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viernes, 31 de enero de 2020

El libre albedrío en los animales


Ante un recipiente que suelta caramelos cada treinta segundos, un chimpancé permanece inmutable. Si toma el caramelo que cae, se corta la cadena y ya no caen más; si no lo toma, los caramelos siguen cayendo y se acumulan. Se hicieron pruebas en las que el chimpancé podía estarse hasta dieciocho minutos sin meter la mano en el dispositivo, todo con el objetivo a largo plazo de hacerse de un enorme botín. Y si le dan juguetes con que entretenerse, la demora en tomar los caramelos aumenta considerablemente. “¿Significa esto —se pregunta Frans de Waal— que son conscientes de sus propios deseos y se contienen deliberadamente? Si es así, parece que estamos bastante cerca del libre albedrío” (El bonobo y los diez mandamientos, p. 167). Para este investigador, ser consciente de los propios deseos y tener la capacidad de reprimirlos es lo característico del individuo que posee lo que la Iglesia y la sociedad en general denominan libre albedrío. Yo entiendo que el concepto de libre albedrío implica otras cosas, bastante más complejas y mucho más difíciles de demostrar que la existencia de deseos conscientes y represiones.
También nos aporta De Waal un incidente protagonizado por el gran etólogo Konrad Lorenz y su perro Bully, luego de que este mordiera por accidente su mano. El perro, habiéndose percatado de la mordida,

sufrió una crisis nerviosa. Estuvo virtualmente paralizado e inapetente durante días. Yacía en la alfombra con la respiración acelerada, ocasionalmente interrumpida por una profunda mirada que le salía de lo más hondo de su atormentada alma. Miraba como si hubiera contraído una enfermedad mortal. Este estado de abatimiento se prolongó durante semanas, lo que llevó a Lorenz a preguntarse si Bully tenía una “conciencia” del bien y del mal (El bonobo y los diez mandamientos, p. 171).

No descarto que los perros tengan algún tipo de conciencia sobre lo que es bueno y lo que es malo, como tampoco descarto que el chimpancé de los caramelos sea consciente de sus deseos y tenga la capacidad de reprimirlos; pero me niego a relacionar estos estados de conciencia y esas represiones con el libre albedrío.

miércoles, 29 de enero de 2020

La ética familiar


Frans de Waal es partidario de la ética “familiar”: es nuestro deber anteponer los intereses de los parientes más cercanos a los intereses del resto de los ciudadanos. Esta ética, que es la ética que casi todos priorizamos, fue impugnada cierta vez en un debate por Peter Singer, pensador utilitario australiano famoso por su libro Liberación animal, que causó revuelo en el catolicismo y demás instituciones que ven a los animales como una simple rueda insensible del mecanismo que los humanos utilizamos para gratificarnos. Pues bien; según De Waal, Singer

lleva su utilitarismo al extremo de pensar que nuestra especie no merece un compromiso especial por encima de las otras. Así, el sufrimiento y la felicidad de personas y animales entran en una ecuación única que abarca diversos grados de sensibilidad, dignidad y capacidad de sufrir. Las matemáticas que se derivan son mareantes. ¿Equivale una persona a un millar de ratones? ¿Merece más un antropoide que un niño con síndrome de Down? (El bonobo y los diez mandamientos, p. 197).

Incluir a los animales dentro del espectro ético es algo tan viejo como el hinduismo, pero Singer, me parece, fue el primero que intentó sistematizar este compromiso. Lo del cálculo matemático me parece confuso; lo interesante es convencerse de que los animales tienen derechos, lo mismo que las personas en general, y que la Ética con mayúscula nos pide que no pisoteemos los derechos de los unos para favorecer los derechos de los otros. Pero de Waal no está de acuerdo, dice que hay que anteponer, siempre, el bienestar de nuestra familia al bienestar de los animales y al de nuestros conciudadanos, y el bienestar de nuestros conciudadanos al bienestar de los animales y al de nuestros no conciudadanos. Es una ética familiar y una ética patriótica, bien al uso de la tierra que lo cobija. Y cuando Singer, en aquel debate, intentó poner en un mismo escalón los derechos de nuestra familia y los de la gente corriente, sacó su contrincante un as de la manga:

Singer tuvo que admitir los inconvenientes de su propio enfoque cuando los medios publicaron que estaba pagando asistencia privada para cuidar a su madre, que se encontraba en un estado avanzado de la enfermedad de Alzheimer. Su réplica a la pregunta de por qué no canalizaba su dinero hacia gente más necesitada, lo que sería más coherente con sus propias ideas, fue la siguiente: “Puede que sea más difícil de lo que pensaba antes, porque es diferente cuando se trata de tu madre” (op. cit., p. 197).

La confusión del investigador holandés, al menos para mí, es evidente, porque aquí no estamos investigando la conducta personal de Singer sino una regla ética, si conviene o no conviene adoptarla. Singer la pregona pero no la adopta, ¿y qué? El juego no es criticar a Singer sino criticar su ética, y haciéndole pisar el palito con el tema de su madre no aclaramos nada en este sentido. La pregunta que hay que hacerse no es si metemos a nuestra madre con Alzheimer dentro de un programa de recuperación o contención costosísimo en lugar de destinar nuestro dinero hacia quienes más lo necesitan, porque evidentemente, llegados a esta encrucijada, la mayoría de nosotros priorizaremos a nuestra madre; la pregunta que hay que hacerse es la de por qué disponemos del dinero suficiente como para internar a nuestra madre en esa clínica, cuando la Ética universal nos ha recomendado desprendernos de todo nuestro capital y solo permanecer con los mínimos objetos indispensables. Singer rompió este compromiso, no se sacó de encima todos sus billetes, y entonces tuvo que transigir. Si hubiese donado todo su dinero desde un principio, la disyuntiva sobre qué hacer con su madre no se le habría presentado. Singer falló desde luego (¡es humano!), no estuvo a la altura de su ética, pero esto nada dice contra su ética misma, antes al contrario: es tan alta, tan encumbrada, tan divina, que nos resulta dificilísimo alcanzarla[1]. La ética de De Waal, en cambio, es de una implementación sencillísima, lo que ya de por sí la torna sospechosa; pero la piedra de toque para evaluarla son sus consecuencias: por causa de esa ética los holandeses y los norteamericanos están como están, y por causa de esa ética están como están los niños africanos.


[1] "Es muy extraño —dice Schopenhauer— exigir a un moralista que no exhorte a mas virtudes que las que él posee". Su tarea no es la de enseñar con el ejemplo, sino la de "reproducir de forma abstracta, general y clara toda la esencia del mundo, y depositarla como imagen reflejada en conceptos de la razón permanentes y siempre dispuestos: eso y no otra cosa es la filosofía" (El mundo como voluntad y representación, tomo I, § 68). De Waal le exigía a Singer que se comportara como un santo cuando solo tenía derecho a exigirle que se comportara como un teórico de la ética.

martes, 28 de enero de 2020

El incesto en los animales


La idea del incesto ¿es un tabú social o una repulsión programada genéticamente? La etología se inclina por lo segundo:

La supresión de la consanguinidad [...] está bien desarrollada en toda clase de animales, desde las moscas del vinagre hasta los roedores y, por supuesto, los primates. Es algo así como un mandamiento biológico para las especies que se reproducen sexualmente. En los bonobos, los apareamientos entre padres e hijas quedan excluidos porque las hembras abandonan el grupo natal cuando llegan a la pubertad [...]. Y el sexo entre madres e hijos está completamente ausente [...]. Es la única combinación de apareamiento que no se da en la sociedad bonobo. Y todo esto sin tabúes culturales de ninguna clase (Frans de Waal, El bonobo y los diez mandamientos, pp. 80-1).

No tenemos relaciones sexuales con nuestros padres o hijos porque una recombinación genética de esa naturaleza tiende a perjudicar a la especie. Tenemos el ejemplo de los neandertales, que según las últimas investigaciones, probablemente se extinguieron debido a la endogamia[1]. Puede que el incesto sea un tabú cultural, pero es un tabú respaldado genéticamente y que no conviene soslayar (excepto si la relación sexual carece de fines reproductivos).


