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sábado, 31 de agosto de 2019

Wittgenstein, compañero de Hitler


Adollf Hitler y Ludwig Wittgenstein coincidieron como estudiantes en la Realschule Bundesrealgymnasium Fadingerstrasse, una escuela secundaria de Linz. Una foto escolar sorprendente muestra a Wittgenstein adolescente, casi codo a codo con otro ilustre alumno del establecimiento, el joven Adolf Hitler. La fotografía, fechada en 1901, pertenece a un polémico libro escrito por la australiana Kimberley Cornish titulado The Jew of Linz: Wittgenstein, Hitler and Their Secret Battle for the Mind. A este curioso dato le agrego el rumor de que su odio por los judíos nació de la envidia que sentía por un compañerito judío de escuela que sacaba mejores notas que él:

Hay quien afirma que el odio a los judíos de Hitler proviene de los complejos que le causó en esta época el trato con el atildado, refinado, mejor polemista y más inteligente Ludwig en Linz: el chico judío de la escuela «en quien no confiábamos demasiado» de Mein Kampf (Isidoro Reguera, Ludwig Wittgenstein, p. 31).

Esto es un rumor y no un hecho concreto, pero existe un hecho al parecer probado y es que habiendo comenzado al mismo tiempo la escuela, Wittgenstein la terminó dos años antes: mientras a él lo subieron a un curso superior, porque era demasiado inteligente, Hitler repitió un año.
Ambos nacieron en abril de 1889, con seis días de diferencia tan solo. ¿No sería esta proximidad de horóscopo, aunada a la proximidad de sus cuerpos durante aquel año escolar, lo que motivó a Wittgenstein, esotéricamente, a simpatizar, en algún momento de su vida, con las ideas más radicales y antisemitas de su compañero de clases?

viernes, 30 de agosto de 2019

Wittgenstein, el judío antisemita


El judío es un paraje desierto, bajo cuyas delgadas capas rocosas se encuentran las masas ardientes y fluidas de lo espiritual.
Ludwig Wittgenstein, Observaciones

Wittgenstein tenía sangre judía (según él, las tres cuartas partes de su sangre, porque tres de sus abuelos habrían sido judíos[1]), pero esto no le impidió, en una ocasión, hablar mal, muy mal de quienes presentaban su misma condición. Y es a la vez curioso y alarmante que ese momento de su vida en que sintió aversión por los judíos coincidiera exactamente con el auge del antisemitismo hitleriano. Leamos este análisis:

Dentro de la historia de los pueblos de Europa, a la historia de los judíos no se le concede la importancia que se merece, y que es debida a su influencia en los asuntos europeos, pues dentro de esta historia se les ve como una especie de enfermedad, una anomalía, y nadie quiere po­ner la enfermedad al mismo nivel que la vida normal (y nadie quiere hablar de una enfermedad como si tuviera los mismos derechos que los procesos de un cuerpo saludable).
Podemos decir: la gente solo ve este tumor como una parte natural de su cuerpo si cambia toda su manera de percibir el cuerpo (si cambia la manera en que toda la nación percibe su cuerpo). De otro modo, lo mejor que pueden hacer es aguantarse.
Se puede esperar que un individuo muestre este tipo de tolerancia, o no hacer caso de estas cosas; pero no se puede esperar esto de una nación, pues lo que precisamente le da su carácter de nación es el no hacer caso omiso de tales cosas. Por ejemplo, existe una contradicción en espe­rar que alguien, de manera simultánea, conserve su antigua percepción estética del cuerpo y también dé la bienvenida al tumor (diario secreto de Wittgenstein, citado en Aforismos, p. 60)[2].

Individualmente —parece decir—, podemos tolerar en Austria y Alemania al judío, pero como nación, existe el derecho, y tal vez la obligación, de erradicarlo. Nazismo depurado, y expresado no en cualquier momento de la historia sino en 1931, minutos antes —históricamente hablando— del Holocausto. Son pensamientos privados, no los dio a publicidad, por lo que no puede decirse que Wittgenstein haya contribuido como causa eficiente a la consolidación del nazismo, pero es preocupante que un pensador tan admirado, y que se negaba sistemáticamente a emitir proposiciones éticas, haya podido reflexionar sobre la cuestión judía en estos términos.
Ray Monk se sorprende, al igual que yo, de lo que descubre en el diario de Wittgenstein:

Lo más asombroso de los comentarios de Wittgenstein es que utilice el lenguaje --en concreto, los eslóganes-- del antisemitismo racial. […] Muchas de las sugerencias más atroces de Hitler, su caracterización del judío como un parásito «que al igual que un bacilo nocivo se extiende tan pronto como encuentra un medio favorable», su afirmación de que la aportación de los judíos a la cultura carece de la menor originalidad, […] y, además, que su aportación se ha restringido al refinamiento cultural de una cultura distinta […]: toda esta letanía de lamentables sandeces encuentra su paralelo en las observaciones de Wittgenstein de 1931.
De no haber sido escritas por Wittgenstein, muchas de sus afirmaciones acerca de la naturaleza de los judíos serían vistas como poco más que el vocerío de un fascista antisemita.

Evidentemente, aquella imagen del tumor a extirpar utilizada por Wittgenstein

no tiene sentido sin una con­cepción racial de lo judío. El judío, aunque «integrado», nunca será un alemán o un austríaco, porque no pertenece al mismo «cuerpo»: ese cuerpo lo percibe como un tumor, una enfermedad. La metáfora es par­ticularmente adecuada para describir los miedos de los antisemitas aus­tríacos, porque implica que cuanto más se integren los judíos, más peli­grosa es la enfermedad que representan para la, de otro modo, saludable nación aria (RM, pp. 294-5).

