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domingo, 27 de julio de 2014

La verdadera grandeza de León Tolstoi

No puedo compartir la ilusión temporal de algunos amigos míos que parecen estar seguros de que mis obras deberán ocupar un lugar en la literatura rusa.
León Tolstoi, Correspondencia, carta a William Ralston del 27 de octubre de 1878

Se lo conoce a Tolstoi, fundamentalmente, por dos de sus obras: Guerra y paz y Ana Karenina. Según la Wikipedia, Guerra y paz "es una de las obras cumbres de la literatura rusa y sin lugar a dudas de la literatura universal", pero Tolstoi no compartía esta opinión. En una carta fechada el 6/1/1871 dirigida a su amigo Afanasi Fet, se lee:

Ya no estoy escribiendo y nunca más volveré a escribir prolijas paparruchas del tipo Guerra y paz. Acepto mi culpa, y juro que no volveré a hacerlo nunca más (Correspondencia, p. 312).

Más tarde confirma este juicio --o mejor dicho lo potencia-- desde una carta dirigida a Alexandra Tolstaia que data de finales de enero o principios de febrero de 1873:

No piense que no fui sincero cuando le dije que en este momento Guerra y paz me resulta repugnante. Hace unos días tuve que echarle una mirada para decidir si debo hacer o no correcciones para la nueva edición, y soy incapaz de transmitirle el arrepentimiento y la vergüenza que sentí al revisar muchos de los pasajes. Era un sentimiento semejante al que experimenta una persona cuando ve las huellas de una orgía en la que participó (ibíd., p. 336).

Y sobre el final de su vida, cuando lo único que le interesaba era la propagación de la ética cristiana, asienta en su diario:

Personas que deberían odiarme porque destruyo sus puntos de vista cuasi religiosos, me aman por tonterías como Guerra y paz, etcétera, que consideran muy importantes (6/12/1908).

Con Ana Karenina sucedió algo parecido, o peor, porque no había culminado de concebirla cuando ya comenzó a detestarla:

... Ahora me voy a poner a la aburrida y trivial Ana Karenina y le ruego a Dios que me conceda la fuerza que necesito para sacármela de encima lo más rápidamente posible para liberar el espacio: me hace mucha falta el tiempo libre, no para dedicarme a mis tareas pedagógicas, sino a otras, por las que me siento todavía más atraído. [...] ¡Dios mío, si alguien pudiera terminar Ana Karenina por mí! Me resulta insoportablemente repulsiva (cartas a Nikolái Strájov del 25/8 y 8/11/1875; Correspondencia, pp. 362 y 365).


Las otras tareas, para las cuales requería Tolstoi mayor tiempo libre, eran sus escritos religiosos. Su tarea evangélica comenzaría en noviembre de 1875 con un ensayo sobre el significado de la religión y terminaría 35 años después, junto con su vida. Por eso despreció y renegó de estas dos novelas, porque no había en ellas moraleja ni mensaje religioso, ni mucho menos cristianismo primitivo. Todo lo que no fuese difundir el mensaje de Jesús, de Jesús y de tantos otros que lo precedieron y lo sucedieron, el mensaje de la no violencia y de la irresistencia al mal, le fue pareciendo Tolstoi, con el correr de los años, cosa sin importancia, paparrucha. Muchos otros, sin dudas la mayoría en este momento, opinan lo contrario. Alejandro Dolina por ejemplo, entiende que Tolstoi ha sido grande, uno de los más grandes escritores que jamás hayan existido, por haber escrito fundamentalmente Guerra y paz y Ana Karenina. Dice que como escritor ha sido un gigante, pero lo tiene en poca estima en cuanto a su rol de pensador filosófico y divulgador religioso. Yo no soy capaz de criticar a Tolstoi en tanto escritor porque no he leído ninguna de estas dos obras que, se supone, constituyen la cima de su genio y su talento; pero sí soy capaz de criticar al otro Tolstoi, al que no se detenía en paparruchas, y lo juzgo genial y talentoso, no por la forma, que es excelente desde luego, sino por el fondo, por el poso de verdad que mora debajo de su prístino licor, bebida vieja elaborada en un nuevo alambique ruso y no apta para paladares groseros. Los paladares groseros, frente a una banana, siempre se comportarán desechando el fruto y comiéndose la cáscara. No digo que leer Guerra y paz o Ana Karenina constituya una experiencia similar a deglutir una cáscara de banana; digo que dedicarles tiempo a estas obras en lugar de dedicárselo a los ensayos y los artículos posteriores de Tolstoi es algo parecido a despreciar una fruta madura, la más dulce y nutritiva fruta, con la excusa de que la cáscara es más colorida y aromática. ¡Que les aproveche, ordinarios comensales! Y cuidado con las consecuencias, con la metabolización del producto, porque tal vez no sea una cáscara de banana, sino de nuez o de almendra, lo que ingieren para matar el hambre. Desechen el fruto y riéguenlo a su paso, así quedará más para nosotros, para los que no nos deslumbramos con el exterior sino con el más interior de los alimentos.

