Ingenios sórdidos y
mercenarios, poco o nada solícitos con relación a la verdad, se contentan con
saber según sea estimado comúnmente el saber, poco amigos de la verdadera
sabiduría, ansiosos de fama y su reputación, ávidos de aparentar, poco preocupados
de ser.
Giordano
Bruno, Del infinito, universo y mundo
Lo primero que hago, luego de que los dos gruesos
volúmenes de los Parerga y Paralipomena
de Schopenhauer cayeran en mis manos (o mejor dicho en mi computadora, puesto
que son ediciones virtuales), lo primero que hago es leer el ensayo titulado
"Sobre la filosofía de la Universidad" que hace rato venía buscando
infructuosamente, porque sé que Schopenhauer es de mi grupo, del grupo de los
que entendemos que no es correcto lucrar con la filosofía, entre otras
aberraciones más o menos importantes que cometen la mayoría de los profesores de
filosofía universitarios. Y me doy de inmediato a la tarea de citar los pasajes
que considero más relevantes; por ejemplo este, con el que me siento plenamente
identificado, siendo como soy --o como era-- un ratón de biblioteca:
Los que se aman y han nacido el uno para el otro se
encuentran fácilmente: las almas afines se saludan ya de lejos. En efecto, a un
individuo tal le estimulará más poderosa y eficazmente cualquier libro de un
filósofo auténtico que caiga en sus manos de lo que pueda hacerlo la exposición
de un filósofo de cátedra (Parerga y
Paralipomena, tomo I, 149[1]).
Nuestra sana curiosidad,
nuestros ojos ávidos de saber, serán siempre mejores guías que los profesores.
Dice también a continuación que "en los institutos se debería leer
aplicadamente a Platón, que es el más eficaz medio de estimular el espíritu
filosófico", algo que también suscribo, pues a mí me ha sucedido
exactamente así. Leer los diálogos platónicos y enamorarme de la filosofía ha
sido en mí todo un mismo proceso.
No duda Schopenhauer
de que la filosofía universitaria tenga sus ventajas, pero entiende que éstas
son superadas
por el perjuicio que ocasiona la filosofía como
profesión a la filosofía como libre investigación de la verdad, o la filosofía
por encargo del gobierno a la filosofía por encargo de la naturaleza y la
humanidad (149).
Tal filosofía por encargo era dirigida, en el siglo
XIX, por la Iglesia:
Mientras se mantenga la Iglesia solo se podrá enseñar
en las universidades una filosofía de esa clase que, concebida con continua
atención a la religión nacional, en lo esencial corra paralela a esta; y por lo
tanto —en todo caso con figura enrevesada, extrañamente adornada y así difícil
de comprender— en el fondo y en lo principal no sea más que una paráfrasis y
apología de la religión nacional (150-1).
Hoy en día esta crítica no
corresponde o corresponde poco, puesto que los contenidos universitarios, a
excepción de las universidades que dependen de la Iglesia, no son interceptados
en forma directa por ella. Pero no por eso cae el comentario de Schopenhauer en
saco roto; otras fuerzas ideológicas han llegado en el siglo XX para remplazar
aquella influencia: la corriente posmoderna en Europa continental y la
analítica del lenguaje en Inglaterra y los Estados Unidos. El dogma cambia, la
orientación unívoca permanece.
Un nuevo palo para los
profesores a sueldo:
Por lo regular, que sea posible un ahínco tan
verdadero y puro en la filosofía ningún hombre puede soñarlo menos que un
docente de la misma; al igual que el Papa suele ser el cristiano más incrédulo.
Por eso es sumamente infrecuente que un auténtico filósofo haya sido a la vez
un docente de la filosofía (151).
Dice
"sumamente infrecuente", pero no imposible. Una de las magnas excepciones
a esta regla es, para Schopenhauer, Immanuel Kant.
En la época en que Schopenhauer escribía la filosofía
universitaria alemana respondía, además de al interés de la Iglesia ya
mencionado, también al interés del Estado. Y el mayor apologista del Estado
alemán (e, indirectamente, también de la Iglesia alemana según Schopenhauer)
era Hegel:
A quien [...] le quede aún alguna duda acerca del
espíritu y finalidad de la filosofía universitaria, que contemple el destino de
la pseudofilosofía hegeliana. ¿Acaso le ha perjudicado que su pensamiento
fundamental fuera la ocurrencia más absurda, un mundo establecido en la cabeza,
una bufonada filosófica, que su contenido fuera la más estéril y vacía palabrería
que jamás haya satisfecho a las cabezas huecas, y que su exposición en las obras
del propio autor sea el galimatías más enojoso y disparatado, y hasta recuerde los
delirios de los manicomios? ¡Oh, no, ni en lo mínimo! Antes bien, durante
veinte años ha prosperado y se ha hecho lucrativa como la más brillante
filosofía de cátedra que alguna vez devengó sueldos y honorarios, y de hecho se
ha proclamado en toda Alemania, a través de cientos de libros, como la cumbre de
la sabiduría humana finalmente alcanzada (154-5).
