Tolstoi se volvió vegetariano luego de visitar un matadero. Tú no tienes que pasar por esa traumática experiencia: internet te facilita las cosas. ¡Buen provecho!
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jueves, 26 de junio de 2014
miércoles, 25 de junio de 2014
No leer novelas
Es más fácil escribir diez
volúmenes de filosofía que llevar a la práctica una sola regla, no importa
cuál.
León
Tolstoi, Diarios, 17/3/1847
Algunas
de las reglas generales que se autoimpuso Tolstoi y que después --por regla
general-- casi nunca cumplió[1].
La del 15/5/1856, que en realidad son dos: "No dejar jamás escapar las
ocasiones de placer y no buscarla jamás. Me impongo como regla eterna no entrar
nunca en un solo cabaret ni en un solo burdel". En relación a la segunda
oración, yo me impuse algo parecido en el 2010,
y hasta el momento lo cumplí a rajatabla. En relación a lo primero, la regla es
confusa; porque ¿qué tipo de ocasiones de placer no debemos dejar escapar
jamás? Nadie duda de que la venganza implica placer, y placer de alto vuelo (en
el sentido de la intensidad); sin embargo, creo que Tolstoi no ha seguido su
regla en este tipo de ocasiones, y lo bien que hizo.
Otras reglas más tempraneras.
La del 21/12/1850: "No leer novelas"[2],
y una muy curiosa del 24/12/1850: "Jugar a las cartas solo en caso de
emergencia". ¿Solo en caso de emergencia? ¿Qué tipo de emergencia amerita
jugar las cartas? Yo haría un mix con estas dos reglas de Tolstoi y armaría una
para mí: "No leer novelas, excepto en casos de emergencia". La última
vez que se me presentó una emergencia de este tipo fue en el 2006, y la
emergencia se llamaba Crimen y castigo.
A partir de ahí jamás volví a leer una novela, y así me mantendré hasta que se
me presente una nueva emergencia, vale decir, hasta que caiga en mis manos una
novela digna de ser leída y encuentre la ocasión y el tiempo de leerla sin
dejar de lado por ello mis preocupaciones filosóficas.
[1] Y el mismo Tolstoi era el primero en criticarse por esta inconsecuencia:
"Es ridículo que habiendo comenzado a los quince años a escribir reglas,
lo siga haciendo todavía ahora, casi a los treinta, sin haber creído ni haber
seguido una sola, y no sé por qué sigo creyendo en ellas y deseándolas" (Diarios, 11/6/1855).
[2] Más tarde explicará: "La lectura de los periódicos y de las
novelas es algo parecido al tabaco: un medio para olvidar" (1/12/1888)
martes, 24 de junio de 2014
Tolstoi, experto en lascivia
No logro dominar la lujuria,
más aún porque esta pasión, en mí, se ha convertido en costumbre.
León Tolstoi, Diarios,
19/6/1850
Si existió alguien que pudiese definir la lascivia,
ese alguien era León Tolstoi:
"Lascivo"
no es una injuria, sino [...] un estado de inquietud, de curiosidad y de
necesidad de novedad, que se desprende de relaciones que tienen como fin el
placer no con una persona, sino con muchas. Como el alcohólico (Diarios, 19/8/1889).
Pero la comparación con el alcohólico no es del todo exacta, porque un
alcohólico puede tomar vino y nada más que vino, o cerveza, o whisky o lo que
sea, sin jamás serle infiel a su bebida de cabecera, mientras que una persona
lujuriosa, por definición, anhela la variedad, desea yogar con cuanta persona
se le cruza por su camino --de preferencia, personas desconocidas.
Continúo la entrada en donde la dejé: "Uno
puede intentar contenerse, pero un alcohólico es un alcohólico y un lascivo es
un lascivo: en cuanto bajan la guardia, recaen. Yo soy un lascivo". Yo
también. Y mi guardia, desde hace unos tres años, está bien alta y no me
permite sucumbir a ninguno de los platillos que se me ofrecen. ¡Pero me muero
de ganas!...
martes, 17 de junio de 2014
¿La gloria o la virtud?