sábado, 26 de julio de 2014

Tolstoi misógino

 Las mujeres nunca descubren nada. Les falta, desde luego, el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que los hombres han hecho.
Pilar Primo de Rivera

Zoe. --Solo quiero preguntarle una cosa: ¿cómo hace para escribir tan bien sobre las mujeres? 
Melvin. -- Pienso en un hombre y le quito la razón y la responsabilidad.

 Jack Nicholson como Melvin Udall en Mejor... imposible

La misoginia de Tolstoi era proverbial. He aquí un muestreo que lo certifica:

... Y de pronto me quedó claro cómo y por qué las mujeres son fuertes. Por su frialdad y por su capacidad de mentira, de astucia, de adulación de las que, debido a la debilidad de su pensamiento, no son responsables (Diarios, 31/8/1884).

El reino de las mujeres es una desgracia. Nadie es capaz como las mujeres [...] de hacer tonterías y suciedades de una manera pulcra y hasta gentil y sentirse plenamente satisfechas (3/3/1889).

Una buena vida conyugal solo es posible si la mujer tiene la convicción consciente [...] de someterse siempre a su marido (5/8/1895).

Desde hace setenta años mi opinión sobre las mujeres no hace sino bajar, y es necesario que baje más y más todavía. ¡La cuestión femenina! ¡Por supuesto que hay una cuestión femenina! Solo que no es para que las mujeres se pongan a dirigir la vida, sino para que dejen de arruinarla (20/11/1899).

Las mujeres tienen dos únicos sentimientos: el amor por los hombres y el amor por los hijos; lo demás son sentimientos que se derivan de estos, como el amor a la ropa fina pensando en los hombres y el amor al dinero pensando en los hijos. Todo el resto es cerebral, es imitación de los hombres, son medios para atraerlos, fingimiento, moda (19/3/1901).

La compañía de las mujeres es útil porque puedes ver que no debes ser como ellas (2/8/1909).


Una persona con una visión cristiana del mundo no puede aceptar, se sobrentiende, que solo se le adjudiquen derechos a los hombres o que no se respete o se ame a una mujer como un ser humano cualquiera, pero afirmar que la mujer tiene las mismas fuerzas espirituales que el hombre, afirmar sobre todo que la mujer puede guiarse por la razón como el hombre, que puede confiar en la razón tanto como él, es exigir de la mujer aquello que no puede dar. No hablo de las excepciones, estoy hablando de la mujer media y del hombre medio. Inútil exasperarse con ella ante la suposición de que no quiere hacer aquello de lo que es incapaz, para lo que su razón no tiene el imperativo categórico (Correspondencia, carta a Alexandr Dunáiev, junio de 1891).

