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miércoles, 27 de junio de 2018

Leer mucho o leer con atención


A los diecinueve años, Fernando Pessoa se propuso una meta utópica: determino que de ahora en adelante leeré por lo menos dos libros cada día —uno de poesía, o literatura, otros de ciencia o filosofía— (entrada de su diario íntimo del 25/5/1908, citado en Escritos autobiográficos, automáticos y de reflexión personal, p. 27). Utópica, porque ¿qué sucedería si el libro a leer en el día fuese La guerra y la paz? ¿Cómo podría leerse en una sola jornada El mundo como voluntad y representación, o El origen de las especies? No es aconsejable leer con un cronómetro en la mano. La lectura profunda pide tiempo, y es mejor leer en un mes un solo libro, pero bueno, que no sesenta que no nos aporten gran cosa.
De más está decir que Pessoa no cumplió ni por asomo ese juvenil propósito. De cumplirlo, habría terminado siendo un lector a lo Hitler.

martes, 26 de junio de 2018

Hitler como escritor


Las personas que leen poco por lo general no escriben bien, como es el caso de la mayoría de los periodistas, pero también están los que no escriben bien habiendo leído mucho, y este es el caso de Hitler. Mi lucha, su gran libro autobiográfico, es la prueba tangible de la baja intelectualidad y del rudimentario manejo de las letras que tenía este siniestro personaje.

En los trozos que se conservan del manuscrito original [...], el autor, que a la sazón contaba treinta y cinco años, aparece como un hombre de poca cultura que no ha llegado a dominar siquiera la ortografía básica ni muestra un conocimiento normal de la gramática. Estos textos inéditos están plagados de errores léxicos y sintácticos, por no hablar de la puntuación o del criterio para las mayúsculas, tan precaria la una como inexistente el otro (Timothy Ryback, Los libros de gran dictador, p. 105).

No se puede sacar aceite de las piedras. El que nace para pito, por mucho que lea, nunca llega a ser corneta.

lunes, 25 de junio de 2018

Hitler como lector


En Los libros de gran dictador, Timothy Ryback analiza los gustos literarios de Hitler a través de un minucioso análisis de su biblioteca privada. Llega a la conclusión de que Hitler era un lector furibundo e insaciable, pero intelectualmente muy pobre. Leía muy poco sobre política y mucho menos sobre filosofía. Se jactaba de haber leído a Schopenhauer, pero escribía su apellido con dos pes, “como atestiguan las notas que escribió para sus discursos” (p. 81). Leía mucho sobre astrología, espiritismo, dietética, cuestiones eclesiásticas y le fascinaban sobre todo las novelas populares, policíacas, de aventuras y románticas. Era sin dudas un lector diletante. Diletante es aquel lector que se deleita leyendo y que lo hace por mera afición, sin que lo mueva un interés profesional, pero también es diletante quien cultiva una actividad de manera superficial o esporádica. Hitler era un lector diletante en ambos sentidos. No hay nada de malo en leer por afición y por placer y no por interés profesional; lo malo es leer cosas indignas de ser leídas, y Hitler, la mayoría de las veces, leía simplonerías.
Dime qué lees y te diré quién eres. Leyendo Los libros de gran dictador pude comprender mejor el alcance y la potencialidad que tienen los libros para formar y deformar el pensamiento de una persona[1].

jueves, 21 de junio de 2018

Marco Aurelio y la concupiscencia


Otra de Marco Aurelio:

Las faltas cometidas por concupiscencia son más graves que las cometidas por ira. Porque el hombre que monta en cólera parece desviarse de la razón con cierta pena y congoja interior; mientras que la persona que yerra por concupiscencia, derrotado por el placer, se muestra más flojo y afeminado en sus faltas. [...] El que peca con placer merece mayor reprobación que el que peca con tristeza (Meditaciones, II, 10).

