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miércoles, 22 de noviembre de 2017

Nietzsche y sus edulcoradores

Estimado Fabio: Esto se está poniendo bueno.
Ricardo Maliandi, en alusión a mi disputa intelectual con la doctora Cragnolini
                 
¿Cómo es posible que tantos pensadores honestos y de altas miras intelectuales, habiendo leído buena parte de las obras de Nietzsche, no hayan caído en la cuenta de que su filosofía no es genial, sino enfermiza? Esta interesante pregunta se la hizo también Luisa Landerreche:

Si tomamos el escrito de cualquier autor, publicado o no, como un mensaje con un destinatario, un lector-receptor, nos tenemos que preguntar ¿por qué los escritos de Nietzsche provocan tan diferentes interpretaciones, más amplias en su espectro que cualquier otro autor? [...]. Y esto también apunta a dilucidar por qué para mí el discurso de Nietzsche connota y denota aspectos profundos de su enfermedad, la esquizofrenia, mientras que para otros [...] connota y denota el pensamiento de un ser excepcional. He buscado las teorías en semiótica que pueden ayudar a entender la diferencia de interpretación [...] que hemos descrito, que consideran a Nietzsche como un genio de la filosofía y las otras, la que lo ven como un nefasto precursor del nazismo, con la particularidad de que los primeros también son antagonistas del nazismo. Es decir, cómo receptores del mensaje nietzscheano, ubicados dentro del mismo espectro del campo ideológico, puedan tener visiones tan opuestas. A lo que hay que agregar la pregunta de cómo el discurso esquizofrénico se interna en lo más profundo de la sociedad de Occidente con un discurso ideológicamente orientado hacia la disolución del ser y de lo social, como el que Nietzsche exhibe a lo largo de sus obras (La evolución del pensamiento esquizofrénico en Federico Nietzsche).

Un caso particularmente interesante es el de Karl Jaspers, quien

no pudo detectar que se trataba de un enfermo de esquizofrenia. La paradoja es que Jaspers era psiquiatra y fundador de la psicopatología, corriente de la psiquiatría que valoraba los relatos de los enfermos para el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad mental.

Pero supongamos que lo de la esquizofrenia precoz es controvertido, que no es seguro que estuviera medio loco al tiempo que escribía; no es controvertida, sin embargo, la afinidad del pensamiento de Nietzsche con el pensamiento nazi. Por eso sería interesante averiguar cómo funciona la cabeza de aquellos que, detestando al nazismo, admiran a Nietzsche como pensador filosófico. Landerreche menciona, además de a Jaspers, a Karl Lowith. Ambos

son alemanes y vivieron en la época del nazismo en Alemania. Lowith tuvo que emigrar porque era judío y Jaspers estuvo a punto de ser internado en un campo de concentración porque su esposa era judía.

O sea que tenían motivos para detestar a los nazis, y por cierto que los detestaban. Pero no detestaban ni a Nietzsche ni a su filosofía, y esto es lo desconcertante. No leen —dice Landerreche— en Nietzsche la doctrina nazi; parecen no registrarla,

aunque en sus análisis incluyen los textos que son bases doctrinarias del nazismo pero sin identificarlas como tales. El liderazgo sin límites que propicia Nietzsche, la obediencia total, la militarización de las empresas y por ende de la economía, desprecio por el más débil propiciando su exterminio, instigación al suicidio como manera de valorizar la vida que se plasma como conducta cotidiana en "vive peligrosamente", etc., son emblemas del nazismo.