En esta cuestión --en la misoginia--, Tolstoi ha superado a todos, a Schopenhauer inclusive. Lo que hay que responder ahora es si tienen o no visos de certeza todas estas declamaciones. Y sí, creo que algunas lo tienen, pero Tolstoi exagera hasta el infinito algunos de los defectos del sexo débil, al punto de que pareciera que lo culpara de casi todos los males que en la tierra existen. ¿Y por qué habrá sido que les tomó a las mujeres, en su conjunto, tanta ojeriza? Una mujer, la mujer a la que más odió y a la que más amó, cree tener la respuesta:

Me quedé de piedra con lo que me dijo ayer L. N. sobre la cuestión de la mujer. Proclamó, como siempre, que estaba en contra de la emancipación femenina y de la llamada "igualdad de derechos", pero fue más allá y afirmó que, al margen del trabajo al que la mujer pueda dedicarse --la enseñanza, la medicina, el arte--, ellas solo servían realmente para una cosa, y esa cosa era el sexo. [...] Esto me produjo una enorme indignación, y le recriminé esa actitud de perpetuo cinismo ante la mujer, que tanto me ha hecho sufrir. Le dije que la razón de que viera así a las mujeres era que no había tratado con una sola mujer decente antes de los treinta y cuatro años (Sofía Tolstoi, Diarios (1862-1919), 18/2/1898).


O, más plausiblemente, podría decirse que creció sin el calor de una madre amorosa y esa falta de amor en sus primeros instantes de conciencia plena puede que haya redundado en un resentimiento hacia todas las mujeres. He aquí otro de los puntos flojos de Tolstoi, un prejuicio psicológico que obstruye su capacidad de análisis crítico, prejuicio que, pese a que no pocos me tacharán también a mí de misógino, yo no poseo, seguramente porque tuve la suerte de crecer hasta los 32 años bajo el cuidado y el amor de mi querida madre.

viernes, 25 de julio de 2014

León Tolstoi y su esposa: ¿quién era el bueno y quién el malo?

Su carácter empeora día con día, [...] su injusticia y su sereno egoísmo me asustan y me atormentan.
León Tolstoi, Diarios, 5/8/1863

En la procelosa relación entre Sofía Tolstoi y su marido, ¿quién era el bueno y quién el malo? Yo estoy decididamente del lado de León, pero démosle algo de crédito a su esposa, prestémosles atención a sus palabras, a su alegato:

Todo me resulta muy difícil. Como la abrumadora indiferencia que hace mucho me muestra mi marido, que carga todo sobre mis espaldas, absolutamente todo sin excepción: los hijos, la hacienda, las relaciones con la gente y los negocios, la casa, los libros; y que por todo me desprecia con una indiferencia egoísta y crítica. ¿Y qué es de su vida? Pasea, monta a caballo, escribe un poco, vive donde y como quiere y no hace absolutamente nada por su familia, sin dejar de beneficiarse de todo: de los servicios de sus hijas, de una vida confortable, de la adulación de la gente y de mi sumisión y mi trabajo. Y luego está la fama, la insaciable fama, por la cual ha hecho siempre todo lo que ha podido, y sigue haciéndolo. Solo las personas sin corazón son capaces de llevar semejante vida (Sofía Tolstoi, Diarios (1862-1919), 4/8/1894).

Lo acusa de no tener corazón, o peor aún, de ser una persona dominada por el diablo:

Los malos espíritus se han adueñado del hombre al que amo, pero él no se da cuenta. Su influencia es perniciosa: destruye al hijo, destruye también a las hijas y destruye a todos los que entran en contacto con él (ibíd., 5/11/1893).

