Y así como el
nazismo surgió de las entrañas mismas del marxismo alemán, de suerte que los
mismos obreros marxistas fueron luego los nazis más entusiastas, así también en
otra región del planeta, que también se jacta de su origen ario, sucedió que
una ideología –en este caso no política sino religiosa-- nació a expensas de
otra más antigua que le sirvió de alimento y a la que le robó sus prosélitos:
el hinduismo como cuna y sostén del budismo. Hay, sin embargo, un detalle que
rompe la analogía, porque la ideología marxista, con todos sus defectos, es
tremendamente superior al nazismo que gracias a ella surgió, mientras que el
hinduismo no podría jactarse de lo mismo delante de su hijo mejor. A decir
verdad, hay en el hinduismo algunas maravillas que en el budismo extrañamos,
pero el punto central y decisivo de dicha doctrina, la noción del karma, me
parece tan infantil y retrógrada que no puedo menos que aplaudir a la escuela
budista por haberla modificado y por enseñar que las buenas obras, si se
ejecutan por interés, no sirven ya para elevar el espíritu –lección que
deberían aprender también los católicos que a fuerza de caridad y
desprendimientos reclaman su derecho de ascender al cielo.
Según el hinduismo, nosotros reencarnamos y
reencarnamos en diferentes cuerpos humanos, animales o vegetales sin dejar por
ello de ser siempre la misma entidad. Para el budista esto es absurdo; no puede
concebir que algo pueda cambiar de semejante manera y seguir siendo, sin
embargo, la misma cosa. La superioridad de este punto de vista --superioridad lógica
pero también, y fundamentalmente, superioridad ética-- la explica el pensador
argentino que más de lleno se ha dedicado al análisis de las filosofías
orientales:
… Esta concepción en que la existencia futura no es
nuestra, como lo es esta (ya que admitir que fuese nuestra significaría afirmar
una subsistencia a través del tiempo) es lo que da su grandeza moral al
budismo. La buena acción es necesaria no porque evitará mi sufrimiento en una
existencia futura: es necesaria porque evitará un sufrimiento que, aunque no
será el mío, en definitiva será siempre el de alguien que lo llamará mío. Poco importa que ese “mi
sufrimiento” sea, en sucesivas existencias, el sufrimiento de un mismo yo o de
distintos yo. Por eso el budismo no quiere entretenerse en resolver el problema
de si se trata o no de un mismo ser; y a las dos soluciones posibles responde
con la misma negación, ya que esas dos soluciones no modifican, de ninguna
manera, la naturaleza del problema. El dolor futuro, que ha de ser provocado
por mis actos actuales, no será un dolor imaginario, no será el dolor de un
simple fantasma concebido por mi mente: será un dolor al que se lo llamará
“mío”, así, en la misma forma en que cada uno de nosotros llama “mío” a este
dolor que padece. Y nosotros no somos fantasmas concebidos por la mente de
quienes en existencias anteriores a la nuestra procedieron respondiendo a la
ley del karman para que alcanzásemos la elevación moral que hemos alcanzado
(Vicente Fatone, Obras completas,
tomo I, pp. 93-4).
Para el Buda,
la salvación no es un fin al que el hombre debe tender,
sino la naturaleza misma del hombre, inafectable y eterna. […] La salvación no
es, pues, el fruto de un esfuerzo, aunque así haya sido presentada
insistentemente por muchas doctrinas (Ibíd.,
p. 122).
Eliminando la
ley del karma como hipótesis de trabajo, quedan sin explicación aquellas
injusticias cometidas por el mundo, o por los hombres, a esas personas que
parecen intachables desde todo punto de vista. Penosas enfermedades,
desgarradoras muertes de seres queridos eran explicadas por el hinduismo como
una especie de castigo por las faltas cometidas en existencias anteriores. Si
la ley del karma es inexistente, la injusticia florece sin más, como si el
Diablo, y no Dios, gobernara el planeta. Pero ¿qué es peor?: ¿explicar
designios oscuros mediante hipótesis harto rebuscadas o mantener el designio
oscuro así como está, inexplicable, a la espera de que en tiempos mejores
mejores espíritus puedan comprenderlo?
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