[1] Véase la nota del periódico mexicano El Imparcial, edición electrónica del 29/9/15, "La endogamia como factor de la extinción de los neandertales" (https://www.elimparcial.es/noticia/156384/la-endogamia-como-factor-de-la-extincion-de-los-neandertales.html). También se especula que la dinastía de los Habsburgo desapareció debido, entre otros factores, a la endogamia (http://www.dnadidactic.com/blog/el-ocaso-genetico-de-una-dinastia/).

lunes, 27 de enero de 2020

Altruismo en los animales


Pero ¿es realmente un mal negocio, espiritualmente hablando, ser solidario? Frans de Waal no lo acepta:

A menudo me he preguntado de dónde puede proceder la idea del altruismo lesivo. Para el budismo, por ejemplo, es un anatema absoluto, ya que se supone que el ejercicio de la compasión nos llena de gozo. Este efecto no se limita a los adultos autorreflexivos, sino que se da también en los niños pequeños, que obtienen mayor satisfacción de dar regalos a otros que de recibirlos ellos (El bonobo y los diez mandamientos, p. 61).

Esto es verdadero dependiendo del niño: los hay quienes gozan regalando y quienes gozan más recibiendo. En el adulto equilibrado, en el que el espíritu está más afianzado y los resortes morales se despliegan en toda su extensión, el ejercicio de la compasión es inevitablemente placentero.

sábado, 25 de enero de 2020

Ayuda y cooperación en el reino animal


Cuando un animal realiza una acción en vistas de una recompensa (por ejemplo, cuando el oso hace una pirueta en el circo sabiendo que el domador le dará un terrón de azúcar), no puede decirse que tal acción sea impulsiva o instintiva. Es una acción racional, porque el individuo que la ejecuta está sopesando los pros y los contras, las consecuencias, y eso es algo que solo la razón puede concebir. Este tipo de acciones, por más que resulten altamente beneficiosas en un sentido social o ecuménico, no son propiamente acciones altruistas, porque la acción altruista parte de un impulso que no razona y no mide consecuencias. Algunas escuelas conductuales niegan este impulso irracional que nos lleva a beneficiar al prójimo sin que nos vaya nada en ello; yo digo no solo que existe, sino que existe incluso en los animales:

El altruismo tanto humano como animal puede ser genuino, en el sentido de que no busca un beneficio ulterior. Tanto es así que nos cuesta reprimirlo. A partir del estudio de imágenes neuronales, James Rilling [...] concluyó que tenemos “un sesgo emocional hacia la cooperación que solo puede vencerse mediante un control cognitivo esforzado”. Piénsese en esto: significa que nuestro primer impulso es confiar y asistir, y que solo secundariamente sopesamos la opción de no hacerlo, para lo cual necesitamos alguna razón. Esto es todo lo contrario de moverse por incentivos (Frans de Waal, El bonobo y los diez mandamientos, p. 58).

Lo primero que se nos cruza por la cabeza —o por el espíritu, porque la cabeza suele confundirse con lo racional— es ayudar, cooperar; recién cuando razonamos, empezamos a sospechar que esa cooperación puede ser un mal negocio, y le abrimos la puerta al egoísmo y al interés individual. Este dato es altamente optimista para quien considera que lo mejor que le podría pasar al ser humano es volver al estado de naturaleza; para quienes consideramos que el ser humano se hace verdaderamente humano cuando razona, que sin la razón retrocederíamos a un estado mucho más delicado en un sentido ético, este dato es problemático.