Dice Monk que luego de este ataque repentino de antisemitismo, jamás volvió Wittgenstein a escribir en sus diarios, o en cualquier lado, oprobios parecidos dedicados a los judíos. Es claro: una vez que comenzaron las persecuciones reales, y que involucraron incluso a sus propias hermanas, que se salvaron de milagro[3], cualquier noción antisemita que una persona más o menos cuerda esgrimía tenía por fuerza que desaparecer. Esto es lo obvio; lo anterior, el antisemitismo previo, el deseo de que el Estado “erradique” a los judíos de Austria y Alemania, quedará para siempre como una mancha indeleble de la filosofía no-ética de este campeón de la lingüística.
Weininger decía (y el dicho se ha transformado en proverbio) que no hay peor antisemita que el propio judío. No hay que ver en Torquemada una excepción, sino una regla muchas veces repetida. Los ejemplos en la historia son múltiples y permanentes, en todo lugar y circunstancia. Pero cuando dentro de estos ejemplos aparece un pensador de jerarquía, el resto de los pensadores, judíos o no, jerárquicos o no, nos estremecemos, porque confirmamos la impotencia de nuestra propia razón ante los embates del prejuicio, del entorno fanatizado y del odio convertido en doctrina. El único consuelo está en saber que tales pensadores antisemitas por lo general descreían de la razón a la hora de hablar sobre la ética, lo que me mueve a insistir, por reacción, en que la razón, la deducción y la inducción, se me siguen apareciendo como los instrumentos más acertados para tratar estos temas en la teoría[4].


[1] Hay una reseña pormenorizada de la genealogía de Wittgenstein y de sus antepasados judíos en WB, pp. 191-2.
[2] Este mismo texto, aunque con diferente traducción, puede leerse también en Ludwig Wittgenstein, Observaciones, pp. 45-6.
[3] En realidad, no se salvaron gracias a un milagro, sino gracias al poder económico de la familia: “Con la anexión de Austria por Hitler en marzo de 1938 [...], Wittgenstein negocia en Berlín con los nazis una salida a la cuestión, que se arregla, al precio de 1,7 toneladas de oro (!), lavando la cara, más bien la sangre, [...] de su abuelo Hermann Christian, hijo oficial de padre y madre judíos, haciendo de él un espécimen de la raza alemana. Así, los Wittgenstein quedaban solo como «medio judíos», como mischlinge, con dos abuelos judíos y dos arios, y en una relativa seguridad, que les fue suficiente” (Isidoro Reguera, Ludwig Wittgenstein, pp. 49-50).
[4] (Nota añadida el 10/7/19.) Habiendo publicado este artículo en Facebook, un lector me acusó de malinterpretar las palabras de Wittgenstein. Se suscitó un debate que a continuación reproduzco:
Ernesto Briseño. —El análisis del texto de Wittgenstein comete un craso error. Wittgenstein no está expresando su propio punto de vista, sino el punto de vista de terceros, precisamente, el de los nacionalistas antisemitas.  A quién escribió el comentario, le aconsejo que aprenda a leer.
Cornelio Cornejín. —El texto está tomado de sus diarios personales, en ningún momento hace alusión a que se está refiriendo a la opinión de terceros.
Ernesto. —Supongamos que la traducción es buena. Examina el uso del «se» y si tienes tu sentido lingüístico bien afinado te darás cuenta que no se refiere a sí mismo sino al modo de ver las cosas de terceras personas. Además, a la luz de lo que dice al inicio del texto, debiste poner en duda tu interpretación como antisemita del resto de texto. Lees, sí, pero no reflexionas a fondo sobre lo que lees. Y no te escondas detrás de Monk, que también puede haber sido poco cuidadoso en su lectura del texto. Wittgenstein, más que formular un juicio de valor, formula una observación de carácter sociológico.
Cornelio. —No tengo el texto original, no puedo emitir un juicio serio sobre esta cuestión si no dispongo de él. Pero Monk es un reputado biógrafo, no creo que haya malinterpretado el texto de Wittgenstein.
Ernesto. —¿Te basta con creer? ¡Qué mal argumento? Argumentar así a mí me daría un poco de vergüenza. Y si es el texto que tienes, has de partir de lo que dice a la letra.
Cornelio. —"Se puede esperar que un individuo muestre este tipo de tolerancia, o no hacer caso de estas cosas; pero no se puede esperar esto de una nación". Está diciendo claramente que a cualquier nación le es imposible tolerar a los judíos, en tanto que nación. Wittgenstein, desde luego, no es una nación, por lo que está opinando "sobre terceros" (naciones), pero claramente está justificando la persecución de judíos por parte de los diferentes estados. No dice que sea bueno perseguir a los judíos, pero dice que los estados están justificados en su accionar si es que lo hacen.
Ernesto. —¿Te das cuenta de que estás incurriendo en un sofisma llamado argumentum ad verecundiam?
Cornelio. —"Wittgenstein, más que formular un juicio de valor, formula una observación de carácter sociológico". Estoy de acuerdo. La observación sociológica es que los estados no tienen otra opción que perseguir a los judíos. No es un juicio de valor, pero es una observación de carácter sociológico completamente errónea, puesto que el resto de los estados no los han perseguido. Por otra parte, todos sabemos que detrás de estas "observaciones sociológicas" se esconden sentimientos, se disfraza el juicio de valor de "observación sociológica" para que no resulte tan crudo, y porque Wittgenstein, de acuerdo a lo que dice en el Tractatus, no tiene derecho a emitir juicios de valor.
Ernesto. —“Si p, entonces q” no significa que p justifique q, sino que si se da p se dará necesariamente q. Interpretar el sentido de la relación condicional como una justificación es erróneo, y arbitrario de tu parte. Fallas en lógica y hermenéutica. “Todos sabemos que…”. De verdad que estás muy limitado. Acudir a una pretendida certidumbre general (y ¿qué otra cosa sino eso es un prejuicio) para avalar la tesis de que “detrás de una observación sociologica se esconde un juicio de valor”, es incurrir en otro sofisma: un argumentum ad populum. Además, tendrías que demostrar que detrás de toda observación de ese tipo hay un juicio de valor para imputar un juicio de valor oculto a la observación de Wittgenstein, es decir, para poder sostenerlo en el caso de esta, pues basta un caso en que no sea así para que tu conclusión sea lógicamente inatingente. En verdad que estás muy poco preparado.
Cornelio. —El recurso a la autoridad —lo que pedantescamente llamas tú argumentum ad verecundiam— es un recurso muy estimado por los pensadores rigoristas cuando no es posible comprobar directamente la verdad o la razonabilidad de un enunciado. Aquí lo que pretendemos comprobar es el sentido de las palabras de Wittgenstein, para lo cual necesitaríamos el texto original en alemán. Yo no dispongo de él y creo que tú tampoco, por lo que no nos queda otra que remitirnos a Ray Monk, que sí ha leído el texto original. Pretender negar la autoridad de Monk en este tema equivaldría a ir a un banco de ADN para corroborar la identidad de tu supuesto hijo y, al decirte en esa institución que en realidad ese hijo no es tuyo, tú te empecinases y dijeses que sí es de tu misma sangre, porque tus conjeturas van para ese lado, y no aceptas la palabra del banco de ADN porque sería aceptar un argumentum ad verecundiam, puesto que solo te dicen que no es tu hijo pero no te suministran los datos técnicos que les posibilitaron a los científicos llegar a esa conclusión. En un caso así, yo le daría la derecha al banco de ADN, por más que no tuviese yo la más mínima idea de cómo hicieron para llegar a esa conclusión; y parecidamente, le doy la derecha a Ray Monk en este asunto de si debo interpretar este texto de Wittgenstein como una opinión personal o como una descripción que se atribuye a terceros.
Cornelio. —Decir que estoy muy poco preparado, que mi discernimiento es muy limitado, que tengo fallos en lógica y hermenéutica, etc., no es argumentar sino insultar. Quien insulta, lo hace porque se le han acabado los argumentos con los cuales rebatir alguna idea o razonamiento.
Cornelio. —Si me muestras el texto original de Wittgenstein en alemán, ahí podríamos empezar a zanjar esta cuestión. De otro modo, no me queda otra, y a ti tampoco, que descansar en la autoridad de Monk, quien coincide conmigo en la interpretación de este texto.