"Soy viejo",
dice Tolstoi ¡cuando apenas cuenta con 23 años! Pero continúo, que lo más
interesante viene ahora:
Soy viejo, el tiempo del desarrollo ya pasó o está
pasando; sin embargo a mí me sigue atormentando la sed... no de gloria, no
quiero la gloria, la desprecio, sino de ejercer una gran influencia para la
felicidad y el bienestar de los hombres (Diarios,
29/3/1852).
"No quiero la gloria, la desprecio", dice Tolstoi
cuando es un perfecto ignoto. Pero dos años después, cuando la fama golpea a su
puerta y su apellido es ya reconocido en el ámbito literario ruso, escribe:
"Soy tan ambicioso, y este
sentimiento ha sido tan poco satisfecho, que con frecuencia temo que si tuviera
que elegir entre la gloria y la virtud elegiría la primera" (7/7/1854).
Primero, cuando no posee ni la virtud ni la gloria, elige ir en busca de la
virtud; pero luego, ni bien la gloria le muestra una pequeña porción de su
corpulencia, se aferra a ella con tal ímpetu que parece olvidarse de su gran
aspiración al perfeccionamiento ético. ¿Me sucedería lo mismo a mí en el caso
de que la gloria golpease a mi puerta con anterioridad a mi sepelio? Seguramente
sí; entonces prefiero seguir siendo un ente
anónimo[1].
[1] La esposa de Tolstoi
confirma este defecto de su marido: "El origen de todos sus actos es la
vanidad, el apetito de fama y el deseo de que la gente hable de él sin parar.
Nadie me va a convencer de lo contrario" (Sofía Tolstoi, Diarios (1862-1919), 19/9/1891).
lunes, 16 de junio de 2014
León Tolstoi y Sofía Bers: del amor incondicional al odio profundo
¡Cómo son las cosas!, una tiende a pensar que el genio se
ocupa en exclusiva de asuntos filosóficos, o éticos e históricos, pero luego
sucede que los privilegiados cerebros también se distraen con nimiedades y
montan unos cristos del diablo cuando sus esposas leen a escondidas páginas de
sus diarios y van ellos mismos y leen a hurtadillas los diarios de sus esposas
pensando que éstas les ponen cuernos… en fin, un catálogo de pequeñas miserias
sin cuento.
Alicia Giménez Bartlett, Días de amor y engaños
Horas antes de casarse con Sofía (o Sonia[1])
Bers, le comenta Tolstoi a una gran amiga: "... Para que pudiera hacerse
una idea de lo que esta criatura [su futura esposa] es, tendría que escribir
volúmenes y volúmenes. Soy feliz como no lo había sido desde que nací"
(carta a Alexandra Tolstaia del 17/9/1862, citada en Correspondencia, p. 247). Y el 5 de enero de 1863, transcurridos
tres meses y pico desde la boda, escribe en su diario:
La amo cuando
por la noche o por la mañana me despierto y veo que me mira y me ama. [...] Amo
cuando se sienta a mi lado, y ambos sabemos que nos amamos [...]. Amo cuando
estamos mucho tiempo solos y yo digo: "¿qué hacemos? Sonia, ¿qué hacemos?"
Y ella se ríe. Amo cuando se enoja conmigo y de pronto, en un abrir y cerrar de
ojos, su pensamiento y su palabra se vuelven ásperos: "déjame, me
aburres"; un minuto más tarde ya me sonríe con timidez. Amo cuando no me ve
y no sabe que estoy allí y yo la amo a mi manera. Amo cuando es una niña con su
vestido amarillo y adelanta la mandíbula inferior y la lengua, amo cuando veo
su cabeza echada hacia atrás, y su carita seria y asustada, infantil y
apasionada, amo cuando...
26 años después, desde su novela más
desgarradoramente autobiográfica, describe Tolstoi los sentimientos del
protagonista hacia su pareja:
Experimentaba
como una necesidad de pegarla, de machacarla los sesos; pero sabía que eso no
era posible, y por lo tanto me contuve, pero para dar escape a mi furor, agarré
un pisapapeles, y gritando otra vez: "¡Vete!", lo tiré al suelo hacia
donde ella estaba. [...] Entonces se marchó, pero se detuvo en el umbral. Y en
ese momento, mientras aún me veía (lo hacía para que me viera) empecé a agarrar
cosas, candeleros, el tintero, y los tiré también, sin dejar de gritar:
"¡Vete, que no respondo de mí!" Ella se fue y me calmé
inmediatamente. Una hora después entró en mi cuarto el ama de casa, diciendo
que mi mujer estaba con un ataque de histerismo (La sonata a Kreutzer, cap. XXII).