viernes, 24 de enero de 2020

Empatía y compasión en los animales


“La vista de las angustias del prójimo angústiame materialmente, y con frecuencia usurpo las sensaciones de un tercero. El oír una tos continuada irrita mis pulmones y mi garganta”, confiesa mi maestro Montaigne (Ensayos, 1, XX). Eso no es ni más ni menos que la empatía, una emoción más abarcativa que la compasión, fenómeno mucho más circunscrito y complejo. La compasión es el sentimiento que nos incita a ir en auxilio de los demás; la empatía nos conecta unos con otros, ya sea por medio de la compasión o de cualquier otro sentimiento. Este fenómeno de la empatía

emana de conexiones corporales inconscientes que involucran caras, voces y emociones. Las personas no deciden ser empáticas: simplemente lo son.
[...] Pensemos en un niño pequeño que se pone a llorar cuando su amigo cae y rompe a llorar, o que ríe alegremente en una habitación llena de adultos divertidos por un chiste verde más allá de la comprensión del niño. La empatía tiene su origen en la sincronización corporal y la propagación de los estados anímicos (Frans de Waal, El bonobo y los diez mandamientos, p. 148).

Según este científico, la empatía puede ser pasiva, a diferencia de la compasión, que es necesariamente activa. Yo entiendo que la compasión, para que tenga un verdadero contenido ético, tiene que ser no solo activa, sino inteligente. Por eso digo que para ser santo no basta con sentir compasión: hay que estar imbuido en una compasión inteligentemente activa. Este tipo de compasión es la que no se limita a compadecer, sino que además procura poner término al dolor que origina el padecimiento... pero de forma tal que la erradicación de dicho dolor no acarree en el futuro males mayores que los que ahora suprime. Con la convicción de que su acción es buena, una madre, al ver la delicada piel de su bebé taladrada por picaduras de mosquitos, la refresca frotándola con algodones empapados en alcohol fino. El bebé se siente aliviado y ya no llora, por lo que cree conveniente repetir este procedimiento una y otra vez... hasta que al fin el niño deja de llorar para siempre. El amor de la madre guio el algodón, pero como era un amor estúpido, su convicción resultó inmoral; su buena intención no sirvió para tornar puro a ese asesinato.
¿Serán capaces los animales de experimentar la compasión inteligentemente activa, más allá de la empatía natural y de la compasión a secas? Es difícil determinarlo, pero creo que este tipo de compasión, mezcla de sentimiento y razonamiento fino, solo puede darse en el ser humano.

jueves, 23 de enero de 2020

La compasión en los animales


No es verdad que los animales abandonen a su suerte a sus pares caídos en desgracia; al menos no es verdad en el caso de los primates:

Azalea es una mona rheus trisómica: tenía tres copias de un cromosoma, como ocurre en el síndrome de Down humano. [...] Azalea tenía un importante retraso en el desarrollo motor y la aptitud social. Cometía errores garrafales de lo más incomprensibles, como amenazar a un macho alfa. Los macacos rheus no se lo piensan a la hora de castigar a cualquiera que rompa las reglas, pero a Azalea se le permitía casi todo, como si los otros monos supieran que ningún escarmiento iba a cambiar su ineptitud (Frans de Waal, El bonobo y los diez mandamientos, p. 102).

Menciona también De Waal, en esa misma página, el caso de una hembra de macaco japonés que había nacido sin manos ni pies y que, sin embargo, vivió largos años y sin asistencia humana, con lo cual deduce que su manada se encargó de procurarle cuidados y sustento. Y tenemos ejemplos de comportamientos parecidos en otras especies más disímiles a la nuestra. Se puede ver en YouTube la “Batalla en Kruger”, en donde una manada de búfalos rescata a un becerro de las garras de los leones, o el “Perro héroe” de Chile, que desafía el tráfico de una autopista para rescatar a otro perro atropellado, o el perro que se niega a abandonar a su compañero herido en medio de los destrozos del tsunami japonés del 2011, o el bebé elefante africano atrapado en un pozo de lodo y rescatado por su manada, o las dos ballenas belugas que ayudaron a una buceadora acalambrada a salir a la superficie en un zoológico de China. Todo esto viene a sugerir que la emoción de la compasión no es exclusivamente humana, que ya venía preformada en nuestros antepasados y que se deja ver en nuestros parientes cercanos. ¿Le quita esta circunstancia, a la que yo considero la emoción ética por excelencia, su carácter sagrado y divino? De ningún modo. Dios no puso la compasión en el hombre como un añadido de último momento, como una capa de barniz, y se la negó al resto de las criaturas. Todo ser que experimente algún tipo de emoción experimentará también la compasión, solo que de manera rudimentaria si el espíritu de dicho ser no ha evolucionado lo suficiente. La compasión está en potencia, en germen, en todo lo que vive, pero florece y fructifica en muy pocos individuos. Muchos son los llamados, pocos los elegidos.