jueves, 29 de agosto de 2019

Wittgenstein y los genios judíos


Opinaba Wittgenstein que no había judíos, o los había escasísimos, entre los genios del pensamiento:

Entre los judíos, el «genio» se encuentra solo en el hombre bendito. Incluso los más grandes pensadores judíos solo tienen talento. (Yo mismo, por ejemplo.) Creo que hay cierta verdad en mi idea de que solo pienso de manera reproductora. No creo haber inventado ni una línea de pensamiento. Siempre me he apoderado de lo de los demás. Simplemente me he valido de ello para mi trabajo de clarificación. Así es como Boltzmann, Hertz, Schopenhauer, Frege, Russell, Kraus, Loos, Weininger, Spengler, Sraffa, me han influido. [...] Podría decirse (de manera errónea o acertada) que la mente judía no posee la capacidad de producir ni una menuda flor ni una diminuta brizna de hierba de las que han fructificado en el suelo de otra mente, pero sí de mostrarlas dentro de un contexto más amplio. No estamos señalando ningún defecto cuando decimos esto, y no hay nada malo en ello, siempre y cuando lo que se haga no se preste a malentendidos. El peligro solo existe cuando la naturaleza de una obra judía se confunde con la de una no judía, especialmente cuando el autor de la obra judía cae él mismo dentro de esa confusión, cosa que puede ocurrir fácilmente. (¿Acaso no parece tan orgulloso como si hubiera producido la leche él mismo?) (Aforismos, pp. 57-8).

Si esta descripción es verídica, tengo que admitir que mi cerebro trabaja de muy parecida manera que como trabajaba el cerebro de Wittgenstein: siempre me he apoderado de los demás. Mi enorme nariz parece más bien romana, pero ¿no seré descendiente de judíos?

miércoles, 28 de agosto de 2019

Wittgenstein y el psicoanálisis


El sabio seguirá el cinismo, porque es un atajo del camino a la virtud, según Apolodoro en su Moral. Solo él es libre, los hombres vulgares son esclavos.
Diógenes Laercio, Vida y doctrinas de los filósofos más ilustres, VII, 121.

En 1935, cansado, o aburrido, de dar clases en Cambridge, Wittgenstein concibe el proyecto de entrar en la escuela de medicina y estudiar psiquiatría. Esta carrera estaba en aquel entonces muy influenciada por las teorías freudianas, pero a Wittgenstein no le interesaba ese sistema, al menos en calidad de paciente, porque “no deseaba someterse a lo que se suele conocer como técnica analítica. Pensaba que no era justo revelar a un extraño todos los pensamientos propios” (WB, p. 205). Los albaceas literarios de Wittgenstein han tomado buen cuidado de realizar, en lo posible, sus deseos (ver la entrada del 29/4/19).
Esta declaración parece ir en contra de su intención de escribir su autobiografía (ver la entrada de ayer). ¿No implica una autobiografía la revelación de los propios pensamientos a todos los extraños que la lean? Tal vez por este prurito jamás la escribió. Pero me parece que habría sido Wittgenstein más preciso si en vez de decir que revelar a un extraño los propios pensamientos es algo injusto, hubiera dicho que es algo vergonzoso. No se mofa uno de la justicia cuando escribe una autobiografía o un diario íntimo, sino de la propia vergüenza. Para escribir estas piezas literarias hay que ser un poco desvergonzado, un poco sinvergüenza, y Wittgenstein, por desgracia para la literatura y para la filosofía en general, no lo era.

martes, 27 de agosto de 2019

Las confesiones de Wittgenstein



… Se comprenderá ahora por qué tan solo los hombres superiores llegan a escribir los recuerdos de su vida (dejando natural­mente aparte los casos en que esto ocurre por vanidad, ambición o espíritu de imitación) […]. No todos los hombres geniales llegan a escribir su autobiografía, pues para ello son necesarias condiciones psicológicas especiales que asientan muy profundamente; pero, por el contrario, la redacción de una autobiografía completa, cuando responde a una necesidad espiri­tual, es siempre un signo de capacidad superior.
Otto Weininger, Sexo y carácter

El 28 de diciembre de 1929 escribió Wittgenstein en su diario:

El espíritu en el que uno puede escribir la verdad acerca de sí mismo puede tener las formas más variadas; de la más decente a la más indecente. Y según el que tome, puede ser muy deseable o muy erróneo escribir acerca de ello. De hecho, entre las verdaderas autobiografías que uno podría escribir hay toda una gradación que va de lo más elevado a lo más bajo. Yo, por ejemplo, no puedo escribir mi autobiografía en un plano más elevado que aquel en que existo. Y por el mismísimo hecho de escribirla no me vuelvo necesariamente superior; puede que incluso me vuelva más sucio de lo que era antes. Algo en mi interior habla en favor de que escriba mi autobiografía, y de hecho me gustaría tener algún tiempo para desplegar mi vida, a fin de tenerla claramente ante mí, y también ante los demás. No tanto para someterla a juicio como para, en cualquier caso, producir claridad y verdad (citado en RM, p. 266).

