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domingo, 28 de septiembre de 2014

¿Qué funciona mejor, el comunismo o el capitalismo?


Creo que el juicio que le mereció a Marx el capitalismo era justo. El capitalismo fue un gran avance pero moralmente es injustificable. En el curso de los últimos cincuenta años la productividad industrial se duplicó, pero sabemos que la desigualdad social ha venido aumentando en todas partes menos en los países escandinavos. [...] En Japón el gerente gana, a lo sumo, cuatro veces lo que gana su secretaria. En Estados Unidos gana 50 mil veces lo que gana su secretaria. Una tremenda injusticia, sobre todo teniendo en cuenta que son, casi todos, incompetentes.

Mario Bunge, entrevistado por Magdalena Ruiz Guiñazú, septiembre del 2014

Se lo tiene John Stuart Mill como un pensador liberal, vale decir, partidario del principio de prevalencia de la propiedad privada por sobre la propiedad colectiva o estatal dentro de una determinada sociedad. Esto es correcto, pero tal posición política no lo enceguecía de cara a la realidad social de la Inglaterra del siglo XIX. Es por eso que llegó a incluir este tremendo párrafo procomunista dentro de su obra magna en lo que a economía se refiere:

Si [...] hubiera que elegir entre el comunismo, con todos sus riesgos, y el estado actual de la sociedad, con todos sus sufrimientos e injusticias; si la institución de la propiedad privada implicase necesariamente la consecuencia de que el producto del trabajo se repartiera de la manera en que ahora lo vemos hacer, casi en razón inversa al mismo trabajo: la parte más considerable a los que nunca han trabajado nada, la parte que sigue en importancia a aquellos cuyo trabajo es casi nominal; y así, en escala descendente, disminuyendo la remuneración conforme el trabajo se hace más pesado y más desagradable, hasta llegar al trabajo corporal más fatigoso y extenuante que no puede contar con la certeza de conseguir ganar ni siquiera lo necesario para la vida; si la alternativa fuese esto o el comunismo, todas las dificultades, grandes o pequeñas, del comunismo no pesarían nada en la balanza (Principios de economía política, citado por Bertrand Russell en Retratos de memoria, p. 119).

Claro que después arregla este desaguisado --que a tantos de sus coetáneos capitalistas habrá disgustado-- con este cierre:

Pero, para que la comparación sea posible, debemos comparar lo mejor del comunismo con el régimen de propiedad individual, no como es, sino como podría ser. El principio de la propiedad no ha sido aún puesto en práctica noblemente en ningún país; y, puede ser, que en este país menos que en cualquier otro.


Si los capitalistas no fueran tan mala gente --sostenía Mill--, el capitalismo funcionaría a las mil maravillas. Curioso es que el dato de que este sistema --que funciona, en mayor o menor medida, en buena parte de occidente desde hace 800 años-- jamás ha sido puesto en práctica "noblemente", curioso es que este dato no mueva a nuestro pensador a la idea de que tal sistema tal vez posea, intrínsicamente, algún defecto que hace que las malas gentes se apeguen a él, en calidad de directores, y sometan al resto a esas penosas condiciones y desigualdades ya descritas. No, no es el capitalismo el que falla, sino la gente innoble que siempre se encarga de administrarlo. Y yo le doy la derecha a John en este punto, y agrego que lo mismo sucede con el comunismo, que si termina siempre en tiranías y absolutismos no es porque el comunismo sea una teoría económica incorrecta o inviable, sino porque quienes lo administran o lo administraron hasta el presente en cada una de las sociedades comunistas que aparecieron, han sido gentes de penosa ralea. Y entonces aparece la inevitable pregunta: ¿qué es lo que ocurre?, ¿por qué los dirigentes comunistas terminan siendo siempre tiranos y los capitalistas explotadores? Pues por el sencillo principio que indica que el poder político atrae, por regla general, a las personas explotadoras y tiránicas --con algunas excepciones por cierto (¡Gandhi!). No es casualidad entonces que el régimen de propiedad individual no haya sido, todavía, puesto en práctica noblemente en ningún país, lo mismo que no ha habido tampoco comunismos nobles. Y es que los individuos nobles rara vez se enderezan para esos campos del quehacer humano; y si tienen la fresca intención de dirigirse allí para renovar el aire que en tales esferas se respira, difícilmente llegan a la cima, porque los canallas que en la cima moran ya están avisados de tales intentos y casi siempre los abortan. En definitiva, no interesa tanto qué régimen político predomina en tal o cual sociedad, si el comunismo o el capitalismo, sino qué nivel de nobleza poseen los conductores de tales regímenes y los pueblos regimentados. Al César lo que es del César: la política, y a Dios lo que es de Dios: los valores.

martes, 9 de septiembre de 2014

Tedio y dolor

Se casa Rafael Barrett en abril de 1906, y en febrero de 1907 nace Alex Rafael, su primer y único hijo. Luego del nacimiento, escribe: "Ha nacido y ha llorado; ¡admirable lección, fenómeno extraordinario! Ha bostezado después: ¡inteligencia profunda!" (Moralidades actuales, "Mi hijo"). La vida es dolorosa y tediosa; me adhiero a la idea. Hoy estoy leopardiano.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Las ciencias, ¿aliadas o enemigas de la religión?