Oír cantar a los roncos o ver bailar a los
paralíticos es penoso; pero oír a una mente limitada filosofando es
insoportable. Para ocultar la carencia de pensamientos reales algunos se montan
un imponente aparato de largas palabras compuestas, intrincadas retóricas,
periodos interminables, expresiones nuevas e inauditas, todo lo cual junto
presenta una jerga todo lo difícil que sea posible y que suene erudita. Sin
embargo, con todo eso no dicen nada: uno no recibe ningún pensamiento, no siente
incrementado su conocimiento sino que ha de suspirar: «el traqueteo del molino
lo oigo, pero no veo la harina»; o también se ve con demasiada claridad qué
pobres, vulgares, triviales y burdas opiniones se esconden tras la
grandilocuente ampulosidad (169).
Casi todos los jóvenes contemporáneos están tan
infectados de hegelianismo como de sífilis; y así como este mal envenena todos
los humores, aquel ha echado a perder todas sus capacidades espirituales; de
ahí que hoy en día los eruditos más jóvenes sean en su mayoría incapaces de
ningún pensamiento sano ni de ninguna expresión natural. En sus cabezas no
existe un solo concepto de nada, no ya correcto, sino ni siquiera claro y
definido: la confusa y vacía verborrea ha disuelto y confundido su capacidad de
pensar (178).
Ya
no existe (ni existirá ya nunca más, creo y espero), ni en Alemania ni en
ningún otro país, una autoridad filosófica tan indiscutida como lo fue Hegel en
su momento. Sin embargo, existen otras pequeñas autoridades, aquí y allá, no
totalmente indiscutidas pero sí muy veneradas y a cuya veneración los
profesores de filosofía en general contribuyen. Aquí en la Argentina por
ejemplo (y creo que en toda Latinoamérica ocurre lo mismo), el gurú filosófico
de moda es Nietzsche. Buena cantidad de profesores universitarios se arrodillan
ante su altar, y la prosternación, en filosofía, nunca es aconsejable. Porque
nadie acepta de buena gana que se destrone a su Dios; y entonces, cuando algún
pensador se acerca con una buena nueva que contradice parcial o totalmente los
designios de su antecesor, se trata por todos los medios de ocultarlo para que
no interrumpa el sagrado ejercicio de la diaria genuflexión:
¡Oh, qué será de ti, mi pobre Juan del desierto,
cuando, como es de esperar, lo que tú ofreces no esté concebido conforme a la
tácita convención de los señores de la filosofía lucrativa! Te verán como a uno
que no ha comprendido el espíritu del juego y amenaza así con estropeárselo a
todos; por lo tanto, como su enemigo y adversario común. Aunque lo que tú
trajeras fuera la mayor obra maestra del espíritu humano, nunca podría caer en
gracia a sus ojos. Pues no estaría concebido ad normam conventionis y
por lo tanto no sería de tal clase que pudieran convertirlo en objeto de su
exposición de cátedra para también vivir de ello (159).
Sí, vivir de ello, vivir
de la filosofía, eso es lo que realmente molesta, pues "las más altas
aspiraciones del espíritu humano nunca son compatibles con el lucro: su noble
naturaleza no se puede amalgamar con él" (167). Estamos en presencia de "la
antigua lucha de los que viven para un asunto con los que viven de él"
(160). No se puede amar a Dios y a las riquezas, decía Jesús; análogamente,
nosotros decimos que si se vive para
la filosofía no se puede vivir de la
filosofía (y viceversa).
Dios y las riquezas
se oponen; la verdad y el mundo, también:
¿Cómo podría el que busca un honrado sustento para
sí, su mujer e hijos, consagrarse al mismo tiempo a la verdad? Una
verdad que en todas las épocas ha sido una peligrosa compañera, un huésped mal
recibido en todas partes, —y que, probablemente, por eso se la representa
desnuda, porque no lleva nada consigo, no tiene nada que repartir sino que
quiere ser buscada solo por sí misma. A dos señores tan distintos como el mundo
[Welt] y la verdad [Wahrheit], que no tienen nada en común más
que las iniciales, no se les puede servir al mismo tiempo: el intento conduce a
la hipocresía, al disimulo, a la doblez (163-4).