Aquí en la Argentina tenemos el caso de Mónica Cragnolini, la mayor especialista en Nietzsche del país y refractaria al nazismo. Cragnolini se asomó a mis críticas a Nietzsche y, sin profundizar en ellas, las abandonó por considerarlas pueriles y mal documentadas (ver la entrada del 24/12/11). Es como si Nietzsche, para ciertos intelectuales, fuera una especie de santo al que hay que venerar y nunca replicar, y esto a pesar de que él mismo veía con malos ojos la posibilidad de que la posteridad lo considerara de ese modo (“tengo un miedo espantoso de que algún día se me declare santo”, dijo en Ecce Homo). No es que Cragnolini, Jasper o Lowith lo consideraran un santo, pero sí lo consideraban un genio filosófico, lo cual es mucho peor que si lo consideraran santo, porque el santo predica con el ejemplo, y como la vida de Nietzsche no ha sido demasiado relevante, no habría gran peligro en imitar sus acciones. El genio filosófico, en cambio, predica con la palabra, y como en esto de la palabra Nietzsche sí era un verdadero maestro y, estilísticamente, podría también decirse que fue un genio, si la gente intelectualmente respetable lo cataloga de genio filosófico el alumnado que cae bajo el influjo de estos profesores tenderá a coincidir con esta apreciación, y ¿qué otra cosa puede salir de la boca de un genio filosófico sino grandes verdades, verdades teóricas que sería deseable, por ser geniales, llevarlas al terreno de la práctica? Ya tenemos entonces el camino despejado, nuevamente, para el totalitarismo, el despotismo y la dictadura de la oligarquía. Después, ya con el crimen consumado, Cragnolini me dirá que ni a ella ni a Nietzsche le cae bien tal o cual dictador, lo cual tal vez resulte verdadero, pero no menos verdadero será el hecho de que con su apoyo a las ideas nietzscheanas le habrán allanado el camino.

Pero lo que es más interesante, repito, es la indagación acerca de cómo a un pensador que por regla general razona correctamente, cuando se le cruza por delante un personaje como Nietzsche la lógica se le amotina, se le declara en huelga o hace mutis por el foro y su mente pasa a ser gobernada por otras instancias más primitivas, más trogloditas. Claro que ni Landerreche ni yo somos siquiatras ni psicólogos, de modo que se nos hará difícil la explicación de tan enigmático acontecimiento.

martes, 21 de noviembre de 2017

Esquizofrenia precoz en Nietzsche

El goce de dañar, ¿es diabólico, como dice Schopenhauer? [...] Todo placer en sí mismo no es ni bueno ni malo; ¿de dónde vendría entonces la distinción de que para complacerse a sí mismo no tiene uno derecho de disgustar al otro?
Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano, § 103

Lo tóxico enferma, y es lógico que algo que es capaz de enfermar el espíritu sea el producto de un espíritu enfermo. Esa es la teoría de Luisa Landerreche. Según esta socióloga, Nietzsche habría comenzado a manifestar síntomas de esquizofrenia ni bien comenzada su adolescencia, y si bien la etapa terminal de su enfermedad comenzó en 1899 con aquel supuesto abrazo al caballo, la totalidad de su obra filosófica habría sido concebida dentro del período prodrómico a la manifestación explícita de la locura, que en el caso de la esquizofrenia es una etapa en la cual el paciente manifiesta, por decirlo así, una locura diluida.
El discurso de Nietzsche, para Landerreche, “connota y denota aspectos profundos de su enfermedad” (La evolución del pensamiento esquizofrénico en Federico Nietzsche, 9º Congreso Virtual de Psiquiatría. Interpsiquis, Febrero del 2008, disponible en internet). Cuatro son los síntomas básicos que delatan el comienzo de la esquizofrenia:

La pérdida de la capacidad asociativa por la cual los procesos del pensamiento devienen desordenados y desconectados.

El embrutecimiento afectivo o la afectividad plana, en la que la respuesta emocional a los estímulos externos desaparece o es inapropiada.

El autismo progresivo y a partir del cual se desarrolla un pensamiento peculiar y paulatinamente empobrecido con aislamiento del medio social.

La ambivalencia que implica tener pensamientos o sentimientos contradictorios y simultáneos.

A estos indicios hay que agregar otros dos más lejanos: las alucinaciones y las delusiones. Según Landerreche, todos estos síntomas concurren tanto en la vida como en la obra de Nietzsche desde mucho antes del colapso esquizofrénico, incluso desde su adolescencia.