Sin dudas habrá sido Tolstoi un hombre difícil de llevar, hipócrita en grado sumo y para nada santo; pero de ahí a ser diabólico...[1] Me quedo con la idea de que fue un hombre bueno, aunque no tan bueno como cabría esperarse de alguien con semejantes ideales, y que su esposa jamás supo ver lo verdaderamente bueno que había en él, que no era tanto su corazón, sino su cabeza. Sí, se puede ser bueno de cabeza y no tanto de corazón; se puede hacer el bien pensando que se hace el bien, pero sin sentirlo como bien, que no por eso dejará de llamarse bien. Lo acusa en innumerables ocasiones de no trabajar por convicción, sino por vanidad[2]. Sea de esto lo que fuere, el hecho es que hacía cosas, y cosas para el bien de la humanidad, y eso ya es mucho más de lo que hizo ella, que tampoco, es menester aclararlo, era una bruja como a veces Tolstoi la pinta, pero que se esforzó para no comprender y para despreciar los ideales de su marido, es decir, los ideales cristianos. En definitiva, no creo que haya un bueno absoluto y un malo absoluto en esta historia, pero me parece que Tolstoi, pese a todos sus defectos, merecía una compañera menos egoísta que la que le tocó en suerte.




[1] Años después, en su autobiografía, la condesa Tolstoi se arrepintió de haber escrito esas palabras en su diario. Fue algo "demente", dijo.
[2] En esto el propio Tolstoi concuerda con el dictamen de su esposa: "Me aflige no encontrar en mi vida la oportunidad para realizar una actividad que me dé la certeza absoluta de que no estoy siendo manejado por el deseo de la gloria humana" (Diarios, 29/12/1906).

jueves, 24 de julio de 2014

Publicar solo posmorten

"La abundancia de escritos es una calamidad", dice Tolstoi. Coincido. Y prosigue: "Para escapar a ella, hay que establecer la costumbre de avergonzarse de publicar en vida: solo después de la muerte. ¡Cuánto sedimento se asentaría y qué agua tan pura correría!" (Diarios, 28/2/1889). Esta regla --que, para variar, Tolstoi nunca siguió-- me parece inteligente y ética en grado sumo: echa por tierra todos y cada uno de los móviles vanidosos y pecuniarios que incitan al 99% de los escritores a llevar sus trabajos a la imprenta. El inconveniente radica en que si no dejamos preparado el camino, y de repente nos morimos, lo más probable es que nuestros trabajos se pierdan en el éter y que nadie jamás los lea, y bien dice Tolstoi que "adquirir conocimientos y no transmitirlos es verdadero onanismo" (ibíd., 28/7/1884). Adquirir conocimientos y transmitirlos, transmitirlos de puño y letra justo después de que uno ya esté bien podrido en el cajón; he ahí el ideal. Pero para que tal ideal se concrete, es menester allanar el camino, lo cual puede hacerse de dos maneras: 1) procurándose un confiable y solvente albacea literario, o 2) cuando uno sienta que la muerte se aproxima, comenzar a conspirar para que sus trabajos no caigan en el anonimato, dándolos convenientemente a publicidad pese a no estar muerto todavía. De estas dos opciones, la más recomendable, sin dudas, es la primera, porque nos habilita para seguir escribiendo libre de vanidades hasta el final de nuestros días. Pero el hecho es que yo, por ahora, no he podido encontrar algo parecido a un albacea, y mientras este albacea no aparezca seguiré conspirando para publicar mis libros un poco antes de morir. El año establecido es el 2043; tendré para ese entonces 74 años. Podría suponer que viviré muchos años y publicarlos aun más tarde, a los 80 o a los 90, pero no. El año establecido es el 2043 y así se quedará. Si después resulta que vivo algunos años más, y si debido a la publicación de mis libros cobro fama, tal vez me vea reducido --como le sucedió a Schopenhauer y un poco también a Tolstoi-- a la categoría de viejo vanidoso y engreído, pero creo que podré soportarlo.

miércoles, 23 de julio de 2014

El trabajo físico como auyentador de los vicios

Escribe Tolstoi:

He estado releyendo mi diario de la época en la que buscaba la causa de las tentaciones. Todo es absurdo, la única [causa] es la ausencia de trabajo físico intenso. No aprecio suficiente la felicidad de estar libre de las tentaciones después del trabajo. Es una libertad que uno compra a buen precio con el cansancio y el dolor muscular (Diarios, 24/6/1884).


