Si hay un
pensador que respetó como ninguno el dictado del sentido común, ese fue
Aristóteles. El hombre común considera que los objetos que aparecen a su
alrededor existen efectivamente, y existen tal cual él los percibe. La mesa
sobre la que come, la silla en la que se sienta, son 100% reales y no dependen
de la percepción de nadie para cobrar existencia. Su materia es real, su forma
es real, hasta sus colores y olores pertenecen al objeto mismo y no a nuestro
aparato sensitivo. Esto es lo que piensa el hombre común, y contra Platón, que
pensaba lo contrario, se erige Aristóteles con aplauso de casi todos, pues casi
todos no pueden comprender cómo los objetos que percibimos sean otra cosa que
lo que percibimos. Y después está el tema del determinismo y el libre albedrío,
en el que Aristóteles, una vez más, se recuesta en el sentido común de las
masas, que no tienen la menor duda de que lo que hacen lo hacen por propia
voluntad, sin estar impelidos por ninguna causa que caiga fuera de su control.
Y así como Kant —que no era un pensador que se guiara por el sentido común—
imaginó el accionar libre del ser humano como una causa incausada,
es decir, como algo que surge de la pura espontaneidad del cerebro del
individuo actuante, Aristóteles había examinado ya de manera similar la
cuestión, adelantándose al célebre pensador alemán por dos mil años:
En la Metafísica leemos que podemos recorrer hacia atrás una cadena de
causación necesaria hasta cierto punto, pero no más. Este punto es una causa
que no tiene causa. Existen ya condiciones que hacen que necesariamente todo
hombre deba morir, pero que deba morir de enfermedad o por violencia no es cosa
todavía determinada, y solo será determinada cuando una causa incausada —un acto de elección— haya llegado a ser (William Ross, Aristóteles, p. 98).
No cree que todos los
acontecimientos dentro del universo ocurren con estricta necesidad: “Que hay principios y causas que pueden
generarse y destruirse, sin [un proceso de] generación y destrucción, es
evidente. De no ser así, todas las cosas sucederán necesariamente” (Metafísica 1027a 30). Aquí da el ejemplo
que menciona Ross, el de alguien que morirá por enfermedad o violentamente, no
se sabe, pero ninguna de estas dos muertes, sea cual fuere la que ocurra, se
producirá ineluctablemente,
sino que dependerá de
las decisiones que tome el individuo que va a morir. En otro de sus trabajos retoma la idea respecto de que
algunos acontecimientos no son necesarios; solo podemos decir de ellos “que
están a punto de ser”, no que “serán”:
En efecto, si es verdadero decir que
algo será, deberá ser verdadero en algún momento decir que eso es, mientras que
si ahora es verdadero decir que algo está por ser, nada impide que no llegue a
ser; así, uno podría no caminar, aunque ahora «esté por» caminar (Acerca de la generación y la corrupción
337b). [Madrid: Gredos,
1987]
Que Aristóteles no tenía una
concepción clara de una ley universal de causalidad se comprueba, por ejemplo, cuando toma resueltamente partido contra la
concepción socrática según la cual nadie es voluntariamente malo, porque esto
implica que la acción sigue con estricta necesidad el estado de nuestra
creencia:
Siempre que está en nuestro poder el
hacer, lo está también el no hacer, y siempre que está en nuestro poder el no,
lo está el sí, de modo que si está en nuestro poder el obrar cuando es bello, lo
estará también cuando es vergonzoso […]. Decir que nadie es
voluntariamente malvado ni venturoso sin querer, parece en parte falso y en
parte verdadero: en efecto, nadie es venturoso sin querer, pero la perversidad
es algo voluntario. O, de otro modo, debería discutirse lo que acabamos de
decir, y decir que el hombre no es principio ni generador de sus acciones como
lo es de sus hijos (Ética nicomáquea
1113b 9-18).
En síntesis:
Aristóteles “comparte la creencia del hombre ordinario en el libre albedrío,
pero no ha examinado el problema muy cuidadosamente y no se ha expresado de
modo muy coherente” (Ross, Aristóteles,
p. 241). Agrego yo que expresarse coherentemente, y con altura filosófica, en
favor de la hipótesis del libre albedrío es algo que no he visto sino en
contadísimas ocasiones.