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jueves, 21 de agosto de 2014

La improbabilidad del consenso entre los pensadores filosóficos

Acabo de terminar la lectura de una serie de ensayos escritos por Giovanni Papini entre 1905 y 1911 y reunidos en un pequeño libro que dio en llamarse Pragmatismo. La colección es bastante desdeñable según mi criterio, pero existen, aquí y allá, algunas perlas del talento y la clarividencia que años más tarde sabrían adornar el estilo y las ideas del italiano. En una de estas perlas --que es la que rescataré para este momento-- se critica la postura del cientificista que desechando de su área de incumbencia los problemas irresolubles a través del método empírico, endilgándoselos a la filosofía, se queja luego de que los pensadores filosóficos divagan, cada uno en su mundo, y no se ponen nunca de acuerdo entre sí:


Cada ciencia o serie de ciencias, investigando los principios o las explicaciones más generales, hace surgir problemas abstractos, subordinados, más que cualquiera de los otros, a la multiplicidad de las soluciones en razón de su misma generalidad y por la enorme dificultad en aplicar a ellos el control de las experiencias particulares. Mientras las ciencias formaban un todo indiscriminado junto con la filosofía, estos problemas eran padecidos tanto por científicos como por filósofos, pero con el correr del tiempo cada ciencia ha elaborado una parte de sí misma y ha buscado eliminar los denominados problemas últimos, incluso aquellos que surgían de lo que constituía su propia materia, para desarrollar y asegurar la parte más particular y positiva que mejor se prestaba al trabajo asociado y a las aplicaciones prácticas. De esta manera ocurrió que los problemas generales desechados por las ciencias [...] fueron llamados filosóficos por antonomasia y abandonados casi exclusivamente a la reflexión de los filósofos. Ocurrió entonces en torno a la filosofía la concentración de todos aquellos problemas por naturaleza sujetos a la duda y a la opinión personal, dado que son más difícilmente discernibles por el resultado que cada uno ve. Sería lo mismo que si deportaran a una única ciudad a todos los borrachines de un pueblo y luego se la despreciara y burlase de ella por su alto alcoholismo. Cuando una cuestión parecía oscura e interminable por el cálculo o la experiencia se decía: ¡es una cuestión filosófica! Después de esto lamentar la discordia de los filósofos, chivos expiatorios de las dificultades de todos los hombres, es la más perversa ingratitud que haya nacido del más vicioso de los círculos (Giovanni Papini, Pragmatismo, capítulo XI, "Las verdades por la Verdad").

miércoles, 6 de agosto de 2014

Luces y sombras en Spinoza

Los dirigentes de la comunidad ponen en su conocimiento que desde hace mucho tenían noticia de las equivocadas opiniones y errónea conducta de Baruch de Spinoza y por diversos medios y advertencias han tratado de apartarlo del mal camino. Como no obtuvieran ningún resultado y como, por el contrario, las horribles herejías que practicaba y enseñaba, lo mismo que su inaudita conducta fueran en aumento, resolvieron de acuerdo con el rabino, en presencia de testigos fehacientes y del nombrado Spinoza, que éste fuera excomulgado y expulsado del pueblo de Israel, según el siguiente decreto de excomunión: “Por la decisión de los ángeles, y el juicio de los santos, excomulgamos, expulsamos, execramos y maldecimos a Baruch de Spinoza, con la aprobación del Santo Dios y de toda esta Santa comunidad, ante los Santos Libros de la Ley con sus 613 prescripciones, con la excomunión con que Josué excomulgó a Jericó, con la maldición con que Eliseo maldijo a sus hijos y con todas las execraciones escritas en la Ley. Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo perdone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. El Señor borrará su nombre bajo los cielos y lo expulsará de todas las tribus de Israel abandonándolo al Maligno con todas las maldiciones del cielo escritas en el Libro de la Ley. Pero vosotros, que sois fieles al Señor vuestro Dios, vivid en paz. Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o trascrito por él." 
Texto de la excomunión sufrida por Spinoza, publicado por la comunidad judía el 27 de julio de 1656, citado por Carl Gebhardt en Spinoza, pp. 38-9

Así como la Iglesia Católica, después de más de tres siglos, "absolvió" a Galileo de su "herejía", así también deberían reconocer los judíos que con Spinoza le pifiaron fiero[1].