De modo que según Aurelio, un lujurioso que va de cabaret en cabaret acostándose con prostitutas merece mayor reprobación que un femicida que le clava catorce puñaladas a su novia porque la sospecha infiel. Me parece que tiene aquí el estoico los disvalores invertidos.

miércoles, 20 de junio de 2018

La inconsecuente compasión de Marco Aurelio


 Marco Aurelio fue el alma más noble que haya existido.
Hippolyte Taine

“Propio del hombre es amar incluso a los que tropiezan”, dijo Marco Aurelio (Meditaciones, VII, 22). Y sigue: “Cuando alguien yerre contra ti, al punto medita que ha errado por sus supuestos sobre qué es bueno y qué es malo. Pues al considerar eso te compadecerás de él, no te sorprenderás ni te encolerizarás” (VII, 26). Sabias palabras —y raras en un estoico, poco propensos a compadecerse—, pero ¿por qué no las puso en práctica en el año 177, cuando dio la orden de asesinar a un sinnúmero de cristianos en Lyon? Ser gobernador y ser a la vez compasivo con el prójimo es algo tan antitético que nadie (con excepción de Gandhi) lo conseguido. Es por eso que haremos bien, si somos por naturaleza compasivos, en desechar cualquier pretensión de ser integrantes de un gobierno coactivo.

lunes, 11 de junio de 2018

Inteligencia y bondad


Parece que la prontitud de reacción ante los estímulos visuales es indicativa de un alto coeficiente de inteligencia[1]. Este tipo de reacciones es en mí rapidísima, casi instantánea, como lo demuestra mi desempeño en el videojuego Arkanoid (en la versión que se maneja con perilla circular)[2]. También me ha convertido esta circunstancia en un muy buen jugador de pimpón, pues manejo el bloqueo de las bolas rápidas con gran pericia. Todo esto viene a reforzar mi sospecha de haber sido y aún ser una persona bastante inteligente. Pero esta inteligencia de que hago gala es la inteligencia utilitaria, la que sirve para resolver los problemas cotidianos que se nos presentan. La inteligencia trascendente, en cambio, que es la que se utiliza para resolver nuestros grandes problemas, los problemas más acuciantes de nuestra existencia, no se relaciona con la rapidez de reacción sino con el nivel de bondad que el individuo posee. Y por eso, y hoy más que nunca, esta inteligencia me es esquiva.


[1] Cf. el estudio titulado "Reaction Time Explains IQ’s Association With Death", presentado por Ian Deary y Geoff Der en Psychological Science, una publicación de la American Psychological Society.
[2] Véase el rasgo C-3 de mi descripción temperamental, entrada del 20/10/97, p. 132 del libro tercero.

domingo, 10 de junio de 2018

Más tontos que hace dos siglos


Sí, somos cada vez más tontos, y esto ya está siendo corroborado científicamente. En el diario ABC de España, edición virtual del día 20/5/13, aparece un informe titulado “Más tontos que hace dos siglos”, en donde se afirma que

la inteligencia de los ciudadanos de los países occidentales ha descendido de forma notable desde hace un par de siglos. Según un controvertido estudio en el que participan distintas universidades europeas, los hombres y mujeres de la época victoriana [...] eran más brillantes que sus descendientes actuales. Tal afirmación se sustenta en la comparación de los resultados de los tiempos de reacción a estímulos visuales en pruebas realizadas a los ciudadanos desde finales del siglo XIX hasta los tiempos modernos. Al parecer, la velocidad de nuestros reflejos, una señal de capacidad intelectual, es bastante lamentable en comparación con la de nuestros antepasados.
[...]
Como los tiempos de reacción ante un estímulo se consideran indicadores de la «verdadera» inteligencia de un individuo, una medida no afectada por el nivel de educación, enfermedades ni antecedentes personales, los investigadores concluyen que las actuales generaciones tienen un cociente intelectual 14 puntos inferior al de sus antepasados victorianos.

