El dios de Spinoza es menos que una persona; el mío es más que una
persona; porque Dios, entre Sus muchas potestades, puede ejercitar el rol de
una persona.
Kurt
Gödel
Sigo
adentrándome en este tomo I de las Obras
completas de Vicente Fatone, dedicado exclusivamente a las dos grandes
religiones filosóficas pergeñadas en la India, y se me derriba un dogma que no
solo yo, sino la mayoría de la gente, considera inatacable: “El hinduismo es,
por definición, una religión panteísta”.
¿Cuál es el
principal aserto en que se funda el panteísmo? El de que Dios y el hombre son
la misma cosa, son realidades idénticas. Pues bien, según Fatone existe en el
hinduismo, además de dicha doctrina, otra que se le contrapone,
surgida de las mismas contradicciones o
por impotencia de la primera, que tiende a conceder, conscientemente o no, que
el hombre es una realidad distinta, por su esencia y por su naturaleza creada,
de aquel Dios eterno e invariable. Esa tendencia se nota claramente en el
Svetasatara upanishad, donde Dios es concebido como trascendente y personal y
donde la conquista de ese Dios no es obra del mero conocimiento intelectual
sino de la bhakti (piedad) ayudada por la gracia. La escuela sankhya ha de
hallar más tarde en el Svetasatara un fuerte apoyo para su orientación dualista
(p. 203-4).
Respecto de la
cuestión de la personalidad de Dios, de si Dios es un ente personal o una
fuerza que no puede concebirse sin error como algo que se asemeje a una persona
–y este es otro ítem imprescindible a la hora de discernir el carácter
panteístico de una doctrina--, respecto de este problema el hinduismo, siempre
según Fatone, suspende el juicio: lo considera un asunto ajeno a su esencia por
carecer de carácter metafísico (p. 209). Y no siempre los místicos hindúes, en
trance de contemplación, buscan identificarse con el Todo, con el Brahma,
anonadando su propia personalidad; existiría otra tendencia
en que se defiende la diferencia de naturaleza de esas
dos realidades. En el primer caso, el “conocimiento” se logra con la pérdida
definitiva de la personalidad humana; en el segundo, la “comunión mística” deja
a salvo esa personalidad. Este último misticismo es, para nosotros, el
auténtico: misticismo donde el Ser supremo es distinto de la criatura y
trascendente a esta aunque también residente en ella; misticismo cuya
preparación ascética es amor, y no renuncia (p. 211).
Los místicos hindúes no estarían, pues
–al menos algunos de ellos--, tan en disonancia con los místicos cristianos.
Pero los hindúes
tienden a desdeñar el concepto de creación, tan caro a los cristianos, y eso,
según algunos, es lo que los caracteriza propiamente como panteístas. Fatone se
opone:
Para descubrir si en una doctrina hay panteísmo o no, la
piedra de toque es otra: basta observar si la personalidad humana desaparece en
el trance comunicativo, o si deja de haber distinciones entre la personalidad
humana y la divina. En caso afirmativo habrá panteísmo; de lo contrario, no. En
el hinduismo, la actitud panteísta es excepcional. No obstante la frecuencia
con que se emplea la fórmula “todo es Brahman”, casi siempre se aclara que
Brahman es distinto del todo y del hombre, y se habla de la salvación de las criaturas, promesa que carece de sentido si
las criaturas son una ilusión o Brahman mismo (pp. 213-4).
Estas nuevas
aportaciones no hacen más que confirmarme que el panteísmo, siendo una teoría
plausible y en extremo tentadora, no se aviene por completo a mi sistema de
pensamientos, --aunque se aviene mucho mejor que cualquier seco dualismo. No me
avergüenzo de haber sido, primigeniamente, un ortodoxo dualista, ni tampoco de
haber sido panteísta una vez que hube descreído del dualismo, pero la verdad,
me parece, no está en ninguna de esas dos escuelas, sino en el panenteísmo.
Este concepto me sienta bien porque me permite hablar con Dios como si Dios
tuviese oídos y a la vez me permite sospechar que mi relación con Dios es de
una naturaleza completamente distinta de la que pudiera tener con cualquier
otra persona con la que hablo. Dios está en el mundo --y por ende también en mí
mismo--, pero a la vez lo trasciende; Dios no es el mundo solamente.
Pero ¡qué frío
es todo esto! ¿Cuándo podré sentir a Dios en lugar de discurrir acerca de sus
atributos?
En el capítulo 15 de la Bhagavadgītā dice:
ResponderEliminar16 Hay estos dos puruṣa en el mundo: el perecedero y el imperecedero.
Todos los seres son el perecedero, y el inmutable es llamado imperecedero.
17 Pero el otro es el puruṣa más elevado, llamado ser supremo (paramātmā), el cual, entrando en los tres mundos los sustenta como el imperecedero Señor (īśvara).
18 Como yo trasciendo lo perecedero, y soy más elevado que el imperecedero, por lo tanto, yo soy en el mundo y en el veda célebre como el puruṣa supremo.