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miércoles, 29 de junio de 2011

La ciencia y los programas metafísicos de investigación

La proposición que afirma que consumir jugos naturales es éticamente deseable, ¿proviene de una intuición metafísica o de la experiencia? Si no me engaño, proviene de una intuición metafísica; pero entonces habría en apariencia un error en el aserto mío de ayer respecto de que la intuición metafísica no tiene cabida en la ciencia.
El nutricionismo avanza. Lentamente, pero avanza. Algunos bioquímicos, partiendo de la hipótesis de que la ingestión de jugos naturales contribuye a prevenir ciertas enfermedades, han realizado diversos experimentos con un sinnúmero de voluntarios y en un extenso período de tiempo, y han concluido que, por ejemplo, tomando medio litro de jugos de frutas o verduras crudas por día disminuye grandemente la probabilidad de que aparezcan los síntomas de la enfermedad de Alzheimer en las personas mayores. ¿Se valieron estos investigadores de una sugerencia metafísica para llegar a esa conclusión meramente científica? En principio no, porque no partieron de la proposición "el consumo de jugos naturales es éticamente deseable" sino de esta otra: "El consumo de jugos naturales contribuye a prevenir ciertas enfermedades". Si estuviese demostrado que el hecho de prevenir ciertas enfermedades corporales o mentales es éticamente deseable, entonces sí habrían partido desde la metafísica; pero no lo está, por más que a simple vista parezca evidente que sí, y es por eso que la hipótesis que dio pie a la investigación es de carácter científico, vale decir, inductivo.
Sin embargo, pudo haber sucedido que cierto investigador haya tenido una revelación metafísica relativa a la deseabilidad ética de consumir jugos y que la haya intrapolado hacia el terreno científico. En este caso la hipótesis de trabajo no habría partido de la experiencia sino de la intuición, o sea que sí es posible que la metafísica sea el punto de partida del descubrimiento de proposiciones y leyes científicas. Claro que la intrapolación efectuada es incorrecta desde el punto de vista de la lógica, pero eso no significa que la hipótesis de trabajo surgida de la tal intrapolación sea necesariamente falsa.
La idea de que el universo entero, con todos sus componentes, orgánicos e inorgánicos, evoluciona desde lo neutro hacia lo agradable, es una proposición metafísica. Verdadera o falsa, pero metafísica. ¿No será que Darwin y Wallace se inspiraron en ella para concebir luego la hipótesis del transformismo? ¿No será que todas sus expediciones, todas sus recolecciones, estuvieron guiadas por este faro extracientífico, sin que tal vez ni ellos mismos lo supieran? Karl Popper calificó al transformismo darwiniano como "programa metafísico de investigación", y no para denigrarlo sino para ensalzarlo. A mí me parece ahora que detrás de toda gran investigación científica se oculta una hipótesis metafísica que la sostiene, que la mantiene firme frente al embate de los hechos y experimentos que pretenden contradecirla. La metafísica, la ciencia de Dios, inspira la ciencia de los hombres. Por eso no está de más que los pensadores filosóficos se acerquen de vez en cuando a esa ciencia pedestre y humilde. Porque podría suceder lo inverso: que una proposición científica despierte al gigante metafísico que dormía dentro nuestro, un gigante que ama la bondad y que sale a pasear de su mano, pero que también ama la verdad y la belleza, y hay proposiciones científicas tan verdaderas y tan bellas que hacen que el gigante titubee a la hora de optar por un compañero de juerga.

martes, 28 de junio de 2011

La intuición intelectual o la metafísica y la ciencia

Estuve releyendo en parte la Filosofía de las leyes naturales de Desiderio Papp. En este libro se niega que la inducción y el trabajo experimental del científico sean el paso inicial del descubrimiento de toda ley natural; se afirma que el método hipotético-deductivo es el verdadero responsable. A mí me parece que la hipótesis precede siempre al experimento propiamente dicho, pero ¿de dónde surge la hipótesis? Surge de observaciones, de miramientos hacia el mundo exterior al sujeto que mira, y de experimentos mentales, o inducciones mentales si se quiere, realizados a partir del material observado. La palabra intuición, de la que Papp es tan amigo, no creo que tenga cabida en este proceso, a menos que se hable de una intuición de tipo kantiana o similar; si hablamos de la intuición intelectual o metafísica, aquí no aparece, ya que son nuestros sentidos, externos o internos, los que nos proporcionan los primeros datos.
La intuición metafísica nada tiene que hacer en el terreno de la ciencia. Opera, como su nombre lo indica, revelándonos verdades metafísicas (o quizá, como creía Bergson, más bien evidenciándonos los errores o los malos caminos al estilo del demonio socrático), y opera también en la ética por estar ésta incluida, a diferencia de la moral, en el ámbito metafísico. Pero en la ciencia no; aquí gobiernan la observación, la deducción y la inducción. La única ciencia intuitiva o semintuitiva es la matemática, y esto es porque la matemática es el nexo, es el puente, que une al mundo físico con el mundo metafísico.

domingo, 26 de junio de 2011

¿Por qué Nietzsche es el pensador filosófico más leído en la actualidad?

Distinto, completamente distinto del de Hegel [ver la entrada del día de ayer] es el caso de Nietzsche, de quien he leído en estos últimos días (gracias, nuevamente, a la buena voluntad de Ángel) su Genealogía de la moral. No es distinto, claro está, porque haya podido Nietzsche arrancarle algún pelo de verdad a Dios; ni por asomo logró esta epopeya. No es distinto por el fondo (o tal vez sí, sólo que no tengo idea de cuál es el fondo del pensamiento de Hegel), sino por la forma. ¡Qué agradable resulta la lectura de este ensayo!, ¡qué de sugerencias nos transmite, por más que sospechemos que la mayoría de los conceptos allí vertidos, sobre todo el concepto central, no se corresponden, o se corresponden tangencialmente, con la verdadera realidad psicológica del ser humano! ¡Qué bien --digámoslo con todas las letras-- escribía este señor, por más que sospechemos que la razón no estaba de su lado y que la virtud, sea como la entendía él o como la entiendo yo, tampoco! Tenía sí la virtud de saber expresar su pensamiento, por diabólico que fuera, de modo divino, y eso fue lo que lo llevó a la fama, pues es mucho más placentero para la mayoría de los lectores (y aquí me autoincluyo) el ejercer su condición a través de una obra retóricamente deslumbrante y errónea que a través de otra certeramente fría y abstracta. El tema pasa, desde luego, por dejarse deslumbrar sin perder nunca de vista el sendero que nos conduce a buen puerto. Deslumbramiento sí, mareamiento no.

¿Qué fue lo que hizo que Nietzsche se convirtiera en el escritor y aun en el pensador favorito de miles y miles de personas en todo el Occidente? ¿Fue su ateísmo, su anticristianismo?, ¿su desprecio por la seguridad, la comodidad y demás valores burgueses?, ¿su insistencia en que no es la razón, sino los instintos primarios y la espontaneidad del hacer lo que se quiera y no lo que se deba, los mejores y más convenientes guías de nuestra conducta? Todo esto, ciertamente, contribuyó a engrandecerlo, pero Nietzsche nunca hubiera llegado a ser Nietzsche de no ser por la pasión con que recubría éstas sus obsesiones, por la calentura, por la fiebre con que escribía. Pensadores ateos hubo a montones, y aun que se jactaban de su ateísmo. Sartre por ejemplo; pero ¿alguien lo lee? Anticristiano era Feuerbach, y ¿quién lo conoce hoy en día? Y lo mismo con los cínicos criticones del statu quo y con los irracionales existencialistas: tendrán más o menos éxito literario algunos, pero nunca la fama desmedida y a veces idolátrica del martillero de la filosofía. Escribir con pasión es algo que muchos pensadores han hecho a lo largo de los siglos, pero lograr que los escritos de uno rezumen pasión... Eso es lo que no se ve todos los días.

La fórmula del éxito, no ya del éxito literario y seudofilosófico sino la del Éxito con mayúscula sería entonces la siguiente: Escribir de tal modo que nuestros escritos puedan rezumar pasión y razón a la vez. Forma nietzscheana con fondo tolstoiano; ¿podré lograrlo algún día?

sábado, 25 de junio de 2011

Todos contra Hegel

La lectura de los escritos hegelianos, que se supone imprescindible para todo amante de la sabiduría, a mí me tiene por completo sin cuidado. He leído, hace más de seis años ya, su Introducción a la historia de la filosofía, y nadie podrá quitarme de la cabeza la idea de que las horas empleadas en ese insalubre menester podrían haber sido aprovechadas de manera más edificante incluso si las ocupaba con alguna novela de Paulo Coelho. Teniendo a mi disposición los tantísimos y tan variados volúmenes de las grandes bibliotecas porteñas, ni se me ocurrió en este siglo XXI solicitar uno de Hegel; pero ahora mi convalecencia me sugiere permanecer lo más que pueda en mi domicilio, y es así que debo conformarme con el escaso material bibliográfico que hay en él o con el que me proveen mis amigos, uno de los cuales, el señor Ángel Russo, me ha prestado el ensayo que sobre la Estética escribiera el autor alemán, en la creencia, desde luego, de que podría disfrutar y/o enriquecerme con su lectura. Pero no. Todo lo que me ha provocado este libro, del cual llevo leídas 80 páginas, es somnolencia y más somnolencia. La plumbidez de su estilo es tal, que me recuerda esas adolescentes misas a las que acudía por obligación y en las que mi cerebro, imposibilitado de prestar atención al opiáceo mensaje que recibía del cura, vagaba por senderos completamente independientes, y esto se le ocurría, creo yo, no como inconsciente defensa natural contra los embates del dogma caduco y la superstición, sino como simple recreo. Mi mente volaba con despreocupación dentro de la Iglesia de Santa Lucía, y lo mismo volaba recién aquí en mi habitación y con el libro de Hegel en mis manos, hasta que por suerte llegó mi padre y me interrumpió.


¿Será que Hegel es demasiado profundo para mí?, ¿será que me supera? No lo descarto. En todo caso, yo me instruyo, como Borges, por placer y no por obligación[1], y si no encuentro placer en determinada instrucción, ésa para mí no sirve, no me interesa, por más que configure la quintaesencia del andamiaje metafísico del universo.