Pues te diré, hermano León: hace ya tres años que vengo trabajando en continuado, duro y parejo, de sol a sol, cortando lonas, acarreando lonas, soldando lonas, y el cansancio y la fatiga muscular que me producen tales tareas raramente impiden que después de la faena diaria emerjan las mismas tentaciones de siempre. Tu receta, a mí, no me funciona.

martes, 22 de julio de 2014

Tolstoi, escritor invernal

"Ha salido de caza --comenta la esposa de Tolstoi--. En verano no se siente inspirado para escribir" (Sofía Tolstoi, Diarios (1862-1919), 31/7/1868). Tolstoi corrobora: "En verano con frecuencia se apodera de mí una imposibilidad física de escribir" (carta a Strájov del 23/4/1876, en Correspondencia, p. 375). Yo también prefiero el invierno para escribir. El verano, lo prefiero para vivir.

lunes, 21 de julio de 2014

Tolstoi, ¿adicto al sexo solitario?

   – ¿Sabías que Tolstoi se masturbaba como un mono?
   – ¡No!
   – Sí, se masturbaba todo el tiempo, el muy cabrón. Paseaba por los jardines de su finca de Yasnaia Poliana acompañado de su perro fiel y silencioso, y de vez en cuando paraba junto a un árbol y se metía la mano en el pantalón. [...] la sangre del inmortal cayendo sobre la blanca nieve del duro invierno, su valiosa semilla desperdiciada en la vasta llanura de la gran Rusia… 
Alicia Giménez Bartlett, Días de amor y engaños

Por la mañana --comenta Tolstoi--

tuve una erección muy fuerte, y cuando llegué solo a casa encontré a mi joven posadera en la cocina y le dije algunas palabras. Sin duda alguna está coqueteando conmigo [...]. Le doy gracias a Dios por la timidez que me dio: me está salvando de la corrupción (Diarios, 31/5/1852).

La timidez lo salvaba de la corrupción del amancebamiento, pero lo llevaba a otro tipo de corruptela venérea. Pasadas 48 horas, anota: "Después de la comida incurrí en mi antigua debilidad" (2/6/1852). ¿A qué antigua debilidad se refiere? Primero se levanta excitado y agarrotado, luego se entusiasma con una criada, que lo coquetea, pero no concreta nada con ella, y al poco rato incurre en esa misteriosa y antigua debilidad. Doy por sentado aquí que tal perífrasis no es más que un eufemismo para la palabra masturbación. Y es que el priapismo no doloroso, ese que se acompaña con apetito venéreo, cuando se presenta en el espíritu de un tímido suele desembocar en una cruda manuela. Yo lo sé, porque padezco de tal priapismo y de tal retraimiento, y creo que Tolstoi también lo sabía.

¡Como dos gotas de agua!

viernes, 18 de julio de 2014

Tolstoi vegetariano

Y en la cuestión del vegetarianismo, fundamental en una persona que se declara simpatizante de la no violencia, también he sido bastante más resuelto que mi gran antecesor. Recién el 2 de junio de 1884, a la edad de 55 años, escribe en su diario: "Hace dos días que comencé a no comer carne". Yo comencé a no comer carne en 1995, cuando tenía 26 años, y la dejé definitivamente en 1997, a los 28. Tardó Tolstoi el doble de años que yo en tomar esta lógica decisión[1]. Pero queda disculpada esta demora por dos atenuantes: el frío ruso, que dificulta la supervivencia en base a frutas y verduras, y sobre todo la carencia de información nutricional fidedigna en aquella época y aquellas latitudes. En la Rusia del siglo XIX no era tan sencillo convertirse al vegetarianismo como lo es ahora.



