Esta conjetura de James que afirma que
la santidad es conveniente, dentro de una sociedad, solo en su justa medida y
nunca en demasía, presagia la opinión de la sociobiología. Esta ciencia nos
dice que dentro de cualquier grupo de animales sociales existen algunos
individuos predominantemente agresivos y otros predominantemente mansos, y que
si dentro de dicho grupo comienzan a escasear los individuos agresivos, la
sociedad que han formado, por una mera cuestión adaptativa, comienza a
generarlos, y lo mismo si escasean demasiado los mansos, de manera que siempre
tiende a mantenerse estable una cantidad determinada de individuos de cada
grupo. Por eso nunca una sociedad animal podrá evitar los comportamientos
agresivos intraespecíficos (entre miembros de la misma especie)[1].
Y en cuanto al egoísmo y al altruismo, impera claramente lo primero. Incluso el
propio comportamiento altruista de los animales, como por ejemplo las alertas
que da un individuo cuando se acerca un depredador y que lo exponen a él mismo
a ser devorado, no es, si se lo estudia con detalle, más que un comportamiento
egoísta de la especie como tal que a veces opta por sacrificar a un ejemplar en
aras de la supervivencia del resto[2].
Ahora bien; mas allá de que la ética humana más acendrada funciona exactamente
de ese modo, sacrificándose un individuo, dando su salud e incluso su vida para
salvaguardar la salud y la vida de otros, el problema está en conocer si este
equilibrio entre el comportamiento agresivo y el sumiso dentro de las
sociedades animales es ley de la naturaleza y, si es ley, si puede extrapolarse
al conjunto de las sociedades humanas. Y yo respondo que me parece que sí, que
esta hipótesis de una “estrategia evolutivamente estable”, que equilibra la
agresión y la sumisión y las mantiene parejas dentro de una especie, es una ley
natural que se cumple inexorablemente dentro de cualquier sociedad animal, y
por ello no puede ni podrá existir una sociedad animal cuyos miembros posean,
todos o casi todos, la cualidad de la mansedumbre. Y creo también que esta ley
tiene vigencia dentro de las sociedades humanas… del mismo modo en que la
teoría gravitatoria de Newton tiene vigencia en el universo de la materia. La
teoría de Newton funciona en casi toda ocasión, excepto en ciertos casos límite
ante los cuales es preciso echar mano de la teoría de la relatividad general. A
los efectos de nuestra vida ordinaria, con Newton nos basta. Algo así sucede
con la ley de la estrategia evolutivamente estable: se aplica y tiene vigencia
en prácticamente todas las sociedades humanas pasadas y presentes, pero esto no
niega la posibilidad de que exista o pueda existir un caso-límite de sociedad
humana que deje atrás este equilibrio instintivo-racional que aspira al egoísmo
específico o individual y se maneje con el acicate de los valores que nuestras
intuiciones prefieren y nos ordenan cumplimentar. ¿Que una sociedad así,
repleta de santos y carente de demonios, no duraría ni cinco minutos ante la
invasión de otra sociedad éticamente más “equilibrada”? Es posible, pero la
brevedad del experimento no es una refutación de la posibilidad de su
existencia, sino más bien de su deseabilidad. ¿Desearemos vivir en una sociedad
como las nuestras durante largos años, con gente buena y gente mala repartidas
equitativamente, o desearemos vivir en una sociedad de santos durante cinco
minutos, hasta que otra sociedad más pragmática nos esclavice o nos haga
papilla? Cada quien responderá esta pregunta como más le plazca.
[1] Cf. Richard Dawkins, El gen egoísta, cap. V. Dice Dawkins,
siguiendo en esto a John Maynard Smith, que toda sociedad el animal se compone
de “ halcones” y “palomas” en una proporción estable que no puede variar demasiado
sin que su estrategia evolutiva como especie corra peligro. Los halcones son
mucho más agresivos y las palomas mucho más huidizas. Agresividad no es lo
mismo que maldad ni evasividad lo mismo que bondad, pero igual entiendo que mi
razonamiento puede continuar por estos carriles, puesto que por experiencia
podemos decir que los malos son por lo general más agresivos que los pacíficos
y esquivos bonachones.
[2] Cf. ibíd., cap. X, p 251.
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