La explicación de este fenómeno, según el informe, radica en que las personas más inteligentes, desde hace ya unas cuantas décadas, tienden a dejar menos descendencia que las personas estúpidas, y como el nivel de inteligencia tiene al parecer un fuerte componente hereditario, el resultado es la tontería generalizada. El estudio —concluye el informe— “es polémico y seguramente encontrará oposición en la comunidad científica”. Yo, por de pronto, encuentro sus conclusiones bastante plausibles, pues la tontería está cada vez más a flor de piel en nuestras sociedades hipertecnológicas, y lo único que no me queda claro es la etiología de esta estupidez, porque no creo que la genética tenga tanta injerencia en el asunto.

sábado, 9 de junio de 2018

El más tonto de todos los siglos


¿Por qué la ciencia médica le resta importancia a la teoría del incinerador biológico? Porque la ciencia médica se ha desvinculado de la filosofía. Esta desvinculación se ha venido acrecentando con el correr de los tiempos y se ha profundizado de manera drástica en el siglo XX. Como dijo el pampsiquista Galen Strawson: “El siglo XX ha sido el más tonto de todos los siglos, filosóficamente hablando”[1]. Esperemos que la tontería filosófica vaya decreciendo en este siglo XXI que ya está bastante adentrado, pero no soy optimista.


[1] "Twentieth centurythe silliest of all the centuries, philosophically speaking" (Galen Strawson: Real Materialism and other essays, p. 8).


lunes, 4 de junio de 2018

Pampsiquismo y cáncer


Lo que afirmo es que la autoorganización de un conglomerado material, que es lo que posibilita que ese conglomerado posea una conciencia integrada y no sea un mero agregado de conciencias, implica que cada una de las partes tiene que coincidir desiderativamente con la normativa biológica general que las dirige, no puede jamás oponérsele. Si el imperativo biológico (que no necesariamente coincide con el deseo consciente) de una persona decide rumbear hacia un determinado destino, todos sus órganos, independientemente de la función que cumplan individualmente, conspirarán para que el imperativo biológico se concrete. Por eso no había —vuelvo a la sociología— una conciencia colectiva de la Alemania nazi, porque es sabido que muchos alemanes de aquella época no estaban de acuerdo con el nazismo y lo minaban desde adentro. Con uno que no lo estuviera, o con uno que dudara, ya la conciencia colectiva desaparece.
Esta hipótesis, la de la coordinación armoniosa de fines entre las partes de los sistemas materiales autoorganizados, puede llevarnos, si es aceptada, a dudar de uno de los dogmas oncológicos más, si se me perdona la metáfora, enquistados, y es el que afirma que el tumor maligno es un conglomerado celular perteneciente al propio cuerpo que se ha independizado del comando central, a saber, el cerebro, desoyendo sus indicaciones y cobrando propia voluntad, la voluntad de expandirse y replicarse a costa de la salud del cuerpo que parasita. Se supone entonces que, aparecido el tumor por causa de un error genético, se plantea una lucha a muerte entre los distritos del cuerpo humano “leales” al sistema nervioso central y las células “rebeldes”. Esta hipótesis me ha venido pareciendo, desde hace unos cuantos años a esta parte, bastante inverosímil, pero no acertaba a fundamentar de manera filosófica esta inverosimilitud. Ahora puedo hacerlo gracias al concepto de sistema autoorganizado.