Durante los dos o tres años siguientes tuvo siempre en la cabeza la idea de comenzar esta autobiografía, al estilo de las Confesiones de San Agustín, que tanto habían influido en él. Sin embargo, esta producción de verdad y claridad que un pensador que desea pasar a la posteridad tiene la obligación de entregar a quienes tratarán de comprenderlo, nunca fue realizada, de manera que solo podemos enterarnos de los detalles íntimos de su vida a través de sus biógrafos, que como hemos visto, discrepan unos con otros. Hemos perdido la oportunidad de conocer al verdadero Wittgenstein de primera mano, y todo eso porque no ha tenido el valor intelectual de mostrarse tal cual era.
Sus apuntes de valor autobiográfico “deben ser todos quemados”, le ordenó a Russell cuando era más joven. Ya de adulto se propuso, en lugar de quemar, analizar las cenizas de lo quemado, pero todo quedó nada más que en intenciones. Habrá supuesto que tenía otros asuntos más importantes que tratar. ¿Te imaginas tú lector con qué interés leeríamos ahora la autobiografía de Wittgenstein si hubiese tenido “tiempo” para escribirla sin ocultar ningún detalle de su vida privada? Pero claro, los que ahora lo adoran como un semidiós de la filosofía, que todavía son bastantes, seguramente se habrían sentido decepcionados al cerrar el libro[1].


[1] Hacia el final de su vida, retornó la piromanía: “Las notas que cubren el período de 1918-28 [la época de mayor actividad sexual de Wittgenstein] se han perdido. Se sabe que varios de sus apuntes fueron destruidos por orden expresa de Wittgenstein en 1950” (WB, p. 200). También desaparecieron las cartas que Wittgenstein le escribió a Skinner y que aquel recuperó luego del fallecimiento de su amante (cf. RM, p. 309).

lunes, 26 de agosto de 2019

Wittgenstein y reduccionismo


El reduccionismo que emplea la ciencia para llegar a una verdad sintética es, según Wittgenstein, uno de los peores caminos en filosofía:

Los filósofos tienen constantemente ante los ojos el método de la ciencia y sienten una tentación irresistible a plantear y a contestar las preguntas del mismo modo que lo hace la ciencia. Esta tendencia es la verdadera fuente de la metafísica y lleva al filósofo a la oscuridad más completa. Quiero afirmar en este momento que nuestra tarea no puede ser nunca reducir algo a algo, o explicar algo. En realidad, la filosofía es puramente descriptiva (Cuadernos azul y marrón, p. 46).

Wittgenstein amaba el caso particular y desdeñaba la generalidad, y por eso decía que él no explicaba sino que describía; pero el reduccionismo no desaparece por más que desaparezcan las explicaciones:

¿no es toda descripción también una reducción de algo a algo? Es decir, ¿puede uno describir un fenómeno sin reducir su complejidad, diversidad y flujo a un conjunto reducido de categorías conceptuales, palabras o expresiones? ¿No opera así inevitablemente la mente humana? Si no hubiera una dosis de simplificación en toda explicación y descripción, padeceríamos lo que el borgiano Funes el memorioso (Pablo Quintanilla, “Wittgenstein y la autonomía de la libertad”, artículo disponible en internet).

Para describir, lo mismo que para explicar, necesitamos reducir datos y postulados, y este camino es indispensable tanto en ciencia como en filosofía. Quien no reduce, quien no generaliza y se queda siempre con los casos particulares, no hace ni la una ni la otra.

domingo, 25 de agosto de 2019

La inactualidad de la filosofía de Wittgenstein


Miércoles 5 de junio; 7:39 A.M.
Tanto el Tractatus como las Investigaciones filosóficas

no contienen ningún juicio explícito sobre el mundo moderno ni alusión alguna a cuestiones de actualidad, lo cual, dicho sea de paso, no pudo sino complicar especialmente el problema de la recepción del pensamiento de Wittgenstein en Francia durante la época reciente; pues ahí la filosofía se identificaba, en términos generales, con la toma de posición sobre cuestiones de actualidad e, incluso, a veces explícitamente con una forma de acción política directa (Jacques Bouveresse, Wittgenstein, p. 75).

Las dos posiciones, según mi opinión, son problemáticas. La filosofía francesa de hoy está bañada, por no decir impregnada, de acción política directa y de actualidad, dos ítems que Wittgenstein desdeñaba con razón, pero la filosofía de Wittgenstein está impregnada de no-filosofía, lo cual me parece peor que la infección de la política, del aquí y del ahora.

sábado, 24 de agosto de 2019

Wittgenstein y la ciencia


No es insensato pensar que la era científica y técnica es el principio del fin de la humanidad; que la idea del gran progreso es un deslumbramiento, [...] que en el conocimiento científico nada hay de bueno o de deseable y que la humanidad que se esfuerza por alcanzarlo corre a una trampa. No es de ningún modo evidente que no sea así.
Ludwig Wittgenstein, Aforismos, § 318

Según Otto Weininger, “el hombre de ciencia se halla [...] por debajo de los filosofos y de los artistas. Estos son los que únicamente merecen el calificativo de genios, mientras que el simple científico jamás puede aspirar a ese título” (Sexo y carácter, pp. 168-9). Wittgenstein admiraba a Weininger; ¿le vendrá de aquí su desprecio por la ciencia?[1]



[1] El hecho de que Wittgenstein haya tenido una opinión tan negativa del avance científico y técnico no es para nada extraño, ya que tales juicios críticos “forman parte del repertorio de opiniones de los mandarines alemanes de la época” (Jacques Bouveresse, Wittgenstein, p. 111).

viernes, 23 de agosto de 2019

Wittgenstein y la destrucción de la filosofía


La claridad a la que aspiramos es en verdad completa. Pero esto solo quiere decir que los problemas filosóficos deben desaparecer completamente.
Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, § 133

Repetía I destroy, I destroy, I destroy ... con conciencia de que con su modesto análisis del lenguaje estaba aniquilando toda la historia de la filosofía.
Isidoro Reguera, Ludwig Wittgenstein