Por eso es que
desde siempre
muy pocos filósofos han sido profesores de filosofía y, proporcionalmente, aún
menos profesores de filosofía han sido filósofos; por eso se podría decir que,
así como los cuerpos idioeléctricos no son conductores de la electricidad,
tampoco los filósofos son profesores de filosofía (161).
¿Por
qué? Porque el filósofo escapa de la vanidad, mientras que al profesor de
filosofía, en la mayoría de los casos, la vanidad es lo que lo mueve a dictar
cátedra:
Casi nada obstaculiza más el logro real de
conocimientos fundados o profundos, es decir, llegar a ser verdaderamente
sabio, que la continua necesidad de parecerlo, el alarde de aparentes
conocimientos ante los discípulos ávidos de aprender y el hecho de tener
siempre una respuesta preparada para todas las preguntas imaginables (161).
El motivo por el cual
Immanuel Kant escapó a este destino, digo, el de no poder ser filósofo siendo
profesor, radicó en que "muy sabiamente, mantuvo separados en lo posible
el filósofo y el profesor, al no exponer en su cátedra su propia teoría"
(162). Y es claro que "la filosofía de Kant habría sido más grandiosa,
resuelta, pura y hermosa si no hubiera estado revestida de aquel carácter
profesoral" (162). Me permito aquí discrepar con Schopenhauer, y es que no
creo que Kant haya sido un filósofo en el sentido en que yo defino esta
palabra. Pensador filosófico sí, y de los más insignes, pero no filósofo.
Define Schopenhauer
al verdadero filósofo (por ejemplo Platón, Aristóteles, Descartes, Hume,
Malebranche, Locke, Spinoza y Kant, según su opinión) como aquel que piensa
para sí mismo, en contraposición al profesor, que piensa para otros. Cito el
párrafo en su contexto; es un poco extenso, pero de gran vuelo intelectual y
poético:
La primera condición de los logros reales y
auténticos en la filosofía, como en la poesía y las bellas artes, es una
tendencia anómala que, contra la regla de la naturaleza humana, en lugar del
afán subjetivo por el bienestar de la propia persona establece uno totalmente objetivo
dirigido a una producción ajena a la persona y que, precisamente por
eso, con gran acierto es denominado excéntrico y de vez en cuando es
también caricaturizado como quijotesco. [...] Tal orientación espiritual es,
desde luego, una anomalía sumamente infrecuente pero, precisamente por eso, sus
frutos redundan en beneficio de la humanidad en el curso del tiempo; porque,
afortunadamente, son de una especie que se puede conservar. Más en concreto:
los pensadores se pueden dividir entre los que piensan para sí mismos y
los que piensan para otros: estos son la regla; aquellos, la excepción.
Los primeros son, por lo tanto, pensadores autónomos por partida doble y
egoístas en el más noble sentido de la palabra: solo de ellos recibe enseñanza
el mundo. Pues solo la luz que uno mismo se ha encendido ilumina después a los
demás; de modo que lo que dice Séneca en sentido moral: "Es preciso que
vivas para otro si quieres vivir para ti mismo", vale de él a la inversa
en sentido intelectual: "Es preciso que pienses para ti si quieres haber
pensado para todos" (162-3).
Reporta el profesor
de filosofía cierta utilidad, pero los perjuicios que acarrea a los alumnos
pesan más en la balanza, y
hasta me inclino cada vez más a opinar que sería más
provechoso para la filosofía que dejara de ser un oficio y no volviera a
aparecer en la vida civil representada por profesores. Es una planta que, como
la rosa de los Alpes y las flores de los despeñaderos, solo crece al aire libre
de la montaña y, por el contrario, degenera con los cuidados artificiales
(167).
El profesor universitario,
lo sepa o no lo sepa su conciencia ordinaria, ha perdido, debido a las fuerzas
externas que operan sobre su pensamiento, la imparcialidad propia del
librepensador, y
para rendir tributo incondicional a la verdad, para
filosofar realmente, a las muchas condiciones se añade inexcusablemente la de
ser independiente y no conocer ningún señor [...]. Al menos, la mayoría de
aquellos que produjeron algo grande en la filosofía se hallaron en ese caso. Spinoza
fue tan claramente consciente del tema, que precisamente por ello rehusó la
plaza de profesor que le ofrecieron (206).
