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lunes, 20 de noviembre de 2017

El vino nietzscheano

Leo a Nietzsche desde mi juventud y no hay muchos autores a los que haya leído tanto, pero siempre tuve una relación ambivalente con él. Por un lado la gran fascinación que ejerce, por el otro el horror que me produce. Para mí lo fascinante de él siempre ha estado vinculado con lo horroroso que es.
Franz Hinkelammert, Solidaridad o suicidio colectivo

El pasaje citado ayer es admirable. Es admirable justamente porque va en contra de lo que suponemos era la ideología de Nietzsche: el amor a la guerra y a la belicosidad. Ya he citado en otra ocasión otro pasaje de Nietzsche (Aurora, III, 202) en el que da a entender que la compasión es un sentimiento digno del hombre de altas miras, contrariamente a lo que ha sostenido con mayor frecuencia. ¿Qué hacer entonces con Friedrich Nietzsche? Todos en algún momento nos contradecimos, pero estas contradicciones son tan palmarias que desconciertan ya demasiado, pues terminamos sin saber qué intenciones escondía al cambiar sus objetivos tan radicalmente.
Carlos Vaz Ferreira, reconociendo estas contradicciones, sugiere que tomemos como norma del pensamiento nietzscheano la excepción y no la regla. La regla ya la conocemos, el pensamiento ortodoxo y general de Nietzsche es terminante y es nefasto; pero si dejamos por un momento de lado ese pensamiento y nos centramos en estas pequeñas perlitas que aquí y allá se nos aparecen, la genialidad del alemán se nos mostrará en todo su esplendor.
Según Vaz Ferreira, existen en el pensamiento de Nietzsche, amén de las pequeñas, tres contradicciones muy ostensibles. La primera que señala es la de vilipendiar lo racional para luego valerse de la racionalidad de un modo contundente:

El socratismo, la razón y el libre pensamiento representan para él un principio limitante y negativo; entre tanto, una de sus obras más intensas, El Anticristo [...], vibra de una obsesión: la obsesión de la verdad. La verdad antes que todo y en todos los sentidos [...]. El Anticristo está todo sentido dentro del socratismo, y si el socratismo simboliza la razón y el libre pensamiento, Cristo es combatido en nombre de Sócrates (Tres filósofos de la vida, p. 28).

Después está la contradicción entre su preferencia por lo dionisíaco y su posición en favor del amo y en contra de los esclavos:

El principio dionisíaco, era, se manifestaba mucho más intenso y profundo en los pretendidos esclavos que en los dominadores sociales, y desde este punto de vista, por ejemplo, el cristianismo, sea cual sea nuestra apreciación sobre él, fue un movimiento dionisíaco (ibíd., p. 28).

Por último señala Vaz Ferreira la que a su juicio es la mayor contradicción nietzscheana:

La filosofía de Nietzsche representa por una parte el acatamiento de la fuerza y del dominio, a tal punto que el dominio, la voluntad de potencia, son para él criterio de superioridad, y por otra parte, la filosofía de la historia de Nietzsche nos representa a los pretendidos superiores dominados casi desde el principio por los pretendidos inferiores; la insurrección de esclavos, representada primero por los principios búdico y socrático y más tarde por el principio cristiano, es la que ha dominado la historia. Los pretendidos superiores han sido los esclavos de hecho; los pretendidos inferiores han sido, y son todavía, los amos; de aquí la desesperación de Nietzsche en su intento de volver a intervertir los valores, ¿pero tiene derecho dentro de su doctrina, si el criterio es precisamente la fuerza y si la fuerza ha dado el triunfo a esos pretendidos esclavos? Esta contradicción hace estallar a mi juicio la sistematización nietzscheana (p. 29).

¿La sistematización nietzscheana? A criterio de Vaz Ferreira es secundaria si lo que pretendemos es nutrir nuestros propios pensamientos a partir del pensamiento ajeno. No son estas ideas centrales de Nietzsche sus más afortunadas ideas; es en la periferia de su pensamiento en donde encontramos la más jugosa pulpa.
Pero vayamos despacio. ¿Es conveniente, para el alumno de filosofía, leer a Nietzsche? Vaz Ferreira responde que sí, siempre y cuando se lo lea con los debidos reparos que él aconseja.

