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jueves, 25 de enero de 2018

Nietzsche y la democracia

¿Es la democracia la mejor forma de gobierno? A esta pregunta, así en seco, respondo que no; pero si se me pregunta si la democracia es, actualmente, la mejor forma de gobierno que nuestro planeta podría pretender, a esto respondo que sí. No estamos preparados, hoy día, para otro tipo de gobierno, o para un desgobierno, por lo que la democracia, mal que nos pese, es lo mejor que podemos pretender. La democracia es el mejor preparativo para los tiempos que vendrán, que si es que son buenos tiempos, no serán, por cierto, democráticos. La democracia es preparación, apuntalamiento, y a la vez foso de contención.
En esto coincido con Nietzsche:

La democratización de Europa es imparable: quien se le opone emplea sin embargo para ello precisamente los medios que sólo el pensamiento democrático ha puesto al alcance de todos, y hace estos medios más manejables y eficaces; y los por principio opuestos a la democracia (me refiero a los revolucionarios) no parecen existir más que para, por el temor que infunden, empujar a los distintos partidos cada vez más velozmente por la vía democrática. Sin embargo, puede ocurrir que sintamos cierto temor ante el aspecto que ofrecen quienes hoy trabajan consciente y honradamente, con vistas a ese futuro: hay algo de desolado y de uniforme en sus rostros, y el polvo gris parece haberles llegado hasta el cerebro. Pese a ello es muy posible que la posteridad se ría un día de nuestros miedos y considere el trabajo en pro de la democracia durante generaciones en términos similares a como nosotros consideramos la construcción de diques y de murallas: como una actividad que, necesariamente, llena de polvo las ropas y las caras, y que, inevitablemente, vuelve un poco tontos a los obreros que se ocupan de esta tarea. Pero ¿quién podría desear, por estos motivos, que todo esto no se hubiera hecho? Parece que la democratización de Europa es un eslabón en la cadena de esas enormes medidas profilácticas propias de los tiempos que corren y que nos separan de la Edad Media. ¡Hoy sí que estamos en la época de las construcciones ciclópeas! ¡Por fin disponemos de unos cimientos seguros que permiten construir en lo sucesivo sin peligro! Desde ahora es, pues, imposible que los campos de cultivo queden destruidos, en una sola noche, por los torrentes salvajes y absurdos de la montaña. ¡Tenemos murallas y diques contra los bárbaros, contra las epidemias, contra la esclavitud física e intelectual! Y todo esto entendido de momento al pie de la letra y sin profundizar en ello, pero, poco a poco, desde una perspectiva cada vez más elevada y más intelectual, de suerte que todas las medidas indicadas parecen ser la preparación espiritual para la venida del artista superior en el arte de la jardinería, que no podrá emprender su verdadera tarea hasta que esta preparación se encuentre totalmente acabada (El viajero y su sombra, § 270, “La época de las construcciones ciclópeas”).


La democracia es un resguardo contra las tiranías, y como los tiranos están siempre al acecho, no sería conveniente prescindir de este parapeto.

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