Todo lo que es —decía el pampsiquista Spinoza— busca perseverar en su ser. Se puede ampliar este aserto para clarificarlo: Todo lo que es conciencia busca perseverar en su ser consciente. El hombre es conciencia; luego busca perseverar en esa conciencia. Busca no morirse, porque conjetura que si se muere, hay posibilidades de que desaparezca la conciencia. Por eso el hombre no quiere morirse, el hombre como un todo, pero también sus partes integrantes coinciden con este, su más grande primordial anhelo, y ninguna de estas partes de su ser, sin excepciones, puede ir en contra de esta perseveración. Mal podría entonces una célula o grupo de células desoír el deseo central o ir en su contra, atacando tejidos sanos y ganándolos para su causa. Sencillamente, así no funcionan las cosas en los seres autoorganizados.
Las que me abrieron los ojos fueron las venas. Es un hecho comprobado que cuando el tumor alcanza cierto tamaño comienzan a formarse a su alrededor nuevos vasos sanguíneos, nuevos capilares a través de los cuales se alimenta. Sin esta nueva vascularización que lo nutre, el tumor no crecería ni se replicaría. ¿Qué está ocurriendo entonces con el cuerpo? ¿Quién ha dado la orden para que esas nuevas autopistas se construyan? Que la orden la haya dado el propio tumor resulta de todo punto increíble, pues el tumor no está en el cerebro sino, digamos, en la próstata, y en la próstata no hay nada parecido a una producción de sinapsis. Todo nos hace suponer que la orden la dio el cerebro mismo, asiento de la conciencia general del cuerpo. Pero ¿por qué querría el cerebro, que busca perseverar y no morirse, facilitarle la expansión a un tumor que se opone frontalmente a este deseo? ¿Podría tratarse de un cerebro suicida, que busca su propia aniquilación, por más que la conciencia del individuo no se haya enterado y planee seguir viviendo hasta los cien años? No descarto esta hipótesis del suicidio inconsciente, pero me quedo con otra explicación de tan singular fenómeno, la de la señora Coral Mateo: el tumor es una especie de incinerador biológico que atrae las toxinas que ingresan al cuerpo y las metaboliza o encapsula para evitar mayores perjuicios a la salud en su conjunto. Si el tumor se agranda no lo hace para perjudicarnos: son tantas las toxinas que la sangre le acerca que necesita aumentar su tamaño para mejor incinerarlas. De ahí que el cuerpo contribuya a este propósito rodeándolo de venas. Las conciencias de las células tumorales quieren, como el resto de las células, perseverar. La lucha no es de células malas contra células buenas, sino que por un lado están las células, todas las células, y por el otro las toxinas, que no forman parte de la autoorganización por más que se hayan adentrado en ella. La higiene médica debería tener por meta la eliminación de las toxinas, no la eliminación de los tumores. Los tumores se irán solos, o dejarán de crecer, cuando los agentes tóxicos dejen de ingresar al organismo en forma descontrolada.
¿Es posible que una de las teorías metafísicas más simpática y controvertida como lo es el pampsiquismo termine ofreciéndonos, medio de rebote, herramientas para combatir el cáncer? Es posible, pero me temo que Coral Mateo y yo seguiremos por largo tiempo predicando en el desierto.