Reflexionando sobre su propia obra, Wittgenstein inventó un tema musical en el que aparecían las palabras “yo destruyo, yo destruyo, yo destruyo” (cf. sus Aforismos, p. 62). Quería ser, como Nietzsche, una máquina demoledora, un destripador filosófico, quería romper a martillazos la filosofía tal como la conocemos desde Platón en adelante. ¿Y lo logró? ¿Destruyó algo? Según varios ingleses y varios norteamericanos, lo destruyó todo; según mi opinión, en sus manos (o en su cabeza) no tenía una maza sino el chipote chillón del Chapulín Colorado: por mucho que golpeara, la filosofía jamás acusaría el impacto.

jueves, 22 de agosto de 2019

Wittgenstein y Sócrates


Indudablemente no hay muchos filósofos para quienes la filosofía haya sido una cosa tan poco especulativa como lo fue para él.
Jacques Bouveresse, Wittgenstein

Se sentía Wittgenstein atraído por la postura gnoseológica de Sócrates que se describe en los primeros diálogos platónicos: “Cuando uno se acerca a los diálogos tempranos, por ejemplo, al que aborda la cuestión de en qué consiste el coraje, cabría leerlos y decir: “¿Lo ves, lo ves? ¡No se sabe nada!”. Esto sería, supongo, lo sensato” (Últimas conversaciones, p. 70)[1]. Sócrates no diría que no se sabe nada, sino que los que se jactan de conocer la verdad, en relación a la virtud, no la conocen de manera precisa. Él tampoco se jactaba de conocer la verdad última de lo que significan las virtudes, pero decir que Sócrates no sabía nada en relación a la ética es apresurado puesto que de la ética era de lo único que hablaba. Platón distinguía entre la opinión (doxa) y el conocimiento (episteme)[2]. La opinión se basa en el mundo sensible, que como es una pura sombra del verdadero mundo, es siempre provisoria, en cambio la episteme es la pura verdad, porque no proviene del mundo sensible sino de la razón, que se remonta a las alturas del mundo inteligible. Podríamos decir entonces que Sócrates —que nunca se ocupó demasiado de estas sutilezas de las teorías del conocimiento que sí preocupaban a Platón— afirmaba desconocer el coraje, la piedad y el resto de las grandes virtudes si nos remitimos a un conocimiento epistémico, pero los conocía lo bastante bien como para emitir opiniones relacionadas con el tema. No estaba seguro de nada, pero eso no le impedía conjeturar una y otra vez sobre la ética. El conocimiento de lo inteligible está reservado solo a los filósofos, diría Platón; yo digo que está reservado a los puros de corazón, a los buenos. Sócrates era las dos cosas, por eso estoy persuadido de que conocía las virtudes de manera epistémica, aunque se negara a admitirlo. Nosotros, sus discípulos, tenemos que conformarnos con la doxa, con un conocimiento improbable. ¿Y dejaremos de filosofar por eso? ¡Qué va, todo lo contrario! Si tuviéramos ya en nuestras cabezas un conocimiento acabado, ¿para qué indagar? Sócrates ya tenía este conocimiento y por lo tanto no indagaba: su misión era enrostrarles su tosquedad a quienes creían estar a su misma altura. Wittgenstein dirá que Sócrates no definía la virtud, sino que la mostraba. Si la mostraba, la mostraba con palabras, por más que la definición precisa y académica del vocablo nunca apareciera. Sócrates hablaba, articulaba discursos, para enseñar la ética, cosa que Wittgenstein siempre desaprobó. Y hablaba de la ética no para enseñar a los hombres a ser buenos, sino para enseñarles lo que es la bondad; el resto es cosa de ellos.
“¡No se sabe nada!”. Habla por ti, estimado Ludwig.


[1] Muchos años antes, en 1931, Sócrates y Platón no le caían tan simpáticos: “Cuando se leen los diálogos socráticos se tiene el sentimiento: “¡qué espantosa pérdida de tiempo! ¿Para qué estos argumentos que nada prueban y nada aclaran?” (Observaciones, p. 34).
[2] Cf. La República, capítulo XIV.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Forjar en frío


Para Wittgenstein, ser cristiano es fundamentalmente vivir como cristiano, y para ello no es necesario apertrecharse de ningún tipo de teoría ética: “El cristianismo [...] dice que la sabiduría es toda ella fría; y que no puede ser utilizada para enderezar tu vida más de lo que puedes forjar el hierro cuando está frío” (citado en RM, p. 426). La metáfora es magnífica y estoy muy de acuerdo con ella: lo que calienta al hierro y permite enderezarlo no es la teoría ética ni el conocimiento filosófico, sino la religión, o mejor dicho la religiosidad propia de cada quien, sea o no este cada quien, a sus propios ojos, una persona religiosa en el sentido común de la palabra. El problema es que nosotros dos, Wittgenstein y yo, somos pensadores filosóficos y no “hombres de Dios”, y el cometido de los pensadores filosóficos no es forjar el hierro sino informar al hierro sobre los diferentes procedimientos de forjado. Si queremos ser forjadores, lo mejor es convertirnos en santos y así, mediante el ejemplo, ayudar a los demás a que enderecen sus vidas; pero en tanto nos consideremos pensadores filosóficos, nuestro cometido es otro. Yo quise ser santo, pero no me dio el cuero y regresé adonde pertenezco, adonde puedo dar lo mejor de mí, al terreno de la especulación filosófica. Wittgenstein también quiso ser santo y tampoco lo logró, pero se quedó en un híbrido: ni santo (porque no se comportaba santamente) ni pensador filosófico (porque no teorizaba filosóficamente). Sería soberbio de mi parte suponer que con mis especulaciones filosóficas ayudaré a la gente a enderezar su vida, pero al menos la mantendré informada y le haré saber si tal o cual persona que tiene delante enderezó en efecto su vida, o es solamente un impostor, un santo falso. Con despertarle a quien me lea ese solo discernimiento, yo me conformaría.

martes, 20 de agosto de 2019

Wittgenstein y la maldad de las mujeres


Viva la vida, viva la vida,
viva la vida, viva el amor.
Viva la vida y las mujeres,
que en este mundo son lo mejor
Palito Ortega, Viva la vida

