esta cruzada) comete una inconsistencia lógica cuando admite la teleología y el determinismo de modo conjunto, porque tal inconsistencia es ilusoria, como ya lo dejé claro en la entrada del 9/5/12.
Pero nuestra coincidencia en el tema del determinismo allí se queda, en la pura teoría. Porque ¿de qué sirve ser determinista si no se aplica este punto de vista a las ideas éticas que uno sostiene? Pues bien; si hemos de darle la razón a Strauss,

Voltaire no creía que este determinismo menoscabase en lo más mínimo la moral [...]. El vicio es siempre vicio, como la enfermedad es siempre enfermedad. Siempre será necesario poner coto al mal, y si los malos dicen que se sienten impulsados al crimen hay que contestarles que están también destinados a la pena (Strauss, ibíd., p. 191).

"Los malos están destinados a la pena": Voltaire hablando como teólogo de la Inquisición. ¿Será que en el fondo verdaderamente creía en la justicia divina? Una pena.


[1] Pero tal vez tuviera razón Strauss: "Ninguna sociedad --afirma Voltaire en otro lado-- puede existir sin justicia: proclamamos con ello la existencia de un Dios justo. Cuando las leyes del Estado castigan los delitos conocidos, proclamamos la existencia de un dios que castigará los delitos ignorados" (citado por Strauss en ibíd., p. 181). ¿Es esto mera propaganda o es una idea bien sentida? Nunca lo sabremos con certeza. Sólo sabemos que si lo cierto es lo segundo, la contradicción con su negación del más allá parece insuperable.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Voltaire y el temor al martirio


Voltaire era perfectamente consciente de que sus opiniones políticas y religiosas eran subversivas para la época, y si bien fue dos veces encarcelado en la Bastilla, siempre se cuidó de no poner en riesgo su vida por culpa de sus ideas. "Soy un amigo sincero de la verdad, pero no aspiro a la palma del martirio", le escribió en cierta oportunidad a su amigo D'Alembert, y en ocasión de publicarse su Diccionario filosófico, le comentó a este mismo personaje: "Tan pronto como se presente el menor peligro, os ruego encarecidamente que me lo aviséis para que, con mi honradez e inocencia acostumbradas, desautorice la obra en todos los periódicos" (citado por David Strauss en ibíd., p. 149). Sin embargo, no voy a caer aquí sobre Voltaire, porque a mí (contrariamente, por ejemplo, a lo que opinaba Unamuno) me interesan mucho más las ideas que carga una persona que la persona misma, y si para continuar cargando esas ideas hace falta escudarse en el anonimato o redondamente negarlas (como Galileo), bienvenida sea la estratagema, siempre y cuando continuemos fogoneándolas desde la furtividad. Continúa, pues, Voltaire bien parado en este respecto, y también yo, que si bien carezco de popularidad, desde hace tiempo firmo con un seudónimo que mantiene a mi persona de carne y hueso relativamente al margen de cualquier disputa propiciada por los infaltables intolerantes.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Voltaire terrateniente



"... Y, así como antes no había podido resistir a la tentación de especular en negocios bancarios y comerciales, ahora sintió un impulso irresistible de hacerse terrateniente", comenta David Strauss desde la página 146 del libro sobre Voltaire que estoy analizando. Tal impulso rindió sus frutos en 1758, cuando adquirió dos extensas posesiones situadas en la zona francesa fronteriza de Gex: el castillo y el señorío de Tourney, y también el señorío de Ferney. Feliz en medio de tanta casa y de tanta tierra propia, llevaba Voltaire

una vida muy dispendiosa. La instalación de sus palacios y casas de campo era, si no precisamente lujosa, confortable y digna. Pero los numerosos criados y jornaleros a quienes tenía que sostener y, sobre todo en los primeros años de esta época de su vida, el gran número de invitados a que tenía que atender y agasajar representaban un gasto muy considerable (ibíd., p. 237).

