Releo un ensayo de Unamuno titulado
“Sobre la lujuria” (incluido en su libro Mi
religión y otros ensayos breves), y lo releo ahora porque mi lujuria,
frisando el medio siglo de existencia, no parece dar el brazo a torcer.
“El desarrollo de la sensualidad
sexual y el acorchamiento de la vida del espíritu van de par” dice don Miguel y
yo coincido. Las preocupaciones de índole sexual son incompatibles con las de
orden espiritual. Pero aquí termina la concordancia, porque para Unamuno no es
esta una cuestión de momentos, sino de temperamento y caracterología. “La
obsesión sexual en un individuo —dice— delata más que una mayor vitalidad, una
menor espiritualidad”. No es que en el arrebato sexual las preocupaciones
espirituales queden rezagadas: el individuo fuertemente sexuado y libidinoso es, en todo momento, un individuo
espiritualmente fláccido. El hombre con fuerte libido no suele guiar su
conducta por valores nunca, ni
siquiera cuando su libido es obturada, y además es por regla general bastante
tonto: “Los hombres mujeriegos son de ordinario de una mentalidad muy baja y
libres de inquietudes espirituales. Su inteligencia suele estar en el orden de
la inteligencia del carnero, animal fuertemente sexualizado, pero de una
estupidez notable”. La extrapolación hacia el reino animal tiene colorido pero
rango científico no creo. Por de pronto se puede contraargumentar que los
bonobos constituyen una de las especies más inteligentes del reino animal,
incluso entre los mismos primates, y su sexualidad es desbordante. Habría que
realizar estudios —o recabar información si los estudios ya se han hecho— que
analicen qué tipo de sexualidad poseen los individuos con alto coeficiente
intelectual, pero me atrevo a decir que no encontraremos una relación directa
tan marcada entre inteligencia y frigidez como la que Unamuno sugiere[1]. “Los lujuriosos que conozco
—continúa— se distinguen por una notable vulgaridad de pensamiento y de
sentimiento”. Me parece que Unamuno confunde aquí dos palabras que no son
sinónimas. Habla de los “lujuriosos” cuando debería hablar, como correctamente
lo hace en la cita anterior, de “mujeriegos”. Si trocara estas palabras yo
estaría de acuerdo con el aserto, pues los mujeriegos que he conocido, vale
decir, las personas que he conocido que tenían una natural facilidad para
levantar señoras o señoritas, me han resultado en casi todos los casos bastante
vulgares espiritual y en especial intelectualmente. ¿Y por qué son así? Porque
entrenan para ello: “El hombre que se entrega a perseguir mujeres acaba por
entontecerse. Las artes de que tiene que valerse son artes de tontería”. Pero
¿quién le dijo a Unamuno que todos los lujuriosos son mujeriegos? Los hay
homosexuales, desde luego, pero también están los tímidos que tiemblan como una
hoja al viento cuando se les acerca una mujer bonita y no encuentran el modo de
abordarla pese a que sienten unos deseos incandescentes de poseerla. Y son
estos lujuriosos reprimidos, que nada tienen de mujeriegos, los que yo niego
que sean tan estúpidos como suelen serlo los discípulos de Juan Tenorio. Sin
duda que cuando uno es presa de la lujuria, en
ese instante, uno se torna estúpido y esquivo a los valores, pero la
lujuria tiene la propiedad de apagarse muy fácilmente, y cuando esto sucede la
inteligencia y la espiritualidad toda reaparecen, asoman de nuevo su cabeza y
festejan el alejamiento de ese estado tan placentero como indecoroso —e
indecoroso por ser carnalmente placentero—. Según Unamuno, esto es una quimera:
el lujurioso es estúpido siempre, cuando es presa de su lujuria y cuando no
también. Yo no puedo concordar con esto.
Más abajo afirma que “es sensible la
enorme cantidad de energía espiritual que se derrocha y desperdicia en
perseguir la satisfacción del deseo carnal”. Lo que se desperdicia en la
persecución del deseo carnal no es energía, sino tiempo. Por eso el deseo
carnal, si aparece, conviene satisfacerlo al instante para que no nos moleste.
Como decía Oscar Wilde: “La única manera de
librarse de la tentación es ceder ante ella”. Alguna energía desperdiciaremos,
lo admito, pero no será energía espiritual; la conversión no es tan sencilla
(ver la entrada del 26/1/10). El auténtico costado oscuro de la lujuria, amén
de las violaciones, los abusos de todo tipo y las relaciones no consentidas, es
el tiempo que uno le dedica. Si nos insume poco tiempo, podremos ser la mar de
lujuriosos y, a la vez, o en paralelo, nobles, espirituales e inteligentes personas.
[1] William Sheldon parece
contradecir a Unamuno. Dice que el coeficiente de inteligencia es por lo
general más alto en los individuos predominantemente ectomórficos que en otros
somatotipos, y a su vez afirma que estos individuos presentan una sexualidad
"elevada" (cf. Las variedades
del temperamento, pp. 346-7, tabla 15).
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