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sábado, 5 de junio de 2010

Las causas del antisemitismo (4ª parte)


En torno de la cuestión judía, lo que hace falta hacer es razonar. Razonemos, pues.
Afirma el antisemita: "El judío fue y es odiado en todo el planeta. País en donde se instala, es país que los aborrece". ¿Es esto verdadero? Negativo. Existe una región en donde los judíos han convivido como comunidad independiente durante siglos y siglos sin haber despertado ningún tipo de odio ni resentimiento masivos; me refiero al Oriente, y en particular a los países de China y de la India. En otros términos, puede decirse que la comunidad judía despertó y despierta odios allí donde impera la religión cristiana o la religión musulmana, es decir, cuando se instala en el seno de una sociedad monoteísta. Los chinos y los hindúes nunca podrían odiar a los judíos por la sencilla razón de que no se los toman en serio, pues para ellos el monoteísmo es algo tan inconcebible como un círculo cuadrado. No sucede lo mismo, desde luego, en Occidente. El judío, teológicamente hablando, se mimetiza tanto con nosotros que, según la hipótesis que arriesga el historiador Léon Poliakov,

el antisemitismo no sería otra cosa que la proyección social de la particularísima tensión que resulta del parentesco existente entre el judaísmo y las religiones que originó (Historia del antisemitismo, tomo II, prólogo).

Recuérdese que no estamos investigando ahora las causas que producen el antisemitismo actual, sino las causas que produjeron los primeros antisemitismos, los antisemitismos originales. Esta "tensión de parentesco" habría originado el antisemitismo y luego, ya instalado éste, se cimentaría sobre otras bases cualesquiera, no necesariamente religiosas.
Ante la percepción de un valor o de un grupo de valores, la gente puede responder con amor (respuesta adecuada) o con odio (respuesta inadecuada). Las personas esencialmente inmorales, permanentemente ciegas al universo de los valores, tienden a responder con odio a la visión de un judío, que es, por cierto, un ente portador de grandes valores. Pero el odio no es como el amor, que no necesita de "razones" para manifestársenos; la gente necesita saber "por qué" odia a alguien para poder odiarlo, y es ahí donde comienza la búsqueda de argumentos válidos o de racionalizaciones. Bien sabemos que los argumentos de los neoantisemitas no pasan hoy día por lo religioso, por el tema ese del judío deicida ni por nada que se le parezca, pero todo empezó con la religión, todo se originó con el fenómeno religioso. La gente perversa necesita odiar del mismo modo que cualquier hombre necesita agua y comida, y el odio masivo, el odio de masas, por desgracia para los judíos, recae desde hace siglos sobre ellos y sobre ellos permanecerá sin importar la condición religiosa, militar e incluso económica en que los judíos medren, porque cuando el odio ya está instalado en la gente y apunta hacia un determinado sector (en este caso, la comunidad judía internacional), no depende su eliminación del hecho de que la gente considerada disvaliosa "cambie", de que el judío "se convierta" y reniegue del dios Jehová y del dios Dinero; no es el judío quien tiene que cambiar para que el odio merme, sino el odiante. Mientras el odiante siga siendo odiante, seguirá viendo a los judíos como sujetos odiosos, más allá de si los judíos, o algún judío en particular, son odiosos en el sentido objetivo de la palabra. Yo creo que sí --y perdóneseme la honestidad brutal--, creo que los judíos son actualmente, hasta cierto punto y hablando, por supuesto, en general, odiosos; pero también son valiosos. Está en mí, y no tanto en ellos, la posibilidad de dejar de odiarlos. Para que mi odio desaparezca, necesito una de dos cosas: que me vuelva más bueno yo o que se vuelvan más buenos ellos --y esto último, por el antedicho efecto "arrastre", tampoco es garantía de nada. Es mucho más factible --por una cuestión numérica, no de virtuosismos personales-- que suceda lo primero y no lo segundo; dediquémonos entonces a percibir valores y a enceguecernos ante los disvalores y el antisemitismo morirá... en nuestro espíritu. Que muera en el mundo... ¡eso ya es tarea ciclópea!
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