[1] Y un poco más también. En los Diarios (1862-1919) de Sofía Tolstoi, entrada del 9/3/1887, se lee: "Hace una semana que ha vuelto a ser vegetariano". Pareciera ser entonces que en 1884 intentó dejar de consumir alimentos cárnicos, pero no lo consiguió, convirtiéndose al vegetarianismo estricto recién en 1887.

miércoles, 16 de julio de 2014

El vicio del tabaco en Tolstoi y en mi propia persona

El matrimonio alejó a Tolstoi de su adición al juego, pero no pudo hacer lo propio con su adición al tabaco. Ya de muy joven, desde su entrada del 28/2/1851, se propone no fumar, pero le costará un suplicio cumplir ese programa. El 20/7/1852, escribe resuelto: "A partir de hoy dejo de fumar". No pudo ser. El 16/4/1884, 32 años después, se resigna: "Los intentos de no fumar son estúpidos. Es inútil luchar". Pese a lo cual se embarca de nuevo en su epopeya: "Estoy tratando de dejar de fumar" (1/5/1884); "Intenté no fumar. Estoy haciendo progresos" (12/5/1884). Y de nuevo, el choque con la realidad: "No puedo dejar de fumar" (29/5/1884).
En este vicio en particular, he superado a Tolstoi con tanta holgura como un auto de fórmula uno podría superar a una carreta. En el año 2000, luego de anoticiarme de que mi madre tenía cáncer de pulmón, yo, también fumador en ese entonces, escribí esta ritma a modo de desahogo:

     Amigo traicionero: no sueñes con victorias
que no están a tu alcance, que no vitorearás.
Te juro por mi madre que en estas mis memorias
te apagaré algún día y jamás te encenderás.

Y así fue: en la semana santa del 2004 me fumé mi último cigarrillo, apagándolo sobre aquella hoja de mi cuaderno en donde se alzaba la profecía. Y jamás volví a fumar, ni tabaco ni ninguna otra sustancia[1]. Así soy de resuelto en algunas cuestiones; otras me cuestan más.



[1] A decir verdad, en el año 2005 o 2006 le prendí un cigarrillo a una señora con mi propia boca y aspiré un poco de humo, pero fue solo una pitada.

martes, 8 de julio de 2014

El excremento del diablo (segunda parte)

He aquí, citada con cierta extensión, la disertación de Giovanni Papini acerca del motivo por el cual un buen cristiano no debería, si quiere ser lógico, afanarse por conseguir, manosear o acumular dinero:

 Consideren bien los hombres que han de nacer todavía: Jesús no quiso tocar nunca con sus manos una moneda. Las manos que amasaron el polvo de la tierra para dar vista al ciego; las manos que tocaron las carnes infectas de los leprosos y los muertos; las manos que abrazaron el cuerpo de Judas --mucho más infecto que el polvo, que la lepra y que la putrefacción--; las manos blancas, puras, saludables, curadoras, que de nada podían contaminarse, jamás han soportado uno de esos discos de metal que ostentan en relieve el perfil de los amos del mundo.
[...]  La moneda lleva consigo, justamente con la grasa de las manos que la han cogido y sobado, el contagio del crimen. De todas las cosas inmundas que el hombre ha fabricado para ensuciar la tierra y ensuciarse, la moneda es, acaso, la más inmunda.
            Esos pedazos de metal acuñado, que pasan y vuelven a pasar todos los días por las manos, todavía sucias de sudor y de sangre; gastados por los dedos rapaces de los ladrones, de los comerciantes, de los banqueros, de los intermediarios, de los avaros; esos redondos y viscosos esputos de las casas de la moneda, que todo el mundo desea, busca, roba, envidia, ama más que al amor y aun que la vida; esos asquerosos pedacillos de materia historiada, que el asesino da al sicario, el usurero al hambriento, el enemigo al traidor, el estafador al cohechador, el hereje al simoníaco, el lujurioso a la mujer vendida y comprada; esos sucios y hediondos vehículos del mal, que persuaden al hijo de matar a su padre, a la esposa a traicionar a su esposo, al hermano a defraudar a su hermano, al pobre malo a acuchillar al mal rico, al criado de engañar a su amo, al malandrín a despojar al viajero, al pueblo a asaltar a otro pueblo; esos dineros, esos emblemas materiales de la materia, son los objetos más espantosos de cuantos el hombre fabrica. La moneda, que ha hecho morir a tantos cuerpos, hace morir todos los días a miles de almas. Más contagiosa que los harapos de un apestado, que el pus de una pústula, que las inmundicias de una cloaca, entra en todas las casas, brilla en los mostradores de los cambistas, se amontona en las cajas, profana la almohada del sueño, se esconde en las tinieblas fétidas de los escondrijos, ensucia las manos inocentes de los niños, tienta a las vírgenes, paga el trabajo del verdugo, circula a la faz del mundo para encender el odio, para atizar la codicia, para acelerar la corrupción y la muerte.
            El pan, santo ya en la mesa familiar, se convierte en la mesa del altar en el cuerpo inmortal de Cristo. También la moneda es el signo visible de una transubstanciación. Es la hostia infame del Demonio. Los dineros son los excrementos corruptibles del Demonio. El que pone su corazón en el dinero y lo recibe con afán, comulga visiblemente con el Demonio. Quien toca el dinero con voluptuosidad, toca, sin saberlo, el estiércol del Demonio.

