Acabo de terminar la lectura de una serie de ensayos
escritos por Giovanni Papini entre 1905 y 1911 y reunidos en un pequeño libro
que dio en llamarse Pragmatismo. La
colección es bastante desdeñable según mi criterio, pero existen, aquí y allá,
algunas perlas del talento y la clarividencia que años más tarde sabrían
adornar el estilo y las ideas del italiano. En una de estas perlas --que es la
que rescataré para este momento-- se critica la postura del cientificista que
desechando de su área de incumbencia los problemas irresolubles a través del
método empírico, endilgándoselos a la filosofía, se queja luego de que los
pensadores filosóficos divagan, cada uno en su mundo, y no se ponen nunca de
acuerdo entre sí:
Cada ciencia o serie de
ciencias, investigando los principios o las explicaciones más generales, hace
surgir problemas abstractos, subordinados, más que cualquiera de los otros, a
la multiplicidad de las soluciones en razón de su misma generalidad y por la
enorme dificultad en aplicar a ellos el control de las experiencias
particulares. Mientras las ciencias formaban un todo indiscriminado junto con
la filosofía, estos problemas eran padecidos tanto por científicos como por
filósofos, pero con el correr del tiempo cada ciencia ha elaborado una parte de
sí misma y ha buscado eliminar los denominados problemas últimos, incluso
aquellos que surgían de lo que constituía su propia materia, para desarrollar y
asegurar la parte más particular y positiva que mejor se prestaba al trabajo
asociado y a las aplicaciones prácticas. De esta manera ocurrió que los
problemas generales desechados por las ciencias [...] fueron llamados
filosóficos por antonomasia y abandonados casi exclusivamente a la reflexión de
los filósofos. Ocurrió entonces en torno a la filosofía la concentración de todos
aquellos problemas por naturaleza sujetos a la duda y a la opinión personal,
dado que son más difícilmente discernibles por el resultado que cada uno ve.
Sería lo mismo que si deportaran a una única ciudad a todos los borrachines de
un pueblo y luego se la despreciara y burlase de ella por su alto alcoholismo.
Cuando una cuestión parecía oscura e interminable por el cálculo o la
experiencia se decía: ¡es una cuestión filosófica! Después de esto lamentar la
discordia de los filósofos, chivos expiatorios de las dificultades de todos los
hombres, es la más perversa ingratitud que haya nacido del más vicioso de los
círculos (Giovanni Papini, Pragmatismo,
capítulo XI, "Las verdades por la Verdad").
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