martes, 21 de enero de 2020

La empatía en los animales


Todo lo que es, todo, lo animado y lo que, erróneamente, denominamos inanimado, se mueve y actúa por causa de dos impulsos fundamentales: el amor y el odio, o la armonía y el conflicto. Este amor y esta armonía se desenvuelven en toda su complejidad y completitud solamente en los seres superiores, los humanos, pero también existe un esbozo de compasión en los animales de su misma clase taxonómica:

La empatía es un rasgo mayormente mamífero, así que el gran error de los grandes pensadores fue meter todas las modalidades de altruismo en el mismo saco. Tenemos las abejas que dan la vida por su colmena, y también tenemos los millones de células que se agrupan para dar un moho mucilaginoso que se desplaza como un solo individuo para permitir que unas pocas de ellas se reproduzcan. Esta clase de sacrificio se puso al mismo nivel que el hombre que se lanza a un río helado para rescatar a un extraño o el chimpancé que comparte su comida con un huérfano lloroso. Desde una perspectiva evolutiva, ambas formas de generosidad son comparables, pero desde el punto de vista psicológico son radicalmente distintas. [...] Los mamíferos tienen lo que yo llamo “impulso altruista”, en el sentido de que responden a signos de aflicción en otros y se sienten impulsados a mejorar su situación. Reconocer las necesidades ajenas, y reaccionar en consecuencia, ciertamente no es lo mismo que la tendencia preprogramada a sacrificarse en bien de los genes (Frans de Waal, El bonobo y los diez mandamientos, p. 43).

En un sentido amplio, lo de las abejas es amor (también odio, cuando persiguen al intruso y le clavan su aguijón), lo mismo que la agrupación del moho y lo mismo que el desplazamiento de los planetas; pero la quintaesencia del amor…, esa la apreciamos solamente en los mamíferos y fundamentalmente en el hombre. Sin embargo, no conviene olvidar que todo es una cuestión de grado, que los mismos principios que incitan a las partículas subatómicas a unirse o a repelerse son los que incitan a mis conciudadanos a unirse y colaborar entre sí o a detestarse y escaparse unos de otros.

lunes, 20 de enero de 2020

El sentimiento de justicia en los animales


La sensación de estar siendo uno presa de una injusticia no es privativa de los seres humanos:

Hace unos años demostramos que los primates ejecutan de buena gana una tarea para obtener rodajas de pepino hasta que ven que otros obtienen uvas, mucho más dulces, como premio. Los comedores de pepino se ponen nerviosos, tiran al suelo sus verduras y se declaran en huelga. Un alimento perfectamente apetecible es rechazado solo porque un compañero obtiene algo mejor. Llamamos a esto “aversión de desigualdad”, un tema que desde entonces se ha estudiado en los perros (Frans de Waal, El bonobo y los diez mandamientos, p. 28).

Esto significa que el sentimiento justiciero es más instintivo que racional, y que por tanto la tarea de eliminarlo de nuestras sociedades no será sencilla ni rápida.

viernes, 10 de enero de 2020

Lamarck


El origen de las especies fue publicado en 1859, pero la idea de que el hombre desciende del mono había sido colocada en letras de molde cincuenta años antes:

Supongamos que una raza cualquiera de cuadrumanos, la más perfeccionada, perdiera por necesidades de ambiente o por otra causa cualquiera el hábito de trepar a los árboles y de agarrar las ramas con los pies igual que con las manos; si los individuos de esta raza, durante una serie de generaciones, se vieran obligados a no utilizar sus pies más que para andar, y cesaran de emplear sus manos como pies, no hay duda que dichos cuadrumanos se transformarían finalmente en bimanos, y que los pulgares de sus pies dejarían de estar separados y ser oponibles, ya que dichos pies solo les servirían para andar (Jean-Baptiste Lamarck, Filosofía zoológica, p. 170).