"El espíritu científico --ha dicho Émile Boutroux-- no sólo es distinto del espíritu religioso, sino que es, precisamente, su negación; ha nacido de la reacción de la razón contra tal espíritu; su triunfo y la desaparición del espíritu religioso son una sola y misma cosa" (Selección de textos, Buenos Aires, editorial Sudamericana, p. 119). A esta sentencia opongo, furibundamente, esta otra, que me parece más atinada: "Lentamente nuestra razón extiende sus leyes a regiones remotas. Lentamente la ciencia integra los fenómenos en una unidad superior, cuya intuición es esencialmente religiosa, porque no es la religión lo que la ciencia destruye, sino las religiones" (Rafael Barrett, "El esfuerzo").

martes, 2 de septiembre de 2014

Algunas disquisiciones sobre el nexo felicidad-virtud

El criminal vive más felizmente que el hombre virtuoso aquí en la tierra. Esto es injusto; luego, es necesario que los criminales al morir se vayan al infierno y los virtuosos al cielo para compensar esta justicia[1]. En estos tres renglones se condensa prácticamente toda la historia escatológica de la humanidad, y teniendo en cuenta que cada cultura difería en su interpretación de lo que era el cielo o el infierno, pero nunca difería en asociar al cielo con algo placentero y al infierno con los dolores. Lamentablemente para la salud de los sistemas religiosos basados en este principio, y afortunadamente para todos nosotros, seamos criminales o virtuosos, un análisis detallado de los placeres y dolores experimentados en toda la historia de la humanidad por individuos de buen o mal carácter parece decirnos que, al revés de lo que muchos suponen, los buenos tienden a ser más felices que los malos[2]. La ilusión de que ocurre lo contrario se debe, según mi punto de vista, a que para evaluar si un hombre es más feliz que otro tendemos a ecuacionar los placeres y dolores de cada uno según nuestro propio gusto y no según una escala objetiva. Si, por ejemplo, a nosotros nos agradan por demás los bienes materiales, tenderemos a creer que cuanto más rico es un hombre más feliz vive, y como es a todas luces evidente que las personas adineradas no son muy compasivas que digamos, sacamos de aquí la errónea conclusión de que los malos tienden a ser felices cuando en realidad deberíamos concluir meramente que los malos tienden a ser ricos, o al menos a desear la riqueza[3]. Y así con cualquier otro placer subjetivizado. Es sabido que a mí me fascina tomar sol; y muchas veces, viendo en una templada mañana la figura de mi gato asoleándose sin preocupaciones en el techo de una casa vecina, me asaltó la idea de que Chatrán era el ser más feliz del mundo en ese momento; no comprendía yo que hay cosas (aunque no muchas) más placenteras que esa, y que aunque tomar sol sea el placer de los placeres, no es correcto suponer que lo que yo siento tomándolo es algo parecido a lo que sienten los gatos, por más ronroneo que produzcan. Los gatos podrán experimentar cierto placer al tomar sol, pero hasta ahí llegan, no pasa de ser algo puramente sensitivo; para convertir el placer en felicidad se necesita espiritualidad, o sea pasión y razón, cosas éstas que los gatos tienen en forma muy precaria, por lo que no pueden sentir lo que yo siento cuando tomo sol. Asimismo, quien ama lo material, y por más que opinen lo contrario los ricachones de la new age, quien ama lo material se aleja proporcionalmente de lo espiritual, y entonces el placer que se puede experimentar en la riqueza es ínfimo comparado con los placeres que perciben los que viven y desean vivir en la pobreza. Pero los placeres sensitivos se dejan ver por los demás, y los placeres que derivan de la posesión de objetos, si bien no se dejan ver tan fácilmente, se deducen por la visión de los objetos mismos, mientras que los placeres espirituales suelen esconderse a la vista de los extraños de modo que éstos pueden llegar a suponer su inexistencia en tal o cual individuo. Primero vemos a un hombre comiendo y bebiendo hasta saturarse con los más refinados platos y pociones espirituosas, y encima acompañado de una voluptuosa señorita y con un Mercedes-Benz esperándolo en la calle; luego vemos a un linyera que sonríe. Nos parecerá obvio que el primer sujeto es más feliz que el segundo, y esto es así porque en el primero percibimos claras señales de que está gozando de sus sentidos y de sus posesiones, mientras que al segundo sólo le contamos una tibia sonrisa que poco nos informa de su condición. Y aunque ni siquiera esté sonriendo, aunque lo veamos serio y con la mirada fija, ¿no podría suceder que nuestro linyera este justo en medio de un éxtasis espiritual tan placentero como mil orgasmos superpuestos en una única relación sexual? Podría suceder, pero nosotros no lo percibimos, y entonces seguimos pensando que el gordito del Mercedes-Benz es más dichoso que aquel loco vestido con harapos. Así es como ha razonado siempre la humanidad; y a este razonamiento incompleto, incompleto como todo razonamiento que utilice sólo la observación y la experiencia para fundamentarse, a este razonamiento debemos la podrida conclusión de que los malos son más felices que los buenos aquí en la tierra[4].