Mas no creo que el pensamiento de Hegel haya rozado esas aristas. Aquí me pongo de nuevo, como ayer, del lado de Karl Popper, quien después de criticar acerbamente lo que de muy criticable tiene Platón en cuanto a su visión política, la emprende contra el historicismo y el totalitarismo del alemán, aunque su diatriba es también aplicable a varios otros aspectos de su obra, si no a todos:

... Deseo demostrar lo difícil, y al mismo tiempo lo urgente, que es proseguir la lucha iniciada por Schopenhauer contra esta superficial charlatanería (que el propio Hegel sondeó exactamente cuando dijo de su propia filosofía que era de «la más elevada profundidad»). De este modo contribuiremos, por lo menos, a que la nueva generación se libere de este fraude intelectual, el mayor quizá, en la historia de nuestra civilización [...]. Quizá ellos justifiquen, por fin, las expectativas de Schopenhauer, quien, en 1840, profetizó que «esta colosal mistificación» habría de proporcionar «a la posteridad una fuente inagotable de sarcasmo». (De donde se ve que el gran pesimista fue capaz de un insólito optimismo con respecto a la posteridad.) La farsa hegeliana ya ha hecho demasiado daño y ha llegado el momento de detenerla. Debemos hablar, aun al precio de mancharnos al tocar esta escandalosa abominación [...]. Demasiados filósofos han pasado por alto las advertencias incesantemente repetidas por Schopenhauer; pero las olvidaron, no tanto en detrimento propio (no les fue tan mal) como en perjuicio de aquellos a quienes enseñaban y de la humanidad toda" (La sociedad abierta y sus enemigos, anteúltimo párrafo del cap. 12)[2].



[1] "Soy un lector hedónico: jamás consentí que mi sentido del deber interviniera en afición tan personal como la adquisición de libros, ni probé fortuna dos veces con autor intratable, eludiendo un libro anterior con un libro nuevo" (Jorge Luis Borges, "Paul Groussac", ensayo incluido en Discusión, p. 116).
[2] Otro que se percató de la farsa fue don Ramón de Campoamor: "Hegel me es el autor más antipático de todos los filósofos del mundo. Siempre me ha parecido risible ver a sus innumerables adeptos ocuparse del sistema de Hegel con toda formalidad. Este sistema carece de los dos méritos principales de toda obra científica: de la originalidad y de la claridad. Hegel es el gran mistificador del género humano. La mayor parte de las veces, no sólo no sabe lo que dice, sino que sabe que no lo sabe. Sentado Hegel en su trípode, expende sin misericordia oráculos sobre oráculos, sin más objeto que dejar hechas un bombo las cabezas del vulgo de nuestros sabios. Con los principios de este gran embaucador se crean centros, izquierdas y derechas; constitucionales, demócratas y monárquicos; deístas, ateos y místicos; en una palabra, de este sistema no se puede deducir nada, porque se deduce todo. Jamás puedo leer a Hegel sin que me figure que su sombra está detrás del libro riéndose de mi credulidad con un aire pedantesco. Si es así, su respetable sombra está muy equivocada, pues si alguna vez lo leí, no fue por gusto, sino por contagio, porque lo leía todo el mundo y porque algunas veces no tengo presente que la opinión común suele no ser más que la necedad común" (Obras completas, tomo l, p. 313)

jueves, 23 de junio de 2011

La filosofía y el aburrimiento

El estudio de la filosofía, ¿debe ser tedioso y aburrido? ¡No!, grita Montaigne:

El testimonio más seguro de la sabiduría es un gozo constante interior; su estado, como el de las cosas superlunares, jamás deja de ser la serenidad y la calma; esos terminajos de baroco y baralipton, que convierten la enseñanza de los sabios artificiales en tenebroso lodazal, no son la ciencia, y los que por tal la tienen, o los que de tal suerte la explican, no la conocen más que de oídas […]. Por no haber logrado alcanzar esta virtud suprema, hermosa, triunfante, amorosa y deliciosa, al par que valerosa, natural e irreconciliable enemiga de todo desabrimiento sinsabor, de todo temor y violencia, que tiene por guía a naturaleza y por compañeros la fortuna y el deleite, los pedantes la han mostrado con semblante triste, querelloso, despechado, amenazador y avinagrado, y la han colocado sobre la cima de escarpada roca, en medio de abrojos, cual si fuera un fantasma para sembrar el pasmo entre las gentes (Ensayos, libro I, capítulo XXV, “De la educación de los hijos”).

Y yo, de más está decirlo (porque lo dicen mis escritos), me pliego incondicionalmente a ese gozoso alarido.

miércoles, 22 de junio de 2011

El Jesús del sermón de la montaña vs. el Jesús vengativo

Tengo en mi poder un librito que le regalaron a mi hermana. Más que un carpintero se llama, y lo escribió un tal McDowell. Es un texto apologético en el que se pretende demostrar, en base a evidencias históricas, tanto sea la divinidad de Jesús en sí misma como la certeza que él tenía de ser el mesías, el enviado y el hijo de Dios.

Mi postura respecto de estas dos cuestiones metafísicas (metafísicas, sí, y por lo tanto indemostrables, señor McDowell, mediante argumentos basados en testimonios históricos), mi actual postura relación a esto[1] indica que no creo que Jesús haya sido más hijo de Dios que yo o que cualquier otro hijo de vecino (aunque puedo estar equivocado, y dejo abierta la puerta para una posible voltereta, intuición mediante, en un futuro que raras veces preveo hacia dónde me arrastrará). Lo que ha cambiado en mi parecer es que antes creía que Jesús nunca creyó seriamente que fuera él el mesías, y ahora me parece que sí, que lo creyó, que su entorno terminó por convencerlo.

A mí nunca me cerró, nunca pude compatibilizar al Jesús del sermón de la montaña con el Jesús de las imprecaciones y los improperios, con ese "¡raza de víboras!" o ese "crujir de dientes" que tan fácil se le soltaba si hemos de creer en los evangelios. Tampoco me cierra la imagen del maestro del amor y la dulzura destrozando a bastonazos los puestos de los mercaderes. ¿Cómo explicar este ataque de iracundia en un hombre santo? (porque suponer que semejante vandalismo se llevó a cabo sin cólera es el colmo del infantilismo psicológico). Pues todo esto podría explicarse, y yo me adhiero a esa explicación, suponiendo que el temperamento de Jesús, o mejor, su carácter, fue cambiando con el correr de su apostolado, y que fue cambiando debido a, y justamente con, sus aspiraciones mesiánicas. Esta idea me la sirvió en bandeja el señor Carlos Ayarragaray desde su libro La justicia en la Biblia y en el Talmud, pp. 39 y 40. Citaré el párrafo casi completo:

Jesús no concibe la lucha. [...] Es, pues, sencillo y bueno. El amor ha sustituido en él la acción. Mas la acción de sus acompañantes concluye por arrastrarlo y le convencen de su misión divina. Es en este momento cuando Jesús deja de ser dueño de sí mismo y se transforma, trasmutando la caridad, el perdón, la mansedumbre, la docilidad y su alegría de vivir, para satisfacer el designio divino que le es atribuido. Hay una evolución evidente en Jesús. La beatitud originaria y subyugante y la prédica de la bienaventuranza se inflaman, y su plática y sermón se trastornan, volviéndose agresivo y malhumorado, susceptible, colérico, hasta anunciar crueldades, odios y venganzas. Su proverbial docilidad y suavidad, su preocupación por los pobres y simples, se vuelven acritud y violencia contra los incrédulos, los fariseos y los que le ponen en duda. A los ojos escudriñadores del Evangelio, esta transformación pareciera enfermiza en Jesús, y así, entre el recuerdo del sermón de la montaña y la expulsión de los mercaderes del templo, entre el hombre que se deja querer por María y el que maldice una higuera al aproximarse hambriento y encontrarla sin fruto, hay una división tajante que prueba una modificación sustancial en el pensamiento de Jesús. Admitimos que en todo cambio político, es necesaria cierta rudeza y que las promesas originarias sean seguidas del olvido, frente al llamamiento de la realidad, pero no podemos callar nuestra sorpresa ante la transformación de la humildad de Jesús en combate agresivo.

"La conciencia profética --dijo David Strauss-- había precedido en él a la conciencia mesiánica"[2]. Y ese cambio de conciencia, ese agrandarse, ese creérseela, fue lo que opacó su prístino y primoroso mensaje[3].


[1] Un momento. Cometí un error. La primera de las dos cuestiones sí es metafísica, la segunda no.
[2] David Strauss, Nueva vida de Jesús, secc. XXXVII.
[3] [No figura en el extracto] (Nota añadida el 1/1/11.) En el Evangelio según San Marcos, capítulo 5, se comenta un milagro de Jesús: la exorcización de un sujeto endemoniado. El demonio, por boca de su víctima, le pregunta a Jesús, que se apresta a enfrentarlo: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”. Nótese que el endemoniado lo llama hijo de Dios. “Hasta ese momento –comenta Giovanni Papini--, ni los mismos Apóstoles habían reconocido en Jesús al Hijo de Dios; la primera proclamación abierta de la divinidad de Cristo se hace, pues, por la voz de un hijo de Satanás” (El Diablo, 28). Tentó el diablo a Jesús durante cuarenta días en el desierto y no logró quebrantarlo, pero lo quebrantó de un golpe certero y fulminante dirigido al núcleo de su egocentrismo y su soberbia cuando le hizo creer, por vez primera, que su naturaleza divina era más divina que la del resto de los mortales.