domingo, 3 de junio de 2018

Conciencia colectiva e inconsciente colectivo


La inexistencia de la conciencia colectiva no invalida la existencia del inconsciente colectivo. Todos los seres estamos mentalmente unidos, pero a nivel inconsciente. Las experiencias individuales o grupales no se relacionan con esta subliminal conexión.
Ya lo dijo William James: “Somos como islas en el mar, separadas en la superficie pero conectadas en la profundidad”.

sábado, 2 de junio de 2018

¿En dónde se instala la conciencia?


En contra de lo que sugiere David Chalmers, no creo que los termostatos tengan experiencias en un sentido unificado, más allá de que sospecho que los átomos y las moléculas que los componen sí las tienen; y parecidamente, me opongo a la conjetura de Gustav Fechner respecto del alma del planeta Tierra, pese a que afirmo que toda la materia que lo compone, en un sentido individualizado, sí la posee. Ningún planeta ni ninguna estrella representa para mí un sistema material autoorganizado y por lo tanto los procesos que en ellos se operan no obedecen, o no corren paralelos, con algo que podría denominarse “deseos astrales”, sino con los deseos de cada uno de los corpúsculos que componen cada uno de esos astros. No niego que con gran frecuencia los deseos de las partículas se asemejan a los de sus vecinas y se potencian entre sí hasta formar parte de un macrodeseo que, paralelamente, es capaz de producir grandes movimientos al encarnar en poderosas leyes naturales. Las mareas, la erupción de un volcán, incluso la rotación planetaria son ejemplos del accionar de miríadas de deseos sincronizados. Pero no hay nada en estos procesos que me haga suponer que detrás de ellos existe una conciencia unificada que los posibilita de manera integral. No es que a la nieve como entidad unificada se le ocurra caer y formar una avalancha: los corpúsculos de nieve, las moléculas, comienzan a caer y a formar una reacción en cadena, pero el deseo de rodar por la ladera de la montaña, si es que existe, existe en cada molécula de nieve, y estos deseos, como son todos iguales, se suman y se potencian.
Con los rebaños pasa lo mismo. No hay una conciencia del rebaño como un todo, lo que hay es la conciencia de las diferentes ovejas que lo conforman y que desean, todas al unísono, desplazarse hacia un determinado lugar y por eso lo hacen de manera conjunta. Podría suceder que el rebaño estuviese conducido por un perro pastor que señala el camino a seguir y disciplina a las ovejas que pretenden desviarse, y se podría en este caso interpretar que el perro es la conciencia unificada del rebaño, porque todas las ovejas cumplen los deseos de este perro que las pastorea. Pero no hay tal, porque que las ovejas se ven coaccionadas por el perro, es decir, cada una de ellas tiene sus propios deseos, que pueden o no coincidir con los deseos del perro. Si coinciden, todo bien; si no, el perro coacciona y la oveja se somete a pesar suyo. Esto demuestra, me parece, que no hay tal cosa como la conciencia del rebaño sino que hay, en el caso de las ovejas sin perro pastor, muchas conciencias agrupadas que persiguen el mismo fin, y en el caso del rebaño pastoreado, una conciencia que, por ser superior o más potente, se impone a un conjunto de conciencias más débiles que no tienen más remedio que plegarse a un deseo que no es propio.
Llegamos por fin a las sociedades humanas, al rebaño humano, que tampoco posee una conciencia unificada ni nada que se le parezca, sino que comporta un hato de conciencias que van por ahí, cada una con sus propios deseos a cuestas, que a veces coinciden y a veces no con los deseos de sus semejantes. Si coinciden se atraen, y hay amor, y hay placer en esa unificación. Si no coinciden se repelen, y habrá odio y displacer en esa separación. No hay tampoco nada parecido a una conciencia nacional o una conciencia de clase: hay gente que vive en un país y que tiene deseos parecidos a la gente que vive en ese mismo país, y hay gente que es pobre, o que es rica, y que tiene deseos análogos a los deseos del resto de los pobres o el resto de los ricos. Y hay también sociedades rebañegas que se pliegan a la voluntad de su líder, de su pastor, y anulan por propia iniciativa la voluntad individual, convirtiéndose con esto en algo peor que las ovejas. Sí, porque la oveja que va para donde el perro la obliga porque este la muerde y no porque quiera ir para ese lado es una oveja con iniciativa propia que, por circunstancias ajenas a su voluntad, ve su deseo contrariado. El hombre pastoreado, por el contrario, ya no tiene voluntad, la voluntad de su pastor pasa a ser la suya, y cumple todos sus deseos como si fueran propios. El pastor no necesita morderlo para evitar que abandone el redil: nunca se le cruza el deseo de abandonarlo. En estos casos podríamos, con más derecho que en el caso del perro que impone sus deseos por la fuerza, conjeturar la existencia de una conciencia colectiva, encarnada en una persona pero integrada a un grupo humano de cierta extensión. Pero mientras exista la posibilidad de que alguno de los individuos del rebaño se rebele y comience a generar sus propias opiniones y sus propios deseos, el concepto de conciencia colectiva seguirá tornándose problemático. Si al menos uno de los individuos no obedece a su pastor, o si obedece por la fuerza, o si el resto del colectivo osa dudar en algún momento de los beneficios que le concede la obediencia, esa misma dubitación estará demostrando que aquella conciencia omnipresente no es más que una conciencia individual más poderosa que las de sus individuos satélites. Y más poderosa que la del perro pastor, porque este, con sus dientes, anula las voluntades ajenas, mas no los deseos, mientras que el pastor humano anula, con los dientes, las voluntades, y con la palabra los deseos.
En cualquier caso, si me apuran, podría llegar a convencerme de la existencia de este tipo de conciencia colectiva, pero nunca podrán llegar a convencerme de la deseabilidad de esta existencia. No digo que haya que ir por la vida con el cerebro sucio, pero si cuando nos lavamos la epidermis lo hacemos por propia cuenta, corresponde hacer lo mismo con nuestro más importante órgano. Lavárselo uno mismo o que permanezca mugriento; cualquier otra opción es menos recomendable.