[1] Pero ¿no será mucho una eternidad de tormentos en castigo de unas cuantas décadas de mala conducta? El ojo por ojo y diente por diente, que ya de por sí nos parece inhumano, es el colmo de la caridad comparado con la justicia infernal. No hay teólogo que pueda salvar este punto negro de la teoría escolástica.
[2] (Nota añadida el 11/6/3.) El pícaro Voltaire anduvo errado en muchísimas de sus apreciaciones, pero en este punto supo ver más allá de las vulgares apariencias. En un diálogo suyo titulado Sofrónimo y Adelo, uno de los personajes afirma: "He conocido a muchos hombres malos, a muchos hombres infames, pero ninguno que viviese feliz. No es cosa de ponerse a enumerar aquí todo el pormenor de sus torturas, de sus espantosos recuerdos, de sus constantes errores, de los recelos que los atormentaban con respecto a sus criados, a sus mujeres y a sus propios hijos. [...] Y si así se castiga el crimen, la virtud es recompensada, no en los Campos Elíseos, con los pueriles esparcimientos de un cuerpo que ya no existe, sino en esta misma vida, con la satisfacción interior que da la conciencia del deber cumplido, con la paz del espíritu, el aplauso del mundo y la amistad de los hombres honrados. Así pensaban Cicerón, Catón, Marco Aurelio y Epicteto; así pienso también yo. No es que estos hombres afirmen que la virtud hace al hombre perfectamente dichoso. Cicerón confiesa que semejante dicha no puede ser nunca pura, ya que nada lo es en la tierra. Pero debemos dar gracias al Señor de la naturaleza humana por haber supeditado a la virtud la cantidad de dicha de que es capaz la naturaleza" (citado por David Strauss en Voltaire, p. 190). Del mismo modo Denis Diderot, uno de los fundadores de la Enciclopedia --para la cual Voltaire redactó algunos artículos--, es autor de una Conversación de un filósofo y una generala en la que su alter ego, el señor Crudeli, está persuadido de que "para la propia felicidad en este mundo vale más ser un hombre de honor que un vivo". Y ahora descubro --esto lo agrego el 2/10/5-- que hasta el mismísimo Aristóteles concuerda conmigo: "La vida es por sí misma buena y agradable (lo cual se comprueba por el hecho de que todos la desean, y sobre todo los justos y felices, para quienes la vida es lo más apetecible, y su existencia la más feliz); [...] la vida es apetecible, y particularmente para los buenos (porque para ellos la existencia es buena y agradable, puesto que reciben placer de la conciencia de estar presente en ellos algo bueno en sí mismo)" (Ética nicomaquea, libro IX, cap. IX). ¡Qué pena que la Iglesia Católica, tan devota del estagirita en algunas cuestiones oscuras o irrelevantes, lo haya desdeñado por completo en este punto tan trascendente!
[3] Ojo al piojo: que todos los ricos (en un mundo pobre) sean inmorales no significa que todos los pobres sean buenas personas. Hay pobres que desean la riqueza material tanto o más que los ricos, y con ello demuestran ser tan malos como el más acaudalado accionista, con el agravante de que además son estúpidos por no saber conseguir lo que desean. Para ser bueno y dichoso la pobreza es una condición necesaria, pero no suficiente.
[4] Existen placeres espirituales tan o más escondidos que los del linyera y que sin embargo son inmorales (la vanidad, la soberbia, el sadismo), pero esto no invalida mi razonamiento, sólo nos induce a ser aún más precavidos al juzgar hedónicamente a una persona, a la vez que nos aclara que no todos los placeres espirituales son preferibles a los sensitivos, pues es mejor ser un glotón incurable que un incurable vengativo.