Siempre me sentí identificado con estos versos de Gustavo Adolfo Bécquer:
Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.
Y pensaba yo, ¿de dónde me ha salido este amor por los versos y por el pesimismo y por los versos pesimistas? Pues ahora, hurgando en los papeles que mi padre atesoraba, encontré la respuesta bajo la forma de un poema que le escribiera a mi madre allá por 1959 ó 1960:
TÚ Y YO
Tú eres la alegre llegada
Yo soy la triste partida,
Tú eres la meta soñada
Yo la dicha mal habida;
Tú la clara alborada
Yo la noche que intimida.
Tú eres un canto a la vida
Yo soy de la vida el dolor,
Tú eres el dulce amor
Yo la ilusión perdida;
Tú simbolizas la flor
Yo la abierta herida.
Tú eres miel que apetece
Yo la hiel que se abomina,
Tú la brisa que reanima
Yo huracán que estremece;
Tú eres sol que ilumina
Yo soy niebla que oscurece.
Tú eres la risa que alegra
Yo soy llanto que entristece,
Tú la esperanza que acrece
Yo la realidad que arredra;
Tú el rosal que florece
Yo la dañina hiedra.
Tú eres la altiva victoria
Yo la humillante derrota,
Tú la semilla que brota
Yo el fruto de la escoria;
Tú eres brioso corcel que trota
Yo soy cual cansada noria.
Tú eres dicha que perdura
Yo soy fugaz ambición,
Tú eres dulce canción
Yo soy himno de amargura;
Tú representas razón
Yo, en cambio, la locura.
V C
¡Qué sorpresa!: mi padre fue lonero durante 48 años y lonero murió, pero antes de eso… ¡fue poeta! Y yo estoy llamado a recorrer su mismo camino.
Lo que se hereda no es hurto. ¡Cuánto que nos parecíamos, viejo querido!