La política y la filosofía; la moral y la ética

El médico me recomendó reposo. Es por eso que trato de salir lo menos posible de mi domicilio, y en ese tren, he dejado de lado mis visitas a las bibliotecas. Y como la mía personal es harto reducida y de dudosa calidad, me veo en la necesidad de releer ciertos libros que han satisfecho mi curiosidad en algún sentido y que por suerte descansan en mi viejo y querido escritorio. Ya mencioné la Filosofía de las leyes naturales de Desiderio Papp; ahora estoy embarcado en la relectura de La República de Platón. En ella encontré un pasaje donde se gráfica espléndidamente la diferencia entre los buscadores de normativas morales y los que indagan acerca de los inmutables principios de la ética. En realidad Platón no emplea esta parábola a este respecto exactamente, pero yo sí, y eso es lo que importa en este momento:

Figúrate a un hombre que hubiese observado los movimientos instintivos y los apetitivos de un animal grande y robusto, el punto por el que se podrá aproximar a él y tocarle, cuándo y por qué se enfurece o se aplaca, qué voz produce en cada ocasión, y qué tono de la del hombre le apacigua o le irrita, y que, después de haber aprendido todo esto con el tiempo y la experiencia, formase una ciencia que se pusiese a enseñar sin servirse por otra parte de ninguna regla segura para discernir lo que en estos hábitos y apetitos es honesto, bueno y justo, de lo que es vergonzoso, malo e injusto; conformándose en sus juicios con el instinto del animal, llamando bien a todo lo que le halaga y le causa placer, mal a todo lo que le irrita; justo y bello a todo lo que satisface las necesidades de la naturaleza; sin hacer otra distinción, porque no sabe la diferencia esencial que hay entre lo que es bueno en sí y lo que es bueno relativamente; diferencia que no conoció jamás, ni está en estado de hacerla conocer a los demás. ¿No te parecerá en verdad bien ridículo un maestro semejante? (libro sexto).

Las normas morales buscan el halago y la no irritación del animal popular, de la masa de un determinado pueblo circunscrita en un determinado espacio y un determinado tiempo[1]. La indagación ética busca la esencia del bien, de la belleza y --tal vez-- de la justicia. Los moralistas aspiran a ser políticos; los eticistas, a ser filósofos. Por eso Platón decía que su Estado ideal debía ser conducido por filósofos, por buscadores de esencias y no por buscadores de aplausos, y creía que no había incompatibilidad entre la praxis política y la especulación filosófica. Ahora bien; si al verdadero Sócrates, no al Sócrates titiriteado por Platón, le hubiesen ofrecido algún cargo gubernamental, ¿habría estado dispuesto a ejercerlo? Tengo para mí que no, por más que su discípulo se revuelva en su Areópago.

[1] La misma etimología de la palabra “moral” (derivada de las latinas mos y moris, que significan “costumbre”) nos da a entender que va siempre a favor del tradicionalismo imperante. Si nos atenemos a este rigorismo etimológico, cualquier acción establecida fuera de los cánones normales de conducta tendría que ser considerada inmoral, se trate ya de un asesinato o de una resucitación.

lunes, 20 de junio de 2011

Marx y Nietzsche: opuestos entre sí, y a la vez equivocados

Equivocado Marx por estudiar al hombre desde fuera y olvidar sus instintos y sus motivaciones primeras, por querer deshacerse de la explotación y de los explotadores con el simple expediente de pasar a degüello a los que lo son en un contexto y momento determinados, como si no fueran, una vez masacrados éstos, a resurgir otros en su reemplazo. Por eso es correcto contrapesar el pensamiento de Marx con reflexiones nietzscheanas de este jaez:



La vida es cabalmente voluntad de poder. En ningún otro punto, sin embargo, se resiste más que aquí a ser enseñada la conciencia común de los europeos: hoy se fantasea en todas partes, incluso bajo disfraces científicos, con estados venideros de la sociedad en los cuales «el carácter explotador» desaparecerá: --a mis oídos esto suena como si alguien prometiese inventar una vida que se abstuviese de todas sus funciones orgánicas. La «explotación» no forma parte de una sociedad corrompida o imperfecta y primitiva: forma parte de la esencia de lo vivo, como función orgánica fundamental, es una consecuencia de la auténtica voluntad de poder, la cual es cabalmente la voluntad propia de la vida. Suponiendo que como teoría esto sea una innovación, como realidad es el hecho primordial de toda historia (F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, §259).

Pero más equivocado que Marx está el propio Nietzsche, porque Marx parte de una hipótesis laudable, la finalización de la explotación, mientras que Nietzsche, considerando las cosas como son, desea fervientemente que continúen siendo así: la falacia naturalista en su más triste paroxismo. “La lucha por la existencia es condición inherente al organismo vivo; luego es necesario permitir que los hombres se desgarren entre sí para sobrevivir”, afirman los darwinistas sociales. Y en el mismo tenor, afirma Nietzsche que como la explotación es algo inherente a toda sociedad humana, no tiene sentido combatirla o estigmatizarla. Pero los hombres no son batracios ni renacuajos que se dejan llevar mansamente por sus instintos. Y si el pecado intelectual de Marx fue no contemplar estos instintos dentro de su esquema de pensamiento, el pecado de Nietzsche consistió en suponer que los instintos basales de los hombres no pueden modificarse. El tema es que él no quería modificarlos, quería que los explotadores sigan sirviéndose de los explotados, y entonces congeló estos instintos para mayor gloria de su estúpida clase aristocrática y de los nazis que la secundaron.

domingo, 19 de junio de 2011

Nietzsche y el nazismo (parte III)


... Es obvio que si Nietzsche es un furibundo detractor del antisemitismo, del mito racial, de la superioridad del pueblo alemán respecto a los demás pueblos y de su derecho a dominar la tierra, no puede tener cabida dentro del santoral nacional-socialista.
José Enguita, El joven Nietzsche, p. 266

Esto es correcto. Cualquier nazi consecuente y erudito tiene por fuerza que detestar el pensamiento sociológico nietzscheano. Pero hete aquí que la consecuencia y la erudición son figuritas muy difíciles de encontrar dentro del espíritu del nazi promedio, el cual nunca lee a Nietzsche sino a través de concisos y contundentes aforismos como los que siguen:

¿Qué es lo bueno? Todo lo que acrecienta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo. ¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la debilidad.
¿Qué es la felicidad? La certeza de que se acrecienta el poder; que queda superada una resistencia. [...] no ya la paz, sino la guerra; no ya la virtud, sino la aptitud. Los débiles y fracasados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se les debe ayudar a perecer. ¿Qué es más perjudicial que cualquier vicio? La compasión activa hacia todos los débiles y fracasados (El anticristo, 2)[1].

Esto también es Nietzsche, y da la casualidad de que esto también es nazismo, y nazismo depurado. ¿Quién puede atreverse a negar algún tipo de relación causal entre Auschwitz y estos anticristianos comentarios?[2]
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Martes 5 mayo del 2009 /5,38 p.m.[3]

Nietzsche fue adversario del socialismo, del nacionalismo y del pensamiento racial. Si prescindimos de estas tres líneas intelectuales, quizás habría podido salir de él un nazi destacado.
Ernst Krieck, citado por Rüdiger Safranski en Nietzsche, p. 364.

Siguen desfilando los defensores del martillero de la filosofía que no comulgan --al menos concientemente-- con la ideología nazi:

Para un lector honesto de la obra de Nietzsche, resulta casi inconcebible que precisamente Nietzsche sea un avanzado de la Alemania nacionalsocialista [...]. Porque Hitler, que en el año 1924 escribió en Landsberg su libro Mein Kampf, no menciona ni una sola vez el nombre de Nietzsche" (Richard Wisser, “Friedrich Nietzsche: malentendidos de una vida filosófica” en Nietzsche: actual e inactual, compilación de Mónica Cragnolini, tomo 2, p. 150).

Esto no prueba nada, porque bien podría ser que Hitler, imbuido por algún prurito de originalidad, ocultase la fuente de la cual bebiera sus más aberrantes doctrinas en ese libro destinado --según él suponía-- a engrosar las filas de las obras cumbre de la literatura política[4]. Pero no. A mí me da la sensación de que Hitler, en 1924, no tenía ni noticias del pensamiento de Nietzsche, o las tenía de oídas y muy dispersas. Entonces aparece la objeción de Wisser, que no es tal o es incompleta, porque yo no digo que Nietzsche haya influido en el pensamiento de Hitler sino en la conformación y solidificación de la ideología nazi, y de ningún modo es correcto equiparar y unificar el pensamiento de Hitler, harto pedestre y harto destartalado como cualquiera puede comprobarlo leyendo Mi lucha de un modo desfanatizado, no es correcto equipararlo con el completo ideario nazi preparado concienzudamente por auténticos pensadores puestos al servicio de aquella maquinaria bélica. Lo de Hitler, filosóficamente hablando, era puro diletantismo; lo de Baeumler y los suyos era cosa seria (no digo cosa lógica, sólo cosa seria), y estos tipos sí fueron decididamente influidos --o, digámoslo así, subvencionados-- por ciertas ideas nietzscheanas[5] que ya como venero imprescindible, ya como mero apuntalamiento, no hicieron más que contribuir al afianzamiento, o al menos al prestigio, de un movimiento de masas que ha resultado, para quienes no estamos más allá del bien y del mal, tristemente desastroso[6].
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Miércoles 6 mayo del 2009 /6,49 p.m.

El cuadro social descrito por Nietzsche […] exige el dominio de los menos (los más fuertes, los más espirituales) sobre la mayoría de los mediocres. El modelo ideal es por ello el del sistema indio de castas que permite la dominación de un número reducido sobre la gran masa, masa a la que es imperativo mentir (con "mentira santa", según la terminología de Nietzsche) y además mantener aislada de cualquier idea que signifique su promoción o su petición de derechos.
César Vidal, El legado del cristianismo en la cultura occidental, p. 230

El doctor Lee van Dovski no duda de la influencia ejercida por el pensamiento nietzscheano dentro del movimiento nazi: “Es incomprensible que seres humanos que tomaron en serio esos absurdos, pudieran arrebatar para sí el poder en un país, para precipitar en el caos a otros países siguiendo tales máximas”. Pero juzga que los libros que influyeron decididamente en esos asesinos fueron principalmente La voluntad de poder y El anticristo, escritos ya en vísperas de la debacle psicológica y rozados por ella. “La culpa de Nietzsche es condicional, en cuanto no se le puede responsabilizar por su reblandecimiento cerebral”. Será “tarea de la ciencia tamizar su obra y eliminar de la misma todos aquellos elementos que ha elaborado la locura. Sólo entonces resplandecerá la obra de Nietzsche en toda su belleza” (La erótica de los genios, pp. 218-9)[7]. Respeto la opinión de Van Dovsky[8], pero yo no pretendo establecer culpabilidades sino causalidades. Yo no creo que Nietzsche sea culpable de nada, ni aun en el caso de que sus obras antecitadas hayan sido escritas con perfecta lucidez y discernimiento, porque si no la locura, algunos otros condicionantes que no estaba en su poder modificar fueron los que guiaron su pluma[9]. El ser humano Nietzsche no tiene ni un ápice de responsabilidad por lo que ocurrió con el nazismo. Pero así como afirmo esto, digo también que la obra de Nietzsche ha influido causalmente para que se perpetraran las matanzas. ¿Estoy diciendo aquí que si Nietzsche no hubiese sido escritor no habría existido el nazismo? De ningún modo. Nietzsche no fue la causa detonante, imprescindible y necesaria, del nazismo; esa fue Hitler. Pero Nietzsche fue causa coadyuvante, con locura o sin ella. Hitler pateó el balón desde afuera del área y la clavó en un ángulo. El autor del gol fue Hitler, él impulsó a la pelota. Pero Nietzsche fue el viento a favor[10].
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Jueves 7 mayo del 2009 /9,33 a.m.