La pérdida asociativa, se expresa en la escritura en forma de aforismos, "desordenados y desconectados" [...]. Analizando la secuencia de los aforismos, se comprueba lo que Lev Vigotzky estudió en el pensamiento por complejos de los esquizofrénicos. El embrutecimiento afectivo también es claro y manifiesto a través de sus biógrafos. El autismo también está presente en su búsqueda de soledad y está claramente reconocido por todos los biógrafos y exégetas. La ambivalencia, esto es tener pensamientos o sentimientos contradictorios y simultáneos está aceptado por los que analizan su obra[1]. Las alucinaciones auditivas y visuales fueron descritas por sus biógrafos[2] y las delusiones, que son creencias fijas en conflicto con la realidad y que el paciente se obstina en justificar a través de interpretaciones de hechos y palabras en forma persistente y obsesionada, están a lo largo de su correspondencia y también en su obra y el caso emblemático es su obsesivo y absurdo ataque contra Sócrates y Eurípides.

Todas sus ideas directrices están teñidas de locura, pero por sobre todo la más asertiva:

El período en que escribe Así hablaba Zarathustra expresa una identificación con un personaje, Zarathustra, con el que Nietzsche se reidentifica, pero expresando un posible brote psicótico. [...] Esta nueva idea [la del superhombre] debe localizarse, pues, en el invierno 1882-1883, el invierno en el cual Nietzsche es presa de graves sufrimientos psíquicos, en quiebra con la familia, atormentado por el resentimiento contra Lou y Rée y más aún en contra de sí mismo: un invierno "en los umbrales del suicidio". Es en este invierno cuando nace el superhombre.

Este coqueteo con la idea del suicidio y su superación queda explícito en uno de sus fragmentos póstumos:

No quiero la vida de nuevo. ¿Cómo la soporté? Creando. ¿Qué es lo que me hace soportar esta perspectiva? La visión del superhombre, que afirma la vida. Yo mismo he intentado afirmarla – ¡Ay de mí! (La hora del gran desprecio: fragmentos póstumos (Otoño, 1882-Verano, 1883), noviembre de 1882 – febrero de 1883, 4 (81)).

Alguien se preguntará si puede un esquizofrénico en ciernes, que fantasea con el suicidio y que ataja una y otra vez sus brotes psicóticos, razonar como razonaba Nietzsche cuando se lo proponía. Sí, contesta Landerreche; no hay incompatibilidad entre la esquizofrenia y el pensamiento acendrado. La mayoría de los textos que Nietzsche nos ofrece

son perfectamente racionales [...]. La lógica occidental se reproduce en ellos aun en el período avanzado de su enfermedad. Y acá nos marca la necesidad de reflexionar si la enfermedad mental que identificamos con el nombre genérico de “locura” necesita estar acompañada de falta de lógica. Habíamos dicho al principio que la esquizofrenia es la enfermedad de la razón. Sin embargo, podríamos afirmar que la lógica se mantiene en la esquizofrenia, aunque se disminuye la capacidad de abstracción y la formación de conceptos. [...] Lo último que pierde el esquizofrénico es la racionalidad.

Pero el esquizofrénico, en tanto que tal, no es una persona cruel. La crueldad manifiesta de la filosofía nietzscheana no debemos, pues, derivarla de su enfermedad:

Si bien la destrucción del yo y el aislamiento es característico de cualquier esquizofrénico, y el suicidio y la violencia sobre otro se presentan en muchos, no lo es la apología de la guerra como forma social, del suicidio ni la destrucción del otro más débil, menos dotado, enfermo, o diferente. La filosofía social de Nietzsche tiene dos anclajes: su esquizofrenia, por un lado, y su historia personal, por el otro. Esta nos revela su crianza en una cultura altamente represiva y autoritaria.

