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jueves, 9 de febrero de 2017

William James, adicto a las conferencias

Peirce era demasiado rigorista en sus explicaciones y por eso su filosofía no trascendió. James, en cambio, cometió el error opuesto: fue un escritor demasiado poco rigorista, y por eso su filosofía es lógicamente débil[1].

Planeó James escribir un tratado sobre pragmatismo serio y enjundioso que despejara todas las dudas que sus críticos le señalaban, pero este plan fue relegado una y otra vez debido a su actividad favorita:

 

Durante los últimos años de James su deseo de terminar su sistema y su debilidad por las conferencias públicas estaban en pugna perpetua. [...] Estaba evidentemente motivado por un impulso característico a comunicar sus últimas ideas a los demás sin esperar a darles forma técnica o sistemática; y se sentía al mismo tiempo ansioso de someter sus pensamientos privados a la prueba social (Ralph Perry, El pensamiento y la personalidad de William James, cap. XXXII, p. 297).

¿Qué era más “pragmático”, dictar una serie de conferencias que, periodismo mediante, lo catapultarían cada vez más alto como referente del pensamiento norteamericano, o escribir un libro pormenorizado sobre el mismo asunto, lo que le demandaría mucho más tiempo y energías mentales, y cuyo éxito no sería inmediato como el de las conferencias, sino que sobrevendría algún tiempo después, quizá después —como suele suceder con los grandes pensadores— de que su espíritu ya no esté en este mundo?

Durante los años 1905-1906, en que James estuvo tan atareado dando conferencias de divulgación, “El Libro” aún ocupaba sus pensamientos: preparó dos esbozos de este. Pero en lugar de llevarlos a cabo, permitió que lo absorbiera nuevamente la actividad de conferenciante (ibíd., p. 299).

Las conferencias eran para él como una droga. En 1905 dictó una serie de cinco, sucesivamente, en Wellesley, en Chicago y en Glenmore. Dictó otras en el verano de 1906 en Harvard, en el otoño en Lowelly, y esas mismas en el invierno de 1907 en Nueva York, ante un auditorio récord de más de mil personas. Estaba en “el punto más alto de mi existencia, en lo que se refiere a [...] ser reconocido”. Pero el pensamiento coherente y sistemático y el reconocimiento popular no siempre van de la mano. La atención pública que lograron estas conferencias “embarcó al autor en una cantidad tan grande de escritos de agradecimiento, interpretación y controversia, que lo obligó a posponer nuevamente el tratado técnico. ¡Tal fue el castigo por el éxito!” (ibíd., p. 299)[2]. Se comportó en esto William James como un auténtico pragmatista en el mal sentido del término. Las conferencias eran pan para hoy, éxito, reconocimiento y dinero para hoy, mientras que el tratado técnico era, con suerte, pan para mañana, pan para sus hijos o sus nietos tal vez; pan remoto e incierto; pan para la posteridad. Y como el pragmatismo, en su sentido carroñero y miserable, prioriza el éxito presente y palpable a costa de los éxitos lejanos en tiempo y espacio, James siguió conferenciando hasta su muerte, lo que le reportó gran reputación…, y nosotros nos quedamos sin el tratado técnico.

Las verdades “pagan”, decía James[3]. Por eso sus conferencias eran sin duda muy verdaderas: le pagaban buen dinero por dictarlas. Pero ¿y el tratado? El tratado posiblemente no pague, o, mejor dicho, no le pague a él, no le reporte dividendos, ni pecuniarios ni de renombre, de modo que ¿para qué escribirlo?

¿Qué habría sido de la cultura filosófica occidental si la mayoría de los pensadores hubiese razonado así, pragmáticamente, a la hora de desarrollar y publicitar sus ideas?




[1] Cometió también otro error, o lo cometieron más bien sus padres al dotarlo de un temperamento jovial y extravertido. "Se supone —dijo Peirce— que todo metafísico tiene algún defecto radical que encontrar en todos los demás, y no encuentro un defecto más grave en los nuevos pragmatistas que el de ser vivaces. Para ser profundo es requisito ser aburrido" (Obra filosófica reunida, tomo II, p. 264 de la edición electrónica). Me gustaría no concordar con este aserto, pero concuerdo.
[2] Lo más serio y técnico que James publicó fueron sus Principios de psicología, pero esta obra no está emparentada sino de manera tangencial con la teoría pragmatista. Demoró doce años en finalizar este tratado, y eso que en 1890, año en que lo publicó, no era ni por asomo el solicitado conferenciante en que se convertiría quince años después.
[3] "Nuestra interpretación de la verdad es una interpretación de verdades, en plural, de procesos de conducción realizados in rebus, con esta única cualidad en común, la de que pagan" (William James, El pragmatismo, conferencia sexta). Pagar, en el sentido de dar resultados.

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