“Toda
doctrina, por muy moral y elevada que sea, nos parece hoy que cesa de serlo y
que se degrada desde el momento que pretende imponerse al pensamiento como un dogma” (Jean-Marie Guyau, La irreligión del porvenir, p. 136). Sin
embargo, en la página anterior había afirmado que “no hay persona alguna
ilustrada que no se ría al tratar del diablo”, o sea que Guyau considera una
verdad incontestable, un dogma, la no existencia del demonio, puesto que se ríe
de los que creen en él, pero a la vez entiende que los dogmas impuestos a
nuestro pensamiento son degradantes… ¿Por qué no se decide? Porque los que a
Guyau le disgustan son los dogmas religiosos;
a los dogmas de otra índole parece tolerarlos bastante bien. Pero este de la
inexistencia de Satán, ¿no es un dogma religioso? En cierto sentido sí;
entonces ya no sé qué pensar del zigzagueante antidogmatismo de nuestro Juan
María.
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