El profesor de sociología nos ha encargado la realización de un texto de una carilla de extensión “describiendo lo ocurrido en la Argentina durante la década del 90”. Acabo de terminar el trabajo y aquí lo reproduzco:
No hay efecto sin causas que lo propicien, y esto es válido tanto en la física clásica como en la política. No podría comprenderse la inclinación hacia el neoliberalismo acaecida durante el gobierno de Carlos Menem sin aceptar la debacle económica propiciada por el gobierno de Alfonsín en la década del 80. Las finanzas del Estado, debido a las malas gestiones y a la corrupción imperante, comenzaron a mostrar grandes fisuras en 1987 y 1988, desembocando al año siguiente en el proceso hiperinflacionario más traumático de nuestra historia .
Había que frenar la inflación a como dé lugar. Menem lo hizo, pero valiéndose de una política de ajuste tan extrema que terminó destruyendo la industria nacional y dejando a merced de la caridad pública y de los psicólogos a un tendal de desocupados.
La pregunta que quiero hacerme ahora es la siguiente: ¿por qué el neoliberalismo alcanzó su punto máximo con Menem y no, por ejemplo, con Videla y sus secuaces? Podría argumentarse que la globalización hipercapitalista explotó justo en esa época y no antes, lo cual es correcto, pero no debemos desdeñar otro factor que influyó, y mucho, para que la Argentina tomara ese rumbo: el consenso popular.
Según Althusser, todo Estado cuenta con dos armas de diferente calibre a la hora de dominar a la clase antagonista: el aparato represivo y el aparato ideológico . El aparato represivo domina a través de la coacción y la coerción; el aparato ideológico a través de la persuasión y la disuasión. La junta militar disponía de un aparato represivo completo y omniabarcativo, pero su aparato ideológico era pobre. El gobierno de Carlos Menem, si bien reforzó en algunos aspectos el poderío de las fuerzas de seguridad internas, entendió como ningún otro gobierno aquello tan viejo de que “la pluma es más poderosa que la espada”, y se dedicó a difundir su credo a través de los aparatos ideológicos de Estado (especialmente a través de los medios de difusión). Curiosa paradoja, dirán algunos: justo cuando se hablaba de la muerte de las ideologías, una ideología se impone, y se impone no a hierro y fuego sino a través de razones. Esto es lo verdaderamente novedoso que nos trajo a los argentinos la década del 90. No el capitalismo a ultranza ni las relaciones “carnales” con las grandes potencias extranjeras, factores siempre presentes en nuestra política (exceptuando aquella pequeña isla representada por el primer gobierno peronista), sino el intento de estas potencias y de sus representantes vernáculos por abandonar los medios violentos y adoptar el medio ideológico para conseguir sus propósitos --intento coronado con éxito, desde luego, no hace falta entrar en detalles a este respecto. Ya no somos corderos necesitados de un feroz pastor alemán que enderece nuestro rumbo; a partir del patilludo (y de los que lo siguieron y lo siguen, que son casi lo mismo a pesar de que se vendan como lo contrario), somos corderos que no necesitan custodia y que marchan a paso firme hacia su destino, pues estamos plenamente convencidos de las ventajas del esquilamiento.
Ahora reflexionamos… y criticamos nuestra propia miopía: ¿cómo fue posible que no supiésemos ver el abismo que se alzaba detrás de la sacrosanta convertibilidad? Y entonces volvemos a la fórmula alfonsinista: un estado monstruo que, emitiendo dinero y provocando inflación, les corta las piernas a los pobres para luego ofrecerles muletas. Pero el “nuevo” aparato ideológico nos dice que vamos bien, así que ¡adelante!
A esto me han reducido mis estudios universitarios: comentador de intrascendencias que a casi nadie interesan en lugar de buscador de piedras preciosas inmarcesibles. Espero que esta tendencia no se prolongue.
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