No parecía entender Wittgenstein que no estamos preparados sicológicamente para vivir en sociedad sin establecer juicios de valor y afirmar la bondad o maldad de algunas cuestiones. Wittgenstein, por ejemplo, admiraba a Weininger, pero ante su afirmación sobre la maldad implícita de las mujeres, se para y grita: “Qué equivocado estaba, qué equivocado, Dios mío” (citado en RM, p. 293). Pero ¿cómo sabía que estaba equivocado? Si no se puede teorizar sobre lo bueno, tampoco se puede teorizar sobre lo malo, de manera que mal podría estar cierto de que las mujeres no son diabólicas. Yo sí puedo decirlo y lo digo, porque mi filosofía no solo me permite, sino que me intima a teorizar sobre la ética; pero Wittgenstein debería tragarse sin chistar, o al menos no negar, los postulados de Weininger.

lunes, 19 de agosto de 2019

El dios ordenador de Wittgenstein


Entre todos los integrantes del círculo de Viena, quien mejores relaciones tenía con Wittgenstein era Schlick, y esto es curioso, porque Schlick era el único de los integrantes de este grupo que se preocupaba de esclarecer la ética y que la tomaba como un objeto de estudio. Para Wittgenstein, lo bueno es bueno porque Dios lo quiere y se acabó el asunto, mientras que Schlick afirmaba que Dios quiere lo bueno porque es bueno. A Wittgenstein le agradaba la primera declaración porque

cierra el camino a cualquier explicación de “por qué” es bueno, mientras que la segunda es la superficial y racionalista, que actúa “como si” pudieras dar razones de por qué algo es bueno. […] La primera concepción dice claramente que la esencia de lo bueno no tiene nada que ver con los hechos, y que por tanto no puede ser explicada mediante ninguna proposición. Si existe una proposición que pueda expresar precisamente lo que yo pienso, es la proposición “Lo que Dios ordena, eso es lo bueno” (citado en RM, p. 286).

Guiarse por esta última proposición en la vida viene a ser enriquecedor o saludable para un taoísta que vive adentro de una cueva o en un monasterio y que no interactúa con el prójimo, o interactúa poco. Para una persona como Wittgenstein, o como todos nosotros, esa proposición es una bomba de tiempo, porque ¿quién conoce lo que Dios ordena? Si lo bueno es lo que Dios ordena, y si no creemos en la Biblia, lo bueno pasa a ser cualquier cosa, lo que a nosotros se nos antoja. Y entonces, al no existir manera de investigar el asunto, lo lícito es que cada quien se comporte de acuerdo a sus impulsos del momento: estamos en la génesis del living la vida loca. Vemos así que Wittgenstein, sin proponérselo, ha sido el preanunciador de Ricky Martin, de la epidemia de adicción a las drogas y de todo aquello que destruye a nuestros jóvenes y no tan jóvenes hoy en día.
“Si no existe Dios, todo vale”, decía un personaje de Dostoievski. Yo digo algo parecido: si no podemos dar ninguna explicación de lo que es bueno, todo vale.

domingo, 18 de agosto de 2019

Wittgenstein y Carnap


El Círculo de Viena se formó a la sombra del Tractatus. Su fundador,  Moritz Schlick, tenía muy buena relación con Wittgenstein y animó al resto del grupo a que considerara aquel libro como la fuente primaria de inspiración de lo que se llamaría luego el positivismo lógico. Pero los integrantes del Círculo no habían interpretado bien a Wittgenstein, y solo comprendieron su error cuando lo tuvieron frente a frente. Rudolf Carnap dejó por escrito la impresión que le causó Wittgenstein al conocerlo personalmente y lo errados que habían estado al emparejar ambas filosofías:

Cuando leímos el libro de Wittgenstein en el Círculo, yo había creído erróneamente que su actitud hacia la metafísica era similar a la nuestra. No había prestado la suficiente atención a las afirmaciones sobre la mística que hay en el libro, porque sus sentimientos y pensamientos en ese campo eran demasiado divergentes de los míos. Solo el contacto personal con él me ayudó a ver más claramente su actitud en ese punto.

Su punto de vista en relación a los problemas teóricos, continúa diciendo Carnap, se parecía más al de un artista que al de un científico;

y podría decirse que parecido al de un profeta religioso o un vidente. [...] A veces tenía la impresión de que la actitud deliberadamente racional y no emocional de los científicos, y, del mismo modo, cualquier idea que oliera a «ilustración», a Wittgenstein le resultaba repugnante (citado en RM, pp. 233-4).

Que Carnap y sus amigos se hayan confundido respecto de las verdaderas intenciones de Wittgenstein al escribir su Tractatus no habla tan mal, en mi opinión, de los integrantes del Círculo de Viena, sino que la responsabilidad de la confusión recae casi totalmente en el libro, que no era para nada claro, como ya hemos visto, tanto en su lenguaje explícito como en sus intenciones subyacentes[1]. Me parece bien que Wittgenstein no aceptara ser parte de ese Círculo, que despreciaba la metafísica y que tenía por tontos a quienes se interesaban en estas cuestiones; pero amén de esto, hay que decir que así como Nietzsche, si hubiese vivido lo suficiente, no habría prestado su total consentimiento a lo que la filosofía nacionalsocialista proponía, pese a que esta filosofía, con justa razón, ha utilizado como apoyo y como basamento a muchas de sus afirmaciones, así también la filosofía del Círculo de Viena nació, creció y se desarrolló gracias a las afirmaciones de Wittgenstein por más Wittgenstein no estuviera para nada de acuerdo con el nudo central de la propuesta del Círculo de Viena. Así como Nietzsche fue el preanunciador del nazismo, y con perfecta lógica, porque muchas de sus afirmaciones son compatibles con aquel movimiento, así también Wittgenstein fue el preanunciador del positivismo lógico y de la antimetafísica que conlleva, porque su Tractatus tira para ese lado, aunque su autor lo niegue.


