Otro dogma
oriental me tambalea, esta vez relacionado con el budismo, y es el que afirma
que el nirvana tan ansiado sería una experiencia vacía, despersonalizada. Según
Fatone, para el Buda el nirvana era algo análogo a lo que es el cielo para los
cristianos, es decir, una experiencia llena de placeres y vivencias concretas.
Y la analogía se extiende, porque parece ser que también creía en el infierno:
“Ni siquiera con parangones –decía el Iluminado-- es fácil expresar cuáles son
los placeres celestes y cuáles son los suplicios infernales”. Y pasa a
continuación a describir estos suplicios, descripción que, según Fatone, “tiene
un colorido solo comparable al de la descripción, por él mismo ofrecida, de las
torturas ascéticas sufridas en su iniciación religiosa previa al descubrimiento
de la verdadera doctrina” (Obras
completas, tomo I, pp. 242-3). Y con relación a lo que representa el
nirvana,
llama opinión justa a la que afirma la existencia de un
más allá adonde, luego de la disolución del cuerpo, van algunos seres para
gozar de sus celestes lugares. Contra la doctrina del no hay (verdadero nihilismo de la época) Buda sentencia: “Aun
habiendo otro mundo, opinan que no hay otro mundo: esta es su falsa opinión” (Ibíd., p. 250).
Es verdad que cuando se intenta describir
el nirvana, se habla casi siempre como de algo abstracto, como de un objeto sin
sujeto, pero no por ello se debe negar de plano la posibilidad de que la
experiencia sea vivenciable. El ingreso el nirvana parecería difuminar la
personalidad, pero esto, opina Fatone, no es tan así, porque
tras la negación de la personalidad se adivina el respeto
a algo. El yo no alcanza el nirvana,
porque el yo desaparece con la sola disgregación de sus elementos; pero algo,
alguien, alcanza el último grado del itinerario: ese alguien goza la “beatitud
inalterada” del nirvana (pp. 251-2)[1].
Muchos son
llamados y pocos escogidos, decía Jesús. Muy pocos entrarán en el reino del
Señor. Para los demás, para los no escogidos, “será el lloro y el crujir de
dientes”. Con el nirvana, con el beatífico y exclusivísimo nirvana del Buda,
pasa algo parecido. Buda y Jesús se parecen hasta en sus imperfecciones.
[1] “Decir de un Hermano así liberado por el discernimiento que «no sabe,
no ve», sería absurdo” (Maha-Nidana Sutta,
32).