            El puro no puede tocarlo; el santo no puede soportarlo. Saben con indudable certeza cuál es su repugnante esencia. Y sienten hacia la moneda el mismo horror que el rico hacia la miseria (Giovanni Papini, Historia de Cristo).

miércoles, 2 de julio de 2014

El excremento del diablo

Un oráculo indeciblemente misterioso afirma que Cristo no volverá a la tierra hasta que no sea cristiano su pueblo [...] y, dejando de rastrillar el oro que cae del orificio excremental de Satanás, distribuya todos sus bienes entre los pobres, para seguir a aquel divino Pobre.
Giovanni Papini, Historia de Cristo

El del juego era uno de los vicios más enquistados en el corazón de Tolstoi, y le costó un gran esfuerzo abandonarlo. Perdió mucho dinero jugando las cartas, y cada vez que perdía tenía la ilusión de que sería la última, pero siempre recaía. El 13/12/1850 escribe: "Creo [que] dejaré de jugar. Me parece que ya no tengo la pasión por el juego", aunque añade, como sabiendo lo que pasará: "Pero no puedo poner las manos en el fuego, primero tengo que comprobarlo". Y lo bien que hizo en no poner las manos en el fuego. El 28/1/1855, anota: "Jugué al shtoss durante dos días y dos noches. El resultado es comprensible: lo perdí todo: la casa de Yásnaia Poliana[1]. Creo que no hace falta escribir al respecto, me resulto hasta tal punto desagradable que me gustaría olvidarme de que existo". Y menos de un mes después, vuelve la carga: "Perdí otros 80 rublos. [...] De nuevo quiero probar suerte en las cartas" (15/2/1855). "Ayer volví a perder 20 rublos-plata y no volveré a jugar nunca más" (17/2/1855). ¿Nunca más? Parece que no: "Por la mañana estuve enfermo, ruleta hasta las 6. Perdí todo" (26/7/1857). Esta historia, sin embargo, tiene final feliz: después de tantas promesas incumplidas, de tantas recaídas, Tolstoi por fin abandonó el juego allá por 1862. En ese año se casó, y a partir de ahí parece que jamás volvió a jugar en forma compulsiva (continuó jugando a las cartas --especialmente al vint-- con su familia y con algunos visitantes en su finca de Yasnaia Poliana, pero eso es totalmente diferente). El matrimonio llegó para Tolstoi con algunas desagradables sorpresas, pero en otros respectos lo ayudó a recomponerse: morigeró (un poco) su lascivia y amainó considerablemente su adicción al juego.
¿Qué fuerza era la que llevaba a Tolstoi a jugar compulsivamente? Él mismo, desde una entrada de su diario, esboza una explicación:

Hoy pesqué a mi imaginación en pleno trabajo. Estaba haciéndose un cuadro en el que yo tenía mucho dinero y lo estaba dilapidando y perdiendo en el juego, y esto me producía un placer enorme. No me gusta lo que se puede adquirir a cambio de dinero, pero me gusta tenerlo y luego no tenerlo: el proceso de dilapidarlo (29/11/1851).

