Cristina Fernández de Kirchner ha sido reelegida en octubre como presidenta de la nación Argentina con el 54% de los votos, una mayoría pocas veces alcanzada en este país. Se dice que su gobierno es "nacional y popular", tal como lo fuera el del primer Perón, y también se dice que se está operando una verdadera "revolución" dentro de nuestro territorio debido a que ya no priman los intereses de las grandes corporaciones extranjeras sino la voluntad de los trabajadores. La mitad de las personas de nuestro país la idolatra, mientras que la otra mitad, o poco menos, la detesta. Por mi parte, ni la idolatro ni la detesto, pero me parece que la mayoría de los que la votaron (que son quienes lo hicieron por convicciones personales y no por intereses egoístas) se está engañando con su política económica, que consiste básicamente en regalar dinero a casi todo aquel que se le cruce por el camino, pero no dinero extraído de expropiaciones, de impuestos a la propiedad suntuosa, de reformas agrarias ni de nada de eso, sino adquirido por el simple y gratuito expediente de la emisión de billetes por parte de la Casa de la Moneda. ¿Cuánto puede aguantar una economía que se basa no en la producción sino en el consumo? Unos años tal vez, pero a la larga termina por desmoronarse. Y es que la inflación desquicia la vida de los más pobres, no de los más ricos, y entonces toda esta política distributiva se tiñe con el sino de la hipocresía. Es, como ya dije alguna vez, cortarle las piernas a la gente para después ofrecerle muletas[1].
El final del presente comentario político lo dejo en manos de Ayn Rand, pensadora chata y pedestre si las hay, pero que en este puntual asunto ha dado en la tecla:
Un productor exitoso pude mantener a muchas personas, por ejemplo, a sus hijos, delegando en ellos su poder como consumidores en el mercado. ¿Esa capacidad puede ser ilimitada? ¿A cuántos hombres podría alimentar usted con una granja autosuficiente? En tiempos más primitivos, los agricultores solían criar familias numerosas para conseguir mano de obra agrícola, o sea, ayuda productiva. ¿A cuántas personas no productivas puede mantener usted por su propio esfuerzo? Si el número fuera ilimitado, si la demanda se hiciese mayor que la oferta, si la demanda fuera convertida en un mandato, como lo es hoy en día, usted tendrá que usar y agotar su acopio de semillas. Así es el proceso que ahora se está desarrollando en el país.
[...]
Si usted comprende la función de la provisión de semillas (de los ahorros) en una comunidad agrícola primitiva, aplique el mismo principio a una economía industrial compleja.
[...]
El consumo es la causa final, no la causa eficiente, de la producción. La causa eficiente son los ahorros, los cuales, puede decirse, representan lo contrario del consumo: representan bienes no consumidos. El consumo es el fin de la producción, y el callejón sin salida en lo que respecta al proceso productivo. El trabajador que produce tan poco como lo que consume, carga su propio peso económicamente, pero [...] el hombre que consume sin producir es un parásito, ya sea un beneficiario del bienestar público o un acaudalado hombre de mundo.
[...]
Todos sabemos que hay manipuladores que no trabajan, pero llevan una vida de lujo obteniendo un préstamo, que reembolsan obteniendo otro préstamo en otra parte, que pagan consiguiendo otro préstamo, etc. Sabemos que esa política no puede seguir para siempre, que eventualmente llegará a su fin y colapsará. ¿Pero qué ocurre si ese manipulador es el gobierno?
[...]
El gobierno corta la conexión entre los bienes y el dinero. Emite papel moneda, el cual se utiliza como un cheque sobre bienes realmente existentes, pero ese dinero no está respaldado por ningún bien, ni por oro ni por nada. Es una promesa de pago que se le entrega a usted a cambio de sus bienes, para ser pagada por usted en forma de impuestos obtenidos de su producción futura.
¿A dónde va su dinero? A cualquier lugar y a ningún lugar. Primero, va a establecer, en parte, una excusa altruista y en parte, constituye la decoración de un escaparate: el establecimiento de un sistema de consumo subsidiado, una clase de "bienestar" para aquellos que consumen sin producir, un callejón sin salida impuesto sobre una producción restringida.
Luego, el dinero va a subsidiar a algún grupo de presión a expensas de otro, a comprar sus votos, a financiar algún proyecto concebido por el capricho de ciertos burócratas o de sus amigos, a pagar por el fracaso de ese proyecto, a iniciar otro, etc.
[...] El gobierno consume la existencia de semillas del país, la existencia de le semillas de la producción industrial: el capital de inversión, es decir, los ahorros que se necesitan para mantener operante la producción. Estos ahorros no fueron hechos en papel, sino que fueron bienes reales. De acuerdo con todas las complejidades del crédito privado, la economía se mantenía operante por el hecho de que, de un modo u otro, en un lugar u otro, en alguna parte, los bienes materiales reales existían para respaldar las transacciones financieras. Eso continuó por mucho tiempo después de que esa protección fuera interrumpida. Hoy, los bienes casi no existen.
