¿Es
la democracia la mejor forma de gobierno? A esta pregunta, así en seco,
respondo que no; pero si se me pregunta si la democracia es, actualmente, la mejor forma de gobierno
que nuestro planeta podría pretender, a esto respondo que sí. No estamos
preparados, hoy día, para otro tipo de gobierno, o para un desgobierno, por lo
que la democracia, mal que nos pese, es lo mejor que podemos pretender. La
democracia es el mejor preparativo para los tiempos que vendrán, que si es que
son buenos tiempos, no serán, por cierto, democráticos. La democracia es
preparación, apuntalamiento, y a la vez foso de contención.
En
esto coincido con Nietzsche:
La democratización de Europa es
imparable: quien se le opone emplea sin embargo para ello precisamente los
medios que sólo el pensamiento democrático ha puesto al alcance de todos, y
hace estos medios más manejables y eficaces; y los por principio opuestos a la
democracia (me refiero a los revolucionarios) no parecen existir más que para,
por el temor que infunden, empujar a los distintos partidos cada vez más
velozmente por la vía democrática. Sin embargo, puede ocurrir que sintamos
cierto temor ante el aspecto que ofrecen quienes hoy trabajan consciente y
honradamente, con vistas a ese futuro: hay algo de desolado y de uniforme en
sus rostros, y el polvo gris parece haberles llegado hasta el cerebro. Pese a
ello es muy posible que la posteridad se ría un día de nuestros miedos y
considere el trabajo en pro de la democracia durante generaciones en términos
similares a como nosotros consideramos la construcción de diques y de murallas:
como una actividad que, necesariamente, llena de polvo las ropas y las caras, y
que, inevitablemente, vuelve un poco tontos a los obreros que se ocupan de esta
tarea. Pero ¿quién podría desear, por estos motivos, que todo esto no se
hubiera hecho? Parece que la democratización de Europa es un eslabón en la
cadena de esas enormes medidas profilácticas propias de los tiempos que
corren y que nos separan de la Edad Media. ¡Hoy sí que estamos en la época de
las construcciones ciclópeas! ¡Por fin disponemos de unos cimientos seguros que
permiten construir en lo sucesivo sin peligro! Desde ahora es, pues, imposible
que los campos de cultivo queden destruidos, en una sola noche, por los
torrentes salvajes y absurdos de la montaña. ¡Tenemos murallas y diques contra
los bárbaros, contra las epidemias, contra la esclavitud física e
intelectual! Y todo esto entendido de momento al pie de la letra y sin
profundizar en ello, pero, poco a poco, desde una perspectiva cada vez más
elevada y más intelectual, de suerte que todas las medidas indicadas parecen
ser la preparación espiritual para la venida del artista superior en el arte de
la jardinería, que no podrá emprender su verdadera tarea hasta que esta
preparación se encuentre totalmente acabada (El viajero y su sombra, § 270, “La época de las construcciones
ciclópeas”).
La
democracia es un resguardo contra las tiranías, y como los tiranos están
siempre al acecho, no sería conveniente prescindir de este parapeto.
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