 A mí me sucedió algo parecido allá por los comienzos de la década del 90, cuando, merced a mi empleo en Potigián, comencé a ganar dinero en forma regular y también, bastante regularmente, comencé a cruzar el Río de la Plata con mi amigo Guillermo Crespo en dirección a la ciudad uruguaya de Colonia para dilapidar algunos morlacos en el casino que allí se asentaba (en esa época no estaban permitidos los casinos en la ciudad de Buenos Aires ni en sus alrededores). Sentía que deshacerme del vil metal, del "estiércol del Demonio" como lo llamaba Papini, de esa manera tan estúpida, era en cierta forma un acto ético, una hidalguía. Lo que no comprendía era que la hidalguía estaba en deshacerse del dinero para dárselo los pobres, no para dárselo a los ricos propietarios del casino. Más tarde lo comprendí, y me prometí no entrar jamás a otro casino con intenciones lúdicas, promesa que también he cumplido a rajatabla hasta el presente (ingresé posteriormente a un par de casinos, pero no aposté). Ahora falta la otra parte, la parte que a Tolstoi también le faltó. Porque la idea primigenia, la de deshacerse lo más rápido posible de aquel estiércol del demonio que nos contamina el alma con su hedor y sus putrefacciones, esa idea es enteramente correcta, ética e hidalga; la incorrección estribaba en defecarlo allí y no en los sumideros correspondientes, en los barrios bajos, en donde por costumbre, tal vez por una mera cuestión gravitatoria, acaban los sumideros. Porque solo los pobres que allí viven tienen la propiedad, el don, de convertir esta mierda en abono y fertilizar con ella sus marchitas existencias. Así se produce la alquimia: trocar excremento por alimento. Lo cual es un bien para el pobre, desde luego, pero también para el rico, porque se desintoxica. A eso Tolstoi no llegó, como es bien sabido, y yo por ahora tampoco[2].



[1] Esta pérdida es aclarada en nota al pie por Selma Ancira, la traductora de estos Diarios: "Para poder pagar esta deuda de juego el edificio principal de la propiedad de Tolstoi en Yásnaia Poliana fue vendido a un propietario vecino en 5000 rublos-papel. Este lo hizo transportar a sus terrenos a unos 20 kilómetros de donde se encontraba originalmente.
[2] Nuestro fenomenal Papa Francisco, desde su homilía del día 20/9/13 (misa en Casa Santa Marta), coincide conmigo y con Papini en el carácter excrementicio de la moneda de cambio: "«No podemos servir a Dios y al dinero». No se puede: ¡O lo uno o lo otro! Esto no es comunismo. ¡Esto es Evangelio puro! ¡Estas son las palabras de Jesús! ¿Qué sucede con el dinero? El dinero te ofrece un cierto bienestar al principio. Esta bien, después te sientes un poco importante y llega la vanidad. Lo hemos leído en el Salmo cómo llega esta vanidad. Esta vanidad que no vale, pero tu te sientes una persona importante: esa es la vanidad. Y de la vanidad a la soberbia, al orgullo. Son tres escalones: la riqueza, la vanidad y el orgullo. «Pero, Padre, yo leo los Diez Mandamientos y ninguno habla mal del dinero. ¿Contra qué mandamiento se peca cuando uno hace una acción por dinero?» ¡Contra el primero! ¡Pecas de idolatría! Y este es el motivo: Porque el dinero se convierte en ídolo, y tú le das culto. Y por esto Jesús nos dice no puedes servir al ídolo dinero y al Dios viviente: o a uno o al otro. Los primeros Padres de la Iglesia --hablo del siglo III, más o menos, año 200, año 300-- usaban una palabra fuerte: «El dinero es el excremento del diablo». Es así. Porque nos hace idólatras y enferma nuestra mente con el orgullo, nos hace maníacos de cuestiones ociosas y nos aleja de la fe. Corrompe".