Nietzsche es, tal vez, el pensador actualmente más mezclado a nuestro pensamiento. Su nombre viene automáticamente a los labios y a la pluma. Cuando se hace un libro, un discurso, cuando se discute, hay que hacer un cierto esfuerzo para no citarlo. [...] Yo incluí algunas de sus obras en una lista de lecturas que he recomendado la juventud. Se me ha manifestado extrañeza y hasta se me ha pedido cuenta por ello (p. 23).

Es claro: recomendar la lectura de Nietzsche a la juventud sería como recomendar la violencia y la sinrazón. Esto si suponemos que la juventud es tan estúpida como para creerse a pie juntillas todo lo que se le da a leer.

Considero ingenua, casi infantil, esa idea corriente de que los libros producen un efecto limitado y circunscripto en el sentido de las mismas ideas que los informan y solo en ese sentido; que leer un libro católico, hace católicos; que leer un libro liberal, hace liberales; que leer un libro utilitario, hace utilitarios, etc. [...] El efecto de las lecturas es mucho más complejo.

Es perfectamente lógico y natural que luego de leer un libro de Nietzsche nos indignemos tanto que nos tornemos antinietzscheanos. Pero aunque se suponga que esto no es posible, y que todo aquel joven que lee a Nietzsche se volverá nietzscheano, “aun desde ese punto de vista timorato, conocer a Nietzsche sin leerlo, lo que es fatal, será siempre peor que leerlo si se lo lee como se debe”. Y aquí pasa a explicar Vaz Ferreira la que es, según cree, la mejor manera de incorporárselo:

A algunos pensadores se los puede sintetizar mejor que a otros: mejor a los sistemáticos que a los no sistemáticos, [...] mejor a los fríos, razonadores, abstractos, que a los afectivos, literarios, cálidos [...]. Hay casos trágicos y el de Nietzsche lo es típicamente porque lo bueno de él no es resumible y lo malo lo es, y muy fácilmente. Y debido a la forma en que Nietzsche es resumido, los más no lo leen y los que lo leen van a buscar lo que menos vale en él.

Y lo que menos vale en el pensamiento de Nietzsche —ya lo anticipamos— es el sistema:

Podemos distinguir en Nietzsche dos partes: una sistematizada y otra no sistematizada. [...] Ahora bien, lo sistematizado, esto es, lo que se conoce generalmente como filosofía de Nietzsche, vale, en rigor, muy poco de verdad, como originalidad, como coherencia, y también en cuanto a valor moral; en cambio, la parte no sistematizada contiene riqueza y fecundidad casi incomparables. Y como lo resumible, y lo que se expone, se cita y se discute es lo sistematizado, se han seguido de aquí para el mismo pensador [...] errores y males.
Al mejor Nietzsche —repito— no se lo conoce; mientras que el peor y secundario, es el que se expone, se discute, se cita, y el que se ha popularizado y traducido en efectos prácticos, y el de usos religiosos, sociales, guerreros.
Anticipo mis conclusiones: supongamos un fabricante de levadura que hubiese sabido producirla en una calidad superior, casi única y que al mismo tiempo con esa levadura hubiera querido hacer vino y le hubiera salido malo, agrio, tóxico. De él deberíamos utilizar la levadura fecundísima para hacer cada uno vino a nuestro modo. El que él fabricó es secundario.
[...]
Lo que quiero decir [...] es que la mejor actitud hacia Nietzsche es dejar de lado en él lo sistematizado, esto es, las que corren como ideas de Nietzsche, y estudiar y aprovechar el resto: la levadura para pensar (pp. 25-6).




[1] La mayor toxicidad de la filosofía nietzscheana está en su manifiesto sadismo y en su belicismo, y estas características, según Luisa Landerreche, las toma Nietzsche, al menos en parte, de Hegel: “Para Hegel la esencia humana radica en la muerte libremente aceptada [...]. Cuando más adelante veamos en Nietzsche la apología de la violencia, de la destrucción del otro y del estado de felicidad en que se encuentran los hombres cuando se desata una guerra porque les da la oportunidad de morir, podremos observar que esas ideas no son originales de Nietzsche, sino que han calado profundamente en él esas ideas Hegelianas. Cuando las veamos puestas en práctica por el régimen nazi, veremos que el campo de difusión de las ideas nazis es mucho mayor que la superficie de la nación alemana” (La cultura prenazi, p. 49).

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