El hombre, como cualquier otro animal, sin duda ha avanzado hasta su elevada condición actual a través de una lucha por la existencia, consecuencia de su rápida multiplicación; y si ha de avanzar todavía más, tendrá que seguir sujeto a una dura lucha. De otro modo, pronto se hundirá en la indolencia y los hombres mejor dotados no tendrán más éxito en la batalla de la vida que los menos dotados. De aquí que nuestro ritmo natural de crecimiento, aunque lleva a muchos y obvios males, no deba ser por ningún medio apreciablemente disminuido. Debería haber una competencia abierta para todos los hombres, y las leyes y las costumbres no deberían impedir que los más aptos tuvieran el mayor éxito y criaran la prole más numerosa.
Charles Darwin, El origen del hombre y la selección en relación al sexo, p. 790

Para terminar con los problemas que genera el aumento desmedido de la población de un país, puede utilizarse la solución china, esto es, prohibir que los matrimonios procreen más de dos hijos, o la solución occidental: propagandear la utilización de métodos anticonceptivos y ponerlos a disposición del pueblo a precios accesibles. Para Hitler, estas dos propuestas eran antinaturales y en consecuencia morbosas:

La naturaleza misma suele oponerse al aumento de población en determinados países o en ciertas razas, y esto en épocas de hambre o por condiciones climáticas desfavorables [...]. Por cierto que la Naturaleza no anula propiamente la capacidad de procreación, pero sí se opone a la conservación de la prole al someter a ésta a rigurosas pruebas y privaciones [...]. El que entonces sobrevive, [...] resulta fuerte y apto para seguir generando [...]. Actuando de ese modo brutal contra el individuo [...], la Naturaleza mantiene la Raza, la propia especie vigorosa y la hace capaz de las mayores realizaciones.
[...] Otra cosa es que el hombre, por sí mismo, se empeñe en restringir su descendencia. [...] El hombre cree saber más que esa cruel Reina de toda la sabiduría, la Naturaleza. Él no limita la conservación del individuo, sino la propia reproducción. Eso le parece a él [...] más humano y más justificado que lo otro. Infelizmente, las consecuencias son también inversas.
[...] el hombre limita la procreación y se esfuerza denodadamente para que cada ser, una vez nacido, se conserve a cualquier precio. Esta corrección de la voluntad divina le parece tan sabia como humana [...]. Y el hijo de Adán no quiere ver ni oír hablar que, en realidad, el número es limitado, pero a costa del abatimiento del individuo.
Siendo limitada la procreación, por disminución del número de nacimientos, sobreviene, en lugar de la natural lucha por la vida (que sólo deja en pie al más fuerte y al más sano)[11], el prurito de «salvar» a todo trance al débil y hasta al enfermo, cimentando el germen de una progenie que irá degenerando progresivamente [...].
El resultado final es que un pueblo tal perderá algún día el derecho a la existencia en este mundo [...]. Una generación más fuerte expulsará a los débiles, pues el ansia por la vida, en su última forma, siempre romperá todas las corrientes ridículas del llamado espíritu de humanidad individualista. En su lugar aparecerá una Humanidad natural, que destruirá la debilidad para engendrar la fuerza (Mi lucha, I, IV, pp. 106-7).

¿No se nota en esta profecía la influencia, ya directa, ya tamizada por otros autores, comentadores o amigos, la influencia de las palabras de Nietzsche citadas el lunes pasado? El darwinismo social, de la mano de Nietzsche, Spencer y Haeckel, dejó tambaleando a la eugenesia, y Hitler terminó de desprestigiarla cuando la llevó a la práctica de modo tendencioso. La historia grande de esta ciencia tan vieja como los espartanos comenzará a escribirse mañana, cuando dejemos atrás todos estos fantasmas que la oscurecieron hasta tornarla sombría[12].
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Lunes 12 mayo del 2009 /5,33 p.m.

Mussolini reconocía [en su juventud] que la doctrina de Nietzsche no podía ser reducida a la idea de voluntad de poder.
Georges Bataille, “Nietzsche y los fascistas”

La influencia de Nietzsche sobre Hitler tal vez haya sido indirecta, pero Mussolini, cuya intelectualidad superaba en mucho a la del Führer, debe gran parte de su filosofía personal a los escritos nietzscheanos. Según él, Nietzsche fue "la mente más extraordinaria del último cuarto del siglo pasado"[13], y en 1908 escribió un ensayo titulado La filosofía de la fuerza en honor a su maestro. El lema de Nietzsche, "vivir peligrosamente" --que a mí me fascina cuando lo escucho de boca de un santo--, lo tomó Mussolini como muletilla, pero confundió la peligrosidad con la belicosidad, palabras que no son en absoluto sinónimas. Confusión inevitable por cierto teniendo en cuenta el temperamento del dictador y el hecho de que su "filósofo" de cabecera tuviera también a la belicosidad como un valor a cultivar[14]. ¿Hay que decir más sobre la huella dejada por Nietzsche en el compañero de andanzas de Adolfito?
Para dejar bien parado a Nietzsche, alguien comenta que

fue uno de los más aguerridos enemigos del Estado y de los modernos movimientos de masas. Paradójicamente, el fascismo hizo del primero un fetiche, un objeto de adoración, y de los segundos, la clave de su fuerza (Marcelo Urresti, “Voluntad de poder y superhombre en el pensamiento del joven Mussolini”, en Nietzsche: actual e inactual, tomo 1, p. 200).

Pero esos argumentos no sirven sino como atenuantes. Yo admiro al Che Guevara, ¿soy contradictorio por eso? No, porque sólo admiro de Guevara, e intento imitar, lo que cierra con mi propia escala de valores, y desecho el resto. Lo mismo hizo Mussolini con Nietzsche: lo acomodó como pudo en su estructura ideológica y lo podó allí donde las zarzas le rasguñaban la cara. Pero yo no sería quien soy si no hubiese leído los escritos guevaristas, y Mussolini, tal vez, se habría sentido más abandonado en su cruzada juvenil sin el apoyo logístico que le otorgaban las teorizaciones del gran retórico alemán [15].
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Miércoles 27 de mayo del 2009 /1,01 p.m.

Habrá guerras como jamás las hubo en la tierra. Solamente a partir de mí existe en el mundo la gran política.
Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, “Por qué soy un destino”, 1

Para Nietzsche, ser libre es

querer ser responsable de sí mismo, conservar firmemente la distancia que nos distingue, permanecer indiferente al sufrimiento, a la dureza, a la vida misma. Estar pronto a sacrificar los hombres a su obra, sin exceptuarse a sí mismo. Libertad significa que los instintos viriles, los instintos que disfrutan con la guerra y la victoria, dominen a otros instintos, por ejemplo a los de la “felicidad”. El hombre liberado, y mucho más el espíritu liberado, pisotea la despreciable clase de felicidad con que sueñan los tenderos, los cristianos, las vacas, las mujeres, los ingleses y otros demócratas. El hombre libre es un guerrero (El crepúsculo de los ídolos, cap. 9, sec. 38).

Y Hitler, y Mussolini (y, según un pensador de izquierda del que hablaré pasado mañana, también Lenin), aplauden[16].
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Viernes 29 de mayo del 2009; 1,38 p.m.

Tal como nosotros lo vemos, lo que sirve de centro de unidad –que va cristalizando poco a poco, cierto es-- a la cohesión de los pensamientos de Nietzsche es la repulsa del socialismo y la lucha por la creación de una Alemania imperialista.
Georg Lukács, El asalto a la razón, p. 262

Cuando admiramos incondicionalmente a un pensador, tendemos a caer en inconsistencias lógicas al intentar encajarlo dentro del propio molde para que no nos contradiga. Esto fue lo que le sucedió a Carlos Astrada mientras redactaba su Nietzsche y la crisis del irracionalismo. Simpatizante del comunismo revolucionario y simpatizante de Nietzsche, no sólo niega que los escritos del pensador alemán puedan interpretarse como un prefacio del nacionalsocialismo, sino que se lo lleva para sus aguas, convirtiendo al padre de Zaratustra en un izquierdista. Y no es el primero que pretende interpretar a Nietzsche de ese modo[17]. Pero ¿cuáles son las principales aspiraciones de la izquierda? ¿No son acaso la igualdad económica y jurídica de las personas, y tanto más esta última, pues presuponiéndola ya instalada, la nivelación económica sería su inmediata consecuencia? No creo que ningún izquierdista político pueda discrepar conmigo en este punto. Pues veamos qué opinaba Nietzsche sobre el particular:

¿Quién me es más odioso por entre la turba actual? La turba socialista, los apóstoles de los tshandalas que socavan el instinto del trabajador, la satisfacción y conformidad del trabajador con su existencia estrecha; que inculcan en él la envidia y predican la venganza... La injusticia nunca reside en la desigualdad de los derechos, sino en la reivindicación de la «igualdad» de tales derechos... ¿Qué es lo malo? Ya lo dije: todo lo que proviene de la debilidad, la envidia y la venganza. El anarquista y el cristiano comparten un mismo origen... (El anticristo, 57).