El gran problema fue que la crueldad hacia el diferente ya estaba instalada dentro del ambiente cultural que Nietzsche mamó. Después mamó también esto Hitler, que sufría, igual que Nietzsche, de esquizofrenia y paranoia:

Los esquizofrénicos, al tener destruido su yo, exhiben plenamente ese yo profundo, y expresan por lo tanto el instinto de conservación de la especie. Carl Jung y Spielrein estudiaron a Nietzsche y sabían de su enfermedad. Jung proclamó en los inicios del régimen nazi la superioridad aria, y siguiendo esta línea de pensamiento, él y el régimen nazi habrán entendido que los textos de Nietzsche eran la expresión del instinto de conservación de la especie aria y a la vez la expresión de su superioridad. Si continuamos con esta reflexión, podríamos aseverar que hay una fuerte relación entre la esquizofrenia y la paranoia de Hitler, y a la vez la réplica de las patologías psíquicas en la cultura, la filosofía, la ideología y el comportamiento [...] de una sociedad.

No eran solo Nietzsche y Hitler los esquizofrénicos: gran parte de la población alemana, por no decir la mayoría, padecían de esquizofrenia colectiva. De no haber sido así, la filosofía nietzscheana que Hitler llevó la práctica no habría prendido, la semilla no habría germinado. Pero germinó, porque el suelo era propicio.

La racionalidad extrema del régimen que Hitler construyó, ese desarrollo técnico para los asesinatos masivos, esa planificación de la muerte en forma técnicamente pautada, racional, nos encubre una forma de locura. La expresión en términos políticos de un discurso esquizofrénico que replica la misma cultura sobre la que se aplica la construcción política, muestra que hay relación entre esa política y esa esquizofrenia y la cultura.

Un pueblo esquizofrénico y sádico engendró, primero, a un pensador con estas mismas características, y al poco tiempo a un político que llevó a la práctica las morbosas teorías que el pensador había proyectado. Muchas personas tienen algo de sadismo y otras muchas algo de esquizofrenia, pero cuidémonos de que no se produzca el maldito cóctel otra vez, estemos en guardia para evitar que un pueblo sádico se torne esquizofrénico, o que un pueblo esquizofrénico se torne sádico. Será esa la mejor forma de impedir que nazca otro Nietzsche entre nosotros y después otro Hitler que le cumpla sus profecías.



[1] Véase a este respecto la nota al pie de la entrada del 19/11/17.
[2] “… A este período –comienzos de 1869– remonta [...] la anotación de una alucinación, la única que conocemos en forma inequívoca y directa. En uno de sus cuadernos, Nietzsche escribe: «Lo que temo, no es la espantosa figura detrás de mi silla, sino su voz: y aun, no las palabras, sino el tono horriblemente desarticulado e inhumano de esa figura. ¡Si por lo menos hablara, como hablan los hombres!»” (Mazzino Montinari, Nietzsche, “La figura detrás de la silla”).

lunes, 20 de noviembre de 2017

El vino nietzscheano

Leo a Nietzsche desde mi juventud y no hay muchos autores a los que haya leído tanto, pero siempre tuve una relación ambivalente con él. Por un lado la gran fascinación que ejerce, por el otro el horror que me produce. Para mí lo fascinante de él siempre ha estado vinculado con lo horroroso que es.
Franz Hinkelammert, Solidaridad o suicidio colectivo

El pasaje citado ayer es admirable. Es admirable justamente porque va en contra de lo que suponemos era la ideología de Nietzsche: el amor a la guerra y a la belicosidad. Ya he citado en otra ocasión otro pasaje de Nietzsche (Aurora, III, 202) en el que da a entender que la compasión es un sentimiento digno del hombre de altas miras, contrariamente a lo que ha sostenido con mayor frecuencia. ¿Qué hacer entonces con Friedrich Nietzsche? Todos en algún momento nos contradecimos, pero estas contradicciones son tan palmarias que desconciertan ya demasiado, pues terminamos sin saber qué intenciones escondía al cambiar sus objetivos tan radicalmente.
Carlos Vaz Ferreira, reconociendo estas contradicciones, sugiere que tomemos como norma del pensamiento nietzscheano la excepción y no la regla. La regla ya la conocemos, el pensamiento ortodoxo y general de Nietzsche es terminante y es nefasto; pero si dejamos por un momento de lado ese pensamiento y nos centramos en estas pequeñas perlitas que aquí y allá se nos aparecen, la genialidad del alemán se nos mostrará en todo su esplendor.
Según Vaz Ferreira, existen en el pensamiento de Nietzsche, amén de las pequeñas, tres contradicciones muy ostensibles. La primera que señala es la de vilipendiar lo racional para luego valerse de la racionalidad de un modo contundente:

El socratismo, la razón y el libre pensamiento representan para él un principio limitante y negativo; entre tanto, una de sus obras más intensas, El Anticristo [...], vibra de una obsesión: la obsesión de la verdad. La verdad antes que todo y en todos los sentidos [...]. El Anticristo está todo sentido dentro del socratismo, y si el socratismo simboliza la razón y el libre pensamiento, Cristo es combatido en nombre de Sócrates (Tres filósofos de la vida, p. 28).

Después está la contradicción entre su preferencia por lo dionisíaco y su posición en favor del amo y en contra de los esclavos:

El principio dionisíaco, era, se manifestaba mucho más intenso y profundo en los pretendidos esclavos que en los dominadores sociales, y desde este punto de vista, por ejemplo, el cristianismo, sea cual sea nuestra apreciación sobre él, fue un movimiento dionisíaco (ibíd., p. 28).

Por último señala Vaz Ferreira la que a su juicio es la mayor contradicción nietzscheana:

La filosofía de Nietzsche representa por una parte el acatamiento de la fuerza y del dominio, a tal punto que el dominio, la voluntad de potencia, son para él criterio de superioridad, y por otra parte, la filosofía de la historia de Nietzsche nos representa a los pretendidos superiores dominados casi desde el principio por los pretendidos inferiores; la insurrección de esclavos, representada primero por los principios búdico y socrático y más tarde por el principio cristiano, es la que ha dominado la historia. Los pretendidos superiores han sido los esclavos de hecho; los pretendidos inferiores han sido, y son todavía, los amos; de aquí la desesperación de Nietzsche en su intento de volver a intervertir los valores, ¿pero tiene derecho dentro de su doctrina, si el criterio es precisamente la fuerza y si la fuerza ha dado el triunfo a esos pretendidos esclavos? Esta contradicción hace estallar a mi juicio la sistematización nietzscheana (p. 29).

¿La sistematización nietzscheana? A criterio de Vaz Ferreira es secundaria si lo que pretendemos es nutrir nuestros propios pensamientos a partir del pensamiento ajeno. No son estas ideas centrales de Nietzsche sus más afortunadas ideas; es en la periferia de su pensamiento en donde encontramos la más jugosa pulpa.
Pero vayamos despacio. ¿Es conveniente, para el alumno de filosofía, leer a Nietzsche? Vaz Ferreira responde que sí, siempre y cuando se lo lea con los debidos reparos que él aconseja.

Nietzsche es, tal vez, el pensador actualmente más mezclado a nuestro pensamiento. Su nombre viene automáticamente a los labios y a la pluma. Cuando se hace un libro, un discurso, cuando se discute, hay que hacer un cierto esfuerzo para no citarlo. [...] Yo incluí algunas de sus obras en una lista de lecturas que he recomendado la juventud. Se me ha manifestado extrañeza y hasta se me ha pedido cuenta por ello (p. 23).

Es claro: recomendar la lectura de Nietzsche a la juventud sería como recomendar la violencia y la sinrazón. Esto si suponemos que la juventud es tan estúpida como para creerse a pie juntillas todo lo que se le da a leer.

Considero ingenua, casi infantil, esa idea corriente de que los libros producen un efecto limitado y circunscripto en el sentido de las mismas ideas que los informan y solo en ese sentido; que leer un libro católico, hace católicos; que leer un libro liberal, hace liberales; que leer un libro utilitario, hace utilitarios, etc. [...] El efecto de las lecturas es mucho más complejo.