Darwin apenas estaba naciendo cuando Lamarck escribía esto, pero igual se llevó todo el crédito, mientras que Lamarck se hizo acreedor de esta befa pergeñada, a modo de necrología, por Georges Cuvier, uno de los más reputados naturalistas de aquel entonces:

Entre los hombres dedicados al noble empleo de iluminar a sus semejantes, se encuentra un pequeño número [...], quienes, dotados al mismo tiempo con una elevada imaginación y un buen juicio, se abrazan en su saber a las vastas concepciones de todo el campo de las ciencias, y aprovechando con firmeza cualquier cosa que ofreciera la esperanza del descubrimiento, no han presentado ante el mundo nada más que ciertas verdades, estableciéndolas mediante demostraciones evidentes. [...] Otros, con mentes no menos ardientes, ni menos adaptadas para aprovechar nuevas relaciones, han sido menos severos al examinar la evidencia. Con descubrimientos reales con los que han enriquecido la ciencia, han mezclado muchas concepciones imaginarias; y, creyendo que pueden superar la experiencia y el cálculo, han construido laboriosamente grandes edificios sobre cimientos imaginarios, que se asemejan a los palacios encantados de nuestros viejos romances, que desaparecieron en el aire por la destrucción del talismán al que debieron su nacimiento.
[...] [El evolucionismo de Lamarck] se basó en dos suposiciones arbitrarias; la primera, que es el vapor seminal el que organiza el embrión; la segunda, que los esfuerzos y deseos pueden generar órganos. Un sistema fundamentado en tales opiniones puede divertir la imaginación de un poeta [...], pero no puede superar ni por un momento el examen de todo aquel que haya diseccionado una mano, una víscera, o incluso una pluma (Georges Cuvier, Elegía de Lamarck, citado por İrfan Yılmaz en Evolución: ¿ciencia o ideología?, pp. 37-8).

La idea “arbitraria” de que los deseos y esfuerzos generan órganos, pasó a la historia como la hipótesis de la herencia de los caracteres adquiridos, hipótesis que el mismo Darwin aceptó mientras escribía El origen de las especies. Después, con los avances en la ciencia de la genética, esta idea se descartó de plano en el ámbito del evolucionismo más ortodoxo, pero no quedó descartada de mi propia idea de la evolución, que postula como altamente probable la herencia de los caracteres adquiridos[1].
Primero la burla; luego el olvido —o el eclipsamiento, puesto que Lamarck no ha sido completamente olvidado—. Desagradecido tributo para un científico que, por ser más especulativo que práctico, allanó el camino de lo que hoy conocemos como teoría de la evolución. Sí, a veces la especulación gratuita y los cimientos teóricos imaginarios redundan en un grandioso paradigma científico que los simples cortadores de vísceras o recolectores de insectos nunca podrán vislumbrar.


[1] Véase la entrada del 28/11/2.

viernes, 3 de enero de 2020

De documentos imprimidos y jugos expresos


Si digo “los documentos han sido imprimidos”, y alguien me corrige: “Se dice impresos”, yo retrucaría: “Muy bien; entonces cuando tenga usted que decir los pomelos han sido exprimidos, sírvase decir mejor, en honor a su regla, los pomelos han sido expresos”.
Muchos participios como este son temidos por los eruditos que prefieren la oralidad a la escritura. A quién no le ha pasado que, al hablar rápido, su cerebro olvide su filtro académico-gramatical y deje escapar participios como imprimido. Y esto no por ignorancia sino porque se trata de la construcción natural de la sintaxis lógica que aprendió nuestro cerebro de los participios de un verbo.
De todos modos, hace ya unos años la Real Academia Española aceptó el uso del participio imprimido, de modo que no quedo como burro cuando lo utilizo. ¿Para cuándo la aceptación académica de otros participios como abrido, rompido y escribido? Los niños no se cansan de utilizar estas palabras, y nosotros no nos cansamos de corregírselas, pero los niños, utilizando la lógica natural de nuestro lenguaje, son los que llevan la razón.