No nos enceguezcamos, muchachos. Amén de su desprecio por los valores de la burguesía, el único punto de contacto que podemos encontrar entre Nietzsche y la izquierda revolucionaria es el anticlericalismo. El ateo Nietzsche le cae simpático al ateo Astrada. Nietzsche, más lógico, si viviese preferiría compartir su mesa con un creyente al estilo Bush que con un ateo que se codea con Mao[18].
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Domingo 7 de junio del 2009; 3,49 p.m.

... ¿Se trata de construirse una vida lo más soportable posible? Dos caminos hay: se esfuerza y se acostumbra uno a ser todo lo limitado que se pueda, y una vez que se ha reducido todo lo posible la lucecita del espíritu, se buscan bienes de fortuna y se vive con los placeres del mundo. O bien: se sabe que la vida es miserable, se sabe que somos los esclavos de la vida, tanto más cuanto más queramos usar de ella, y, por tanto, se desprende uno de los bienes de la vida, se ejercita en la sobriedad, se es frugal consigo mismo y cordial con todos los demás --y ello porque se siente compasión por los compañeros de la miseria--, en una palabra, se vive de acuerdo con las rigurosas exigencias del cristianismo primitivo, no del actual, dulzón y difuso. El cristianismo no tolera que «se vaya con él» en passant o porque está de moda.
¿Y es entonces la vida soportable? Sí, porque su peso se hace cada vez menor y no nos ata a ella ningún lazo. Es soportable, porque puede uno desprenderse de ella sin dolor.
Nietzsche, carta a su madre y hermana, noviembre de 1865

Claramente se nota, en este joven Nietzsche, la influencia de su maestro Schopenhauer, a quien había encontrado "por casualidad", un mes atrás, en una librería y cuya obra le era, hasta ese día, absolutamente desconocida según él mismo nos relata en su Retrospectiva de mis dos años en Leipzig, llegando a decir que ni siquiera tenía noticias de que había existido ese pensador[19].
Yo me pregunto, a la luz de las palabras que acabo de citar, ¿fue una bendición para el mundo el hecho de que Nietzsche "evolucionara" con el correr de sus años y pusiera patas arriba la filosofía schopenhaueriana, interpretando a la vida y su sentido como una voluntad desbocada de poder que hay que acicatear en lugar de avergonzarnos de ella? Y me respondo que no, no fue una bendición. La filosofía de Schopenhauer, con todos sus defectos y exageraciones, es abismalmente más certera que la del Nietzsche maduro. Y a pesar de ser Schopenhauer un antisemita declarado, su línea de pensamiento, por más empeño y por más recursos dialécticos que pudiese aplicar el tergiversador, jamás podría ponerse al servicio del diablo como sí se puso, con pleno derecho y coherencia, el pensamiento del bigotón.
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Martes 9 de junio del 2009; 10,51 a.m.

Nietzsche describe apasionadamente [en su Mirada retrospectiva a mis dos años en Leipzig] el efecto que le produjo el libro [El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer]: renuncia, negación, resignación [...]. Al principio las consecuencias son funestas: autoinculpación, remordimiento, odio a sí mismo, visión escéptica del ser humano y de sus posibilidades de curación y transformación. [...] se mortificaba con ejercicios ascéticos y acostándose tarde y levantándose temprano. Nadie puede saber adónde le habría conducido todo eso si, como afortunadamente ocurrió, no hubieran actuado en contra las tentaciones de la vida, la vanidad y el imperativo de los estudios.
Werner Ross, Nietzsche, p. 174

¿Como “afortunadamente” ocurrió? ¿Afortunadamente para quién? ¿Para la filosofía? No lo creo: la deslumbrante retórica nietzscheana hubiese brindado mejores servicios fortaleciendo los ideales del cristianismo primitivo (no del actual, dulzón y difuso) que no los de la barbarie[20]. ¿Afortunadamente para sí mismo? No lo creo: tengo para mí que Nietzsche no enloqueció ni por la sífilis ni por el excesivo peso intelectual que cargaba en su cerebro: enloqueció porque en su fuero interno sabía que había en él vocación de santo, y no soportó la contradicción entre sus palabras y sus potencialidades malversadas[21].
Su viraje intelectivo fue afortunado... para ya sabemos quiénes. Para los que no se vuelven locos cargando esa ideología, porque su locura es otra, no es locura de manicomio. Y el espíritu, que tan susceptible se muestra en determinadas ocasiones, no se tensa ni se quiebra cuando las ideas que soporta coinciden en su podredumbre con el carácter del sujeto que las concibe o atesora.
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Miércoles 19 de agosto del 2009; 11,36 a.m.

¿Decís vosotros que la buena causa es la que santifica todas las guerras? Yo os digo: la buena guerra es la que santifica todas las causas.
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra

Y para los que dicen que el Nietzsche instigador de la violencia nazi es el Nietzsche preloco de La voluntad de poder y El anticristo, y que cuando escribió estas obras ya la locura le venía mordiendo los talones y estaba él como fuera de sí, para estos justificadores de lo injustificable va esta cita tomada del parágrafo 81 del primer tomo de Humano, demasiado humano, escrito más de diez años antes de que Nietzsche abrazara el caballo[22]:

Cuando el rico toma del pobre algo que le pertenece [...], se produce un error en el pobre: piensa que el rico es muy perverso, pues le quita lo poco que posee. Pero el otro está muy lejos de dar tanto valor a una «sola» cosa, un «solo» bien, y, por consiguiente, no puede subrogarse en el sentir del pobre y no le hace tanto daño como éste cree. Ambos tienen el uno del otro una falsa idea. La injusticia del poderoso, que tanto nos indigna en la historia, no es tan grande como parece vista de cerca. Nada como el sentimiento heredado de creerse un ser superior, con derechos superiores, para proporcionar calma y tranquilidad de conciencia; nosotros mismos, cuando la diferencia entre nosotros y otros seres es muy marcada, no creemos cometer ninguna injusticia, y matamos a una mosca, por ejemplo, sin remordimientos. [...] el individuo, en estos casos, es eliminado como un insecto desagradable: está demasiado bajo para poder excitar remordimientos de larga duración en un hombre que es el amo del mundo.

Adolfo Hitler era, mejor dicho, quería ser, el amo del mundo, y por eso mataba sus moscas --léase judíos y gitanos-- sin remordimientos y sin injusticia, pues eran para él tan poca cosa esos insectos que nada se perdía eliminándolos. "El hombre cruel --continúa Nietzsche-- no es nunca cruel en la medida en que lo cree aquel a quien maltrata; su concepción del dolor no es la misma que la del otro". Pero ¿a quién le importa la concepción que del dolor tuviere una persona enferma de la cabeza como lo es todo cultor del sadismo? Una mala acción sigue siendo una mala acción por más que el malvado no la juzgue así, y el dolor de los judíos no se atenuaba debido a que los nazis no lloraban mientras los asfixiaban[23]. Muy pocas veces sentí compasión por un pescado, o la sentí muy tenue, pero igual dejé de comérmelos: suspendí la iniquidad sin necesidad de que ningún sentimiento me la reprochase y teniendo la convicción de que yo soy el amo del mundo en comparación con esas criaturas. El sádico siempre será sádico, con compasión o sin ella. Y habiendo intelectuales como Nietzsche, que sin haber sido sádico él mismo, aplaudió con irreverente furia esa malformación del alma humana, habiendo intelectuales de ese jaez los sádicos tenderán a ejercer su sadismo con mayor soltura y alegría, para tristeza de todos aquellos que amamos a los peces, a las moscas y a los caballos y les concedemos el derecho a vivir su vida, interfieran o no con la nuestra.

El broche de cobre de todas estas cavilaciones en torno a la influencia del pensamiento de Nietzsche en el movimiento nazi será una ritma mía que pergeñé hace tres años y que titulé "Voluntad de poder confundir":

Hay cosas que no me explico; por ejemplo, Federico
pasa por ser muy profundo y a mí no me mueve un pelo.
Sus teorías son absurdas, rastreras, impías, burdas,
dignas de orates y curdas pero no de hombres de celo.

Innúmeros abogados en sofismas doctorados
niegan que lo que hizo Hitler se basara en sus asertos.
"La culpa es de su hermanita, que era un tanto antisemita";
así es como se explicita tanto horror y tantos muertos.

Mas ¿no fue Nietzsche quien dijo "yo, entre dos hombres, elijo
a quien goza dominando, y al compasivo desprecio"?
Sólo se evita el abismo dominándose a sí mismo,
lo demás es idiotismo que se jacta de ser recio.

Melancólico, enfermizo, quiso dejar en el piso
la moral más elevada que existe sobre la tierra.
Dominado por la vida buscó una contrapartida
y encabezó la estampida de los que alaban la guerra.

No creía en los sistemas porque tenía problemas
para engarzar sus ideas dentro de un bloque cerrado.
Quien nada sabe de arreo dice al arreador "no creo
que con el tal ajetreo se beneficie al ganado".

¿Mataste a Dios? ¡Qué esperanza! La retórica no alcanza
para evitar que tu idea desaparezca en el mar.
Naufragará tu ateísmo mediante un buen exorcismo
que arroje al anacronismo la hipótesis del azar.