"Como vemos --concluye Strauss--, después de haber tenido que renunciar a vivir acogido al favor de los reyes, ponía cierto empeño en vivir como un rey en sus propias tierras" (ibíd., p. 147), y entonces me pregunto algo parecido a lo que me preguntaba en la entrada del martes: ¿hubo algún pensador preclaro que fuera a la vez terrateniente? "Séneca", podría contestarme alguien, y yo tendría que morderme la lengua. Muy bien, aceptémoslo: Séneca y Voltaire, hermanados por el amor al conocimiento y el amor a las riquezas telúricas. De Séneca y su defensa de las posesiones materiales ya he hablado hace unos años; de Voltaire hablo ahora, y digo que mi antipatía hacia él continúa in crescendo.







martes, 20 de noviembre de 2012

Voltaire como eximio financista


Quiere dinero, con todas sus fuerzas, pero, como suele suceder, odia los métodos que emplea para construir su fortuna y a aquellos a quienes debe tratar para lograrlo. Podemos encontrar aquí el origen de su antisemitismo visceral que intentará, más tarde, transformar en antijudaísmo filosófico.
Pierre Lepape, Voltaire



Al comparar a Voltaire con Goethe, David Strauss llega a la conclusión de que el francés

vivía mucho menos para su interior [...]; sus trabajos, sus litigios, su codicia y sus planes financieros tenían su espíritu constantemente distraído (David Strauss, Voltaire, p. 73).

¿Planes financieros? Parece que sí, parece que Voltaire no encontraba incompatible la profesión de escritor con la de cambista:

Aquel hombre tenía un magnífico olfato para ventear los buenos negocios. No prestaba atención a los acontecimientos del día simplemente con ojos de historiador, sino también con ojos de financiero (Strauss, ibíd, p. 118).

Tal era su astucia en cuestiones de inversiones que en cierta ocasión llegó a descolocar a un judío especialista en la materia (cf. ibíd., pp. 118 a 121), ocasión que aprovechó Lessing para ridiculizarlo con el siguiente epigrama citado por Strauss con regodeo:

Y si queremos saber el motivo
de por qué no triunfó la astucia del judío,
la razón no puede ser más sencilla:
porque el señor V. resultó ser mucho más pillo.

Este diz que intelectual, que no pocas veces la emprendió contra los judíos, se comportaba a veces como el más eximio de los judíos usureros. No digo que sean incompatibles la intelectualidad severa y la especulación monetaria, pero..., pero..., pero no sé cómo terminar la frase. Pongámoslo del siguiente modo: entre los pensadores de renombre, ¿se conoce alguno que haya sido adicto a estas otras especulaciones no tan espirituosas? Si se me contesta que no, entonces Voltaire habría sido el primero y el único que se ha metido en tales asuntejos, lo cual sería una invitación para dejar de incluirlo --como yo ya lo hice hace tiempo-- dentro de la selecta lista de los preclaros pensadores[1].



[1] ¿Y cómo se puede ser un pensador preclaro si no se venera a la diosa de los filósofos, a la diosa Verdad? Según Strauss, "nunca fue Voltaire muy escrupuloso con la verdad cuando trataba de conseguir algún fin o aunque no fuese más que un efecto oratorio" (ibíd., p. 138). Sacrificar la verdad en aras de la oratoria o el estilo es una acusación muy seria para un pensador filosófico; pero pese a no haber leído gran cosa de Voltaire, le doy por ahora la derecha al alemán, dejando abierta la posibilidad de rectificar este juicio en lo futuro.

lunes, 12 de noviembre de 2012

El modus vivendi de Voltaire


... Y perdido en la dilucidación íntima de su derrotero iba comprendiendo la verdad siniestra de que los poetas no viven de los versos, sino éstos de los primeros.
Juan López Núñez,  Bécquer