viernes, 1 de junio de 2018

Determinismo y resentimiento


¿Te sientes molesto con el que huele a macho cabrío? ¿Te molestas con el hombre al que le huele el aliento? ¿Qué puede hacer? Así es su boca, así son sus axilas; es necesario que tal emanación salga de tales causas. «Mas el hombre tiene razón, afirmas, y puede comprender, si reflexiona, la razón de que moleste». ¡Sea enhorabuena! Pues también tú tienes razón. Incítalo con tu disposición lógica a su disposición lógica, hazle comprender, sugiérele. Pues si te atiende, le curarás y no habrá necesidad de irritarse. Ni actor trágico ni prostituta.
Marco Aurelio, Meditaciones, V, 28

La tesis determinista, de ser aceptada en forma general, ¿que implicaría? Implicaría el rechazo, la desaparición o la drástica disminución de los resentimientos y de las indignaciones. Según Peter Strawson, la desaparición de estos sentimientos produciría una inhibición de las relaciones interpersonales genuinas y significativas y en consecuencia una disminución de la calidad de vida de los individuos implicados en esta hipotética sociedad determinista (cf su libro Libertad y resentimiento, cap. I, secc. V y VI). Para mí, la desaparición o la merma de estos sentimientos es buena señal, es señal halagüeña, puesto que se alejan con ellos las posibilidades de que el mundo retorne a la irracionalidad que el siglo próximo pasado mostrara. Sí, porque los dos grandes cánceres sociales del siglo XX, el nazismo y el estalinismo, fueron causados, el primero, por el resentimiento de un pueblo que se sentía humillado, y el segundo por la indignación de un proletariado sometido a la explotación. Si las sociedades futuras adoptaran masivamente la tesis determinista, el peligro de un rebrote totalitario disminuiría notablemente.
Pero esto nunca sucederá, al menos en los próximos siglos. Adoptar una actitud determinista ante la vida no es cosa fácil para las masas, ni siquiera es cosa fácil para los hombres instruidos. Ya lo dijo Spinoza:

El sabio [...] apenas experimenta conmociones del ánimo, sino que, consciente de sí mismo, de Dios y de las cosas con arreglo a una cierta necesidad eterna, nunca deja de ser, sino que siempre posee el verdadero contento del ánimo. Si la vía que, según he mostrado, conduce a ese logro parece muy ardua, es posible hallarla, sin embargo. Y arduo, ciertamente, debe ser lo que tan raramente se encuentra. En efecto: si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la desdeñen? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro (Ética, párrafo final).

No esperemos, pues, que el universo social se torne determinista. Hagamos fuerza tan solo para convertirnos nosotros mismos en ese sabio consciente de sí mismo que no se perturba con naderías, que no se irrita con el prójimo, que no se resiente y que no se indigna. Y que los demás hagan lo que en ganas les pluguiere[1].


[1] Strawson denomina “actitudes reactivas” a las emociones que nos embargan luego de percibir acciones de agentes que consideramos responsables (resentimiento, gratitud, burla, remordimiento) y “actitudes objetivas” a lo que sentimos cuando no consideramos al agente responsable. Strawson no cree que la aceptación general de la tesis determinista implique la desaparición de las actitudes reactivas y se alegra por ello, porque supone que un mundo que reaccionase siempre “objetivamente” ante toda acción humana conduciría a la indiferencia, a la ausencia de compromiso con el otro y al aislamiento. Para un planteamiento opuesto, que considera deseable desde todo punto de vista (y también factible) la actitud objetiva a expensas de las actitudes reactivas, véase el ensayo de Rodrigo Braicovich titulado “Actitudes Strawsonianas y determinismo”, disponible en internet.