[1] (Nota añadida el 26/7/11.) Pero se preguntan los investigadores: ¿hablaba Nietzsche en serio o metafóricamente cuando afirmaba que había que “ayudar a perecer” a los enfermos y a los fracasados? Con el auxilio de Daniel Halévy intentaremos poner un poco de luz en esta cuestión –aunque será, como ya veremos, una luz mortecina por desgracia. Después de haber abandonado su cargo de profesor por razones de salud y de descubrir las virtudes del clima de Sils-Maria (en el cantón de Los Grisones, Suiza), Nietzche volvió periódicamente al pueblo entre 1883 y 1888. De tanto estar en presencia de aquel afable personaje, que retornaba verano tras verano, algunas señoras, “mujeres rusas, inglesas, suizas, judías” habitantes o habitués de aquel paraje, comenzaron a simpatizar con él. “¿Cómo lo juzgaban estas gentes delicadas y afables?”, se pregunta Halévy. “Nietzsche evitaba cuidadosamente las palabras capaces de sorprenderlas o apenarlas; contenía sus ideas peligrosas, quería ser, y debía ser, para ellas un compañero amable, instruido, refinado, discreto”. Cierta vez, “una de estas amigas, una inglesa, de salud delicada, a la que Nietzsche iba a visitar y distraer con frecuencia le dijo un día: «Sé que escribe usted, señor Nietzsche. Me gustaría conocer sus libros». Nietzsche sabía que esta inglesa era una católica fervorosa. «No –le contestó--, no quiero que usted los conozca. Si fuéramos a creer lo que escribo, una pobre criatura enferma, como usted, no tendría derecho alguno a la vida»” (Daniel Halévy, Nietzsche, Madrid, La Nave, 1931; p. 337). ¿Qué es esto? Si tenemos que dar crédito a estas palabras de Halévy, deberíamos concluir que Nietzsche no era más que un farsante o un hipócrita,  o que no creía en lo que él mismo escribía. Mas lo que sí queda en claro (siempre que adjudiquemos fiabilidad a Daniel Halévy) es que Nietzsche no empleaba metáfora ninguna cuando hablaba de hacer pasar a degüello a los débiles y enfermos; si no, ¿por qué la vergüenza de no querer ofrecer sus libros a esta inglesa de delicada salud, teniendo la deferencia de explicarle el sentido “metafórico” o “esotérico” de los pasajes problemáticos? Pero todas estas son especulaciones: Halévy y Nietzsche ya murieron y no tengo manera de saber si la anécdota es verídica. Queda liberado Nietzsche, bajo sospecha.
[2] (Nota añadida el 6/10/9.) Según Bertrand Russell, el rechazo nietzscheano de la compasión es sintomático de sus propios miedos y de sus propios odios. Nietzsche, afirma Russell, "condena el amor cristiano porque lo considera un producto del temor: yo temo que mi vecino me haga daño y por eso le aseguro que le amo. Si yo fuera más fuerte y más audaz, mostraría abiertamente el desprecio que, sin duda, siento hacia él. No se le ocurre a Nietzsche la posibilidad de que un hombre sienta de verdad un amor universal, notoriamente porque él mismo siente casi universal odio y temor, que trata de disimular con una indiferencia altiva. Su hombre noble --que es él mismo en sueños-- es un ser totalmente desprovisto de simpatía, rudo, astuto, cruel, preocupado sólo por su propio poder. El rey Lear, en el límite de la locura, dice: «Haré tales cosas --no sé todavía cuáles-- pero serán el terror de la tierra». Ésta es la filosofía de Nietzsche en una palabra. No se le ocurrió nunca a Nietzsche pensar que el afán de Poder con que adorna a su superhombre es un producto del temor. Los que no temen a sus vecinos no ven la necesidad de tiranizarlos. Los hombres que han vencido al miedo no tienen la cualidad frenética del «artista-tirano» de Nietzsche, Nerón, que trata de gozar de la música y de los asesinatos, mientras su corazón está lleno del temor de la inevitable revolución del palacio. No negaré que, en parte como resultado de su doctrina, el mundo real se ha convertido en algo muy parecido a una pesadilla, pero eso no la hace menos horrible. [...] Hay dos clases de santos: el santo por naturaleza y el santo por temor. El primero tiene un amor espontáneo a la humanidad; hace el bien porque el hacerlo lo hace feliz. El santo por temor, como el hombre que se abstiene de robar sólo por miedo a la policía, sería un malvado si no se viera refrenado por el pensamiento de los fuegos del infierno y por la venganza del prójimo. Nietzsche sólo puede imaginar esta clase de santo; se siente tan lleno de temor y de odio que el amor espontáneo a la humanidad le parece imposible. Nunca ha concebido un hombre que, con toda la ausencia de temor del superhombre y su enorme orgullo, no cause, sin embargo, ningún dolor porque no sienta el deseo de hacerlo. [...] Me disgusta Nietzsche porque le gusta la contemplación del dolor, porque erige el desprecio en deber, porque los hombres que más admira son conquistadores, cuya gloria estriba en la habilidad para hacer que los hombres mueran. Pero creo que el argumento decisivo contra su filosofía, como contra cualquier ética desagradable aunque internamente coherente, radica no en una apelación a los hechos, sino en una apelación a las emociones. Nietzsche desprecia el amor universal; yo veo en él la fuerza motriz para todo lo que deseo respecto al mundo. Sus seguidores han tenido su turno en el mundo, pero podemos esperar que éste llegue rápidamente a su fin" (Historia de la filosofía occidental, tomo II, cap. XXV).
[3] (Nota posterior.) Antes de leer el siguiente ensayo, convendría leer el que figura en la entrada del día 28/7/11, que por una cuestión meramente cronológica no puedo incluir en esta parte de mi diario.
[4] ¿Y no hizo esto, precisamente, el filólogo Nietzsche en su profético Zaratustra, ocultando las clásicas fuentes de donde surgieran sus ideas del eterno retorno y de la voluntad de poder?
[5]  “Para Baeumler --escribe Rüdiger Safranski-- estará en primer plano el Nietzsche de la filosofía del poder […]. La doctrina de Nietzsche, escribe Baeumler, se descifra en clave de un filósofo griego que existió realmente, mejor que en clave de un Dios que el filósofo se inventó en sus apuros. «Para nosotros no se llama dionisíaca, si no heraclítea  la imagen del mundo que vio Nietzsche. Se trata de un mundo que nunca descansa, que es de todo punto devenir; pero devenir significa luchar y vencer» […]. Baeumler reconstruye con precisión y reflexión filosófica un nexo de pensamiento que se da de hecho en Nietzsche. La falsificación está en la unilateralidad” (Safranski, Rudiger, op. cit., pp. 358-9)
[6]  Alfred Baeumler, rector de la Universidad de Berlín durante el surgimiento del nazismo e ideólogo oficial del movimiento, profesaba por Nietzsche una admiración profunda. En 1931 escribió un libro titulado Nietzsche, el filósofo y el político en donde alaba su concepción filosófica de la lucha y la victoria, y cierta vez llegó a decir que “cuando gritamos a la juventud «heil Hitler», con dicho grito saludamos también a Friedrich Nietzsche” (cf. Prado, Rubén, “El filósofo y su sombra”, en Nietzsche: actual e inactual; tomo 1, p. 203).
[7] Daniel Halévy matiza este punto de vista y trata de precisarlo aún más: “Nietzsche estaba loco desde hacía largo tiempo, dicen algunos. Cosa muy posible, dada la imposibilidad de precisar el diagnóstico. Pero, cuando menos, la voluntad y la reflexión no habían quedado abolidas en él; aún sabía contenerse y corregirse. Hasta la primavera de 1888 no pierde esta facultad. Su inteligencia no se ha oscurecido aún, y no escribe una sola palabra que no penetre y saje. Su lucidez es extrema, pero desastrosa: sólo se ejerce para destruir. Cuando se estudian los últimos meses de esta vida, parece como si se asistiera al trabajo de una máquina de guerra que la mano humana no gobierna ya” (Daniel Halévy, Nietzsche; p. 372).

[8]   Hay otros pensadores que no la respetan en absoluto. El argentino Carlos Astrada, por ejemplo, opina que "El anticristo y La voluntad de poder son obras de plenitud intelectual. Se ha querido ver en ellas síntomas e incluso una expresión de la demencia que, en esta época, aquejó a Nietzsche y duró hasta el fin de su vida. Esta es la tesis sostenida por los psiquiatras, siempre tan solícitos y oficiosos para enjuiciar las obras del genio, los que, entontecidos por las conclusiones seudo científicas que apresuradamente extraen, al pasar de un orden de realidades a otro muy distinto, no se han percatado todavía de que los hombres de extraordinaria potencia de intelección, es decir, los genios no son genios por ser locos o anormales, sino que, a veces, devienen locos por ser genios, perdiendo el equilibrio harto inestable de su sistema nervioso y la salud del cuerpo y del alma, que se derrumban bajo el peso de un enorme esfuerzo mental, de una lucidez que los agosta" (Nietzsche y la crisis del irracionalismo, pp. 87-8).
          Ahora bien, ¿por qué se agostó justamente la mente de Nietzsche y no la de otros pensadores que lo superan ampliamente bajo muchos respectos? No supo dosificarse. "Los más grandes laboriosos --dice Ramón y Cajal-- son los que han aprendido a administrar metódicamente su pereza. La actividad febril, paroxística, cae rápidamente en la fatiga y en la desilusión; deteriora la máquina antes de haber logrado refinar el producto" (Charlas de café, p. 161). Dejándola respirar de vez en cuando, sin atosigarla como la atosigó (sobre todo en el último lustro de su vida cuerda), su febril e inspirada cabezota habría permanecido lúcida un poco más de tiempo. Y ese tiempo, tal vez, le hubiese servido para reflexionar mejor, para refinar su producto, y mudar su filosofía hacia otros puertos más verosímiles o menos tormentosos.
[9] En esta mi negación del libre albedrío y de la culpabilidad me acompaña el propio Nietzsche: "...[el hombre] no puede ser responsable, por ser una consecuencia absolutamente necesaria y determinada por elementos e influencias de objetos presentes y pasados; por lo tanto [...] el hombre no es responsable de nada, ni de su ser, ni de sus motivos, ni de sus actos, ni de su influencia. De este modo llegamos a reconocer que la historia de las apreciaciones morales es también la historia de un error, del error de la responsabilidad; y esto porque reposa en el error del libre arbitrio [...]. Nadie es responsable de sus actos; nadie lo es de su ser" (Humano, demasiado humano, tomo I, § 39). El error de Nietzsche radica en deducir, de este fatalismo, la inviabilidad del hecho moral, cuando lo que se deduce es, meramente, la inviabilidad del derecho penal.
[10] Cabe citar aquí, nuevamente, a Crane Brinton: "Nietzsche pedía Superhombres. Mussolini y Hitler respondieron al llamamiento. No importa mucho que, con toda probabilidad, Nietzsche los habría despreciado como pervertidores de su doctrina, se habría opuesto a ellos rudamente. Ni siquiera importa que aunque Nietzsche no hubiese escrito nunca, esos hombres habrían llegado probablemente al poder de una manera muy parecida a como llegaron. Encontraron la manera de utilizar a Nietzsche, de utilizarlo de un modo que él no quiso probablemente atribuir a sus palabras. Este es un riesgo que corren todos los hombres que construyen con palabras, pero es un riesgo particularmente grande para aquellos que construyen con sus descontentos mediante grandes palabras un refugio para huir de este pobre mundo, un castillo en el aire filosófico. Semejantes castillos son con frecuencia espaciosos y cómodos, pero es muy difícil mantenerlos limpios" (Nietzsche, cap. VI, sec. IV).

