El astrolabio de los misterios de Dios
es el amor.
Jalal-uddin Rumí
Si no nos
sirven las drogas, si no nos sirve el ascetismo extremo para llegar a la visión
mística, ¿cuál será la llave que nos abra de par en par las puertas del salón
en donde reposan los tesoros celestiales? La respuesta la tiene el propio
Aldous Huxley:
Es un hecho, confirmado y reconfirmado
durante dos o tres mil años de historia religiosa, que la Realidad última no es
clara e inmediatamente aprehendida sino por aquellos que se hicieron amantes,
puros de corazón y pobres de espíritu (La
filosofía perenne, p. 12).
El asceta podrá,
si se lo propone, aprehender la Realidad última, pero no debido a su condición
de asceta, sino a su condición de hombre bueno. Y lo mismo, por qué no, podría
sucederle a quien ingiere mescalina. La sabiduría se alimenta del
comportamiento ético, pero a su vez el comportamiento ético se alimenta de la
sabiduría:
La vida de bondad, santidad y beatitud es
una condición necesaria de la inspiración perpetua. Las relaciones entre acción
y contemplación, ética y espiritualidad, son circulares y recíprocas. Cada una
es a la vez causa y efecto (ibíd., pp. 240-1).
Y para quienes,
sin llegar a ser buenos, deseamos igual conocer estos misterios, la alternativa
es conocerlos de segunda mano:
Si uno mismo no es sabio ni santo, lo
mejor que puede hacer, en el campo de la metafísica, es estudiar las obras de
los que lo fueron y que, por haber modificado su modo de ser meramente humano,
fueron capaces de una clase y una cuantía de conocimiento más que meramente
humanas (ibíd., p. 13).
O ser santo uno
mismo, o estudiar la vida y la obra de los que lo fueron: no hay otro secreto que
nos permita descubrir los Grandes Secretos. Lo demás es fuego fatuo, pirotecnia
espiritual, misticismo mal digerido y mal dirigido.
La receta
es simple: ser buenos… y dormir a pata ancha.
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