¿Puede un poeta vivir con cierto desahogo valiéndose pura y exclusivamente de los frutos de su inspiración? Hoy en día pareciera que no, que no es esto posible en la gran mayoría de los casos, y lo mismo sucedía en el siglo de Voltaire. La Alemania de aquel entonces, por ejemplo,

distaba más que cualquier otro país de los tiempos en que el poeta, viviendo del producto de sus obras, pudiera aspirar a una existencia holgada y segura: así, Klopstock no podía prescindir del gracioso sueldo que le pagaban [...] el rey de Dinamarca y del margrave de Baden; Goethe necesita, para vivir, de sus estipendios como ministro de Wéimar, y Schiller no habría podido desenvolverse [...] sin la pensión del duque Carlos augusto. Y, aun así, estos tres altísimos poetas tenían que atenerse a una vida muy sencilla y modesta, para poder sostenerse con cierto decoro, sumando a aquellos ingresos los que sus obras les producían (David Strauss, Voltaire, p. 41).

Esta perspectiva se cernía también sobre la economía de Voltaire, pero muy lejos estaba de aceptarla con tanta placidez como lo hicieron los alemanes: "He visto a tantos hombres dedicados a la literatura vivir pobres y despreciados, que decidí, desde hace mucho tiempo, no aumentar sus filas" (pasaje autobiográfico de Voltaire, citado por Strauss en ibíd, p. 51). Strauss reflexiona:

Voltaire no era hombre para llevar una vida tan morigerada y frugal. Consideraba que el genio tenía tanto derecho a ser respetado y a vivir bien como la nobleza de nacimiento y también en cuanto a los placeres de la vida pretendía equipararse a la grandeza y a la aristocracia. Pero su genio, por grande que fuese, no bastaba para proporcionarle los medios materiales que esta clase de vida requería; con los productos de sus solas obras, jamás habría llegado a adquirir la riqueza que ambicionaba. Para lograrla, necesitaba, además de las pensiones y pequeños sueldos de favor de que disfrutaba, recurrir a especulaciones financieras, en las que jamás habría podido entrar sin la protección de personajes poderosos. Esto daba a sus relaciones con tales personajes un carácter completamente distinto al que estamos acostumbrados a encontrar en las relaciones entre los grandes poetas y los poderosos de nuestro país [Alemania]. La mayor intimidad con estos personajes, no siempre dignos, ni mucho menos, contribuía también a rebajar la dignidad del poeta francés, en vez de realzarla. [...] Por no querer rebajarse en su dignidad, decidió Rousseau contentarse con el respeto y limitarse a un mínimo de goces y placeres de orden material, oponiendo a una sociedad preocupada tan sólo del brillo y la voluptuosidad el orgullo del hombre arisco y que sabe bastarse a sí mismo. De un lado Aristipo, del otro Diógenes.

Rousseau eligió la pobreza y el desprecio; Voltaire, el dinero y los placeres. Y para elegir tales fines y tal medio, debió transigir con los poderosos, debió adaptar su pensamiento al pensamiento aristocrático. Sus anhelados lujos le costaron, nada más ni nada menos, que su independencia de criterio. Para un poeta y para un autor de obras teatrales, esto no es tan problemático, pero para un pensador... Por eso es que siempre digo que Voltaire ha sido un gran poeta y un gran autor de obras teatrales.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Voltaire y sus mujeres


Explica a continuación Strauss el porqué del permanente influjo recibido por Voltaire de diferentes mujeres, y cómo fue posible que este influjo, que necesitaba del previo acercamiento material de las dos personas, se concretizara sin mayores desventuras:

Para un hombre como él, que carecía de hogar y no se sentía atraído por el matrimonio, era una necesidad muy natural encontrar cierto calor de intimidad en una casa amiga, cerca de una mujer que supiera estimarlo y mimarlo. En unos casos andaba de por medio el amor; en otros, no; la dama en cuestión era unas veces viuda y otras veces casada, pues, aunque el amor se mezclase en el juego, los maridos de aquel tiempo solían ser gente muy razonable (David Strauss, Voltaire, p. 34).