[Spinoza] dio a su doctrina la forma demostrativa de la matemática, porque esta es la que expresa con más perfección el carácter impersonal de la verdad. Que Spinoza era un gran escritor que podía expresar su pensamiento con todo el poder del lenguaje lo demuestran las notas y los apéndices de su Ética, lo mismo que muchas de sus cartas y, sobre todo, su Tratado teológico-político. Pero él no quería actuar por la forma, sino solamente por la verdad.
Gebhardt, ibíd., p. 104

La verdad no tiene por qué ser aburrida: la estética es una de las partes fundamentales de la filosofía. Si nos concentramos sólo en el contenido y despreciamos la forma, obtendremos verdades del tipo "uno más uno es dos", pero no más de ahí pasaremos. Tal vez en el futuro las verdades más trascendentes puedan ser comprendidas mediante fórmulas matemáticas, pero en el presente necesitamos del lenguaje para descubrirlas y para transmitirlas, y cuanto más rico sea ese lenguaje, mejor percibidas serán esas verdades. Los pensadores suelen desdeñar la retórica, pero creo que lo hacen más por impotencia que por convicción, como si los ciegos impulsasen una campaña en contra del abuso televisivo. Si la misión del escritor pensante pasa por masificar sus verdades, deberá darle tanta prioridad al envoltorio como a las verdades mismas, ya que la verdad desnuda es hoy invisible a nuestros sentidos.

Una apariencia sucia y descuidada no nos transforma en Sabios.
Ibíd., de. 107

No todos los que descuidan su apariencia son sabios, pero todos los sabios descuidan su apariencia.

Nuestra capacidad cognoscitiva está en la misma relación con la plenitud de Dios, que la cifra 2 con el infinito.
Ibíd., p. 130

Eso es porque aún no salimos del segundo milenio. En el tercero, habrá un avance significativo: llegaremos a la cifra 3.

El hombre no puede ser concebido como Estado dentro del Estado, sino como ser natural entre otros seres naturales. Lo que rige para unos rige también para los otros. Por eso el reino de la moralidad no puede separarse del reino de la naturaleza, ni someterse a leyes propias y de otra especie. La unidad de la naturaleza fundada en Dios exige que todo sea regido por las mismas leyes. [...] Esto muestra hasta la evidencia que la esencia de la filosofía de Spinoza es el dinamismo. Sería interpretar equivocadamente la peculiaridad de su sistema considerarlo como un voluntarismo, pues para Spinoza voluntad y entendimiento forman una unidad indivisible. Pero voluntad y entendimiento son expresión de esa fuerza que aparece en el hombre y en todas las cosas como impulso de auto-afirmación y que lleva a la teoría de que los deseos del hombre son la esencialidad misma. Este impulso de realizar su ser que yace en lo más profundo del hombre, no es negado sino afirmado por la ética de la inmanencia. Según Spinoza virtud y poder son idénticos. Pero entonces la misión de la ética sólo puede consistir en señalar el recto camino que permite al hombre realizar su esencia.
Ibíd., pp. 142-3

Señalar el camino y persuadir a los hombres de que lo sigan, pero nunca obligándolos a caminar mediante decretos o mandamientos.

Ver en Spinoza sólo al consecuente partidario del determinismo científico, indispensable para el conocimiento moderno de la naturaleza, es olvidar que Spinoza es también el creador del concepto ético moderno de la libertad, de la libertad inmanente. Ya en la teoría de la divinidad queda señalado que la libertad no consiste en el libre albedrío de obrar a capricho, porque todo albedrío dispara el mecanismo natural de la motivación; en realidad, libertad y necesidad son coincidentes. No hay oposición entre libertad y necesidad, sino entre libertad y coerción. Esclavo es el que obra determinado por causas externas, libre el que sólo obra según su propia ley.
Ibíd., p. 144

Tengo motivos para ser determinista, y son esos motivos los que precisamente me determinan a ser determinista. Los albedristas que tienen motivos para serlo, sólo por tener motivos ya los abandona la lógica: su albedrismo está predeterminado. Un albedrista coherente no puede jactarse de tener motivos que apoyen su idea. Podrá decir que la idea del libre albedrío no le nació racionalmente sino intuitivamente, pero es lo mismo: está determinada por un presentimiento. Sostener esta idea, según intuyo, es algo así como hablar de la blancura del color negro.

Spinoza rechaza todos los expedientes morales ajenos a la pura actividad del hombre, no sólo la esperanza y el miedo, que crean una moral de esclavos, sino también la compasión y el arrepentimiento; el sentimentalismo no es un afecto activo, sino pasivo y, por tanto, inmoral de suyo.
Ibíd., p. 147

