Tampoco el deseo de que nos
desprecien, que en sí es espiritualmente positivo, tiene que sobrepujar al
deseo del comportamiento virtuoso, no sea que evitemos beneficiar al prójimo
con la excusa de que nos están observando terceras personas que posiblemente
nos aplaudan. Al comportamiento virtuoso no le interesan esas fruslerías, se
realiza lo mismo en soledad de que ante una multitud. De preferencia en
soledad, o a la vista de pocos; pero eludir una llamada de auxilio para eludir
un aplauso es poner la ética patas para arriba. Si en vez del bienhechor
desprecio, nos han aplaudido por nuestra conducta —o por nuestras palabras, en
mi caso—, la tarea siguiente, mucho más compleja que un salvataje o que la
escritura de un ensayo, será evitar el envanecimiento, el querer hacer,
escribir, decir cosas con el objetivo y la intención de que los demás nos
aplaudan. Si esto sucede, entonces sí habremos perdido una crucial batalla.
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