La razón campeaba en aquellos años y en esos países, campeaba incluso dentro de las cuestiones cornamentosas, en donde nos es, a nosotros, tan difícil imponerla. Maridos razonables, heridos quizá, pero siempre razonables: una especie en desgraciada extinción.

viernes, 9 de noviembre de 2012

La pelea entre Voltaire y Rousseau


En medio de la proverbial y acalorada disputa que mantuvieron durante largos años los dos grandes escritores del siglo XVIII, Voltaire, según nos cuenta David Strauss, "llegó a echarle en cara a Rousseau que el padre de éste había sido zapatero del suyo" (David Strauss, Voltaire, p. 33). Típica salida de un oligarca despreciativo de las clases menos acomodadas. Esta anécdota confirma mi simpatía hacia Rousseau y mi antipatía hacia Voltaire, aunque no por ello niegue los méritos literarios del antipático ni las manías idiosincrásicas y las contradicciones del ginebrino.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Otra explicación del mal desde un punto de vista no ateo


La naturaleza del mal está en el mundo como un blanco puesto para adiestrarnos y no para hacernos errar.
Epicteto, Enquiridión, XXXIV

Nuevo argumento en defensa de un dios que permite la maldad en el mundo, sin que por ello tenga que tildárselo de sádico o de impotente. Lo encontré buceando en internet:

Un profesor universitario retó a sus alumnos con esta pregunta.
-¿Dios creó todo lo que existe?
Un estudiante contestó valiente:
-Sí, lo hizo.
-¿Dios creó todo?
-Sí señor, respondió el joven.
El profesor contestó: 
-Si Dios creó todo, entonces Dios hizo el mal, pues el mal existe y bajo el precepto de que nuestras obras son un reflejo de nosotros mismos, entonces Dios es malo. El estudiante se quedó callado ante tal respuesta y el profesor, feliz, se jactaba de haber probado una vez más que la fe cristiana era un mito.
Otro estudiante levantó su mano y dijo:
-¿Puedo hacer una pregunta, profesor?
-Por supuesto, respondió el profesor.
El joven se puso de pie y preguntó:

-¿Profesor, existe el frío?
-¿Qué pregunta es esa? Por supuesto que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío?
El muchacho respondió:
-De hecho, señor, el frío no existe. Según las leyes de la Física, lo que consideramos frío, en realidad es ausencia de calor. Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía. El cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor, todos los cuerpos se vuelven inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe. Hemos creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor.
-Y, ¿existe la oscuridad?, continuó el estudiante.
El profesor respondió:
-Por supuesto.
El estudiante contestó:
-Nuevamente se equivoca, señor, la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no, incluso existe el prisma de Nichols para descomponer la luz blanca en los varios colores en que está compuesta, con sus diferentes longitudes de onda. La oscuridad no. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de luz. ¿Cómo puede saber cuan oscuro está un espacio terminado? Con base en la cantidad de luz presente en ese espacio, ¿no es así? Oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz presente.
Finalmente, el joven preguntó al profesor:
-Señor, ¿existe el mal?
El profesor respondió:
-Por supuesto que existe, como lo mencioné al principio, vemos violaciones, crímenes y violencia en todo el mundo, esas cosas son del mal.
A lo que el estudiante respondió:
-El mal no existe, señor, o al menos no existe por si mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios, es, al igual que los casos anteriores un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia de Dios. Dios no creó el mal. No es como la fe o el amor, que existen como existen el calor y la luz. El mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Es como resulta el frío cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz.
Entonces el profesor, después de asentir con la cabeza, se quedó callado.

Se dice que la historia es verídica y que su protagonista --el alumno-- fue Albert Einstein, pero esto me parece altamente improbable. Y el argumento, desde luego, no es concluyente, porque no es del todo lícito extrapolar tales conceptos científicos hacia la cuestión de la moral o la ética. No es concluyente, digo, desde el punto de vista lógico, pero en sentido alegórico es fascinante...