Pero Spinoza, ¿estaba completamente seguro de que sus ideas eran verdaderas? Si lo estaba, era un dogmático, con lo que me admiración por él decrecería significativamente. Y si no lo estaba, entonces decía lo que decía porque se tenía fe, porque tenía la esperanza de que sus pensamientos coincidiesen en algún grado con la verdad inmutable. El espíritu del hombre sólo puede manifestar tres estados: desesperanza, esperanza y seguridad. La desesperanza es incompatible con la vida: quien vive desesperanzado, a la larga se aniquila. La esperanza es compatible con la vida y con el deseo de felicidad, que es lo que más se aproxima, de todo lo que conocemos, a lo que es la felicidad en sí misma. Por último, el estado de seguridad es compatible con la vida, pero sólo dos clases de seres están seguros de lo que piensan: los seres perfectos y los orates. Y como estoy persuadido de que Spinoza no era ni lo uno ni lo otro, tomaré su rechazo a la esperanza sólo en el sentido de una esperanza celestial como la que pregona la Iglesia, pero no en el sentido completo del término, que para mí significa el creer en algo que no está plenamente demostrado como verdad, o el creer, al menos mínimamente, que nuestro futuro, por uno u otro motivo, está sembrado de placeres. Yo estoy seguro de que el teorema de Pitágoras es verdadero, pero si me preguntan si el alma humana tiende a la felicidad, sólo pudo contestar que tengo la esperanza de que así sea, esperanza futura sin la cual es imposible la felicidad presente.
Respecto de los sentimientos de compasión y arrepentimiento, tratemos de no meterlos en la misma bolsa. El arrepentimiento es hijo de la ignorancia, del total desconocimiento o negación de la hipótesis determinista, que incluso si no fuese cierta en forma radical, inexorablemente se comunica con la herencia y la educación y por lo tanto nos hace ver que, si somos culpables de algo, lo somos en grado mínimo. Este sentimiento, por estar ligado a la ignorancia, es por supuesto inmoral; pero el sentimiento de compasión no está ligado a ninguna ignorancia: aparece y ya. Es cierto que aparece debido a causas externas, a saber, el percibir el dolor ajeno, y que por eso podría merecer el calificativo de "afecto pasivo"; pero digo yo, ¿no era que en la filosofía de Spinoza todos los seres compartían la misma sustancia? Si es así, yo siento el dolor ajeno como algo inherente a mi misma esencia, y entonces esta sensación es tan interna como la que más: es un afecto activo. Y después está la prueba del amor: pongo a dos hombres frente un pequeño gatito y comienzo a cuerearlo vivo valiéndome de una yilet. El primero, un estoico, corre a salvarlo "por obligación moral", sin experimentar emoción alguna. El segundo, en cambio, se me acerca sudoroso, temblando y con los ojos bañados en lágrimas, aunque sin cólera. El primero lo salva por precepto, porque su código de conducta, previamente delineado, así lo establece. El segundo lo salva porque su corazón se lo implora, no por sentirse obligado a ello. Ahora quiero que alguien me aclare cuál de los dos fue arrebatado por un afecto activo y cual por un afecto pasivo, porque se me hace muy difícil creer que no inmutarse ante la tortura de otro es algo activo y algo moral. Más bien parece todo lo contrario[2].



[1] (Nota añadida el 8/11/3.) Trascendieron algunos detalles --que cada quien puede creer o no-- de lo que aconteció en esa histórica ceremonia: "Por fin había llegado el día de la excomunión, reuniéndose enorme gentío para asistir al lúgubre acto. Éste empezó encendiéndose [...] una serie de velas negras, y abriéndose el arca sagrada que guarda los libros de la ley mosaica. De esta forma se incitó la fantasía de los creyentes para todo el horror de la escena. El gran rabino, antiguamente amigo y preceptor, ahora el enemigo más mortal del reo, tuvo que ejecutar la sentencia. Quedó de pie, conmovido por el dolor, pero inflexible. El pueblo le observó consuma expectación. Desde lo alto canturreó en melancólicas voces el cantor las palabras de la execración, mientras que desde el otro lado se mezclaban con estas maldiciones los sonidos penetrantes de una trompeta. Ahora se inclinaban las velas negras cayendo la cera derretida gota por gota en un gran recipiente lleno de sangre (Lewes, Historia biográfica de la filosofía, citado por Henry Ford en El judío internacional, de. 142). Según Ford, antes de excomulgarlo "se le ofreció al joven Spinoza la suma de mil florines al año, si se callaba con sus convicciones, asistiendo de vez en cuando al culto en la sinagoga. Spinoza la rehusó indignado, resolviendo a ganarse el sostén de su vida pulimentando lentes para instrumentos ópticos". Por último, una paradoja: el nombre de pila del maldito Spinoza era Baruch, que significa bendito...
[2] (nota añadida el 31/5/3.) Spinoza, como buen estoico, rechazaba el sentimiento de compasión por considerarlo inmoral y afeminador del carácter del hombre virtuoso. Sin embargo, ¿qué es un estoico? Un estoico es un cínico socializado, o más bien un cínico que ha claudicado y ha perdido buena parte de su autarquía. Es --digámoslo con toda las letras-- un cínico degenerado. Pues bien: ¿alguien podría juzgar a Diógenes, Antístenes o Crates como seres afeminados? No lo creo; y es el caso que estos monumentales señores, si hemos de darle la razón al filólogo austríaco Theodor Gomperz, profesaban "una calurosa compasión hacia los desventurados y oprimidos" (Pensadores griegos, libro 4º, cap. VII, parág. 7). Si así era, si los cínicos eran compasivos en el sentido propio del término, no limitándose a ir en auxilio de los desvalidos por puro deber, sin emocionarse durante el proceso..., si así era, digo, ya tenemos un nuevo motivo para gritarle a Spinoza y a todos los estoicos --y que me perdone Epicteto--, para gritarles este merecido insulto: ¡Degenerados!