[1] Colaboró también a que se malinterpretaran los objetivos principales de la filosofía de Wittgenstein el atraso en la edición de algunas de sus obras: “Aquellos textos que evidenciaban más notoriamente la importancia de lo místico, la voluntad y los valores en el pensamiento de Wittgenstein fueron dados a conocer tardíamente. Es así como los manuscritos denominados como Notebooks 1914-1916 (Diario filosófico 1914-1916) fueron publicados recién en 1961, la Conferencia de ética apareció en la Philosophical Review, en 1965, y también la famosa carta a Ludwig von Ficker, en la que se declara el sentido ético del Tractatus, vino a conocerse a fines de la década de los sesenta” (Horacio Luján Martínez, “Alcance y pertinencia de las lecturas éticas del Tractatus de Wittgenstein”, artículo disponible en internet). Este retraso en la publicación de las obras más humanísticas o intimistas de Wittgenstein fue motivado, según otro investigador, por oscuros intereses: “Hasta principios de los años 90, la recepción oficial del pensamiento de Wittgenstein siguió el criterio editorial impuesto por sus albaceas literarios (G.H. von Wright, E. Anscombe y R. Rhees). Una actitud excesivamente protectora y exageradamente mezquina por parte de estos [...] mantuvo ocultos algunos de los escritos personales de Wittgenstein a los investigadores y público en general, y contribuyó a fomentar una imagen monolítica de nuestro filósofo vinculada, en lo filosófico, exclusivamente a la tradición analítica [...] y continuada por los positivistas lógicos. Una imagen que, según se ha ido viendo con posterioridad, dista mucho de ser completa, cuando no exacta. La aparición continuada de escritos de toda índole (manuscritos, cartas, diarios, etc.) [...] ha contribuido para que la imagen que tenemos hoy en día de Wittgenstein sea una imagen más completa que la sesgada y trasnochada imagen oficial” (David Pérez Chico, “Los Diarios secretos de Wittgenstein. Una lectura perfeccionista”, artículo disponible en internet).

sábado, 17 de agosto de 2019

Wittgenstein y el sexo moderno


En 1929, Bertrand Russell publicó uno de sus más polémicos libros: Matrimonio y moralidad. En él opinaba que el sexo entre un hombre y una mujer que no están casados entre sí no es necesariamente inmoral si ellos realmente se aman, y “defendió los «matrimonios experimentales» o «matrimonios de compañía», relaciones formalizadas donde jóvenes podían tener de forma legítima relaciones sexuales sin esperar permanecer casados a largo plazo o tener hijos” (Wikipedia, artículo “Bertrand Russell”). También afirmaba que el divorcio debía ser cosa sencilla y expeditiva en los matrimonios carentes de hijos, pero excepcional cuando los hijos ya estaban presentes. En este último caso, no hay que divorciarse, para favorecer el entorno familiar, pero los padres podrán ser infieles a sabiendas del otro y no habrá motivo de quejas (esto lo escribía Russell pensando en su propio caso: su esposa estaba embarazada… de su amante). Todos estos puntos de vista relativos a la moral sexual matrimonial escandalizaron a la Inglaterra de su época y también a su examigo Wittgenstein, que no era un puritano, pero tampoco hacía escuela con sus debilidades:

Si una persona me dice que ha estado en los peores lugares, yo no tengo derecho a juzgarla, pero si me dice que fue su superior sabiduría la que le permitió ir allí, entonces sé que es un fraude (citado en RM, p. 277).

Esto lo dice alguien que, si hacemos caso a la hipótesis de Bartley, efectivamente ha estado en los peores lugares, pero sufría grandes remordimientos por ello.
Los desbordes, en materia de sexo, puede que sean inevitables, pero tampoco hay que sacar pecho y hacer de la lujuria un estandarte. Si tengo que fijar posición, voy a situarme en el medio, ni tan duro ni tan permisivo.
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viernes, 16 de agosto de 2019

¿Wittgenstein un genio?


George Moore, titular de la junta examinadora que otorgaría a Wittgenstein el cargo de doctor en filosofía, escribió como conclusión de su evaluación: “Es mi opinión personal que la tesis de Mr. Wittgenstein es la obra de un genio” (citado en RM, p. 257). Wittgenstein, en cambio, no tenía un buen concepto de la capacidad intelectual de su antiguo profesor:

Moore es un hombre lleno de preguntas, pero carece de talento para desenredar las cosas. Cuando uno se enfrenta con algo que está enredado, una cosa es dejar sentado que algunas hebras van hacia arriba, otras hacia un lado y otras cruzadas, y otra cosa bien distinta es ser capaz de tomar uno de los cabos del hilo y seguirlo hasta el final, tirando hacia fuera de él, deshaciendo los nudos, etcétera. Moore no podía hacer esto último: era estéril (Últimas conversaciones, pp. 68-9).

¿Moore era estéril? ¿Y él, que en lugar de desenredar la metafísica la desechaba como algo inexistente? Si alguien quisiera dárselas de buen matemático sin haber aprendido, digamos, el cálculo diferencial, se pondría en ridículo ante cualquier otro matemático correctamente instruido. Pues bien, Wittgenstein se jactaba de ser un buen filósofo sin haber aprendido demasiado sobre la ética, que es algo así como el cálculo diferencial de la filosofía, y si los pensadores filosóficos actuales no se han burlado de Wittgenstein como se burlarían los matemáticos formales de aquel otro que no se lleva bien con el cálculo diferencial, es por la sencilla razón de que a ellos tampoco les interesa la ética como disciplina filosófica. Los muertos no se ríen del degollado. Y tanto los muertos como los degollados no pueden engendrar, son estériles.

jueves, 15 de agosto de 2019

Un abogado de Wittgenstein


Leo un pasaje del Wittgenstein de Anthony Kenny (p. 21):

La condena que Wittgenstein hace de las proposiciones filosóficas calificándolas de carentes de sentido se aplica —y de ello él mismo fue consciente— a las propias proposiciones del Tractatus. Al final del libro lo comparó a este con una escalera: debemos primero subir por ella y darle luego un puntapié, si es que queremos gozar de una pintura correcta del mundo. El Tractatus, como toda metafísica, era un intento de decir lo indecible.