[11] Pero Hitler no acompañó en su empeño a la naturaleza: en lugar de dejar en pie a los judíos más fuertes y más sanos, sólo libró de sus campos de concentración a los judíos más ricos.

[12] El siguiente párrafo constituye otro ejemplo del triste modelo eugenésico al que aspiraba Nietzsche: "La sociedad, como mandataria de la vida, debe responder de cada vida perdida ante la vida misma, y ésta debe expiarla; por consiguiente, debe evitar esa pérdida. La sociedad debe impedir en gran número de casos la procreación; en este punto debe proceder sin consideración a estirpe, rango ni espíritu de clase, imponiendo las más duras prohibiciones y restricciones a la libertad y hasta, si es preciso, castraciones. El mandamiento bíblico «no matarás» es una ingenuidad en comparación con la seriedad de la prohibición que impone la vida a los decadentes: «no engendrarás»" (La voluntad de poder, 743, o "Anotaciones póstumas para una explicación de Zaratustra", 97-98). La tristeza del mensaje no está tanto en su contenido, que tiene semillas de verdad, sino en lo que entendía Nietzsche cuando hablaba de "decadentes".
[13] Cf. la Historia de los filósofos políticos de George Catlin, p. 761.
[14] Ver la primera nota al pie de mis anotaciones del 4/2/9.
[15] He aquí una muestra del enconado antiestatismo de Nietzsche, que también es muestra de su pintoresco estilo: "... aquí notaremos la consecuencia de esta doctrina [...] que consiste en afirmar que el Estado es el fin supremo del hombre y que, para el hombre, no hay fin superior al de servir al Estado: en lo que yo no reconozco el retorno al paganismo, sino a la tontería. Puede suceder que semejante hombre [...] no sepa verdaderamente lo que son los deberes supremos. Esto no quita que haya todavía del otro lado hombres y deberes, y uno de estos deberes, que, para mí por lo menos, aparece como superior al servicio del Estado, incita a destruir la tontería en todas sus formas, incluso sobre esta forma que aquí toma" (Consideraciones intempestivas, “Schopenhauer, educador”, 4).

[16] El plan de Hitler, el plan utópico, era la dominación del continente europeo. Sin embargo él sabía, muy en el fondo, que nunca podría dar término a este objetivo. Lo que se proponía entonces, su verdadero ideal, era mantener al mundo en guerra tanto tiempo como se pudiese. ¿Y por qué? Porque para Hitler y sus amigos, vivir en guerra era vivir, la paz les repugnaba. La paz es sumisión, no interesa si es paz de vencedor o de vencido. "La guerra educa para la libertad", dice Nietzsche (ibíd., 9, 38, en donde se afirma que los comunistas, cuando guerrean, se comportan noblemente; el principio por el cual pelean es para Nietzsche detestable, pero el solo hecho de pelear por él los enaltece: lo importante es la guerra, que haya guerra, y secundarios los motivos que la desencadenan). ¿De qué tergiversación me hablan?
[17] Según parece, la impostura del Nietzsche socialista se origina en 1920 con la publicación en Francia del libro Nietzsche, su vida y pensamiento, de Charles Andler. En 1905 Giuseppe Rensi había publicado en Italia un libro titulado El socialismo como voluntad de poderío, pero este primer intento de mixturar lo inmixturable no cobró verdadera difusión, aunque sirvió para convencer al entonces joven socialista Mussolini.  
[18] [No figura en el extracto] Una revolución comunista en su Alemania habría sido el suceso menos anhelado por Nietzsche. "En su vida, en su trayectoria filosófica --nos comenta Werner Ross--, no dudó un instante de que el levantamiento de la clase obrera destruiría su mundo y, por lo tanto, que tenía que oponerse a ese levantamiento. [...] Lasalle aparece tan poco [en sus escritos] como Bebel, Liebknecht, Marx y Engels. Puede decirse que era sordo del oído izquierdo” (Nietzsche, II, 4). No aparece Marx explícitamente, pero aparecen sus ideas, y aparecen para ser defenestradas: “La vida es cabalmente voluntad de poder. En ningún otro punto, sin embargo, se resiste más que aquí a ser enseñada la conciencia común de los europeos: hoy se fantasea en todas partes, incluso bajo disfraces científicos, con estados venideros de la sociedad en los cuales «el carácter explotador» desaparecerá: --a mis oídos esto suena como si alguien prometiese inventar una vida que se abstuviese de todas sus funciones orgánicas. La «explotación» no forma parte de una sociedad corrompida o imperfecta y primitiva: forma parte de la esencia de lo vivo, como función orgánica fundamental, es una consecuencia de la auténtica voluntad de poder, la cual es cabalmente la voluntad propia de la vida. Suponiendo que como teoría esto sea una innovación, como realidad es el hecho primordial de toda historia” (F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, §259).
[19] [Nota incompleta en el extracto y en el cuaderno] Así lo cuenta Nietzsche: "... Encontré un día este libro en el Antiquariant del viejo Rohn. Ignorándolo todo sobre él, lo tomé en mis manos y comencé a hojearlo". Pero esto es poco creíble. Para 1865, Schopenhauer ya era en Alemania uno de los más renombrados escritores filosóficos, sólo superado, tal vez, por Hegel. Es altamente improbable que un inquieto intelectual, como ya lo era Nietzsche a los veintiún años, no lo conociera ni siquiera de nombre.
[20] [No figura en el extracto] Que Nietzsche admiraba la concepción cristiana de la vida, y que la siguió admirando hasta mucho después de desligarse de Schopenhauer, lo demuestran estas palabras: “El cristianismo […] es lo mejor en vida ideal que yo he conocido realmente […], y creo que nunca en mi corazón he sido vil con respecto a él” (carta a Peter Gast del 21/7/1881, citada en Correspondencia, carta 161, p. 227).

[21] [No figura en el extracto]. “Si Nietzsche pudo matar a Dios en su espíritu y en su voluntad, nunca pudo aniquilar la necesidad de Dios en su alma: quien rechaza el agua, tiene sed…” (Gustave Thibon, Nietzsche, cap. II).







[22] Es revelador el hecho de que Nietzsche el pensador, que aborrecía intelectualmente todo lo que presupone la emoción de la compasión, se volviese loco de compasión al ver a un cochero castigando a su animal. Y es que Nietzsche, ya lo dije, tenía pasta de santo, y el santo es el individuo compasivo por antonomasia. Su ideario le pedía no ser compasivo, mientras que su espíritu le suplicaba que lo fuera. Triunfó a la postre su espíritu, pero al precio de descalabrarle las ideas.
[23] Vuelvo a Horkheimer: “Las doctrinas que exaltan la naturaleza o el primitivismo a costa del espíritu, no favorecen la reconciliación con la naturaleza […]. Cada vez que hace deliberadamente de la naturaleza su principio, el hombre cumple una regresión hacia instintos primitivos. Los niños son crueles en sus reacciones miméticas, porque no comprenden realmente los sufrimientos de la naturaleza. Casi como los animales, se tratan a menudo mutuamente con frialdad y despreocupación […]. Sin embargo, todo esto ofrece hasta cierto punto un aspecto de inocencia. Los animales no piensan racionalmente y, en cierto sentido, tampoco los niños. Pero cuando los filósofos y los políticos renuncian a la razón, al capitular ante la realidad, se produce una forma mucho más grave de regresión, que culmina en forma inevitable en una confusión entre verdad filosófica y autoconservación despiadada y guerra” (Crítica de la razón instrumental, p. 136).







TEXTOS CITADOS
ASTRADA, Carlos: Nietzsche y la crisis del irracionalismo; Buenos Aires, Dédalo, 1960.
CATLIN, George: : Historia de los filósofos políticos (aprox. 1941); Buenos Aires, Peuser, 1946. CARRASCO, Eduardo: Nietzsche y los judíos; Santiago de Chile, Catalonia, 2008.
CRAGNOLINI, Mónica (compiladora): Nietzsche: actual e inactual; Buenos Aires, Oficina de Publicación del C.B.C., 1996 (dos tomos).
CRANE BRINTON, Clarence: Nietzsche (aprox. 1941); Buenos Aires, Losada, 1952 (2ª).
ENGUITA, José: El joven Nietzsche; Madrid, Biblioteca Nueva, 2004.
HITLER, Adolf: Mi lucha (1923 a 1928); Barcelona-Santiago de Chile, Wotan, 1995.
NIETZSCHE, Friedrich: Consideraciones intempestivas (1876); Madrid-Buenos Aires, Aguilar, 1959 (3ª) (tomo II de sus Obras completas).
-- Correspondencia; Buenos Aires, Aguilar, 1951 (tomo XV de sus Obras completas).
--Ecce homo (1888); Madrid, Alianza, 1976 (2ª).
--El anticristo (1888); Buenos Aires, Gradifco, 2005.
--El crepúsculo de los ídolos (1889); Buenos Aires, Equís, 1945.
--Fragmentos póstumos (tomo IV, 1885 a 1889); Madrid, Tecnos, 2008.
--Humano, demasiado humano (dos tomos, 1874-1878); Buenos Aires, Aguilar, 1951 (tomo III y IV de sus Obras completas).
--La genealogía de la moral (1887); Buenos Aires, Gradifco, 2005.
--La voluntad de poder (1887); Buenos Aires, Aguilar, 1947 (tomo IX de sus Obras completas).
FEINMANN, José: La filosofía y el barro de la historia; Buenos Aires, Planeta, 2008.
RAMÓN Y CAJAL, Santiago: Charlas de café (1932); Madrid, Espasa-Calpe, 1966 (9ª).
ROSS, Werner: Nietzsche (1989); Barcelona, Paidós, 1994.
RUSSELL, Bertrand: Historia de la filosofía occidental (tomo II, 1946); Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947.
VAN DOVSKY, Lee: La erótica de los genios; Buenos Aires, Santiago Rueda, 1947.