Es perfectamente lógico y natural que luego de leer un libro de Nietzsche nos indignemos tanto que nos tornemos antinietzscheanos. Pero aunque se suponga que esto no es posible, y que todo aquel joven que lee a Nietzsche se volverá nietzscheano, “aun desde ese punto de vista timorato, conocer a Nietzsche sin leerlo, lo que es fatal, será siempre peor que leerlo si se lo lee como se debe”. Y aquí pasa a explicar Vaz Ferreira la que es, según cree, la mejor manera de incorporárselo:

A algunos pensadores se los puede sintetizar mejor que a otros: mejor a los sistemáticos que a los no sistemáticos, [...] mejor a los fríos, razonadores, abstractos, que a los afectivos, literarios, cálidos [...]. Hay casos trágicos y el de Nietzsche lo es típicamente porque lo bueno de él no es resumible y lo malo lo es, y muy fácilmente. Y debido a la forma en que Nietzsche es resumido, los más no lo leen y los que lo leen van a buscar lo que menos vale en él.

Y lo que menos vale en el pensamiento de Nietzsche —ya lo anticipamos— es el sistema:

Podemos distinguir en Nietzsche dos partes: una sistematizada y otra no sistematizada. [...] Ahora bien, lo sistematizado, esto es, lo que se conoce generalmente como filosofía de Nietzsche, vale, en rigor, muy poco de verdad, como originalidad, como coherencia, y también en cuanto a valor moral; en cambio, la parte no sistematizada contiene riqueza y fecundidad casi incomparables. Y como lo resumible, y lo que se expone, se cita y se discute es lo sistematizado, se han seguido de aquí para el mismo pensador [...] errores y males.
Al mejor Nietzsche —repito— no se lo conoce; mientras que el peor y secundario, es el que se expone, se discute, se cita, y el que se ha popularizado y traducido en efectos prácticos, y el de usos religiosos, sociales, guerreros.
Anticipo mis conclusiones: supongamos un fabricante de levadura que hubiese sabido producirla en una calidad superior, casi única y que al mismo tiempo con esa levadura hubiera querido hacer vino y le hubiera salido malo, agrio, tóxico. De él deberíamos utilizar la levadura fecundísima para hacer cada uno vino a nuestro modo. El que él fabricó es secundario.
[...]
Lo que quiero decir [...] es que la mejor actitud hacia Nietzsche es dejar de lado en él lo sistematizado, esto es, las que corren como ideas de Nietzsche, y estudiar y aprovechar el resto: la levadura para pensar (pp. 25-6).




[1] La mayor toxicidad de la filosofía nietzscheana está en su manifiesto sadismo y en su belicismo, y estas características, según Luisa Landerreche, las toma Nietzsche, al menos en parte, de Hegel: “Para Hegel la esencia humana radica en la muerte libremente aceptada [...]. Cuando más adelante veamos en Nietzsche la apología de la violencia, de la destrucción del otro y del estado de felicidad en que se encuentran los hombres cuando se desata una guerra porque les da la oportunidad de morir, podremos observar que esas ideas no son originales de Nietzsche, sino que han calado profundamente en él esas ideas Hegelianas. Cuando las veamos puestas en práctica por el régimen nazi, veremos que el campo de difusión de las ideas nazis es mucho mayor que la superficie de la nación alemana” (La cultura prenazi, p. 49).

domingo, 19 de noviembre de 2017

Nietzsche pacifista

Friedrich Nietzsche, el adalid de la violencia, ha sido capaz de escribir, en 1880, este párrafo no tan citado:

Ningún gobierno reconoce hoy que mantiene su ejército para satisfacer sus ansias de conquista, cuando se presente la ocasión. Por el contrario, el ejército debe estar al servicio de la defensa nacional, y para justificarlo, se apela a una moral que permite la legítima defensa. Del mismo modo, cada Estado se apropia la moral y juzga inmoral al Estado vecino, dando por supuesto que este está dispuesto al ataque y a la conquista, lo que justifica que el primero haya de procurarse medios de defensa. Además se acusa al otro Estado —que al igual que el nuestro niega la intención de atacar y señala que sólo mantiene su ejército por razones de defensa— de ser un criminal hipócrita y taimado, pues querría lanzarse, sin lucha alguna, sobre una víctima inofensiva y sin entrenar. En estas condiciones se encuentran hoy todos los Estados entre sí; atribuyen al vecino malas intenciones y se reservan las buenas para sí. Pero esto es algo inhumano e incluso en un sentido tan nefasto y peor aún que la guerra; constituye ya una provocación y un motivo de guerra, pues, al considerar inmoral al vecino, se justifican y fomentan sentimientos bélicos. Hemos de rechazar la doctrina del ejército como medio de defensa de un modo tan categórico como la doctrina de las ansias de conquista. Y llegará un día solemne en que un pueblo distinguido en la guerra y en la victoria por el más alto desarrollo de la disciplina y de la estrategia militar, habituado a los mayores sacrificios en este terreno, exclamará libremente: «¡Nosotros rompemos la espada!» y destruirá entonces toda su organización militar hasta en sus cimientos. Hacerse inofensivo, siendo temible, a impulsos de sentimientos elevados, constituye el medio de llegar a la verdadera paz, la cual debe basarse siempre en una disposición de ánimo apacible, mientras que lo que llamamos paz armada, tal como se practica hoy en todos los países, responde a un sentimiento de discordia, a una falta de confianza mutua e impide deponer las anuas por odio o por miedo. ¡Antes morir que odiar y temer, y antes morir dos veces que hacerse odiado y temido!, deberá ser un día la máxima principal de toda sociedad establecida. Sabemos que a los representantes liberales del pueblo les falta tiempo para reflexionar sobre la naturaleza del hombre; de lo contrario, sabrían que actúan inútilmente al predicar «una disminución gradual de los gastos militares». Al contrario, solo cuando esa especie de miseria llegue a su punto máximo, estará cerca el remedio capaz de conseguir lo que he dicho. El árbol de la gloria militar no podrá ser destruido más que de una vez por un solo rayo, y el rayo, como sabemos, viene de las alturas (El viajero y su sombra, § 279).

Muchos se sorprenderán, y yo con ellos, de que Nietzsche rechace aquí “la doctrina de las ansias de conquista” y de que considere a la guerra como algo inhumano y nefasto. Busca el desarme internacional, el anhelo del pacifismo en su más pura expresión. ¿Debemos suponer entonces que era Nietzsche un pacifista? No lo sé. Lo único que sé es que Nietzsche, en ciertas ocasiones, se contradecía[1].



[1] Para quien abrigue alguna duda respecto del carácter sádico—belicista de la filosofía de Nietzsche, ahí están todas las citas que transcribí en el 2009, en las varias entradas que relacionan la filosofía de Nietzsche con el nazismo. Y si estas se consideran escasas, agrego ahora otras tantas, tomadas de dos de sus más emblemáticos libros. Léanse, de La ciencia jovial, los parágrafos 13, 26, 32, 338 y 377, y de Humano, demasiado humano, los parágrafos 103, 241, 246 y 476. Se podría suponer que Nietzsche tuvo una etapa pacifista y que luego se volvió belicista, o a la inversa, pero esta hipótesis queda bastante deteriorada cuando consultamos las fechas en que fueron escritos todos estos parágrafos. Las acotaciones belicosas de La ciencia jovial datan de 1882, las pacifistas de El viajero y su sombra datan de 1880 y las belicistas de Humano, demasiado humano datan de 1878. O sea que Nietzsche pasaba del belicismo al pacifismo intermitentemente, en períodos bienales. No es imposible que una persona incurra en estos vaivenes ideológicos, pero si esa persona es un intelectual reconocido la cosa se torna curiosa. El mote de intelectual ya parece no encajar, y el reconocimiento parece inmerecido.