Un trozo de papel no lo alimentará cuando no haya pan. No construirá una fábrica cuando no haya vigas de acero para comprar. No hará zapatos cuando no haya cuero, ni máquinas, ni combustible. Se dice que la economía de hoy está socavada por escaseces repentinas, imprevisibles, de diversos productos básicos. Estos son los síntomas anticipados de lo que está por venir (Ayn Rand, "El igualitarismo y la inflación" (1974), ensayo incluido en su libro Filosofía, ¿quién la necesita?).
[1] Y no se diga que estoy en contra de los gobiernos populistas; ¡todo lo contrario! Porque estoy a favor de los gobiernos populistas, quiero que los gobiernos populistas perduren en el tiempo. No quiero que le suceda a este gobierno argentino lo que le sucedió, por ejemplo, al gobierno chileno de Salvador Allende. A este presidente diz que comunista no lo derrocó el ejército, lo derrocó la inflación del 600% anual que él mismo incubó con sus mal encaradas medidas de justicia social. Un productor exitoso pude mantener a muchas personas, por ejemplo, a sus hijos, delegando en ellos su poder como consumidores en el mercado. ¿Esa capacidad puede ser ilimitada? ¿A cuántos hombres podría alimentar usted con una granja autosuficiente? En tiempos más primitivos, los agricultores solían criar familias numerosas para conseguir mano de obra agrícola, o sea, ayuda productiva. ¿A cuántas personas no productivas puede mantener usted por su propio esfuerzo? Si el número fuera ilimitado, si la demanda se hiciese mayor que la oferta, si la demanda fuera convertida en un mandato, como lo es hoy en día, usted tendrá que usar y agotar su acopio de semillas. Así es el proceso que ahora se está desarrollando en el país.
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Si usted comprende la función de la provisión de semillas (de los ahorros) en una comunidad agrícola primitiva, aplique el mismo principio a una economía industrial compleja.
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El consumo es la causa final, no la causa eficiente, de la producción. La causa eficiente son los ahorros, los cuales, puede decirse, representan lo contrario del consumo: representan bienes no consumidos. El consumo es el fin de la producción, y el callejón sin salida en lo que respecta al proceso productivo. El trabajador que produce tan poco como lo que consume, carga su propio peso económicamente, pero [...] el hombre que consume sin producir es un parásito, ya sea un beneficiario del bienestar público o un acaudalado hombre de mundo.
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Todos sabemos que hay manipuladores que no trabajan, pero llevan una vida de lujo obteniendo un préstamo, que reembolsan obteniendo otro préstamo en otra parte, que pagan consiguiendo otro préstamo, etc. Sabemos que esa política no puede seguir para siempre, que eventualmente llegará a su fin y colapsará. ¿Pero qué ocurre si ese manipulador es el gobierno?
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El gobierno corta la conexión entre los bienes y el dinero. Emite papel moneda, el cual se utiliza como un cheque sobre bienes realmente existentes, pero ese dinero no está respaldado por ningún bien, ni por oro ni por nada. Es una promesa de pago que se le entrega a usted a cambio de sus bienes, para ser pagada por usted en forma de impuestos obtenidos de su producción futura.
¿A dónde va su dinero? A cualquier lugar y a ningún lugar. Primero, va a establecer, en parte, una excusa altruista y en parte, constituye la decoración de un escaparate: el establecimiento de un sistema de consumo subsidiado, una clase de "bienestar" para aquellos que consumen sin producir, un callejón sin salida impuesto sobre una producción restringida.
Luego, el dinero va a subsidiar a algún grupo de presión a expensas de otro, a comprar sus votos, a financiar algún proyecto concebido por el capricho de ciertos burócratas o de sus amigos, a pagar por el fracaso de ese proyecto, a iniciar otro, etc.
[...] El gobierno consume la existencia de semillas del país, la existencia de le semillas de la producción industrial: el capital de inversión, es decir, los ahorros que se necesitan para mantener operante la producción. Estos ahorros no fueron hechos en papel, sino que fueron bienes reales. De acuerdo con todas las complejidades del crédito privado, la economía se mantenía operante por el hecho de que, de un modo u otro, en un lugar u otro, en alguna parte, los bienes materiales reales existían para respaldar las transacciones financieras. Eso continuó por mucho tiempo después de que esa protección fuera interrumpida. Hoy, los bienes casi no existen.
Un trozo de papel no lo alimentará cuando no haya pan. No construirá una fábrica cuando no haya vigas de acero para comprar. No hará zapatos cuando no haya cuero, ni máquinas, ni combustible. Se dice que la economía de hoy está socavada por escaseces repentinas, imprevisibles, de diversos productos básicos. Estos son los síntomas anticipados de lo que está por venir (Ayn Rand, "El igualitarismo y la inflación" (1974), ensayo incluido en su libro Filosofía, ¿quién la necesita?).
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