Protestan los catedráticos
afirmando que si no se cobrase dinero por impartir conocimientos, la filosofía
sería enseñada, y los libros de filosofía escritos, solamente por personas
económicamente acomodadas, como era el caso del propio Schopenhauer. Sin
embargo, "el auténtico filósofo es por naturaleza un ser frugal y no
necesita mucho para vivir con independencia" (207); este filósofo austero
podría obsequiar sus conocimientos gratuitamente y luego mendigar su sustento
diario, tal como lo hacía Sócrates, o tener otra actividad remunerativa
paralela y escribir sus libros sin intención de lucro, tal como lo hacía
Spinoza. No hay, pues, excusas honorables que le permitan al pensador
filosófico lucrar alegremente con sus conocimientos:
Yo sería partidario de que la filosofía dejara de ser
una profesión: el carácter sublime de su afán no es compatible con eso, como lo
supieron ya los antiguos. No es en absoluto necesario que en cada universidad
se mantengan unos cuantos charlatanes triviales para quitar a los jóvenes de
por vida las ganas de toda filosofía (207).
Y cita en su apoyo a
Voltaire:
Las personas letradas que mayor servicio han prestado
al escaso número de seres pensantes repartidos por el mundo son los eruditos
aislados, los verdaderos sabios, encerrados en sus gabinetes, que no han
argumentado en las bancas de la universidad ni han dicho cosas en mitad de las
academias: y esos han sido casi siempre perseguidos (Diccionario filosófico, artículo "letras, gentes de
letras").
Concluye Schopenhauer que
toda ayuda que se ofrece a la filosofía desde fuera
es por naturaleza sospechosa. Pues el interés de aquella es de clase demasiado
elevada como para que pudiera entablar una franca relación con este mundo de
bajos sentimientos. En cambio, ella tiene su propio norte que nunca se oculta.
Por eso, dejémosla en libertad sin ayudas pero también sin obstáculos; y no
demos al serio peregrino consagrado y dotado por la naturaleza, en su camino al
elevado templo de la verdad, un compañero al que en realidad no le importa más
que un buen alojamiento y una buena cena: pues es de preocupar que, a fin de
desviarse en dirección a estos, ponga a aquel un obstáculo en el camino (208).
Esto no significa que tengan
que cerrar las universidades. Lo ideal sería que se siguiese dictando cátedra,
pero bajo los siguientes lineamientos:
Teniendo en cuenta únicamente el interés de la
filosofía, considero deseable que toda la enseñanza de esta en las
universidades se limite estrictamente a la exposición de la lógica en cuanto
ciencia cerrada y estrictamente demostrable, y a una historia de la filosofía
desde Tales hasta Kant, que se explique completamente succincte y se
curse en un semestre, a fin de que, debido a su brevedad y carácter sinóptico,
deje el menor lugar posible a las opiniones propias del señor profesor y se
presente simplemente como guía de un futuro estudio personal (208).
Así, los futuros pensadores
egresarían prestamente de la universidad, y no saturados de dudosos
conocimientos, sino ávidos de los esenciales a la naturaleza de un filósofo y
munidos de las herramientas apropiadas para su disección. El autodidacta ya no
disparataría tanto, y el profesor ganaría en humildad. ¿Que hay alumnos que
necesitan más de un semestre para comprender la lógica y asimilar la historia
de la filosofía? No, no los hay. Ese semestre constituirá un filtro que
decantará a las personas que nacieron para la filosofía de aquellas otras que
no están capacitadas para la empresa. No se puede pedir a la universidad que
forme como filósofo a una persona que no tiene pasta para ello. El objetivo
actual de la universidad --cuyo deseo es que desborden las aulas-- es
propagandear la tabula rasa y afirmar
con toda soltura que cualquiera puede llegar a ser un buen filósofo si estudia,
se lo propone con convicción y sus profesores lo auxilian. ¡Craso error! No se
puede sacar aceite de las piedras. Muchos son llamados, pero pocos son escogidos.
Los señores tienen, desde luego, buenas razones para
atribuir lo máximo posible a la educación y la instrucción; e incluso, como
realmente hacen algunos, para negar por completo los talentos innatos y
atrincherarse por todos los medios contra la verdad de que todo depende de cómo
uno haya salido de las manos de la naturaleza, qué padre le ha engendrado y qué
madre lo ha concebido, y hasta a qué hora; por eso uno no escribirá ninguna Ilíada
si ha tenido por madre una gansa y por padre un pasmarote; tampoco aunque
estudie en seis universidades. Sin embargo, no es de otro modo: la naturaleza
es aristocrática (209).
Siempre se ha dicho,
y creo que con justa razón en la mayoría de los casos, que los críticos
literarios son escritores frustrados, escritores sin talento. Resta decir ahora
que los profesores de filosofía suelen ser filósofos frustrados, personas que
creían poder llegar a comprender el entramado del mundo de manera más o menos
competente y, al no darles la cabeza para tanto, se han tragado como pudieron
los seis años de la licenciatura y se han conformado con ser profesores, vale
decir, críticos filosóficos. El que nace para pito...
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