En 26 años, el enamoramiento incandescente y la mayor
felicidad soñada se transformó en "una necesidad de pegarla, de machacarla
los sesos". La santidad de Tolstoi, al tacho por una mujer.
¡Ah, la convivencia!...[2]
[1] Tolstoi prefería llamarla
Sonia, que es en el idioma ruso el diminutivo de Sofía.
[2] El
punto de inflexión, el momento en el cual, al parecer, dejaron definitivamente
de quererse, ocurrió en 1870. Esto se deduce de una reveladora entrada en el
diario de Tolstoi, la del 26/5/1884: "Estoy terriblemente mal. Los dos
extremos: arranques de espiritualidad y el poder de la carne. [...] Una sola
causa: la ausencia de una mujer amada y amante. Esto comenzó hace catorce años
cuando se rompió una cuerda y adquirí conciencia de mi soledad. Pero eso
tampoco es una razón. Debo encontrar a mi mujer justamente en ella. Debo y
puedo y la encontraré. Señor, ayúdame". Pero nunca la encontró. El
18/6/1884, escribe resignado: "La ruptura con mi mujer no se puede decir
que sea más grave: es total". Y por fin, el 20/8/1910, a pocos días de su
muerte, sentencia: "Hoy pensé, cuando hacía memoria de mi matrimonio, que
estaba predestinado. Nunca estuve siquiera enamorado".
domingo, 15 de junio de 2014
Una reflexión epistemológica de Tolstoi
Las
ciencias concretas, a la inversa de las abstractas, se vuelven menos exactas
cuanto más se acerca el objeto de su estudio a la vida del hombre: a)
matemáticas, b) astronomía, c) química, d) física, e) biología (comienza la
imprecisión), f) antropología (la impresión aumenta), g) sociología (la
imprecisión sobrepasa todo los límites y de ciencia ya no queda nada) (Diarios, 13/6/1895).
Y esta
tendencia a la inexactitud culmina con la filosofía, que desde luego no es una
ciencia ni pretende serlo y cuyos postulados últimos y más interesantes no solo
no pueden ser verificados, sino que tampoco deberían serlo. La filosofía bien
entendida termina siendo, como la religión, una cuestión de fe.
martes, 10 de junio de 2014
La admiración de Tolstoi por Henry George
"Pensé en las reivindicaciones del pueblo --escribe Tolstoi-- y
llegué a la conclusión de que la principal es la propiedad de la tierra; abolir
la propiedad privada de la tierra y decretar que pertenece a quien la trabaja
sería la garantía más sólida de libertad" (Diarios, 7/5/1901). Se ponía Tolstoi en sintonía con el pensamiento
de Henry George, de quien había leído dos de sus libros, Progreso y pobreza, y
Problemas sociales, causándole, sobre todo el primero, una impresión
"muy grande" (Correspondencia,
p. 554). Cinco años después, desde la entrada de su diario del día 2/4/1906,
confirma su admiración por el economista norteamericano:
Se habla y se discute sobre el sistema de Henry George. Lo que vale la pena no es el sistema [...], lo que vale la pena es que este sistema establece una relación común e igual para todos los hombres en relación con la tierra. Que intenten encontrar algo mejor.
Pero ¿qué es esto de
"abolir" la propiedad privada de la tierra, de "decretar" que
pertenece a quien la trabaja? Para un cristiano de pura cepa, estas palabras,
que implican coacción, deberían estar prohibidas. Por eso caería Tolstoi en una
contradicción si entendiese que este sistema es lo mejor que le podría pasar a
la economía de un pueblo agrícola. Lo mejor, sin duda, sería que los
terratenientes, por su propia iniciativa, se desprendiesen de sus tierras,
obsequiándoselas generosamente a los peones que las trabajan; pero --suponía
Tolstoi con buen tino-- puesto que tal decisión no la tomarán ni ahora ni en el
corto ni en el mediano plazo, lo interesante sería emplear el sistema de George
mientras tanto, mientras el mundo (y en especial los ricos) se cristianizan. "Yo
exijo mucho más que él --le escribe en cierta ocasión a su esposa--, pero su
proyecto es el primer peldaño de una escalera por la que me gustaría subir".
