"He ahí las causas funestas y probadoras de que la mayor parte de nuestros males son obra nuestra, y de que los habríamos evitado en su mayor parte de haber conservado la manera de vivir sencilla, uniforme y solitaria que nos estaba prescrita por la naturaleza. Si esta nos había destinado para estar sanos, casi me atrevo a asegurar que el estado de reflexión es un estado contra la naturaleza, y que el hombre que medita es un animal depravado".
Jean-Jacques Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres
Intentando convencer a Dolina de que la leche no es un buen alimento para el ser humano, díjole Gabriel Rolón: "Ningún animal en estado salvaje consume leche después de haber sido destetado". Pero el contrargumento de Alejandro Dolina no se hizo esperar: "Los animales nunca leen, ¡entonces no leamos nosotros tampoco!" Interesante contrapunto, que me parece puede desenredarse de la siguiente manera: Fisiológicamente hablando, el consumo de productos lácteos es perjudicial para los mamíferos destetados, y es por eso que la naturaleza nunca proveyó a los animales de algún sistema instintivo mediante el cual pudieran incorporar a su dieta este tipo de nutrientes. Siguiendo este orden de ideas, afirmo también que, fisiológicamente hablando, cualquier tipo de lectura perjudica más que beneficia. La leche ingresa por la boca, llega al estómago y allí comienza su incorporación a nuestro ser, resultando de aquel proceso efectos beneficiosos por un lado y perniciosos por otro; estadísticamente hablando, yo digo que los efectos perniciosos tienden a superar, en el largo plazo, a los benéficos. La palabra escrita ingresa, a través de nuestros ojos, a nuestro ser, y esos ojos, que fisiológicamente son los órganos encargados de todo el trabajo, si bien en ciertos casos pueden salir favorecidos por el ejercicio, estadísticamente hablando tienden a resentirse debido al esfuerzo que implica la fijación continua de la vista. Todos saben que los relojeros, casi indefectiblemente, desarrollan miopía, y lo mismo sucede --a una escala menor-- con los lectores voraces. ¿Significa esto que debemos abstenernos de leer, o de leer mucho? ¡Por supuesto que no! Porque los perjuicios fisiológicos que la lectura conlleva son contrapesados por los beneficios psicológicos, que justifican, en la mayoría de los casos, el desgaste ocular (y hasta puede suceder que, en virtud de las mismas lecturas, se encuentre el remedio, o el paliativo, al desorden fisiológico que la lectura provoca: leo sobre los poderes curativos del ayuno y esto me hace ayunar, y el ayuno le devuelve a mi vista parte de su prístina lozanía). Establezcamos entonces el siguiente principio: Lo que los animales en estado salvaje se abstienen de hacer y el hombre hace, es, por lo general, contraproducente para la fisiología humana. El principio no hace referencia a los aspectos psicológicos, pero a mí me parece que en el caso de las lecturas, nuestra psicología --es decir, nuestro espíritu-- tiende a quedar en superávit. No lo creo así en el caso de la leche: sería contraproducente para el cuerpo e inocua para el espíritu.
Jean-Jacques Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres
Intentando convencer a Dolina de que la leche no es un buen alimento para el ser humano, díjole Gabriel Rolón: "Ningún animal en estado salvaje consume leche después de haber sido destetado". Pero el contrargumento de Alejandro Dolina no se hizo esperar: "Los animales nunca leen, ¡entonces no leamos nosotros tampoco!" Interesante contrapunto, que me parece puede desenredarse de la siguiente manera: Fisiológicamente hablando, el consumo de productos lácteos es perjudicial para los mamíferos destetados, y es por eso que la naturaleza nunca proveyó a los animales de algún sistema instintivo mediante el cual pudieran incorporar a su dieta este tipo de nutrientes. Siguiendo este orden de ideas, afirmo también que, fisiológicamente hablando, cualquier tipo de lectura perjudica más que beneficia. La leche ingresa por la boca, llega al estómago y allí comienza su incorporación a nuestro ser, resultando de aquel proceso efectos beneficiosos por un lado y perniciosos por otro; estadísticamente hablando, yo digo que los efectos perniciosos tienden a superar, en el largo plazo, a los benéficos. La palabra escrita ingresa, a través de nuestros ojos, a nuestro ser, y esos ojos, que fisiológicamente son los órganos encargados de todo el trabajo, si bien en ciertos casos pueden salir favorecidos por el ejercicio, estadísticamente hablando tienden a resentirse debido al esfuerzo que implica la fijación continua de la vista. Todos saben que los relojeros, casi indefectiblemente, desarrollan miopía, y lo mismo sucede --a una escala menor-- con los lectores voraces. ¿Significa esto que debemos abstenernos de leer, o de leer mucho? ¡Por supuesto que no! Porque los perjuicios fisiológicos que la lectura conlleva son contrapesados por los beneficios psicológicos, que justifican, en la mayoría de los casos, el desgaste ocular (y hasta puede suceder que, en virtud de las mismas lecturas, se encuentre el remedio, o el paliativo, al desorden fisiológico que la lectura provoca: leo sobre los poderes curativos del ayuno y esto me hace ayunar, y el ayuno le devuelve a mi vista parte de su prístina lozanía). Establezcamos entonces el siguiente principio: Lo que los animales en estado salvaje se abstienen de hacer y el hombre hace, es, por lo general, contraproducente para la fisiología humana. El principio no hace referencia a los aspectos psicológicos, pero a mí me parece que en el caso de las lecturas, nuestra psicología --es decir, nuestro espíritu-- tiende a quedar en superávit. No lo creo así en el caso de la leche: sería contraproducente para el cuerpo e inocua para el espíritu.
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