[1] (Nota añadida el 6/10/9.) Según la opinión de Bertrand Russell, el rechazo nietzscheano de la compasión es sintomático de sus propios miedos y de sus propios odios. Nietzsche, afirma Russell, "condena el amor cristiano porque lo considera un producto del temor: yo temo que mi vecino me haga daño y por eso le aseguro que le amo. Si yo fuera más fuerte y más audaz, mostraría abiertamente el desprecio que, sin duda, siento hacia él. No se le ocurre a Nietzsche la posibilidad de que un hombre sienta de verdad un amor universal, notoriamente porque él mismo siente casi universal odio y temor, que trata de disimular con una indiferencia altiva. Su hombre noble --que es él mismo en sueños-- es un ser totalmente desprovisto de simpatía, rudo, astuto, cruel, preocupado sólo por su propio Poder. El rey Lear, en el límite de la locura, dice: «Haré tales cosas --no sé todavía cuáles-- pero serán el terror de la Tierra». Ésta es la filosofía de Nietzsche en una palabra. No se le ocurrió nunca a Nietzsche pensar que el afán de Poder con que adorna a su superhombre es un producto del temor. Los que no temen a sus vecinos no ven la necesidad de tiranizarlos. Los hombres que han vencido al miedo no tienen la cualidad frenética del «artista-tirano» de Nietzsche, Nerón, que trata de gozar de la música y de los asesinatos, mientras su corazón está lleno del temor de la inevitable revolución del palacio. No negaré que, en parte como resultado de su doctrina, el mundo real se ha convertido en algo muy parecido a una pesadilla, pero eso no la hace menos horrible. [...] Hay dos clases de santos: el santo por naturaleza y el santo por temor. El primero tiene un amor espontáneo a la humanidad; hace el bien porque el hacerlo lo hace feliz. El santo por temor, como el hombre que se abstiene de robar sólo por miedo a la policía, sería un malvado si no se viera refrenado por el pensamiento de los fuegos del infierno y por la venganza del prójimo. Nietzsche sólo puede imaginar esta clase de santo; se siente tan lleno de temor y de odio que el amor espontáneo a la humanidad le parece imposible. Nunca ha concebido un hombre que, con toda la ausencia de temor del superhombre y su enorme orgullo, no cause, sin embargo, ningún dolor porque no sienta el deseo de hacerlo. [...] Me disgusta Nietzsche porque le gusta la contemplación del dolor, porque erige el desprecio en deber, porque los hombres que más admira son conquistadores, cuya gloria estriba en la habilidad para hacer que los hombres mueran. Pero creo que el argumento decisivo contra su filosofía, como contra cualquier ética desagradable aunque internamente coherente, radica no en una apelación a los hechos, sino en una apelación a las emociones. Nietzsche desprecia el amor universal; yo veo en él la fuerza motriz para todo lo que deseo respecto al mundo. Sus seguidores han tenido su turno en el mundo, pero podemos esperar que éste llegue rápidamente a su fin" (Historia de la filosofía occidental, tomo II, cap. XXV).[2] Hay otros pensadores que no la respetan en absoluto. El argentino Carlos Astrada, por ejemplo, opina que "El anticristo y La voluntad de poder son obras de plenitud intelectual. Se ha querido ver en ellas síntomas e incluso una expresión de la demencia que, en esta época, aquejó a Nietzsche y duró hasta el fin de su vida. Esta es la tesis sostenida por los psiquiatras, siempre tan solícitos y oficiosos para enjuiciar las obras del genio, los que, entontecidos por las conclusiones seudo científicas que apresuradamente extraen, al pasar de un orden de realidades a otro muy distinto, no se han percatado todavía de que los hombres de extraordinaria potencia de intelección, es decir, los genios no son genios por ser locos o anormales, sino que, a veces, devienen locos por ser genios, perdiendo el equilibrio harto inestable de su sistema nervioso y la salud del cuerpo y del alma, que se derrumban bajo el peso de un enorme esfuerzo mental, de una lucidez que los agosta" (Nietzsche y la crisis del irracionalismo, pp. 87-8).
Ahora bien, ¿por qué se agostó justamente la mente de Nietzsche y no la de otros pensadores que lo superan ampliamente bajo muchos respectos? No supo dosificarse. "Los más grandes laboriosos --dice Ramón y Cajal-- son los que han aprendido a administrar metódicamente su pereza. La actividad febril, paroxística, cae rápidamente en la fatiga y en la desilusión; deteriora la máquina antes de haber logrado refinar el producto" (Charlas de café, p. 161). Dejándola respirar de vez en cuando, sin atosigarla como la atosigó (sobre todo en el último lustro de su vida cuerda), su febril e inspirada cabezota habría permanecido lúcida un poco más de tiempo. Y ese tiempo, tal vez, le hubiese servido para reflexionar mejor, para refinar su producto, y mudar su filosofía hacia otros puertos más verosímiles o menos tormentosos.

[3] Cabe citar aquí, nuevamente, a Crane Brinton: "Nietzsche pedía Superhombres. Mussolini y Hitler respondieron al llamamiento. No importa mucho que, con toda probabilidad, Nietzsche los habría despreciado como pervertidores de su doctrina, se habría opuesto a ellos rudamente. Ni siquiera importa que aunque Nietzsche no hubiese escrito nunca, esos hombres habrían llegado probablemente al poder de una manera muy parecida a como llegaron. Encontraron la manera de utilizar a Nietzsche, de utilizarlo de un modo que él no quiso probablemente atribuir a sus palabras. Este es un riesgo que corren todos los hombres que construyen con palabras, pero es un riesgo particularmente grande para aquellos que construyen con sus descontentos mediante grandes palabras un refugio para huir de este pobre mundo, un castillo en el aire filosófico. Semejantes castillos son con frecuencia espaciosos y cómodos, pero es muy difícil mantenerlos limpios" (Nietzsche, cap. VI, sec. IV).
[4] Pero Hitler no acompañó en su empeño a la naturaleza: en lugar de dejar en pie a los judíos más fuertes y más sanos, sólo libró de sus campos de concentración a los judíos más ricos.
[5] El siguiente párrafo constituye otro ejemplo del triste modelo eugenésico al que aspiraban Nietzsche: "La sociedad, como mandataria de la vida, debe responder de cada vida perdida ante la vida misma, y ésta debe expiarla; por consiguiente, debe evitar esa pérdida. La sociedad debe impedir en gran número de casos la procreación; en este punto debe proceder sin consideración a estirpe, rango ni espíritu de clase, imponiendo las más duras prohibiciones y restricciones a la libertad y hasta, si es preciso, castraciones. El mandamiento bíblico «no matarás» es una ingenuidad en comparación con la seriedad de la prohibición que impone la vida a los decadentes: «no engendrarás»" (La voluntad de poder, 743, o "Anotaciones póstumas para una explicación de Zaratustra", 97-98). La tristeza del mensaje no está tanto en su contenido, que tiene semillas de verdad, sino en lo que entendía Nietzsche cuando hablaba de "decadentes".

[6] Cf. la Historia de los filósofos políticos de George Catlin, p. 761.
[7] Ver la primera nota al pie de mis anotaciones del 4/2/9.[8] He aquí una muestra del enconado antiestatismo de Nietzsche, que también es muestra de su pintoresco estilo: "... aquí notaremos la consecuencia de esta doctrina [...] que consiste en afirmar que el Estado es el fin supremo del hombre y que, para el hombre, no hay fin superior al de servir al Estado: en lo que yo no reconozco el retorno al paganismo, sino a la tontería. Puede suceder que semejante hombre [...] no sepa verdaderamente lo que son los deberes supremos. Esto no quita que haya todavía del otro lado hombres y deberes, y uno de estos deberes, que, para mí por lo menos, aparece como superior al servicio del Estado, incita a destruir la tontería en todas sus formas, incluso sobre esta forma que aquí toma" (Consideraciones intempestivas, “Schopenhauer, educador”, 4).
[9] El plan de Hitler, el plan utópico, era la dominación de Occidente. Sin embargo él sabía, muy en el fondo, que nunca podría dar término a este objetivo. Lo que se proponía entonces, su verdadero ideal, era mantener al mundo en guerra tanto tiempo como se pudiese. ¿Y por qué? Porque para Hitler y sus amigos, vivir en guerra era vivir, la paz les repugnaba. La paz es sumisión, no interesa si es paz de vencedor o de vencido. "La guerra educa para la libertad", dice Nietzsche (ibíd., 9, 38, en donde se afirma que los comunistas, cuando guerrean, se comportan noblemente; el principio por el cual pelean es para Nietzsche detestable, pero el solo hecho de pelear por él los enaltece: lo importante es la guerra, que haya guerra, y secundarios los motivos que la desencadenan). ¿De qué tergiversación me hablan?
[10] Según parece, la impostura del Nietzsche socialista se origina en 1920 con la publicación en Francia del libro Nietzsche, su vida y pensamiento, de Charles Andler.[11] Así lo cuenta Nietzsche: "... Encontré un día este libro en el Antiquariant del viejo Rohn. Ignorándolo todo sobre él, lo tomé en mis manos y comencé a hojearlo". Pero esto es poco creíble. Para 1865, Schopenhauer ya era en Alemania uno de los más renombrados escritores filosóficos, sólo superado, tal vez, por Hegel. Es altamente improbable que un inquieto intelectual, como ya lo era Nietzsche a los veintiún años, no lo conociera ni siquiera de nombre.[12] Es revelador el hecho de que Nietzsche el pensador, que aborrecía intelectualmente todo lo que presupone la emoción de la compasión, se volviese loco de compasión al ver a un cochero castigando a su animal. Y es que Nietzsche, ya lo dije, tenía pasta de santo, y el santo es el individuo compasivo por antonomasia. Su ideario le pedía no ser compasivo, mientras que su espíritu le suplicaba que lo fuera. Triunfó a la postre su espíritu, pero al precio de descalabrarle las ideas.