Kenny trata de defenderlo pero lo hunde todavía más. Si el Tractatus es una obra metafísica, que carece de sentido pero que luego de leerla y desecharla (subir por la escalera y luego arrojarla) nos permite “gozar de una pintura correcta del mundo”, ¿no se podría decir lo mismo respecto de cualquier otro escrito de carácter metafísico? Si este es el caso, todos los escritos metafísicos, realmente metafísicos (los de Hegel y Heidegger excluidos), carecerían de sentido pero nos permitirían gozar de una pintura correcta del mundo, lo cual es muchísimo más importante que leer cualquier escrito pleno de sentido que no tenga la propiedad de hacernos percibir y disfrutar esa pintura cósmica. ¿Qué derecho tendría entonces Wittgenstein de condenar a los escritores “metafísicos”? ¿No estaríamos acaso propiciando esas visiones pictóricas, por más que nuestras palabras, en un sentido lógico, aparezcan demacradas? Tendría yo derecho a decir, respecto de mis escritos, lo que decía Wittgenstein del Tractatus: hay que leerlos y luego arrojarlos a la basura; pero leerlos, porque si no, no dispondremos de la escalera que nos permita subir hacia lo alto del edificio. Sin embargo me niego a decir esto respecto de mis escritos y de los escritos metafísicos de cualquier buen pensador, porque ni me parece que mis escritos metafísicos carezcan de sentido, ni mucho menos me parece que, mediante el simple expediente de leerlos, pueda una persona “iluminarse”.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Bertrand Russell desenmascara a Wittgenstein


A menos que Wittgenstein haya cambiado su opinión acerca de mí, no le gustará demasiado tenerme como examinador. La última vez que nos vimos estuvo tan dolido por el hecho de que yo no fuera cristiano que desde entonces me ha evitado; no sé si su dolor a este respecto ha disminuido, pero todavía debe de tenerme aversión, pues desde entonces nunca se ha comunicado conmigo. No quiero que salga corriendo de la sala en mitad del examen oral, cosa que creo es capaz de hacer.
Carta de Bertrand Russell a George Moore, citada por Ray Monk en Ludwig Wittgenstein, p. 257

Wittgenstein volvió al Trinity College en con una mano atrás y otra adelante, dicho esto en sentido académico. No tenía ningún título con el cual enseñar, pero todas las autoridades y los profesores de la universidad querían retenerlo, debido a lo cual plantearon la posibilidad de que optara por el doctorado en filosofía presentando como tesis el Tractatus. ¿Y quién evaluaría las condiciones de Wittgenstein para acceder al cargo? Los designados fueron George Moore y otro viejo amigo, o examigo: Bertrand Russell. Se dice que al entrar Wittgenstein a la sala donde tuvo lugar la defensa de tesis y el examen oral, acotó: “No he visto nada más absurdo en toda mi vida”. Salió victorioso de la empresa y con el título bajo el brazo, pero no sin algunos magullones. Como cuando intentó Russell hacerlo hablar sobre el sentido del parágrafo 6.54, que reza lo siguiente:

Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo: que quien me comprende acaba por reconocer que carecen de sentido, siempre que el que comprende haya salido, a través de ellas, fuera de ellas. (Debe, pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido.)
Debe superar estas proposiciones; entonces tendrá la justa visión del mundo.

¿Carecen de sentido las proposiciones del Tractatus, y lo que es peor, Wittgenstein lo admite?

Justo en este punto se detuvo Russell durante el examen oral. ¿Cómo podía conseguirse transmitir a alguien, a través de una sucesión de proposiciones sin sentido, una visión del mundo, y que además fuera la única visión correcta? ¿No había declarado Wittgenstein de forma bien explícita, en el prólogo a su obra, que «la verdad de los pensamientos aquí comunicados» le parecía «intocable y definitiva»? ¿Cómo podía decir tal cosa de una obra que, según él mismo aseveraba, solo contenía enunciados sin sentido?[1]
La pregunta no era nueva para Wittgenstein. Ya la había oído en boca de Russell. Es más, durante años de intensa correspondencia, había sido algo así como un tema clásico de su tensa amistad. Russell le formuló una vez más esa pregunta «en honor de los viejos tiempos».

Es una lástima que no sepamos qué le respondió exactamente Wittgenstein en su defensa de tesis (Wolfram Eilenberger, Tiempo de magos, pp. 76-7).


Tal vez no le respondió nada y permaneció en silencio. Suele ser esta la mejor arma de defensa cuando un certero ataque lógico deja nuestras incoherencias al descubierto.

martes, 13 de agosto de 2019

Wittgenstein megalómano


Wittgenstein tenía, como decía Bertrand Russell, “el orgullo de Lucifer”.
William Bartley, Wittgenstein

Keynes venía desde hacía mucho tiempo queriendo convencer a Wittgenstein de que regresara a Cambridge a impartir clases, pero este se negaba sistemáticamente a satisfacerlo:

Me pregunta usted en su carta si puede hacer algo que me permita volver a la labor científica. La respuesta es que no: no hay nada que se pueda hacer al respecto, porque yo mismo no siento ya ningún impulso interno hacia ese género de actividad. Todo lo que realmente tenía que decir lo he dicho, de modo que la fuente se ha secado. Esto puede sonar extraño, pero es así (carta de Wittgenstein a Keynes del 4/7/1924, citada en RKM, p. 104).

“La verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece intocable y definitiva”, había dicho Wittgenstein en el prólogo de su Tractatus. Es lógico, pues, que quien ha llegado a establecer una verdad definitiva deje de trabajar dentro del campo en el cual esa verdad rige, porque no hay posibilidad de perfeccionar nada. Sin embargo, a los pocos años Wittgenstein volvió a escribir sobre filosofía, o sobre lo que él consideraba filosofía, y si bien no publicó estos escritos en vida, la cantidad de textos es abundante. Milagrosamente, de la fuente seca comenzó a brotar agua[1]. Esto significa que dejó de considerar al Tractatus como una obra intocable y definitiva, lo cual es un gesto que lo enaltece pero no borra el gesto anterior, a saber, el considerar una serie de parágrafos completamente intrascendentes (vistos en el marco de la historia general de la filosofía) como una especie de Biblia que no se puede discutir. Si uno se cree genio y en realidad lo es, la megalomanía no es tal, porque los hechos la refutan. Wittgenstein no tenía esa apoyatura: era un megalómano de pies a cabeza.


[1] Según William Bartley, no es verdad que Wittgenstein se desvinculara de sus inquietudes filosóficas durante los años en que se alejó de Cambridge: "Los que suponen que dejó la filosofía durante este período, de forma que fue catapultado súbitamente de nuevo hacia ella [...], se confunden” (WB, p. 89).