Queda salvada, pues, la contradicción: Henry George como un peldaño tan solo
hacia la pacificación de la humanidad en un reinado universal de la compasión y
el amor al prójimo y no tan próximo. Bien.
lunes, 9 de junio de 2014
Correspondencia de Tolstoi, seleccionada por Selma Ancira
He adquirido --y he pagado un dineral por él (41 dólares)-- el grueso
tomo de la Correspondencia de León
Tolstoi, seleccionada y traducida por la señora Selma Ancira, la misma que se
tomara el trabajo de traducir y seleccionar los pasajes de los diarios de
Tolstoi que vengo citando desde marzo de este año. Esta buena mujer concretó lo
que ella misma, desde el prólogo de este libro, califica de inexplicable: puso
al lector de habla hispana al corriente de los diarios íntimos y de las cartas
del conde Tolstoi, que hasta entonces no se habían traducido con este rigor y
esta caudalosidad. ¡Felicidades, Selma! Gracias a gente como ella, traductores
que se enorgullecen de su profesión en lugar de considerarse escritores
frustrados, la literatura pega saltos inconmensurables. Sin ella, mi
conocimiento de la psicología y del pensamiento de Tolstoi quedaría por siempre
a la altura de una germinación o un brote.
Y el libro comienza con un epígrafe de Tolstoi que le sienta muy bien a
Selma, y también a mí (al menos en la teoría): "Para vivir honradamente es necesario desgarrarse, confundirse, luchar,
equivocarse, empezar y abandonar, y de nuevo empezar y de nuevo abandonar, y
luchar eternamente y sufrir privaciones. La tranquilidad es una bajeza
moral" (carta a su abuela Alexandra, 18-20 de octubre de 1857).
domingo, 8 de junio de 2014
Progreso espiritual en Tolstoi
Me he aficionado a la caza con
rifle y, como resulta que no tiro mal, me entrego a esta ocupación dos o tres
horas al día. [...] La semana pasada maté un jabalí que me dio un momento de
gozo como nunca antes había experimentado.
León Tolstoi, Correspondencia, cartas a su tía Tatiana, 2 y 29/10/1852
Desde la entrada de su diario del día 26/8/1909, cuenta Tolstoi
"cómo disparaba a las aves y a los animales, cómo remataba a las aves con
una púa en la cabeza y a las liebres con un puñal en el corazón sin la menor
piedad". "Hacía cosas --concluye-- en las que ahora no puedo pensar
sin horror". Esto es para los que opinan que el progreso espiritual de
Tolstoi era pura cháchara, pura hipocresía. Si este acrecentamiento de los
lindes de la compasión, no solo hacia el género humano sino hacia el resto de
las especies, no implica progreso espiritual, entonces no sé lo que el progreso
espiritual sea.
jueves, 5 de junio de 2014
El club de los escritores matinales
Se escribe mejor en ayunas.
León
Tolstoi, Diarios, 29/6/1853
Nos cuenta Rüdiger Safranski que Schopenhauer
sólo escribía las tres primeras
horas del día, y justificaba esa distribución del tiempo diciendo que si se
estrujase más el cerebro, los pensamientos se volverían desvaídos, perderían
originalidad y el estilo degeneraría (Schopenhauer
y los años salvajes de la filosofía, p. 389).
Yo me manejaba
parecidamente, porque el cerebro admite un cierto nivel de estrujamiento y no
más, y se le saca más jugo cuando se lo estruja fresco y lozano. Pero ahora ya
no dispongo de mis mañanas, y esas tres horas de óptimo rendimiento neuronal
las dedico a emparchar lonas o a soldar cortinas roller. ¡Auxíliame San Arturo!